Hielo

Donde en verano hubo tomates y albahaca

A las coles les sienta bien el frío, incluso en las mesas de cultivo (foto). Esta mañana el sensor de temperatura de la placa solar marcaba -6. Cristales del coche helados. Costra de hielo en la acera y en el tejado de la caseta de herramientas.
Plantas del jardín que aguantan estoicamente las heladas: las rosas y la glicinia, por descontado; pero también las mahonias, las nandinas que están arrimadas al ciruelo y a la valla del jardín; el Teucrium fruticans, los iris, los lilos, ¡los ágaves!, todas las aromáticas arbustivas, las salvias de California que también tengan algo de protección (el límite de tolerancia debe de estar justo ahí, en el entorno de los -5 grados).

En LRO, a tres kilómetros del pueblo, todo aguanta la helada. Los fieros olivos. Los fieros almendros. Las jaras y las retamas que han resistido la durísima sequía del 2019 (el agua, no el frío, es nuestra pesadilla). Aguantan en el huerto, además de las coles, los puerros y los ajos plantados hace mes y medio. Con menos dignidad, pero resistiendo, los apios y las alcachofas. Si miro hacia el valle, entre el cerro del Tío Gitano y los pinares dispersos, imagino a los zorros preparándose para parir, en madrigueras bien protegidas del hielo. Más allá de Robledo, ya en la Sierra de Guadarrama, a los lobos, a las hembras preñadas que darán a luz en febrero. Por aquí también lo harán los podencos (no será el primer año que suceda, ni el último), esos podencos flacos que los cazadores abandonan cuando hacen su selección al comenzar la temporada, por viejos o por desobedientes, por no cazar bastante, por cegatos, por cojos, por alborotadores…
Al comienzo del camino, pero peligrosamente cerca de la carretera, vi hace dos días a una perdiz. Una sola. Subía y bajaba el talud como una loca, sin decidirse a quedarse arriba o abajo. Normalmente van en parejas, y desde abril o mayo, si todo ha ido bien, con una hilera de perdigones detrás. Pero esta iba sola, desorientada. Después de sobrevivir al tiroteo interminable de los pasados «días de fiesta», la perdiz aún no sabía, supongo, qué dirección tomar. ¿Hacia las viñas o hacia el monte? Bajé del coche y la espanté, para que, en cualquier caso, se alejara lo más posible del camino.

¿Ya es tarde para poner unas coles?

En teoría, sí. En la práctica, habida cuenta del cambio climático y el año que llevamos, yo creo que NO. De hecho acabo de plantar dos docenas. Coliflores, por ejemplo, las hay de sesenta días, noventa, cien… Coles picudas y repollos se podrán comer pronto, aunque la pella no esté demasiado crecida (a cambio, se ponen más). En teoría la cosa va así. En la práctica, demasiadas variables en juego para atreverse a poner fecha a nada. En esta zona (al pie de Gredos) las coles se suelen poner a mediados de septiembre porque en esa época las noches ya son claramente/bastante/muy frescas. Las hojas están tersas. Los insectos mantenidos a raya por el frío nocturno… Pero no es el caso este año. Los que hayan puesto las coles siguiendo la antigua rutina habrán visto que el calor las hace subir a flor antes de tiempo. Coliflores y brécoles raquíticos, y toda la planta comida a conciencia por las orugas y las chinches. Lo sensato era esperar. Y aún así… Hoy, día diez de octubre, la mínima ha sido de 15 grados y la máxima de 28. Ni una nube en el horizonte. En condiciones normales, en vísperas del Pilar ya estaría empezando a helar. Y en Galicia, en el interior, lo mismo: xiadas nocturnas ocasionales, desde antes de la entrada oficial del otoño.

Se non puxestes aínda os repolos… ídelos poñendo.

Nota 16 de octubre. Han caído cuatro gotas y esta pasada noche, por fin, bajó la temperatura. Aún tiene que bajar más -¡por la tarde seguimos de manga corta!- pero este primer «alivio» otoñal es perfecto para las coles (menos perfecto para lo que pueda quedar del verano; esas plantas de albahaca, por ejemplo, que ya empiezan a arrugarse…)

