En septiembre y octubre huele a miel en el jardín. ¡No hay que podar las hiedras! No, al menos, hasta marzo. Ahora florecen y cuajan. Y también ahora, cuando tan pocas flores se ven ya por el campo, las abejas terminan de reunir sus reservas para el invierno. Después maduran las bayas; racimos densos, de color negro mate, que alimentan a las tórtolas turcas que empiezan a verse por aquí, rondando los comederos de los perros y los gatos (jugándose la vida, de hecho: más les valía meterse entre la hiedra y no salir). En el vídeo también se ven avispas. Se las distingue bien por la librea amarilla/negra, muy marcada, y porque no tienen ni pelambrera (las abejas sí; unas más y otras menos) ni corbículas de polen en las patas traseras.
Esta es una abeja de la miel, una abeja «común», Apis mellifera, que murió en acto de servicio al pie de la hiedra que cubre el tejadillo de la entrada de la bodega. Hay otras que se le parecen. Las del género Colletes , las del género Andrena... se distinguen principalmente (i.e., ante la duda, hay que mirar ahí) por la venación de las alas y por el tamaño y forma de la lengua. Apis, Colletes, Andrena y alguna más tienen en común las tres celdillas submarginales (sm, en la foto de abajo). Mi abeja es Apis mellifera porque la celdilla marginal (m) llega casi al extremo del ala. Además, porque tiene la lengua larga y fina de las abejas del género. Además, por esas patas planas características que le cuelgan en vuelo, literalmente «cargadas hasta las trancas»… (Link: M.Chinery, guía de insectos + http://www.abejassilvestres.es/resources.html – o directamente: //www.abejassilvestres.es/media/Chuleta_id_abejas.pdf)
La glicinia china, aunque a veces lo disimule, es una trepadora temible (1). No tanto la japonesa, menos vigorosa y de largos racimos florales. Y no tanto aquí, en la meseta, donde bastante hace con sobrevivir al verano. Pero en cuanto uno empieza a subir hacia la España más fresca, Francia y further on…, las glicinias chinas revelan de qué son capaces cuando se sienten a sus anchas. Los tallos se enrollan a las bajantes del tejado; ahogan las ramas de los árboles que tienen cerca; estrangulan postes y barras, echan abajo los cierres -tipo malla- donde algún jardinero/propietario incauto creía que podría ir controlando su crecimiento. Y hay que podar con tiento, porque podar de más una glicinia suele provocar lo contrario de lo que se busca-
En verano Lo suyo es retirar las espigas florales en cuanto se pasan, al empezar el verano. Poda de limpieza que, además de poner algo de orden, evita la formación de legumbres (para nada las queremos). La realidad, sin embargo, es que esos días suele haber mucho que hacer en el campo, y que las tales legumbres no estorban, y la planta crece tanto que no se ve nada, y es una aventura meter por ahí la tijera… Así que pasa el verano. Pasa el otoño también. Todos pasamos. Y la glicinia llega a diciembre tan campante, enmarañada y libre.
(Foto. No solo las flores son bonitas. A principios de diciembre la glicinia aún tiene ese tono dorado, un poco apagado. La hoja sale tarde en primavera, pero también cae muy tarde en otoño.)
Ahora, a principios de marzo/ finales de febrero. 1. Para contener a una glicinia china, además de una poda que favorezca la floración (y no el crecimiento vegetativo: uno suele ir a costa del otro; véase punto 2) se pueden retorcer/trenzar sobre sí mismas los primeros tallos, los que formarán el «tronco» y la estructura principal. Eso hará que la savia circule más despacio, que las yemas terminales no se beneficien del «subidón» primaveral. Tal es la poda de formación, que no acaba realmente nunca, pues a menudo -un año de cada dos o tres o cuatro…- hay que volver a retorcer ramas nuevas, laterales, y seguir formando nuevos brazos de la glicinia, bien para conducir su crecimiento por una fachada, por ejemplo, bien para reemplazar alguno que haya que ir retirando (por demasiado pesado, por haberse enrollado a la canaleta del tejado…) Fotos de las glicinas trenzadas de Lourizán (Pontevedra):
2. Respecto a la poda de floración: -Se dejan los ramos débiles que porten yemas redondeadas (yemas de flor, que ahora se distinguen tan bien); de los demás ramos, con yemas puntiagudas que darán nuevos brotes verdes (no flores) se escogen los mejores, se podan al ras los sobrantes, y esos mejores seleccionados se rebajan a dos o tres yemas:
3. Y la poda de renovación, que tiene que ver con 1.: Los ramos más viejos de la glicinia china, ¿tienen espacio para crecer?, ¿se cruzan con otros?, ¿se están enroscando ya, demasiado cariñosamente, a las barras de esa barandilla…? Hay que seleccionar. Cortar sin dolor ramas viejas, por largas y gruesas que sean. Ya se encargará la robusta glicinia de tapar rápidamente los huecos. Y aquí es donde volver a trenzar ramos, en sustitución de lo que quitamos, puede tener su sentido.
