Viaje mental a Kameydo, ca. 1910

«The Underwood Travel System is largely mental. It provides Travel not for the body, but for the mind -but travel is none the less real on that account. It makes it possible for one to see as if one were present there in body -in fact to feel oneself present- and to know accurately famous scenes and places thousands of miles away from his armchair in his corner…»

Publicidad de Underwood & Underwood Guide Books, apud Encyclopaedia of Nineteenth-Century Photography, John Hannay editor.

Wisteria blossoms in swaying garlanda, the pride of Kameydo Park. Tokyo. Copyright Underwood&Underwood.

Sobre el Viaje a Kameydo. Quizá los Viajes con mayúscula, tal como aparecían descritos en esta publicity de 1910, hoy tienen que ser a la fuerza»mentales», y no el producto de una elección -quedarse en el sofá, aprender mucho sin gastar un dolar… así sigue el anuncio transcrito de U&U-, pues ya solo pueden darse en el tiempo, y solo hacia atrás. Pero si uno todavía cree posible lo otro, y además quiere, y además puede levantarse de ese sofá y costearse un viaje por el espacio aunque sea en mínúscula… el momento para sacar el billete es ya, porque en menos de un mes estarán en flor las glicinias/Wisterias. El link para el próximo Festival de la Glicinia de Kameydo: https://www.japanistry.com/event/kameidoten-shrine-wisteria-festival/
Kameydo -leo en la guías virtuales de Tokyo- es un barrio del centro de la ciudad, en el que se encuentra el santuario sintoísta del mismo nombre. De ahí son estas glicinias, Wisteria japonica, y no del «Kameydo Park» que aparece escrito en el borde del cartón de U & U.. Hoy en día, según leo por la red, «Kameydo Park» está totalmente separado del templo y de las glicinias (que sí, ahí siguen) por un aquelarre de rascacielos, vías de tren, metro, carreteras (?)

Sobre las mujeres casi niñas, o sin casi, de la foto. El texto de U&U no habla de ellas. El Viaje (mental) no está de ningún modo completo. Pero en una historia de la ciudad de Tokyo a principios del XX (en la que amazon, graciosamente, me permite hojear algunas páginas) leo esto: «… The Kameydo district, on the north or back side of the Kameydo Tenjin Shrine and its splendid wisterias, gave sustenance to some seven hundred ladies. Tamanoi district had fewer than six hundred. Prostitution was quite open in both places...» (History of Tokyo, 1868-1989, E. Seidensticker). Las largas espigas de la glicinia japonesa, que -a diferencia de las glicinias chinas, de 30 ó 40 cm- pueden pasar del metro, forman densas cortinas malvas, tan convenientes para jugar al escondite, o a lo que sea, durante cuatro o cinco semanas entre abril y mayo (hoy se adelantan mucho, como en todas partes)

Sobre la foto. Los hermanos Bert y Elmer Underwood empezaron con el negocio en Kansas, a finales de 1880, pero en poco tiempo lograron montar un gran estudio fotográfico en Westwood, Nueva Jersey. Producían tarjetas estereoscópicas, es decir, con una foto ligeramente distinta para cada ojo, que debían verse juntas (integradas) con un «estereoscopio», el equivalente a efectos prácticos de nuestras gafas 3D. Los Underwood vendían el kit completo: el cacharro y los diferentes sets de fotos.

Les fue muy bien. Abrieron sucursales aquí, allá, acullá. Mandaron a sus fotógrafos a todos los rincones, de Yosemite al Kilimanjaro, pasando por Panamá, Nápoles o Shangai, y lo hicieron en ese momento preciso, hacia 1900, en que el mundo giraba ya velozmente hacia el futuro (este otro mundo de hoy, en el que no queda una mosca sin fotografiar). Los Underwood pusieron de moda las fotos de viajes, que editaban con una breve descripción en seis idiomas.Después probaron las fotos de «noticiario» (News Division), de gran éxito también, pues dejaron testimonio detallado -entre tantas otras cosas- de la Primera Guerra Mundial. Retrataron a las celebridades del momento. Fotografiaron puentes, carreteras, grandes obras de ingeniería (también algunas payasadas: escenas de vodevil, camadas de gatitos…). Y por último, en 1920, abandonada por obsoleta la fotografía estereoscópica, vendieron el negocio y adiós.

Compré tres de estas tarjetas en un mercadillo callejero, quizá en Amsterdam, quizá en 2002. Me deja asombrada lo bien que se venden ahora en eBay.

Bonsais sin remordimientos

Chaenomeles, membrillero japonés, en Bonsai Colmenar. También en flor los camelios, y a punto de caramelo los Prunus mume. Pero el invierno tiene más cosas: los pinos y enebros; las estructuras desnudas de los árboles caducos; las yemas hinchadas, las hojas moradas de frío.

No tengo bonsais. Requieren tiempo, un espacio seguro (a salvo de los perros, por ejemplo), y también un ritmo determinado, una cierta circunspección, de la que carezco.