Caldo gallego, memento mori

                             Sanchez Cotán, ca.1604. Museo de San Diego

SÁNCHEZ COTÁNA los comerciantes de Amsterdam hacia 1660, a Zurbarán antes, a J.S..Chardin después… el mundo les gustaba mucho y les gustaba siempre. Por eso sus bodegones, aun siendo tan diferentes entre sí, parecen saludarnos e invitarnos a tocar/oler/tragar de todo un poco. Pero cuadros como éste de Sánchez Cotán -que no por nada se metió a fraile cartujo- tienen el aire de una despedida. Dan la impresión de estar rechazando lo que con tanto esmero representan. No nos dicen «pasen, vean, y por supuesto coman». Sobrios y púdicos (a la inversa de las vanitas del XVI, tan escandalosas), pero no por ello menos admonitorios, y siempre con su punta de nostalgia, estos otros bodegones sólo nos dicen: ¡silencio!
Las frutas y verduras serán pocas, humildes, en sazón; llevarán solo en parte sus entrañas al aire, bien definidas, sin preciosos manteles ni cachivaches alrededor (ni siquiera el cuchillo que sirvió para partir el melón), y se proyectarán, abandonadas a sí mismas, contra un fondo negro. Que es la noche, o un agujero negro a lo barroco, la nada, el no-tiempo, que también nos engullirá mañana a usted y a mí. Porque un repollo está hecho de la misma materia putrescente que la mano que pinta el cuadro y que los ojos que lo contemplan varios siglos después. Esos ojos -dicho en buen castellano- que se ha de comer la tierra.

Y sin embargo, dicen algunos… ¿qué hay de malo en compartir pudridero con las hortalizas y las frutas? Precisamente por eso, argumentan, por ese seguro destino común, lo mejor que podemos hacer con ellas es prepararnos un buen pisto,  un caldo, una ensalada, antes de que se las lleve la Parca, y a nosotros con ellas.

Último caldo del invierno:
De la hortalizas del cuadro de Sanchez Cotán nos quedaremos solo con la col (col rizada, parece, tipo Milán; no es temporada de melones ni de pepinos),  Herviremos primero unas fabas, un pedazo de jamón y otro de tocino durante un par de horas. A medio camino se echan también unas patatas. Y finalmente la col /repollo o los grelos.. Las habas-habas ¡no son lo mismo que las alubias de la judía! (tampoco es tan fácil encontrarlas en el mercado) pero estas también valen para el caldo. Sean habas, sean alubias, habrá que dejarlas en agua la noche previa.

Coles Goldberg

col chinaBrattleboro, hacia 1985. La pianista Zhu Xiao-Mei, exiliada china en los EEUU,  trata de salir adelante trabajando en lo que puede (baby-sitter, camarera, profesora de solfeo, empleada de hogar…) . Ya ha hecho algunos contactos, también en Europa. Pero no tiene dinero, ni visado, y su edad ya no es la de una principiante (anda por los 35). Xiao-Mei busca trabajo sin descanso. Aprovecha cada minuto libre para estudiar a Bach.

“…Lo que sí sabía es que acababa de hacer el descubrimiento musical de mi vida. Las Variaciones Goldberg llenaron desde entonces mi existencia. Todo está en esa música: se puede vivir sólo con ella. La primera variación me da coraje. La segunda me hace sonreir, y cantar la tercera…danzar la vigésimo cuarta, con su aire de polonesa…meditar la número quince, y la veinticinco…
Después llega la última variación, la número treinta,  ese famoso “Quodlibet” , que me parece una especie de himno a la gloria del mundo. Cuanto más la trabajo, más me conmueve. Bach, al mezclar dos canciones populares –formando con ellas la osatura de la variación- alcanza la cima de su arte: lo profano da nacimiento a lo sagrado, como el más sabio contrapunto hace nacer la simplicidad más absoluta. Un día descubro el título de una de esas dos canciones populares utilizadas en esta variación: “Coles y nabos me han hecho huir/ si mi madre hubiera preparado carne, me habría quedado más tiempo…” (“Kraut und Rüben haben mich vertrieben..”). ¿Qué vienen a hacer las coles a esta variación sublime?.  Al mismo tiempo, ¿cómo no pensar en esas coles de Zhangjiako que teníamos que ir a cosechar a los campos, y que yo encontraba día tras día en mi escudilla?. Es un signo del destino. Todavía hoy, cada vez que escucho esta última variación, veo aparecer delante de mí las áridas y mortecinas extensiones de Zhangjiako…(1)”

Zhu Xiao-Mei, La rivière et son secret, Ed.Laffont, Paris  2007, p. 266

NOTAS
(1) Xiao-Mei, pasó cinco años de su vida (de los 20 a los 25) en diferentes «campos de reeducación» de esta región, al norte de la provincia de Heibei, en la Mongolia interior. La Revolución Cultural puesta en marcha por Mao en 1968  prohibió todo contacto con la cultura occidental, incluída la música clásica, y sólo al final, en el último de esos campos de trabajo, cuando ya las consignas maoistas empezaban a aflojar,  Xiao-Mei y sus compañeros se las apañaron para hacerse con un piano y  conseguir algunas partituras.

