Consejos a la juventud en tiempos de crisis

Pisar bien la tierra alrededor de las coles recién plantadas.
Arrancar las hojas bajas de las coles.
No enterrar el cuello de las lechugas.
Poner tutores a todas las tomateras, incluso a las que nos venden como “de mata baja”.
Los tutores se ponen antes; las tomateras, después.
Arrancar las hojas bajas de las tomateras.
Despuntar regularmente las tomateras, para que los racimos que quedan maduren bien.
Los calabacines aguantan la media sombra.
Si hay flores silvestres cerca (es decir, insectos), los calabacines cuajarán mejor.
Los rabanitos crecen muy rápido y son compatibles con todo.
No regar con el chorro a tope: doblar un poco la manguera, o colocarla en el interior de una maceta (sobre el suelo), o hacer un manguito con sacos y atarlo con un alambre al extremo…

 

 

 

 

 

 

El riego por goteo es para perezosos (o para huertas muy grandes).
Cavar favorece el enraizamiento y la penetración del agua donde esta es escasa.
Cavar favorece la aireación donde el agua sobra.
Cavar en exceso, allí donde el agua es escasa, favorece la evaporación.
Hay que elegir entre cavar o acolchar.
Acolchar impide que el agua se evapore (se riega colocando la manguera debajo)
El acolchado orgánico mantiene mullida la tierra, rica para las lombrices.
El acolchado orgánico, al descomponerse, aporta nutrientes al suelo.
Cavar perjudica al grillotopo.
Pero acolchar lo favorece.
El acolchado protege la tierra del golpeteo de la lluvia y el granizo.
Pero el acolchado es perjudicial al final del invierno, porque impide que el sol caliente la tierra.
Solución de compromiso: se puede cavar al principio, en primavera, y colocar el acolchado después, incluso renovándolo al “limpiar” la huerta en otoño.
Mucho cuidado con el verbo “limpiar”.
Las gallinas de Perico se comen los restos de la huerta: ¡y también al grillotopo!
Mirlos, rabilargos, alcaudones… a todos les gusta comer grillotopos.
Grillotopos y cebollas son incompatibles.
Grillotopos y patatas son incompatibles.
Hacer lo que se pueda (y más) por cazar grillotopos.
Lo mismo con los buprestes, que devoran las hojas de los albaricoqueros.
Las orugas de Chupaleches no son nocivas a menos que se acumulen muchas en el mismo árbol (en cuyo caso las recogeremos delicadamente, para redistribuirlas)
Las mariposas Macaón son, además de preciosas, inofensivas en la huerta: sus orugas solo comen hojas de ruda e hinojo; se les pueden dejar algunas plantas, enteramente para ellas.

Habas y guisantes se siembran enseguida.
Donde el verano es intenso, habas y guisantes se recogen también enseguida: mayo a más tardar.
Y en su sitio se plantan tomateras.
Las varas de la poda de los almendros sirven de tutores para los guisantes pero no para los tomates (tampoco para las judías)
Los mejores pimientos son los de septiembre.
Los mejores puerros, los de abril.
Si se aprietan mucho las cebollas en la línea, saldrán más pequeñas. Si se las espacia, más grandes.
En tierras pesadas: manzanos y ciruelos.
En tierras ligeras: perales y almendros.
Nada justifica no tener un compostero.
Nada justifica no aprender a obtener semillas propias. Nada justifica no intentarlo.
El hortelano que trabaja solo puede quitarse la mascarilla en la huerta.
Nada justifica no volvérsela a poner en cuanto sale.

Barbie Jardinera

 

NOTAS:
Completar con una guía de buenas asociaciones: https://laramadeoro.wordpress.com/wp-admin/post.php?post=1528&action=edit
La foto de la macaón es del jardín de Gema.