-Hay que podarlos mucho, ¡pero no los torturamos! – me asegura raudo y veloz, sin que yo haya dicho todavía ni pío (pero adelantándose, por si acaso lo estaba pensando), el propietario de estos árboles de Colmenar. Se lo dirán constantemente: que criar bonsais es torturar arbolitos, y hasta le habrán mandado algún tuit afeándole la conducta…Y sin embargo, las personas que rechazan los bonsais por razones morales, ¿por qué no sienten lástima de los omnipresentes, insostenibles y tristes setos de coníferas, formados con árboles -¡cientos de árboles!- plantados a una distancia de cincuenta centímetros y mantenidos en un estricto marco geométrico de dos/tres metros de alto por uno/dos de ancho, en el mejor de los casos, que los condena a vivir poquísimo y con frecuencia enfermos? ¿Y -se me ocurre- de dónde pensarán que sale la fruta que compran en el súper? ¿Habrán visto, al pasar con el coche por la A2, por ejemplo, las plantaciones intensivas de melocotones, nectarinas, manzanas, etc. que ocupan hectáreas y hectáreas por las provincias de Zaragoza y Lérida? Hace años aprendí a hacerlo: a podar frutales en seto, y también a formar palmetas y cordones sobre una estructura de alambres, con distancias de plantación mínimas, para constreñir adrede el crecimiento de las raíces, y practicando técnicas tan poco piadosas como el «anillado». Y, puestos a hacer la confesión completa, ¿qué hago en realidad con las cepas cada mes de febrero? Corto con el serrote brazos viejos improductivos, rebajo sarmientos de dos metros a apenas un pulgar con un par de yemas.


Así que no, no me parece que haya nada moralmente reprobable en criar un bonsai, sometiéndolo a podas y pinzamientos continuos. Lo cual tampoco quiere decir que todos los bonsais, o mejor, todas las técnicas de conducción de bonsais, me gusten. El principio de envejecimiento forzoso, por ejemplo, me da qué pensar. Cuando es exagerado, como en esos árboles a los que arrancan tiras del cambium (foto a la izquierda) para dejar al descubierto la madera muerta, me rechina un poco, e instintivamente me gusta menos, como el «rejuvenecimiento forzoso» en las personas mayores. Es ese artificio extremo, que, según me explica el director del centro, domina más en la escuela china que en la japonesa, lo que encuentro poco atractivo. Puede que esa preferencia estética de los occidentales, que tendemos a valorar a priori lo más «natural» (pura apariencia también: como en la historia de los jardines, ¡a veces para hacer casual hay que arrasar el campo de verdad!) se explique por diferencias culturales. Seguro que sí. Pero lo que no acabo de entender, por más vueltas que le doy, es qué puede tener que ver la moral con los diferentes sistemas de poda.

NOTAS
Las fotos están sacadas en el jardín de Bonsai Colmenar (www. bonsaicolmenar.com). Entre los árboles, bajo las mesas, los jardineros dejan deliberadamente los pétalos caídos; tampoco se obsesionan con abrillantar las macetas o arrancar las hierbas que puedan salir entre dos adoquines… Todo eso va incluido en el jardín. Las estanterías de madera que sostienen las bandejas son todas diferentes. No solo por el tamaño o la altura, sino porque a unas les ha dado más el sol y a otras las ha deformado un poco el agua de riego, la lluvia o el hielo. Las propias bandejas parecen también diferentes. Los arboles lo son. Lo (ligeramente) roto, lo desigual, lo alterado por el paso del tiempo. Las cavidades y grietas de las piedras, las superficies rugosas, un poco de sustrato caído (y el mirlo que se acerca a inspeccionar)… Todas esas cosas se valoran aquí, pero ninguna se deja al azar.

Foto que hizo Laura en octubre, cuando al manzano aún no le habían caído las hojas.

Shishi odosi

cervus nipponDicen los libros que los ciervos sica estuvieron a punto de desaparecer en Japón al mediar la Era Meiji. En esa época (finales del siglo XIX y primera mitad del XX) los ciervos habían pasado de ser objeto de veneración a ser objeto de caza masiva. Esta persecución, sumada a la deforestación acelerada de las islas, puso a los ciervos al borde de la extinción. Hasta ese momento habían sido considerados mensajeros del cielo. Vagaban libremente, como las vacas en la India, y a veces se acercaban hasta las aldeas y los templos. Todavía lo hacen a día de hoy, según cuentan las guías turísticas, en la ciudad de Nara, antigua capital del Imperio del Sol Naciente. Las últimas poblaciones salvajes viven  en Hokkaido  y en algunas de las islas más montañosas y desapacibles del norte.  Para evitar que los ciervos se comieran los brotes tiernos de los arbustos del jardín, los monjes  inventaron el shishi odosi, el «espanta-ciervos», un artilugio formado por una caña hueca de bambú, en la que siempre circula el agua, y que va llenando poco a poco una segunda caña, sujeta en un balancín. Cuando esta segunda está llena, se cae hacia delante, se endereza de nuevo, y golpea la piedra que tiene detrás.

espanta-ciervosHace unos quince o veinte años empezaron a ponerse de moda por aquí los jardines japoneses.  Una versión simplificada y vacía de contenido, en realidad, como son siempre estas cosas (1). Lejos de la exquisitez inimitable de los jardines originales, se nos enseñó que un «jardín japonés» podía ser, simplemente, una colección de arces de follajes púrpuras combinados con alguna conífera, unas azaleas rosas y blancas, cuatro o cinco pedruscos y  una pantalla de bambúes. Se dieran o no las condiciones de clima y suelo (más parecidas a las de Asturias que a las de Madrid) una caricatura de jardín japonés vestía mucho en los patios interiores de ese Gran Banco o esa Gran Constructora que, no mucho tiempo después,  se desintegrarían en el aire de la noche a la mañana, llevándose con ellos sus azaleas, sus piedras de granito imitando el Monte Meru, y, por supuesto, los ahorros de sus clientes. Lo japonés se puso de moda – como el shushi y los libros de autoayuda pseudo-budistas, o las versiones del Bushido (2) adaptadas a las altas finanzas- justo en los años del pelotazo. No sé por qué, pero así fue. ¿Y qué quedó de todo aquello? En mi pueblo de la meseta madrileña, un Acer japonicum penando en una mediana. En el hueco de las escaleras mecánicas de un Centro Comercial de mi otro pueblo, en La Coruña, una pequeña extensión de arena rastrillada (llena de colillas) con tres piedras de diferente tamaño colocadas al buen tuntún. Las casas comerciales de jardinería, como Intermas, sacaron al mercado shishi-odosis, por la módica cantidad de setenta euros. No había ciervos que espantar, y el toc-toc-toc… acababa sacando de sus casillas al jardinero, pero  el cacharro se ponía igualmente, junto al cerezo que no daba cerezas y al puentecito de madera rojo que no cruzaba ningún río.(3)

