A mis vecinos les parece una extravagancia que deje crecer las hierbas entre las viñas, bajo los olivos, en el espacio entre huerta y huerta. Aquí siempre se ha arado, me dicen, y no una, sino varias veces al año. Se ara en primavera (al salir del invierno: desde el momento mismo en que la tierra deja de estar empapada) para que no crezcan las hierbas, y se sigue arando en verano “para romper la costra”. En otoño y en invierno se ara cuando se puede, “para que entre el agua”. Aran de forma rutinaria, incluso donde no hay nada sembrado ni previsión de que vaya a haberlo. Aran y aran “para que todo esté bien limpio”.
Algunas de las razones que alegan son importantes:
- Las hierbas, que para mis vecinos son siempre “malas hierbas”, compiten por el agua y los nutrientes.
- En verano, secas, son altamente inflamables.
- Lo de “romper la costra para que la cepa respire”, sin embargo, no logro entenderlo ni siquiera cuando trato de adoptar su punto de vista: abriendo surcos en la tierra reseca sólo se consigue que la escasa, escasísima humedad acumulada a cierta profundidad se pierda antes; donde no hay posibilidad de regar, en una tierra de secano casi total durante meses, ¿no es más lo que se pierde que lo que se gana?.
- En otoño y en invierno el problema puede ser el exceso de arado. Una vez podría bastar, creo yo, “para que la tierra se cargue bien de agua”. Pero todos los años veo que muchos aran dos y hasta tres veces entre la vendimia, en octubre, y la poda, a finales de febrero. Con la tierra removida y pocas o ninguna raíces para sostenerla, la lluvia abre grietas profundas allí donde la pendiente es un poco pronunciada. Las grietas se convierten en cárcavas. Y en algunos rincones, con el paso de los años, esas cárcavas acaban dejando ver el hueso: la roca madre que aflora. Así que el cuarto argumento tampoco me convence, al menos no completamente.
Esas son las razones por las que mis vecinos aran. Pienso que hay además una razón de fondo de la que no son del todo conscientes. Les gusta ver la tierra desnuda. Es una imagen que les tranquiliza. Las “malas hierbas”, como las zarzas enmarañadas, la charca llena de lodo o la copa sin podar de un olivo, les causa desasosiego. O eso me parece percibir a mí cuando converso con ellos. Una viña intransitable, con las calles invadidas por las alijonjeras y los hipéricos, para mis vecinos es un escándalo. Una muestra de desidia, de completa dejadez.
El cultivador.
Cuando dicen “arar” en realidad casi nunca (quizá nunca) se refieren a pasar el arado, sino a pasar un cultivador de “golondrinas” (varios dientes de hierro atornillados a un bastidor; rompen la tierra pero no la voltean). El cultivador es menos agresivo que el arado, pero tanto uno como otro, en cualquier caso, alteran la capa fértil (los 30 primeros centímetros), donde se encuentra la microfauna encargada de descomponer la materia orgánica y mantener vivo el suelo. El daño es enorme. Y también el que se hace a las raíces superficiales de las viñas. Y a la miríada de invertebrados que encuentran abrigo y alimento en esos herbazales, y que tienen un papel insustituible en la “lucha biológica” contra las plagas. Por eso hay que estar muy seguro de lo que se va a conseguir arando antes de hacerlo. Tiene que compensar. ¿Compensa realmente?. Lo que se ha destruido no se va a recuperar después en dos-tres horas (el tiempo que lleva arar el viñedo de La Rama de Oro).
La extensión arada “hasta siete veces al año” (así me lo aseguraron, literalmente, para hacerme ver el valor de lo que me vendían). La foto es de finales de octubre.
Ese mismo lugar de la finca un mes más tarde, después de las primeras lluvias.