Notas (1 ) La glicinia china, Wisteria floribunda, se enrosca hacia la derecha, en el sentido de las agujas del reloj. La glicinia japonesa, W. japonica, va al revés: hacia la izquierda. La china es mucho más frecuente. Florece antes. Las espigas son más cortas. Para ver las flores, este otro post: https://laramadeoro.com/2020/02/24/viaje-mental-a-kameydo-ca-1910/
Cuándo hay que desbrozar. Cuándo exactamente. Cuando lo que quede detrás, una vez apagado el motor, sea esto:
Crepitar de verano: cardos amarillos y amor de langostas. Locusta migratoria, en fase solitaria (solitaria-conyugal), a la que corresponde ese color pálido, entre pardusco y verde agua. Leo que las langostas se oscurecen cuando empiezan a ser muchas. Pero aquí yo nunca veo más de una o dos, y siempre con ese aspecto, un poco clorótico. No sé dónde ponen los huevos, si es que los ponen y prosperan. No sé tampoco quién se las come, quizá los rabilargos, las urracas. Un crujido en el pico, como de churros recién sacados de la sartén. Los cardos: Centaurea ornata. Casi lo único que sigue en flor. Otro crepitar, como el de la hojarasca bajo las encinas.
A majano, como a milladoiro, se le sobreentiende el colectivo (conjunto de- cantos), pero no a mojón ni a mogote ni a hito ni a hita (ni a pedra-fita). Y también el material: piedras, únicamente. En cuanto a la función: a veces balizas (como mojón), a veces recordatorios (como hito), a veces nada, y siempre y en cualquier caso, seguro refugio de lagartijas. Leo que milladoiro se contaminó con humilladero; derivó en humilladoiro y quedó como término asociado a los romeros, del Camino o de cualquier ermita. Los peregrinos franceses los llamaban montjoies. Marcaban la buena dirección, la del oeste, y eran como puntadas petrificadas de la Vía Láctea. O Montes do Gozo en miniatura, que iban prefigurando -como metas volantes- la colina de San Marcos de Bando, a las puertas de Compostela.
Los majanos del campo, sin embargo, son solo lo que parecen: un montón de cantos (mis vecinos jamás les dicen «guijarros», pero sí usan «guija» para la grava fina en que se desmigaja el granito, tenida por buena para las cepas). Señalan una parcela despedregada hace décadas, o siglos, allí donde se iba a sembrar cereal o a plantar una viña. Pasaba primero el arado. Las piedras que había levantado la reja se recogían una a una, doblando la espalda y cargando capachos. A veces podían aprovecharse para muros secos, para rediles, bancales o pequeños chamizos (de los que alguna huella queda entre las zarzas) pero lo que interesaba de verdad era la tierra. ¡Qué hito ni qué hita! Desde entonces viven en el majano las musarañas, los lagartos ocelados, los sírfidos -que parecen avispas pero en realidad son moscas-, algunas serpientes, los colirrojos tizones. En el lado que da al norte, bajo las piedras medio enterradas y más frescas de la base: bichos-bola, escolopendras, lombrices, puede que algún sapo… Dicen los que las han visto -Miguel Manduca- que también entre las piedras se refugian durante el día las luciérnagas, pero yo, aunque las busco, no he vuelto a verlas desde que era niña. De hecho solo las vi una vez, en una pradera da Costa da Morte que olía mucho a menta y a hierba mojada; por eso las asocio a eso -ese olor y esa humedad- y para nada a los rastrojos de LRO, ni siquiera al relativo frescor de los majanos. Lucecús. Mi padre había cogido una linterna y nos llevaba caminando detrás, en silencio para no asustarlas. La pradera estaba -y está- cercada por un valado de piedra. Pero no un valado cualquiera, un muro como otro, con las piedras sin escoger, mejor o peor amontonadas. No. El valado aquel era -y es- una muy respetable obra de autor, del cantero Xosé de Canduas «el Pantera», q.e.p.d., personaje de otros tiempos, como las luciérnagas, que solo trabajaba cuando se levantaba con ganas, y había que decirle amén a todo, sin chistar, porque tenía plena conciencia de su valía y podía mandarte al carallo ... (He tardado cuarenta años en darme cuenta, hoy, al pasar por el majano del camino de LRO: bien a la fresca en el valado del Pantera, os lucecús tendrían donde recogerse durante el día.) (1)