descarga (3)La primera parte de «Kill Bill»  (Q.Tarantino) se rodó en 2003, momento en que todo lo japonés hacía furor. Tampoco sé muy bien por qué esa quietud radical de los jardines japoneses -las piedras parecen ahí colocadas desde el origen del mundo-  se combina de forma tan eficaz con la violencia. Por ahí deben de ir las explicaciones. Lo más limpio, inmutable y ordenado  suele hacernos saltar las alarmas. Pero puestos a hablar de violencia, quizá sea más soportable en su forma desatada, desmelenada, al estilo Kill Bill, que en la contenida y surnoise de ciertos consejos de administración. La escena tiene lugar de noche, bajo la nieve, en un coqueto jardín privado de Tokio: estanque de aguas someras y orillas despejadas, piedras colocadas con cuidado, imitando islas o montes, arbustos de hoja persistente  podados rigurosamente (pero asimétricos: no hay dos iguales), pinos y enebros, alguno incluso en miniatura, la linterna de piedra, el paso de piedras irregulares («paso japonés»), la galería de bambú…
Tal como se reproduce más abajo, la escena está dividida en tres tramos, precedidos de una breve introducción: Combate + desenlace + anti-clímax. Los dos primeros tienen música. En el tramo central, donde todo se decide, sólo se escucha el viento, la respiración de los guerreros, y el monótono golpeteo del shishi odosi (minuto 5:12, y otra vez desde 6:12) 


NOTAS
(1) No se puede evitar. Seguro que a algunos japoneses del siglo XXI les encantaría encontrar un jardín morisco, o un olivar… en las faldas del Fujiyama.
(2) «El Camino del Samurai».
(3) Quizá no haya que renunciar a nada. Lo complicado es tomar de cada estilo de jardín aquello que SÍ puede adaptarse a nuestro mundo (nuestros vegetales,/ clima/ entorno cultural). Por ejemplo: podar nuestras santolinas y las lavandas en formas más o menos esféricas pero asimétricas. Este mínimo detalle es típicamente japonés -ajeno al jardín  occidental- pero suele quedar muy bien…Como el uso en grandes masas de los iris ( usando, en lugar de las especies japonesas, los híbridos de jardín, rizomatosos, que soportan bien la sequía), etc. Lo que no funciona, me parece, es la imitación literal. En cuanto al shishi-odosi, resulta tan extraño en un jardín de Madrid como, no sé, ¿un botafumeiro?

Recóndito Retrete

2013-10-29 18.58.55Por ahí, al fondo a la derecha, está el excusado de LRO. Unas paredes de madera -procedentes de un kiosko de feria- aguardan en vano en el cobertizo a que alguien se anime a atornillarlas a cuatro postes. Se supone que esas paredes, escondiendo en su interior un tablero con dos cubos (uno lleno y otro sólo medio lleno de serrín: lo que en los libros llaman «váter seco»), servirían para darle algo de intimidad a la cosa. Pero ya han pasado tres años desde que recogí esas paredes y, la verdad, cada vez me parece más tonto pasar el trabajo de montarlas. ¿Para qué, en realidad…?. Al abrigo de ese bosquete de zumaques sólo  un mirlo o una liebre de paso pueden apartarle a una de sus meditaciones en cuclillas.  En primavera el suelo se cubre de lupinos y jacintos silvestres. Hay que prestar atención a las chinches, a las hormigas, que se desperezan y azuzan unas a otras, siempre apuradas.  En noviembre (véase foto que cierra esta entrada), los zumaques pasan del verde al naranja, con muchos medios tonos en el camino.  Siempre agachada, muy entretenida, remuevo con un palito entre las hojas y hago salir una lombriz de su agujero…Una vez encontré una egagrópila. Otra vez, un cilindro terroso punteado de escaramujos: excrementos de zorro, seguramente.

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«…Un pabellón de té es un lugar encantador, lo admito; pero lo que sí está verdaderamente concebido para la paz del espíritu son los retretes de estilo japonés. Siempre apartados del edificio principal, están emplazados al abrigo de un bosquecillo de donde nos llega un olor a verdor y a musgo (…) Agachado en la penumbra, absorto en tus ensoñaciones, al contemplar el espectáculo del jardín que se despliega desde la ventana experimentas una emoción imposible de describir. El maestro Soseki, al parecer, contaba entre los grandes placeres de la existencia el hecho de ir a obrar cada mañana, precisando que era una satisfacción de tipo esencialmente fisiológico; pues bien, para apreciar plenamente ese placer no hay lugar más adecuado que esos retretes (…) Cuando me encuentro en dicho lugar me complace escuchar una lluvia suave y regular. Eso me sucede, en particular, en aquellas construcciones  características de las provincias orientales donde han colocado a ras de suelo una aberturas estrechas y largas para echar los desperdicios, de manera que se puede oir, muy cerca, el apaciguante ruido de las gotas que, al caer del alero o de las hojas de los árboles, salpican  el pie de las linternas de piedra y empapan el musgo de las losas…En verdad tales lugares armonizan con el canto de los insectos, el gorjeo de los pájaros y las noches de luna; es el mejor lugar para gozar de la punzante melancolía de las cosas en cada una de las cuatro estaciones y los antiguos poetas de haiku han debido de encontrar en ellos innumerables temas…»