La col de la foto es una Brassica campestris L. pekinensis, que aparece en los catálogos de semillas como «pe-tsai». Tiene un aire con las lechugas romanas, pero es una col. Una col china.

Chuches para gallinas

2013-11-05 13.16.42Éstas de la foto son orugas de la mariposa de la col. Según el momento del verano en que se planten (coliflores, lombardas, repollos…), y según la intensidad de la calorina al iniciarse el otoño, el ataque puede ser más o menos peligroso, en especial para las coliflores. Las orugas siempre están ahí, pero es muy diferente que el estallido coincida con las primeras fases de desarrollo de la planta o en las últimas. Si en las primeras, adiós a las coles; si en las últimas, y además el frío acecha, entonces la convivencia es más fácil.  Noviembre está siendo más cálido de lo normal.  A juzgar por lo sucedido otros años, las orugas deberían estar ya medio atontadas de frío, ¡y no ser tan abundantes!. Si la cosa se desmadra, reducirán la superficie foliar a un suspiro (el nervio central de la hoja), la capacidad fotosintética quedará muy limitada (lo que es tanto más grave cuantas menos horas de luz vamos teniendo) y la flor, o la pella, o lo que se coma en cada caso, será muy pequeña, una flor o una pella menguantes… El remedio eficacísimo es el Bacillus thuringensis (la famosa «merienda de negros», de la que ya hemos hablado en otros posts: véase, en el listado de etiquetas, «lucha biológica»). El sobre lo tengo aquí, en la guantera del coche. Pero cuando llega el momento de actuar siempre encuentro alguna buena razón para no hacerlo (total, cualquier noche empieza a helar; total, estas coles ya no son para vender…). Una voz en mi interior me dice muy claramente que estoy metiendo la pata, que así no hay huerta que  se haga respetar;  y me recuerda otros casos de bobería manifiesta, como cuando me puse a hacerle fotos a las chinches, tan bonitas con su gabán naranja y negro. ¿Alternativas al Bacillus, entonces, que se cargaría malamente (parasitándolas) todas las orugas que haya en esa zona?.  Sí la hay.  Recoger las orugas a mano y echarlas en el gallinero de mi vecina Mayca.  La  muerte es mucho más rápida… y mucho más útil. 2013-09-03 09.44.38Ya Perico me había dicho que las coles eran un manjar para las gallinas. De hecho, él suele  llevarse las plantas que sobreviven al invierno, una vez consumidas flores y pellas. Pero este año están las gallinas de Mayca primero: tres extremeñas azules y cuatro castellanas negras, todas ellas con nombre y apellidos, debidamente bautizadas (viven muy, muy bien, que es como tiene que ser; la de la foto es Daisy, extremeña de año y medio). Les he metido en un saco lo que queda de las hojas mordisqueadas, y en un taper aparte, también con restos de hojas, los «ferrero rocher» para el postre, esto es, las orugas, para que no se vayan a la aventura por el coche antes de llegar al gallinero.

Con los huevos de estas siete gallinas clarificaremos el vino en mayo. Quince huevos harán falta. Las claras se batiran y se echarán a la cuba. Y con las yemas haremos un flan (o unas yemas de Ávila).

Sopa de coles ‘Plaisir’

 soupe_aux_choux
Un pueblo perdido de Francia. La sopa de coles, el vino, la amistad de dos viejunos con un extraterrestre -un «bon gars», procedente de un planeta triste-, el gato que va a cumplir trece años, la bicicleta, las flores, la huerta, los recuerdos de los tiempos mozos, la noche estrellada, los concursos de pedorretas (en la misma longitud de onda que la radio del marciano). La joie de vivre.  Y del otro lado, los jovenzuelos con sus motos. El ajetreo. Un alcalde muy moderno que quiere llevar a la aldea «la expansion E-CO-NO-MI-QUE!». Osea, los bulldozers, los chalets, los «parques de ocio». La masa de gente que les echa cacahuetes a los dos protagonistas, esas dos rarezas, que se niegan a vender sus huertas para que se sigan construyendo adosados («…les vieux cons, les vieux cons!», les grita el gentuzo.).
Pero en el planeta OXO quieren empezar a plantar coles, fuente de la felicidad, así que los dos viejunos reciben una oferta apetitosa, extensible al gato…y a la huerta entera.