Helado de maracuyá, flor de la pasión. La Passiflora caerulea, aunque americana del sur, tolera bien el frío y pasablemente bien el calor de la meseta. Florece y el fruto cuaja. No es sabroso, sabroso como el maracuyá, fruto de su prima Passiflora edulis. Aún así, los pájaros se lo llevan cuando tienen sed, y después van dejando sus semillas por los patios y setos de las casas del pueblo. Aupándose ágilmente entre las ramas de un olivo, las lianas de la pasíflora -zarcillos largos, hojas lobuladas oscuras y ásperas- conseguirán llegar a lo alto y embarullar la copa. No será fácil deshacerse de ella si, en vez de cerrar filas con el viejo olivo, nos apiadamos de la exótica Passiflora -¡tan hipnóticas son sus flores!- y tardamos demasiado en arrancarla. (En los anodinos setos de arizónica ya es otro cantar. Así en la foto; bayas de pasionaria, como bombillas encendidas, sobre el seto de la vecina; únicas luces de verbena que habrá este verano) El helado artesano de maracuyá, el mejor del mundo, lo hace Mambaye en la heladería-chocolatería de Valdeisabella (calle Dr. Mampaso, 2A, San Martín de Valdeiglesias, chocolates y pastas ecológicos, también a domicilio: iseba1@hotmail.com)
Última alfalfa en flor. Cuarenta grados a la sombra a las seis de la tarde. Hoy, ayer, anteayer, y dicen que mañana, pasado mañana y al otro. Así hay que vivir. Chicharras en los pinos. Saltamontes en las hierbas sin segar. Avispas entre los racimos de uvas, ya en pleno envero. Muy arriba, tan arriba que no sé si los veo o me lo invento, dos buitres bailando. Abajo, nada. Ni un rabilargo se atreve a cruzar el secarral hasta que empieza a caer el sol. En el vídeo: trío de pulgones-hormigas-mariquita , trasteando en una alfalfa sembrada hace más de diez años. Perico ‘Somatén’ se la lleva a veces para sus conejos. Aparca la C15 en el camino, sin apagar el motor, y saca un hocino de debajo del asiento. Qué raíces tendrá la alfalfa, para soportarlo todo tan bien. La sequía, los cortes repetidos de la hoz.
5 de agosto Por el lado de Robledo de Chavela el cielo vuelve a estar azul. Mil hectáreas han ardido, según informan en la radio local, de unos montes que ya nadie cuida seriamente en invierno. Enebros, encinas y pinos, pero también todo lo otro: cardos amarillos, majanos; cepas perdidas, sin podar, que aún producían algo y hasta maduraban, pasando ahora del verde al morado; zorros nacidos en primavera, que irían de noche a rechupetear esos racimos; serpientes que ya habrían mudado varias veces; jaras de flor blanca, jaras de flor rosa; retamas que hacían ¡clac! al rasgarse sus legumbres; rabilargos de antiquísima estirpe (cuentan que llegaron en el siglo XVI en un galeón portugués, procedentes de Japón y Corea; desde Lisboa subieron Tajo arriba… y hasta aquí llegaron), chicharras en el pinar, langostas, hormigas, alfalfa que alguien sembró hace una década, quién sabe si una pareja de luciérnagas…. Mil hectáreas de todo eso. Y así hay que vivir..
NOTAS (1) P.P. Passolini usó en una ocasión «la desaparición de las luciérnagas» -ocurrida en los primeros 60, según su propia constatación- como término ante/post quem para explicar la política italiana contemporánea… o cualquier otra cosa. En el momento de confrontación de apocalípticos e integrados (el libro de U. Eco es también de la época) él representaba posturas muy puritanas, que no le parecían contradictorias con su condición de «marxista humanista» (tampoco debía de serlo conducir un Alfa Romeo y salir con él a vacilar por las afueras de Roma -esos descampados maravillosos, extraordinariamente poéticos, que filmó en Mamma Roma, en Pajaritos y Pajarracos… en los que para poder construir, entre otras cosas, las autopistas por las que él conducía a todo gas, ya no era posible encontrar luciérnagas…). Mi padre nos enseñó las luciérnagas, con mucho misterio, mucha ceremonia, a finales de los 70. Una amiga de Cotos de Monterrey fotografió una hace tres años (aquí a la derecha, sin flash). Una. Pero lo que yo recuerdo es un dibujo de luces, como un encaje, que se encendía y apagaba, e iba avanzando por la hierba. Las luciérnagas desaparecieron pronto, en pocos meses. Mis padres -como los padres de todo el mundo, que ni eran marxistas-humanistas ni lo contrario- querían construir ahí mismo una piscina; los vecinos ya habían construido la suya, el concello había asfaltado la bajada a la playa…
(Passolini. La compilación de artículos, Escritos corsarios, está en internet, formato pdf y libre acceso. Sobre las luciérnagas: artículo de 1 de febrero de 1975. De lectura soporífera hoy, en mi opinión, salvo los párrafos iniciales)
«The Underwood Travel System is largely mental. It provides Travel not for the body, but for the mind -but travel is none the less real on that account. It makes it possible for one to see as if one were present there in body -in fact to feel oneself present- and to know accurately famous scenes and places thousands of miles away from his armchair in his corner…»
Publicidad de Underwood & Underwood Guide Books, apud Encyclopaedia of Nineteenth-Century Photography, John Hannay editor.