Jun´ ichiro Tanizaki, Elogio de la sombra, Ed.Siruela 1994, pp.14-16. Traducción de Julia Escobar

NOTAS.
La pintura es de Hiroshigue, y representa a un gorrión sobre la rama de una mimosa.
Sobre váteres secos (que están muy bien): Fosse septique, roseaux, bambous?. S. Cabrit-Leclerc, Terre Vivante 2008.
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Ah, wild sea…!

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Ah, wild sea…!
and the Galaxy stretching out
over the island of Sado!

Este haiku de Matsuo Basho, en inglés y en japonés, lo encontré escrito/pintado hace años en una pared de Leyden. Como en la mayoría de los haikús, ni hay verbos principales ni se cuenta realmente nada. El autor de los versos se limita a nombrar las cosas, maravillado por su simple existencia: mar salvaje, y  la galaxia que extiende, más allá de la isla de Sado. Otras maravillas más cercanas: los amasijos de algas, restos de redes y nasas, ramas partidas, pequeños crustáceos e invertebrados, que quedan prendidos a las rocas al retirarse la ola (alguna vez he llegado a encontrar ¡manzanas!). Los tesoros de las arribazones. Y el olor, imposible de reproducir. El mar de la foto no es el del Japón. Es el del Canal de la Mancha. Está sacada desde lo alto del faro de Carouan, un atardecer de septiembre de 2007 (habíamos cogido el último trayecto del ferry, La Bohème III, y a punto estuvimos de perder el viaje de regreso y de quedarnos a pasar allí la noche). Con el sol poniente y la marea todavía baja, ese trozo de agua parecía un océano, y los salientes rocosos -con sus retazos de algas- un lejano archipiélago. O una galaxia cercana.  Asomada a la ventana más alta del faro, mientras la gente se apresuraba a regresar a La Bohème, me acordé de esos versos y (por una décima de segundo, como suelen ser estas cosas) me pareció conocer desde siempre a su autor,  Matsuo Basho, aquel poeta pobre que vagabundeaba por la isla de Kyushu, hace tres siglos.

Los tres amigos del invierno.

Entre febrero y marzo

Three_Friends_of_Winter_by_Zhao_MengjianEl pino (song) y el bambú (zhú) atraviesan el frío y la noche invernal sin apenas inmutarse (algunas ramas partidas, la punta de las hojas helada). El tercer amigo, el albaricoquero (méi) , se suma ahora a sus dos compañeros. Lo hace en un momento muy preciso del año,  a la salida del invierno, cuando marzo  quiere ser abril pero todavía parece febrero: las yemas están hinchadas, ya se ve el color de los pétalos, y sólo falta  que la temperatura suba un poco para que las flores se decidan a abrirse del todo.
Este motivo song-zhú-mei – o también, según donde se lea, Suihan Sanyou, «tres amigos del invierno»-  empezó a utilizarse en la pintura y la cerámica chinas hace mil años. Los japoneses lo heredaron y lo estilizaron.  Lo convirtieron en  Matsu-take-ume. Y lo reprodujeron, con un sinfín de variaciones, en teteras, platos, biombos, kimonos, arreglos florales.  img_2554Los libros de arte insisten en el valor simbólico de cada planta, como cuando se trata de analizar la supuesta «vanitas» que todo bodegón barroco debe esconder… Los pintores, entonces, ¿escogían éste o aquel motivo por su valor moral?. El pino por su fortaleza. El bambú, por su perseverancia. El albaricoquero por su humildad, quizá por su optimismo (floreciendo mientras aún nieva, sin amilanarse). Y los tres -con el bambú  en cabeza- vendrían a representar originariamente al «hombre letrado», hombre superior,  ideal de Confucio…

Ayer

Ayer

Del bambú  (uno de los dormideros preferidos por los gorriones): el frufrú de las ramas cuando las mueve el viento. Del pino: el olor de la pinocha en verano, cuando el sol lo tuesta todo. Del albaricoquero: estos días antes del desborre, aquí o en la isla de Hokkaido: unas ramas  en un frasco de agua, junto a la ventana de la cocina. Y dentro de seis meses,  la mermelada.

NOTAS
La primera foto, de wikipedia, reproduce una pintura en papel de Zháo Mengjian,  hacia 1200. La segunda es un plato de cerámica japonesa, hiperestilizada (atención al pino bajo la nieve: en la parte inferior; la nieve es esa línea que lo cubre, como una bolsa transparente). Procede de aquí: tokiojinja.com.
sake_shochiku-01A pesar de todos esos nombres exóticos diseminados por el post, el nombre más corriente para la tríada pino-bambú-albaricoquero parece ser ésta: Sho-chiku-bai, que no es ni chino ni japonés, sino, por lo visto, la lectura china de los caracteres kenji (japoneses)… Anoto esta tercera (o cuarta) forma de referirse al mismo motivo  porque en un museo de arte asiático es algo tan familiar como lo sería en uno nuestro, por ejemplo, una «Adoración de los pastores»…Tan familiar que hasta le ha dado nombre a un tipo de sake, el más tradicional. (Véase la reproducción, con las tres etiquetas circulares,  correspondientes a cada uno de los tres amigos. Procede de una tienda de venta de alcohol on-line)