(«La soupe aux choux», película de 1981, dirigida por J. Girault. Con L.de Funés, J.Carmet y J.Villeret .).

Coliflores de las Galaxias

Noviembre-Febrero
coliflor de las galaxiasEl año pasado conté lo penoso (heroico) que nos había resultado el cultivo de mediadocena de tristes coles. Este invierno, como para compensar la trabajera – y el cuidado que pusimos en no repetir errores, es cierto- la cosecha ha sido fantástica. El primer premio se lo han llevado las coliflores.  Coliflores galácticas,  de la variedad Skywalker, de dos y más kilos alguna de ellas. Blanquísimas. Tiernas. Sanas.
Resumo lo que hemos aprendido en el siguiente «decálogo del cultivo de las coliflores en zonas secas y clima continental-mediterráneo»:
1. Hay que cultivarlas sólo a partir de septiembre; que el suelo sea una bomba de materia orgánica bien descompuesta, y tirando a arcilloso, lo que equivale a decir: un suelo de categoría A+++ y que retenga bien el agua; si la planta crece fuerte, no habra bicho que ose morderla (o, si lo hace, se le van las ganas pronto).
2. Ninguna col aguanta la falta de agua, por más que los manuales insistan en que las variedades de huerta proceden de la col marítima, que sus hojas tienen mecanismos para almacenar agua, etc. Nein. Las coles quieren agua (no llega con que «resistan», con que estén «vivas»: han de estar felices y florecer)
.3. Acolchado constante; mejor con paja que con siegas (las dos cosas más utilizadas en LRO), porque la paja tarda más en deshacerse (y como vamos hacia el invierno, y lo normal es que en invierno llueva y hiele, la paja protegerá el suelo);  
4. Hay que revisarlas cada dos o tres días por si entre las hojas hubiera alguna puesta de la blanquita de la col, chinche, pulgón, o cualquier otra bestezuela de las malas (PERO PERO: si el cultivo se inicia a finales de septiembre, es más que probable .que la bajada de temperatura nocturna vaya poniendo a toda esta gente en su sitio sin que haya que pasar a mayores). Opción (cara): un «velo anti-insectos».
5. Han de estar protegidas del viento, pues son plantas grandonas, que se desestabilizan con facilidad (en ese caso, habría que aporcarlas, cosa que, por otra parte, siempre les sienta bien, como a los tomates).
6. Les gusta el sol pero sin exagerar; aquí prefieren mirar al este y tener sombra por la tarde; el problema de mirar al este es que la helada te puede dejar hecho polvo, pero todas las coles –salvo la lombarda- lo aguantan bien; por lo que he aprendido aquí (hablo, pues, de mínimas que como mucho bajan a -5°), las coles que mejor aguantan el frío y el hielo son las coles de  Bruselas.
7. El cultivo que más se les parece es el de los puerros: también van lentos y también son exigentes. Por tanto: no cultivar en la misma línea.
8. El que menos se le parece, en velocidad y sobriedad (aunque a nadie le amarga un dulce): las lechugas. Lo de «entre col y col, lechuga» va bien, siempre que  cortemos las lechugas con una navaja en vez de arrancarlas(lo que removería la tierra).
9. Las hojas que amarillean y se estropean por abajo hay que ir quitándolas; dejan unas cicatrices bonitas en el tallo, que es casi un tronquito, un «troncho».
10. Y para que la lista sea de verdad un decálogo, añado la mejor receta, la de mi madre: en una fuente honda que pueda ir al horno se extiende una capa de salsa de tomate casera; por encima, las coliflores ya cocidas y troceadas (al cocerlas se les echa un chorro de leche, truco tradicional para que huela menos a azufre); por encima, una bechamel muy fina (de maizena); por encima, emmental o gruyere rayado . Y ya está. Al horno a gratinar.

Paisaxe de inverno

Vimbios+ coles, Son dic-07

Cós vimbios –Salix viminalis, semellantes a fogueiras- ataranse as vides ós emparrados.
As follas das coles, de abaixo arriba, daranse a comer ós coellos e ás pitas.
No cumio pelado do monte de Ribasieira zoa o vento. E na franxa detrás das vimbieiras, onde aínda se conserva un mínimo de terra,  vense medrar os bidueiros, os salgueiros  (recoñécense pola cor rosada das ponlas) e os condenados, omnipresentes eucaliptos.

