
No tengo bonsais. Requieren tiempo, un espacio seguro (a salvo de los perros, por ejemplo), y también un ritmo determinado, una cierta circunspección, de la que carezco.
-Hay que podarlos mucho, ¡pero no los torturamos! – me asegura raudo y veloz, sin que yo haya dicho todavía ni pío (pero adelantándose, por si acaso lo estaba pensando), el propietario de estos árboles de Colmenar. Se lo dirán constantemente: que criar bonsais es torturar arbolitos, y hasta le habrán mandado algún tuit afeándole la conducta…Y sin embargo, las personas que rechazan los bonsais por razones morales, ¿por qué no sienten lástima de los omnipresentes, insostenibles y tristes setos de coníferas, formados con árboles -¡cientos de árboles!- plantados a una distancia de cincuenta centímetros y mantenidos en un estricto marco geométrico de dos/tres metros de alto por uno/dos de ancho, en el mejor de los casos, que los condena a vivir poquísimo y con frecuencia enfermos? ¿Y -se me ocurre- de dónde pensarán que sale la fruta que compran en el súper? ¿Habrán visto, al pasar con el coche por la A2, por ejemplo, las plantaciones intensivas de melocotones, nectarinas, manzanas, etc. que ocupan hectáreas y hectáreas por las provincias de Zaragoza y Lérida? Hace años aprendí a hacerlo: a podar frutales en seto, y también a formar palmetas y cordones sobre una estructura de alambres, con distancias de plantación mínimas, para constreñir adrede el crecimiento de las raíces, y practicando técnicas tan poco piadosas como el «anillado». Y, puestos a hacer la confesión completa, ¿qué hago en realidad con las cepas cada mes de febrero? Corto con el serrote brazos viejos improductivos, rebajo sarmientos de dos metros a apenas un pulgar con un par de yemas.

Así que no, no me parece que haya nada moralmente reprobable en criar un bonsai, sometiéndolo a podas y pinzamientos continuos. Lo cual tampoco quiere decir que todos los bonsais, o mejor, todas las técnicas de conducción de bonsais, me gusten. El principio de envejecimiento forzoso, por ejemplo, me da qué pensar. Cuando es exagerado, como en esos árboles a los que arrancan tiras del cambium (foto a la izquierda) para dejar al descubierto la madera muerta, me rechina un poco, e instintivamente me gusta menos, como el «rejuvenecimiento forzoso» en las personas mayores. Es ese artificio extremo, que, según me explica el director del centro, domina más en la escuela china que en la japonesa, lo que encuentro poco atractivo. Puede que esa preferencia estética de los occidentales, que tendemos a valorar a priori lo más «natural» (pura apariencia también: como en la historia de los jardines, ¡a veces para hacer casual hay que arrasar el campo de verdad!) se explique por diferencias culturales. Seguro que sí. Pero lo que no acabo de entender, por más vueltas que le doy, es qué puede tener que ver la moral con los diferentes sistemas de poda.

NOTAS
Las fotos están sacadas en el jardín de Bonsai Colmenar (www. bonsaicolmenar.com). Entre los árboles, bajo las mesas, los jardineros dejan deliberadamente los pétalos caídos; tampoco se obsesionan con abrillantar las macetas o arrancar las hierbas que puedan salir entre dos adoquines… Todo eso va incluido en el jardín. Las estanterías de madera que sostienen las bandejas son todas diferentes. No solo por el tamaño o la altura, sino porque a unas les ha dado más el sol y a otras las ha deformado un poco el agua de riego, la lluvia o el hielo. Las propias bandejas parecen también diferentes. Los arboles lo son. Lo (ligeramente) roto, lo desigual, lo alterado por el paso del tiempo. Las cavidades y grietas de las piedras, las superficies rugosas, un poco de sustrato caído (y el mirlo que se acerca a inspeccionar)… Todas esas cosas se valoran aquí, pero ninguna se deja al azar.

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