Wisteria blossoms in swaying garlanda, the pride of Kameydo Park. Tokyo. Copyright Underwood&Underwood.
Sobre el Viaje a Kameydo. Quizá los Viajes con mayúscula, tal como aparecían descritos en esta publicity de 1910, hoy tienen que ser a la fuerza»mentales», y no el producto de una elección -quedarse en el sofá, aprender mucho sin gastar un dolar… así sigue el anuncio transcrito de U&U-, pues ya solo pueden darse en el tiempo, y solo hacia atrás. Pero si uno todavía cree posible lo otro, y además quiere, y además puede levantarse de ese sofá y costearse un viaje por el espacio aunque sea en mínúscula… el momento para sacar el billete es ya, porque en menos de un mes estarán en flor las glicinias/Wisterias. El link para el próximo Festival de la Glicinia de Kameydo: https://www.japanistry.com/event/kameidoten-shrine-wisteria-festival/ Kameydo -leo en la guías virtuales de Tokyo- es un barrio del centro de la ciudad, en el que se encuentra el santuario sintoísta del mismo nombre. De ahí son estas glicinias, Wisteria japonica, y no del «Kameydo Park» que aparece escrito en el borde del cartón de U & U.. Hoy en día, según leo por la red, «Kameydo Park» está totalmente separado del templo y de las glicinias (que sí, ahí siguen) por un aquelarre de rascacielos, vías de tren, metro, carreteras (?)
Sobre las mujeres casi niñas, o sin casi, de la foto. El texto de U&U no habla de ellas. El Viaje (mental) no está de ningún modo completo. Pero en una historia de la ciudad de Tokyo a principios del XX (en la que amazon, graciosamente, me permite hojear algunas páginas) leo esto: «… The Kameydo district, on the north or back side of the Kameydo Tenjin Shrine and its splendid wisterias, gave sustenance to some seven hundred ladies. Tamanoi district had fewer than six hundred. Prostitution was quite open in both places...» (History of Tokyo, 1868-1989, E. Seidensticker). Las largas espigas de la glicinia japonesa, que -a diferencia de las glicinias chinas, de 30 ó 40 cm- pueden pasar del metro, forman densas cortinas malvas, tan convenientes para jugar al escondite, o a lo que sea, durante cuatro o cinco semanas entre abril y mayo (hoy se adelantan mucho, como en todas partes)
Sobre la foto. Los hermanos Bert y Elmer Underwood empezaron con el negocio en Kansas, a finales de 1880, pero en poco tiempo lograron montar un gran estudio fotográfico en Westwood, Nueva Jersey. Producían tarjetas estereoscópicas, es decir, con una foto ligeramente distinta para cada ojo, que debían verse juntas (integradas) con un «estereoscopio», el equivalente a efectos prácticos de nuestras gafas 3D. Los Underwood vendían el kit completo: el cacharro y los diferentes sets de fotos.
Les fue muy bien. Abrieron sucursales aquí, allá, acullá. Mandaron a sus fotógrafos a todos los rincones, de Yosemite al Kilimanjaro, pasando por Panamá, Nápoles o Shangai, y lo hicieron en ese momento preciso, hacia 1900, en que el mundo giraba ya velozmente hacia el futuro (este otro mundo de hoy, en el que no queda una mosca sin fotografiar). Los Underwood pusieron de moda las fotos de viajes, que editaban con una breve descripción en seis idiomas.Después probaron las fotos de «noticiario» (News Division), de gran éxito también, pues dejaron testimonio detallado -entre tantas otras cosas- de la Primera Guerra Mundial. Retrataron a las celebridades del momento. Fotografiaron puentes, carreteras, grandes obras de ingeniería (también algunas payasadas: escenas de vodevil, camadas de gatitos…). Y por último, en 1920, abandonada por obsoleta la fotografía estereoscópica, vendieron el negocio y adiós.
Compré tres de estas tarjetas en un mercadillo callejero, quizá en Amsterdam, quizá en 2002. Me deja asombrada lo bien que se venden ahora en eBay.