Riego a manta

El pozo de Miguel de momento tiene agua. Riega «como siempre se ha hecho», dejando que la corriente colme los surcos mientras él vigila el circuito para que el agua se reparta bien (y «bien» quiere decir: a cada hortaliza según sus necesidades, pero sin quitarles el ojo de encima) y para que no rebose y se pierda por ningún punto. La ventaja del riego a manta es su facilidad, limpieza, abundancia…La desventaja, que no lo era en otros tiempos, es que una parte del agua se filtra sin provecho, otra se evapora, y que la tierra, una vez seca, se cuartea y endurece. Sigo siendo partidaria del acolchado. O de los cultivos intermedios con flores, aunque las plantas de la huerta rindan menos. A Miguel poner menos de cincuenta o sesenta tomateras le parece una tontuna. Tiene los surcos como una patena. Si una correhuela osara asomar la nariz, ¡zas!, azadón que te crió. Produce tomates y pimientos para regalar a todo el mundo, y lo que sobra se lo echa a las cabras de Wasa, el nuevo cabrero, marroquí, que ha tomado el relevo en sus viejas instalaciones del «tinao».

Miguel vendió las cabras en 2016. Hubo que hacerles fotos a todas, juntas y por separado, para que él pudiera elegir y después subirlas a milanuncios.com. Un conocido de aquí al lado terminó comprándolas, para gran alegría de Miguel, que así podría ir a visitarlas siempre que quisiera.
El día del traslado era un viernes. Yo fui primero, antes de que empezara el zafarrancho, para recoger a los dos perros del tinao: Boni y Curro. Luego el comprador preparó a las cabras.
– Y Miguel, a tí que te lleven en coche si quieres decirles adiós -le gritó.
Pero Miguel no quería dejarlas ir sin más, así, a la francesa: con su artritis a cuestas, sin casi poder levantar la mirada del suelo, de tan encorvado que caminaba entonces, hubo de acompañarlas hasta su nueva casa (a cinco kilómetros de aquí; para que el rebaño pudiera pasar al otro lado del monte, él mismo -apoyado en dos bastones- cortó durante unos minutos la carretera de Toledo). Una vez las dejó instaladas, y hechas las recomendaciones precisas al nuevo propietario, Miguel se volvió al pueblo para empezar a preparar la bolsa de viaje.
Ese mismo lunes ingresó en el hospital de Móstoles. Primero se operó una rodilla, después la otra, después la hernia…
Y ahí está ahora, jubilado y sin bastones, produciendo tomates para parar un tren.

Rutina

Todo el verano, cada verano

Nada más llegar: comprobar los estragos del grillotopo/alacrán cebollero en la huerta (una cebolla, una remolacha y un apio de media, por noche)
Comprobar que en las trampas para el grillotopo no han caído cárabos ni estafilinidos, que no hacen daño  en la huerta (todo lo contrario) pero siempre se caen de patas en los botes y cajas que dejo enterrados. Hay que liberarlos enseguida (bajo el acolchado de paja), para que no se deshidraten.
Comprobar que no han caído lagartijas a la alberca (en lo que va de verano he salvado a tres y he retirado el cadáver de una cuarta: no son nada listas)
Abrir la primera tanda de goteros. Limpiar primero el filtro.
Subir a la alberca vieja: escuchar unos segundos la caída del agua en su interior. Comprobar el nivel. Si hay suficiente agua, regar moras y frambuesas, a mano. Primero, recoger algunas tarrinas de moras (de buena mañana la piel está tersa, después se empieza a tostar)
Bajar a la segunda huerta y comprobar que el viento no ha tirado los sombrajos. Si los ha tirado, volver a atarlos.
Abrir la segunda tanda de goteros.
Revisar los tutores de los tomates. Y las ataduras. Despuntar. Recoger los tomates maduros, pimientos, calabacines y pepinos. Colocar las cajas a la sombra.
Mirar bien el interior de las coles. Empiezan a dejarse ver las chinches y no se puede tener piedad con ellas (como la tuve en primavera con el grillotopo…). Chinche que asoma, chinche que se despide.

Doblarle las hojas a las cebollas que ya estén bonitas, para que maduren bien y después se conserven mejor.
Vaciar unas regaderas en la media docena de melones que nos dejaron los jabalíes (el resto, zapateados).