El séptimo samurai (y 2)

Verano 2012

«The farmers won. We lost…». El remake americano de Los siete samurais, dirigido por John Sturges,  introduce variaciones curiosas en el guión. Todas ellas se justifican si se parte de esta premisa: que el público occidental no podría entender

(1) ni  el abismo social entre samurais y campesinos (Japón, S.XVI),
(2) ni la furibunda arremetida de Kikuchiyo contra sus paisanos (por mucho que en el propio ataque se incluyera la explicación: ¿pero cómo queréis que seamos los campesinos si vosotros, los  soldados/samurais/pistoleros, no paráis de dar por saco…?).

Para solucionar lo primero (1), J. Sturges añade a la división social  -mucho más permeable en la sociedad americana- la diferencia racial: los pistoleros son yanquis, los campesinos mejicanos.  Esta división, pensaría Sturges (y alguna razón tendría, todavía en 1960), es más profunda que la otra; así el público,  que captará claramente la desigualdad, valorará mejor el altruismo de los Magnificent Seven, quienes, a pesar de no tener nada en común con esos campesinos, están dispuestos a defenderlos por apenas veinte dólares… Voilà el tema de la película. Los campesinos y el campo  quedarán en segundo plano (incluso en el trailer). ¿Un manifiesto imperialista, y/o racista, que viene a decir que los mejicanos no saben cuidar de sí mismos?.  Yo no creo que ésas fueran las intenciones conscientes del director.  Se cuida muy mucho de dejar claro que los pistoleros no tienen prejuicios, ni raciales ni de clase; de ahí la escena inicial, con Yul Brynner y Steve Mc Quenn llevando al cementerio a un difunto mejicano, que los “blancos” del pueblo no quieren que sea enterrado allí. Y todo a lo largo de la película se subrayan –de forma, en mi opinión, empalagosa- los vínculos afectivos de los pistoleros con la aldea campesina, y la añoranza que sienten de tener un hogar, y hasta el Abuelo, al concluir todo, les ofrece quedarse a vivir con ellos, es decir, mezclarse.  Estos son, al menos, los principios ideológicos, explícitos e intachables.  Pero claro, otra cosa es que la historia concluya de forma coherente con esos principios. Y es el final lo que cuenta.

(2) El alegato anti-campesinos del séptimo samurai tampoco sería bien entendido en el mundo occidental de los años sesenta.  Sin embargo, el séptimo «magnífico», el tal Chico – pistolero mejicano, que se comporta como yanqui, réplica del personaje japonés, interpretado por un actor alemán, que baila como un cherokee…- repite poco más o menos las mismas palabras de Kikuchiyo. ¿Las mismas?. No…Ni en el mismo contexto ni el mismo tono. Una versión muy abreviada, que pronuncia deprisa, casi sin venir a cuento,  y parece que lo hiciera por puro mimetismo con el original japonés, como la escena en que se le ve pescando con las manos (¡qué hábil es para esas cosas, verdad, pues “lo lleva en la sangre”!, y, sin embargo, qué torpe cuando Yul Brynner le hace el “test” de velocidad con la pistola…). En el personaje de Chico se reúnen parte de las características de Kikuchiyo – es hijo de labriegos y  tiene su mismo desparpajo- y  parte de las del joven samurai  Katsushiro- es casi un adolescente, y como tal protagonizará la inevitable historia de amor con una de las mozas del pueblo. Pero la «cara Kikuchiyo» de Chico no es problemática, no tiene las contradicciones del original, que no sabe ni quién es y vive  con una pierna en cada uno  de esos dos mundos, cuyos defectos (¡de ambos!) conoce tan bien.

El verdadero alegato de la película corresponde a otro pistolero, el interpretado por Charles Bronson: Bernard O´Reilly . Ya en la segunda parte de la película nos enteramos de que no es Bernard, sino Bernardo, de que es un híbrido de mejicano e irlandés. Pero, atención, su alegato no es contra los campesinos, sino en su defensa, y no lo mueve esa mezcla de amor-odio con la que todos nos relacionamos con nuestros orígenes (no sólo Kikuchiyo), sino una visión más elevada y políticamente correcta de las cosas…

Antes de reproducir las palabras de O´Reilly  hay que explicar cuál es la situación cuando las pronuncia. Los campesinos están divididos. En su primer encuentro armado con los bandidos han tenido algunas bajas; unos desean pactar con su jefe, Calvera, y otros prefieren seguir luchando. En la película japonesa también había dudas entre los campesinos, naturalmente, pero sólo se expresaban  en forma de comentarios  por lo bajinis, mezquinos y vergonzantes, sin pasar de ahí… Esta es otra de las diferencias. Porque en la versión americana los campesinos tienen que cometer un error:  pecar de algo, y de algo muy gordo, para que los pistoleros puedan ser ensalzados como corresponde. Y al director no le parece correcto -ni suficiente como motor de la trama-  sugerir  simplemente que los campesinos son cobardes,  como sí se hacía en la película japonesa, sin tapujos, y  no sólo por boca de Kikuchiyo, sino en el propio desarrollo de la aventura, pues  el  campesino valiente es la excepción y no la norma ( un valiente que, por otra parte, estaba desquiciado desde el rapto de su mujer).  No. En la película americana no se afirma de ningún modo que los campesinos sean cobardes. El «pecado»  que motivará la definitiva intervención de los Siete será una traición, responsabilidad personal y exclusiva de los dos o tres que la llevan a cabo .  Los campesinos partidarios de parar la lucha dejan entrar a Calvera en la aldea. Calvera desarma por sorpresa a los Siete y los pone de patitas en el monte, sin atreverse a liquidarlos (por miedo al Gran Hermano del Norte, que bajaría a pedirle cuentas).  Calvera no puede ni concebir que los Siete pistoleros regresen a la aldea. Pero vaya si lo hacen. Y Calvera, al morir, repite, atónito: ¿pero por qué lo han hecho…?, ¿por qué?. Porque son buenos y altruistas, Calvera,  y además  no se dejan chulear por nadie. Puros yanquis.

