LRO linda por abajo con la viña de Perico. La viña de su hermana, en realidad. O de su sobrino, un sujeto apodado «el Churrito», que tiene a sus perros de caza hacinados y los abandona en el monte cuando son viejos (noticia que me llega por su mismo tío Perico, como la cosa más natural del mundo).
Este hombre ya mayor, Perico, soltero a su pesar, se jubiló de su trabajo en el ayuntamiento hace tres o cuatro años. Sus tareas, imagino, serían las de los clásicos factótums de pueblo, que lo mismo te desatascan un registro de agua que levantan un tabique, «podan» las plataneras del parque, hacen recados, cambian bombillas… Perico ha vivido siempre con alguna de sus dos hermanas, ambas viudas. Le gusta muchísimo pegar la hebra, aunque es de los que hablan y hablan y jamás escuchan. Por eso no percibe mi escándalo cuando me cuenta lo del perro viejo que ya no cazaba y se quedó en el monte, etc. O sí lo percibe (¿?) pero le importa un carallo, porque en cualquier caso no lo entiende, y finalmente lo deja pasar… Otra de mis rarezas, pensará, como la de no arar la viña. Perico nunca levanta la voz ni se enfada. Es cansino, monótono como una chicharra. Cotilla incurable. Gran concepto de sí mismo. Tranquilo. Trabajador. Honrado y ahorrador, seguro. Hombre cabal. Siempre quiso casarse y así en la cara te lo dice. ¿Cómo es posible que ninguna moza le hiciera caso? Su modelo de mujer era, y supongo que es y siempre será, Esperanza Aguirre, por la que proclamaba abiertamente su admiración. Le tenía envidia a Anastasio, q.e.p.d., porque, siendo como era «un borracho y un desastre, que echó a perder lo de sus padres y después lo de sus hermanos», había encontrado a la Mari, una fuera de serie, «una santa», que lo había querido y cuidado hasta el final. ¡Inexplicable! Y nunca se cortó conmigo: sin llegar a insultar a Anastasio, como hacía Pepe el Nefasto, el otro vecino de LRO ( q.e.p.d. también él, si es que puede), Perico sí lo ponía educadamente a parir. Perico-Cuasi-Perfecto. Ni sentido del humor ni gota de compasión. Las dos cosas que le sobraban a Anastasio, ese «borracho perdido», «mantenido por la Mari» y largo etcétera.
A los pocos meses de jubilarse Perico me comentó que «andaba terminando por fin su casa» ¿Cómo su casa? Sí, su casa propia, a la que pensaba mudarse ahora… Con 65 años, ¡Perico se independizaba! Solo le faltaba terminar un baño. Qué bien, le dije.
El otro día se paró a charlar en el camino, como siempre. Que no se ha mudado a aquella casa lo sé por otros vecinos. No hay que preguntar qué pasó. Las últimas veces que lo hice, que pregunté, siempre había algún detalle que le obligaba a aplazar la cosa… Ahora venía de reponer unas cepas «en lo de su hermana». No le gusta ver huecos en las líneas (aquí les dicen «líneos», como dicen «lagartijo», «motosierro» etc). Cuando una cepa muere, corriendo la reemplaza para que la simetría sea completa y no se pierda ni un metro cuadrado. Perico -es justo decirlo- tuvo mucho que ver en la renovación de la cooperativa del vino y de la almazara del pueblo (hace unos 20 años). Vale mucho para todo eso. Y es tenaz. Cansino, vuelvo a decir. Está en las juntas directivas y seguro que las decisiones que toma las toma bien. Eso sí, sin mear nunca fuera del tiesto. Sin arriesgar una perra… Y como en la cooperativa pagan la uva sin seleccionarla, al peso, a Perico, como a los demás, le interesa producir mucho (quiero decir: no repone cepas solo por el prurito estético, para que las discontinuidades en el líneo no le dañen la vista, como se la dañaba a Anastasio, por cierto, ver una sola hierba en «lo arado»). Me pasma ver pasar a Perico con su remolque cargado de uvas, año tras año, vendimia tras vendimia, cuando ya se acerca a los 70 y no hay un solo sobrino que le venga ayudar (todo lo más, el miserable Churrito).
Reinicio.
Cada año, al terminar la poda, retiramos el pie seco de alguna vieja cepa. Hasta hace nada todavía las reemplazábamos. De hecho en LRO hay 25 nuevas, que el propio Perico me ayudó a injertar en 2015 (eran 35 bravías; 10 injertos no fueron adelante). ¿Seguir reponiendo? ¿Y para qué? Con más de cincuenta años (serán 54 este verano), ¿cuántas vendimias nos quedan? ¿Diez?¿Doce? Ojalá. Pero para esas 10 vendimias hay uva de sobra. El año pasado solo hicimos una tinajilla de 300 litros. Nos dimos el lujo de seleccionar uno a uno los racimos, ¡casi las uvas!, y de ir echándolos lentamente en la despalilladora.
El nuevo plan es este: 1. hacer menos vino pero mejor, y 2. cuidar con esmero todos los retoños de encina que vayan saliendo por la viña. Como no se ara, dejar incluso matas de cantueso y santolina por las calles (no todas; hay que poder vendimiar). Mantener los dos desbroces anuales. Cavar los pies si hay tiempo y ganas. Seguir sin echar azufre ni cobre (autorizados en viticultura orgánica; pero hace ya cinco años que detuvimos los tratamientos). Sólo sol y agua de lluvia. Devolver los hollejos a la viña después de prensados. Ir empezando la transición hacia… otra cosa. Cuidar más los árboles, que es lo que quedará detrás cuando las viñas «se pierdan», es decir, cuando nadie venga ya a podarlas. Reservar el agua para los árboles. Protegerlos de los corzos, que despellejan las cortezas tiernas -y no pocas veces llegan al cambium- cuando usan troncos y ramas para desprenderse del terciopelo, esa especie de tela que cubre, como papel de regalo, sus cuernas recién estrenadas. Seleccionar, refaldar y dar forma incluso a los retoños de melojo. A los brinzales de pino piñonero. A cada almendra enterrada que quiera germinar. ¿Plantar más olivos?
Ya iremos viendo.