Ya han pasado tres o cuatro horas horas. Si el calor no aprieta, quitar hierbas en las huertas, a mano o con una azadilla. Habría que desbrozar tanto, tanto…que no desbrozo nada. Si el calor aprieta, parar. Rellenar, al salir, el cubo de agua  y la bandeja con pienso que le dejo en la puerta a un perro que ví cruzar hace dos días por el camino (ni se paró  ni se dió la vuelta para mirarme)

Al atardecer hay que volver y terminar de regar. Y mañana otra vez.
Y pasado.
Y al otro.
Y al siguiente.

Aquí empieza todo

Diciembre 2011

Todo empieza aquí. Pendiente arriba, en el agua subterránea que se acumula en esta gruta, al pie de nuestra enorme higuera. Sin el agua nada tendría sentido. No habría Rama de Oro, ni plantaciones, ni árboles, ni planes, ni blog. Nada.

Bajando hacia la finca, las terrazas del tío Victoriano van reteniendo el agua que se filtra y desciende por gravedad desde lo alto. En tiempos regaban por surcos (a manta). De las tres albercas primitivas –según nos contó el anterior propietario– sólo queda una. Él y sus hermanos echaron abajo las otras dos, por innecesarias, dizque, y porque comían espacio en la huerta. Es verdad que desde la invención de las tuberías de polietileno todo ha cambiado (habrá que escribir una entrada sobre el riego, que da para mucho). Pero las albercas no sólo valen para regar. Son depósitos de agua por si hay un incendio. Piscinas de piedra llenas de ranas, libélulas, zapateros, notonectas… En el 2010 construimos una segunda alberca; en un par de años, con suerte, levantaremos una tercera. Al pie de la alberca vieja el agua rezuma entre los bloques de piedra y forma una charca que llega hasta las líneas de moras (plantación del 2007). Dejamos que la charca se llene de hierbas y lodo, para gran alegría de los jabalíes (habrá que escribir también una entrada sobre ellos) y gran desesperación del antiguo propietario, que cada vez que va por allí me dice que «cualquier día te comen las serpientes».

Un segundo manantial –¿quizá conectado con el primero?– brota no lejos de la casilla. Hace muchos años lo enterraron, «envuelto en plástico y relleno de piedras», y colocaron una tubería que llevara el agua –también aquí por gravedad– hasta una bañera vieja donde acostumbraban a lavarse las manos, cacharros, etc. Este segundo «manadero” tiene menos fuerza que el de arriba. Da para una bañera, no para una alberca. A principios del 2008, al construir el muro frente a la casilla, arrancamos la bañera y levantamos con ladrillos y “piedra de musgo” un pequeño pilón de menos de un metro cúbico. El agua de toda la finca es potable y riquísima.

En resumen: dos manantiales (uno caudaloso, otro no ; uno abierto, otro enterrado), dos albercas (una vieja y otra nueva, una más grande y otra menos), y un pilón junto a la casilla. Añadamos un estanque artificial, de uso exclusivo para los animales (incluida mi perra Xela), y un bebedero que enterramos en una zona sequísima, al pie de unos melojos; el bebedero se hizo aprovechando la “cáscara” semiesférica de una farola. La forramos de lona de caucho –sobras del estanque–, la enterramos, y camuflamos las orillas con palos y piedras. Se rellena con la manguera, cada vez que se riegan los árboles de esa zona. Lo frecuentan las perdices, está comprobado. Y alguna que otra rana “en tránsito”.

El agua excedente de los dos manantiales se une a la que baja en invierno desde el camino y se va hacia el cauce de pluviales, que procuramos tener más o menos limpio. Así que el agua de LRO finalmente se va al arroyo Tórtolas, de ahí al Alberche, de ahí al Tajo, y de ahí a Lisboa.

Registramos el manantial en la Confederación del Tajo en diciembre de 2007. Cuando nos llegó la autorización, instalamos un contador –que dio muchísimo la lata– y dimos por cerrado el asunto.

(…Pero no, no del todo. Aparte de esa tercera alberca a la que no renuncio, quisiera que el segundo manantial, el enterrado bajo piedra, volviera a aflorar algún día. Ya hablaremos de eso…).