Todo sobre mis coles

Noviembre 2011

Es el primer año que pongo coles en la huerta. Empecé con las lombardas, en primavera, y continué con coles de Bruselas y coliflores hacia la mitad del verano. Todas esas coles fueron plantadas en la “lasaña” donde se habían cultivado los ajos en invierno (y el año anterior, tomates). Al poner las plántulas añadí medio saco de mantillo a cada una para compensar la bajada de nivel de la lasaña (la materia orgánica se fue descomponiendo e incorporando al suelo original: lo que al principio era un buen colchón de paja, hierba y estiércol, ahora se parece más a una alfombrita de baño… Bueno, sólo crecieron bien y pudieron ser consumidas las lombardas, que se habían plantado a finales de abril. Lo demás también fue consumido, naturalmente, pero no por mí, sino  por un poderoso ejército de chinches, orugas y pulgones.

Con los pulgones me fui arreglando (limpiando las hojas al regar, con paciencia), y con las orugas todavía, porque las retiraba con los dedos, una a una, y las echaba en la orilla del camino, en unos montones con restos de fruta que suelen visitar los mirlos y los ratones.  Pero las chinches… las chinches pudieron conmigo. Me he pasado horas agachada metiendo en un sombrero las orugas y chinches que iba retirando con los dedos. Y es que las chinches son muy cucas; se dejan caer al suelo en cuanto sienten que algo no va bien, y ahí, entre el acolchado y la tierra, se escabullen con facilidad. Además, se pasan el día dedicadas al noble deporte de reproducirse. No exagero. Tengo la impresión de que no hacen otra cosa de la mañana a la noche. Comer y trincar sin parar un segundo. El problema es que no quiero utilizar ningún insecticida, ni siquiera los blandos, por muy admitidos que estén en el Reglamento de producción ecológica. No hay insecticidas selectivos, y pienso que, aunque los hubiera, tener que recurrir a ellos es reconocer que las cosas no se han hecho bien, o no tan bien como se debería. (En las grandes fincas, donde hay mucha gente empleada que vive de lo que se produce, con las consiguientes nóminas que pagar a fin de mes, gastos fijos de transporte, cámaras, etc., las cosas son diferentes, y más cuando hay que vérselas con una plaga. No pretendo juzgarlos, ni mucho menos, porque no sé lo que haría yo misma si me viera al frente de algo así). Aquí, en LRO, es más fácil tomar decisiones. Si me cargo a la chinche, me cargo también a la tijereta, a la mariquita, a la libélula… Y no quiero cargarme a nadie. Así que lo que tengo que hacer es: primero, no desesperarme; segundo, descubrir qué es lo que hice mal.

Hipótesis: las chinches atacaron como fieras salvajes en pleno verano; en ese momento las lombardas ya estaban medianamente crecidas; las otras coles, sin embargo, eran todavía muy pequeñas, con hojas tiernas y apetitosas; las lombardas aguantaron mejor los ataques de la chinche, así que mi primera conclusión –a someter a prueba el próximo año– es que la plantación de verano la hice con plántulas demasiado pequeñas;  tenía que haberlas dejado crecer en un lugar protegido, incluso en módulos de invernadero, y no plantarlas hasta que estuvieran el doble de grandes. Por otra parte, yo no sabía de la existencia de esta chinche –Eurydema ornata–; estoy segura de que cuando vi a la primera paseándose entre las líneas de coles no le di la mayor importancia; al contrario, debí de quedarme contemplándola, encantada de haberla conocido (un bicho nuevo en la huerta, y de librea tan vistosa…) en vez de agarrarla de inmediato y mandarla a freir puñetas al camino. Además de ser más cuidadosa con las fechas de trasplante, y de andar más atenta a los primeros ejemplares, tendré que hacerme una lista con los principales predadores de la chinche (pájaros, lagartijas, arañas… pero habría que ser más precisos). Cualquier consejo, cualquier información al respecto, serán bien recibidos.

La historia no termina aquí.

OLYMPUS DIGITAL CAMERASaltamontes a la derecha, mimetizado con la tierra.