Volvemos a Bernardo. Tres niños mejicanos que cuidan de él le dicen que están avergonzados de la cobardía de sus padres. Y entonces Bernardo los agarra y les da una buena azotaina. Y acto seguido les larga (nos larga) este discurso, inexistente en la versión japonesa (como el propio híbrido B. O´R.): “ ¿Pensáis que soy valiente porque llevo un revólver?. ¡Pues vuestros padres son mucho más valientes, porque tienen la responsabilidad de todos vosotros, de vuestros hermanos, de vuestras madres, y esa responsabilidad es como una roca que pesa toneladas (…)!. Cuidar una granja, trabajar como un mulo cada día, sin ninguna garantía de ver premiado su esfuerzo. ¡A mí me ha faltado valentía para un trabajo semejante!»

El desenlace. A los campesinos se les va a perdonar su traición. Ya Bernardo nos ha dicho que debemos hacerlo. Y por eso los que han dejado entrar a Calvera, en el ardor del combate (eso sí, ¡sólo cuando ven que la cosa va bien…!) agarran sillas y machetes y se van también ellos a zurrar a los bandidos.  Lejos del realismo (tan, tan humano) de Kurosawa, aquí todos son valientes.  Todos somos buenos. Pero…a pesar de las proclamas de que, además,  todos somos iguales, y de que el pistolero “podría” hacerse campesino, y el campesino pistolero…Nada de eso.  Al final del combate sólo siguen vivos tres de los siete magníficos, Yul y Mc Queen, como es de rigor, y  Chico, el séptimo pistolero…

En la versión original Kurosawa ha hecho sobrevivir a Kanbei, a Schichiroji … y al  joven aristócrata  Katsushiro. Pero no a Kikuchiyo, el séptimo samurai.

…Los dos mayores se despiden y se marchan, tan chulos como llegaron. Sólo Chico, 100% mejicano y 100% campesino, en el último momento da media vuelta. Tiene un affaire con una chica de la aldea, como el jovencito samurai de Kurosawa. (Pero mientras en la película japonesa Katsushiro sí se ha acostado con la chica –la víspera de la batalla, lo que es importantísimo, y no por un simple deseo de satisfacer al samurai, para que se  «desahogue «antes del combate…no, es un asunto mucho más serio y primitivo, que tiene que ver con el miedo a la muerte, y con el deseo de conjurarla cuando ya sentimos su aliento en la cara-, en la versión americana, decía, no pasan de hacer manitas.  Señal de que la relación es «formal»). Hay más. En la versión japonesa la chica,  una vez superado el peligro, pasa rápidamente junto a su amante y se mete en el agua feliz y contenta, cantando, para participar del ritual de la plantación del arroz. En la peli americana hay un cruce de miradas lánguidas… En la japonesa todo es más natural. El cándido Katsushiro se detiene, perplejo, y Kurosawa nos sugiere que está pensando seguir tras la joven. ¿Como Chico?. ¡Todo lo contrario!. Aquí se va a imponer la libertad por encima de las convenciones sociales, porque Katsushiro no es sólo un genuino samurai:  es que, además, es un aristócrata. Y si el aristócrata-samurai terminará como un campesino (la escena final así lo indica, véase vídeo más abajo, con Kanbei y Schichiroji solos), el campesino Kikuchiyo terminará como un samurai. ¿Entendieron algo de todo esto John Sturges/el productor/guionistas de Hollywood?. En la versión americana el campesino Chico/Kikuchiyo regresa a la aldea.  Hace lo que se espera de él. Se quita resueltamente el cinturón con la pistola y se arremanga: ha vuelto con los suyos.

Los yanquis se vuelven a sus business. Los campesinos mejicanos a los suyos. Y el bicho raro Bernardo O´Reilly, como no podía ser de otro modo,  descansa bajo su lápida.

En la moderna y entretenidísima versión americana han triunfado el buenismo, la condescendencia , y el orden social. La grandeza de la versión original, en mi opinión, es precisamente la muerte de Kikuchiyo. Hacerlo sobrevivir y regresar a la aldea sería muy bonito…Y una simpleza.  Kurosawa, al dejarlo morir  luchando, está haciendo realidad lo que J. Sturges proclama pero no cumple. Que un campesino, como cualquier otro hombre,  sí puede elegir su destino.  Cabeza de labriego y corazón de samurai, Kikuchiyo muere como él ha deseado. Es en su muerte  donde  por fin se revela como lo que de verdad es: un valiente samurai, el más valiente de los siete.