En plena ofensiva general de las chinches aparecieron otros personajes poco recomendables: los saltamontes azules. Al principio, como me pasó con las chinches, me limité a hacerles fotos. ¡Qué bonitos son, cuando, en pleno salto, despliegan ese velo azul turquesa que llevan recogido detrás de las patas!. Y así estuve, alelada, hasta que los pillé con las manos en la masa cepillándose una línea de judías recién germinadas (en la foto se ve al saltamontes a la derecha, mimetizado con la tierra). Unos días después de estas fotos, los preciosos saltamontes azules atacaron la última remesa de coles.Y los conejos remataron lo poco que los saltamontes habían dejado. Y a finales de septiembre, cuando parecía imposible que pasara nada más, cuando ya sólo quedaba media docena de coles de Bruselas y otra media de coliflores, aparecieron los que faltaban: los jabalíes. Echaron abajo la portezuela (hecha con un palé atado con alambres) y zapatearon a placer la cama de las coles.

Bueno. Termino. No me he rendido, eso jamás. He cogido los despojos de las coles y los he trasladado al otro extremo de la finca, a una huerta mejor cerrada. Allí están ahora las coles supervivientes, protegidas con unas mallas rígidas y unas estacas. Las primeras noches frías de verdad han empezado a poner las cosas en su sitio. No hay ni rastro de chinches ni de saltamontes. Y, aunque no me gustan los cazadores, tengo que decir que el comienzo de la temporada de caza ha alertado a conejos y jabalíes. No me alegro. Preferiría enfrentarme a ellos de otra manera: reforzando los cierres de las huertas, para empezar. O poniéndoles comida apetitosa en otros sitios.

En fin. Las coles siempre me han parecido unas plantas muy hermosas: erguidas, robustas, carnosas, sólidas, como pequeñas esculturas vegetales. Creo que aunque no fueran comestibles seguiría luchando con el mismo ahínco por sacarlas adelante.

Lombardas vs. lechugas

Agosto 2011

Cosas que he aprendido en la huerta a fuerza de equivocarme: hay que ir mezclando a los más rápidos con los más lentos, porque es la mejor forma de aprovechar el espacio (o lo que es lo mismo, el tiempo). Al hacer la planificación de las huertas he procurado tener en cuenta las familias botánicas y las necesidades de suelo y humedad de cada hortaliza. Pero no me había parado a pensar en los diferentes ritmos de crecimiento.

La lombarda es la más cansina entre las cansinas coles. La lechuga, en el otro extremo, va como una flecha. Bien regada, está lista en 30 días. La lombarda pasa más de medio año en el huerto, y eso sin contar con los ¿tres, cuatro? meses que a lo mejor se tiró en el vivero, desde el momento de la siembra. Si se ponen lechugas entre las coles, cuando la col está lista para ser arrancada hace ya mucho que nos hemos llevado y comido hasta dos tandas de lechugas; es decir, que cuando la col está enorme ya no hay nadie estorbándole por los pies. En el último tramo de su desarrollo está sola. Además, la lechuga es de buen conformar. No necesita un gran abonado, y sus raicillas ni en sueños le harán competencia a las de la col. El único posible inconveniente que le veo a este cultivo intercalado de lombarda y lechuga es que (y todos los libros de horticultura insisten en esto) las coles necesitan un suelo firme. Cada vez que se arranca una lechuga –para colocar otra un palmo más allá, previa incorporación de un poco de humus, y siempre y cuando en el suelo no haya parásitos– se esta removiendo la tierra e incordiando a la col. Pero esta operación puede hacerse con cuidado. Y además, sólo se hace una vez a lo largo de la estación: al trasplantar las lechugas –pongamos, en junio– se deja entre ellas un espacio algo mayor que el que recomiendan los libros, de modo que, al cortarlas, se pueda ir colocando la segunda tanda intercalada –pongamos, en agosto–. Así lo estoy haciendo yo ahora, y a lo que parece la cosa va bien.

Esto que cuento se refiere a la huerta de verano, a lo que tengo creciendo en estos momentos en el campo. Pero debiera valer también para la huerta de primavera con alguna pequeña variación: al trasplantar en marzo unas coles primaverales puede intercalarse con ellas una hilera de espinacas, que resisten el frío y son también relativamente rápidas (para las lechugas, aquí, hay que esperar un mes más). Y  lo mismo en agosto/septiembre con unas coliflores, intercalables con espinacas o, para variar, con rúcula. Así que veloces lechugas cuando ya hace calor, y rápidas espinacas cuando refresca (sea en primavera, sea en otoño). Y en ambos casos, las también rapidísimas, agradecidísimas rúculas.

Sólo porque me gusta el naranja/amarillo contra el morado he sembrado caléndulas entre las lombardas. Creo que lo suyo era poner capuchinas, pero aquí, con tanto calor durante tanto tiempo, ni siquiera bajo el sombrajo habrían estado contentas.