NOTA
En la película americana el campo está casi totalmente ausente.  Apenas un almiar por aquí, un bieldo por allá.  Sólo es un decorado. En la escena final la chica parece disponerse a desgranar una mazorca, pero con tan poca disposición que nos hace dudar.  Por el contrario, en la versión original  TODO gira en torno al calendario agrícola. Adjunto el link con la maravillosa escena de la plantación de arroz:
http://www.youtube.com/watch?v=v2fRCkNy8Os

El séptimo samurai (1)

Verano 2012

«¡Los campesinos son gente cobarde! ¡Siempre están preocupados por algo, cuando no es la lluvia es la sequía!. Se acuestan con miedo y se levantan con miedo. Los pobres tienen miedo hasta de su sombra. ¡Se hacen los santos pero no lo son!. Tacaños, astutos, quejicas, malvados, estúpidos y asesinos…¿Y quién ha hecho que sean unas bestias?. ¡Vosotros, los samurais!. Quemáis sus aldeas, destruís sus casas, les robáis la comida, les obligáis a trabajar, seducís a sus mujeres  ¡y les matáis si se resisten!  ¿Qué queréis que hagan..?»

Así, con estas palabras, es como descubrimos que Kikuchiyo, el séptimo samurai,  era hijo de labriegos. Hasta entonces sólo veíamos en él lo mismo que veían sus seis compañeros: un joven de carácter alocado e indócil, impropio de un auténtico samurai. Un poco después lo vemos con la hoz en la mano, ayudando a segar la cebada. Dice que detesta a los campesinos pero es el que mejor se lleva con ellos. Nunca se calla. Es infantil, impulsivo. Para probar que es un auténtico samurai enseña un «diploma» que ha comprado por ahí, perteneciente a un tal «Kikuchiyo». Ni siquiera sabe cuál es su verdadero nombre…

Flash-back. Un grupo de campesinos se ha acercado a la ciudad en busca samurais que acepten defender la aldea contra los bandidos que periódicamente les roban la cosecha. Ya se han llevado la del arroz. Ahora la cebada está creciendo… y ya falta poco para que madure. Cuando esté segada y trillada los bandidos volverán. Los campesinos buscan samuráis pobres, pues no tienen nada con que pagarles.  La oferta es que les defiendan a cambio de su manutención. Tres comidas diarias, nada más.  Los samurais comerán arroz; los campesinos, mientras tanto, sólo comerán  mijo. Al primer samurai, Kanbei, lo descubren en plena acción, cuando arriesga su vida por salvar la de un niño que ha sido secuestrado… Los campesinos, testigos de su forma de proceder, le ofrecen el trabajo. Y como corren malos tiempos para los samuráis de fortuna -guerreros que vagan por el pais buscando un señor al que servir- a Kanbei  no le cuesta demasiado reunir un pequeño grupo. En principio son seis. Un séptimo, Kikuchiyo, no ha pasado la prueba  (se emborracha, no sabe tener cerrada la boca …), así que se limita a seguirles, esperando que en algún momento acepten su compañía. Cuando llegan al pueblo nadie sale a recibirles. Pero Kikuchiyo, que demuestra conocer bien la mentalidad de los campesinos, toca a rebato con el «gong» de la plaza pública… «Ya tenemos al séptimo», dice Kanbei.  Y entonces empieza la segunda parte de la película. La relación entre campesinos y samuráis, que va pasando de la desconfianza más profunda a una  cierta solidaridad (los samurais comparten su comida, los campesinos se ríen…). La preparación de las defensas del pueblo. El entrenamiento de los campesinos. El descubrimiento de las mujeres, que han sido apartadas y escondidas antes de la llegada de los samurais. La cosecha y la trilla. La historia de amor entre el más joven de los samurais y una de las chicas.  El ataque de los bandidos. La batalla bajo la lluvia. La muerte de cuatro samurais y varios campesinos. La liberación de la aldea. Y por fin el recomienzo: las mujeres plantan el arroz mientras los hombres cantan y bailan junto a ellas, todos metidos en el agua, siguiendo el ritmo de los tambores y flautas…

¿Quiénes son los siete samurais?. Aparte de Kanbei y de Kikuchiyo:
el segundo samurai,  el leal y afable Schichiroji, viejo amigo de Kanbei;
el samurai  más joven, Katsushiro, número tres, muy guapo, elegante, y de buena familia (como se deja adivinar por su ropa, por la limosna que entrega a escondidas a los campesinos…);
el cuarto, el samurai de nervios de acero, enjuto y parco de palabras, de técnica pefecta con su espada;
el quinto,  fortachón y risueño, al que encuentran cortando leña;
y el sexto, guerrero muy apañado,  pero más desdibujado en el guión  que sus compañeros (*al menos en la versión que yo tengo en casa, no sé si completa)

Kanbei y Scichiroji han sobrevivido al combate, lo que era previsible desde el comienzo. «Los campesinos han ganado. Nosotros hemos perdido», son las palabras que pronuncia Kanbei antes de abandonar definitivamente la aldea, mientras pasan junto a las tumbas de sus cuatro compañeros muertos y escuchan la música que llega desde la plantación.  El tercer samurai que se salva es….  (Continúa mañana; me voy a regar).

Camelias y tricornios

Febrero 2012

Los camelios ya están floreciendo a todo trapo en los jardines del norte. Hoy es un buen día para hablar de ellos. Primero de los camelios y después, de postre, de los tricornios.

Para el resumen que viene a continuación me he servido, además de mi propia experiencia cuidando camelios en Galicia, de estas dos estupendas fuentes: una  entrevista a J. Thoby[1] –productor de Nantes, patria del camelio en Europa–, y el manual correspondiente de “Les Carnets de Courson” (1998).

Lo único que no parece discutible sobre el cultivo de los camelios es que necesitan una tierra ligera, rica en materia orgánica, y fresca. Pero en todo lo demás se pueden hacer matices:

1. Nos dicen que los camelios han de plantarse siempre a la sombra. De Madrid para abajo desde luego, y muy especialmente la C. japonica. Pero en las zonas atlánticas, donde la humedad del aire es siempre alta y el sol no se encarniza como en el sur, los camelios sí soportan una exposición relativamente soleada; de hecho, variedades de camelios menos umbrófilas, como la C. sasanqua o la C. reticulata, de floración precoz, si no tienen suficiente sol no florecerán bien.

2. Que no toleran la sequía. A veces la sequía se complica con la competencia radicular, incluso en la costa; si por aquello de que esté a la sombra lo hemos plantado arrimado a una o varias coníferas –así crece, silvestre, en los bosques de Japón–, cuando la reserva de agua del suelo descienda son las poderosas coníferas las que se llevarán hasta la última gota. Algo similar sucederá si está pegado a un gran rododendro. Consejo: goteo nocturno. Las variedades de C. sasanqua, con raíces más profundas, sufrirán menos.

3. Que no toleran el frío. Lo tolerarán mejor en tierra que en una maceta. Y siempre con un espeso acolchado de hojas secas protegiendo las raíces. Variedades muy rústicas, que salen adelante en el Botánico de Madrid: ‘Gloire de Nantes’, ‘Dr. Clyfford Parks’.

http://www.mobot.org (Botánico de Missouri).

 4. Que necesita suelos ácidos. Sí, pero menos que los rododendros, por ejemplo. Una curiosidad que cuenta J. Thoby “En Vietnam hay camelios de flores amarillas que prosperan en suelos con un pH de 7.5 a 8.2… Claro que estos árboles se alimentan tanto por sus hojas como por sus raíces, pues viven en una especie de bruma permanente…”. Un camelio apto para suelos calcáreos: “Château de Gaujac” (que es el que vende este J. Thoby). Añado algunas de las variedades más sanas del Botánico de Madrid, donde el suelo es seguramente neutro (los jardineros habrán tratado de corregir el pH pero, aún así, el agua de riego siempre llevará algo de cal): ‘Adolphe Auduson’, ‘Dr. Baltasar de Mello’, ‘Duchesse de Berry’, ‘Àlba Plena’, más las citadas en el punto 3.

5. Que son arbustos banales; que las flores, además de durar poco, parecen de plástico. Muchos C. japonica de flores dobles a mí sí me lo parecen… Como también me parecen aburridas y exageradas esas hortensias cabezonas que en Galicia aparecen hasta en la sopa…. Pero –al igual que sucede con las hortensias– a día de hoy ya existe una inmensa gama de camelios donde elegir: los hay de hojas finas, los hay de botones florales rojizos, los hay olorosos (C. ‘Naromigata’, `Fragrant Pink’), y, sobre todo, los hay de flores sencillas, infinitamente más atractivas, en mi opinión, que las previsibles flores dobles, “imbricatas” (manipuladas para que en vez de estambres crezca una segunda, una tercera tanda de pétalos). En cuanto al arbusto, siempre me ha parecido un tanto aparatoso y oscuro, sobre todo teniendo en cuenta la brevedad de la floración. Por eso, seguramente, prefiero los camelios en seto, porque permiten plantar diferentes variedades, de modo que se vayan solapando las floraciones de unas y otras.

Han salido citados algunos de los camelios del real Jardin Botánico. El conservador de las “plantas vivas” de este jardín (herbarios excluidos) es desde hace muchos años el Sr. Juan Armada. Su padre, el Marques de Rivadulla, general golpista de todos conocido, es un anciano de noventa y un años que cultiva los mejores camelios de Galicia en su pazo de Santa Cruz de Rivadulla (lugar de Ortigueira, Vedra, La Coruña). Alfonso Armada empezó con el cultivo comercial de los camelios al salir de la cárcel de Alcalá Meco, indultado, la nochebuena de 1988. Cuando llegó a su casa, después de seis años meditando a la sombra, los camelios sasanqua del pazo debían de estar empezando a florecer. Con su mujer –y no sé si alguno de los hijos– montaron una empresa de venta al por mayor de productos agrícolas y construyeron los viveros para la reproducción de camelios. En su web www.ortigueiraplant.com cualquiera puede visitar «on line» las instalaciones, consultar el listado de variedades a la venta, y hacerle un pedido a D. Alfonso.

La historia del Marqués es muy conocida. Quizá lo sea menos la del Sr. Antonio Tejero, que por lo visto se dedica a cultivar aguacates en una finca de Alaurín (Málaga), o la de ese otro guardia civil condenado, el Sr. Miguel Manchado, que lleva personalmente la plantación de limones que heredó su mujer en Murcia. Encuentro esta información en internet, en artículos publicados diez, veinte años después del golpe. La historia parece inventada pero no lo es: parte de la tropa golpista se dedica desde que salió de la cárcel al sano deporte del azadón. Uno camelias, otro aguacates, un tercero limones. A mí me tranquiliza saber que esta gente tiene las manos ocupadas. Con todo y eso, hay algo inquietante en el asunto. ¿Cómo se explica semejante evolución, desde el tricornio hasta el sombrero de paja?, ¿del tanque a la carretilla, del pistolón al rastrillo, del uniforme de infantería a la camiseta de tirantes?. (Y sobre todo, ¿es posible que semejante evolución se dé algún día… en sentido inverso?).


[1] La Gazette des jardins nº 22, enero 1999. Tiene su propio vivero, en Gaujac, y su propia web: www.thoby.com.