Escuchando a unos y leyendo a otros he llegado a la conclusión de que, según sea la tierra, el clima y el tipo de cultivo, podría no ararse en absoluto o ararse, todo lo más, una o dos veces al año, justo antes de las últimas lluvias (lo que es difícil de prever…). Más de eso, pienso que nunca compensa. Hablo de los cultivos leñosos, y de todos los espacios donde no se vaya a sembrar ni plantar nada. Pero incluso en una huerta la práctica de arrancar hierbas (en este caso, con la azada) me parece a veces un poco obsesiva. Es bueno que haya hierbas, muchas y muy variadas hierbas, en todos los rincones donde no compitan con los tomates o las patatas; que no haya hierbas en los caballones, desde luego, pero ¿por qué no ha de haberlas todo alrededor, y lo más cerca posible?.
En La Rama de Oro, en especial en las terrazas donde hay cepas, la tierra es arcillosa. Entre el invierno y la primavera caen unos 450 litros de lluvia al año.
Hemos escogido no volver a arar.
En tres años la finca se ha llenado de saltamontes, mariposas, escarabajos. Y claro: también de abejarucos, de tórtolas, de alcaudones, de sapos y todo tipo de reptiles… Hacia mediados de junio el campo empieza a agostarse. Muchos invertebrados terminan por entonces su ciclo reproductivo, y es en ese preciso momento cuando hay que empezar a desbrozar. Sin descanso. En un mes no deberían quedar más que islotes marginales, pequeños refugios dispersos aquí y allá.
Si el riesgo de incendios no fuera tan elevado (la segunda razón que alegaban mis vecinos), creo que sólo desbrozaría los caminos y entre las viñas (por razones que luego explicaré). Dejaría el campo entero a su aire, y que la sucesión de especies vegetales siguiera su curso sin mi intromisión (que, al desbrozar, siempre favorecerá a las especies de menor altura).
En cuanto a la primera razón que daban para arar, la de la competencia entre hierbas y cultivos, es verdad que en primavera no la he evitado. Pero es que esta tierra es suficientemente húmeda y está, además, orientada al Norte. La humedad no le viene sólo de la lluvia, que desde luego no es tanta. Le viene de la alberca y de la charca de la parte alta de la finca. Durante muchos meses el agua sobra. La competencia primaveral entre hierbas y cultivos, aquí, no es un argumento convincente. Y si no lo es en primavera, tanto menos lo será en verano, cuando las hierbas se agostan.
Utilizo una Stihl 130. No pesa mucho y consume relativamente poco combustible. El ideal, en una finca tan grande, sería una desbrozadora de las de ir cómodamente sentado. O no. En realidad, no. El verdadero ideal, si todo fuera más sencillo, si no existiera la pesadilla del fuego, sería pasar una guadaña entre las viñas y por los caminos. Sin prisas. Sólo entre las viñas y por los caminos. Y con eso bastaría.
En el mundo real de La Rama de Oro he de pasar incluso una segunda vez la desbrozadora, porque las hierbas están muy altas y quiero triturar bien la paja seca (se descompondrá antes). A veces veo con mis propios ojos cómo el hilo de la desbrozadora parte por la mitad a un saltamontes, o pone en fuga a una legión de chinches… En pleno verano, cuando lo hago, creo estar minimizando los daños, pero soy consciente de que mi mera presencia tiene siempre consecuencias negativas para los animales de la finca. En alguna ocasión he estado a punto de matar con la desbrozadora a un gazapo; sólo a punto… pero tan cerca que procuro no olvidar nunca hasta qué punto hay que ser cuidadosos. Mis perros no dejan que las perdices aniden al pie de las cepas, como sí hacen en otras fincas; con todo y eso, dejo sin desbrozar el espacio bajo los sarmientos, que después limpio (más o menos…) con las manos o con una azadilla. Donde hay hierbas muy altas empiezo cortándolas por la mitad (y no al ras), para darles tiempo a las serpientes a sentir las vibraciones del motor que se acerca.
En cuanto a las huertas de cultivos herbáceos, rara vez se pasa ya el motocultor para mullir la tierra. Tomates, calabacines, pimientos… todo (con excepción de la parcela de patatas) se cultiva en montones de paja y mantillo, y son las lombrices y demás familia las que se encargan de mejorar la estructura del suelo. Pero esta es otra historia, que queda para otro día. Cuando salen hierbas entre las plantas las quito a mano, muy selectivamente. Dejo siempre alguna que otra: alguna fumaria, que se llenará de mariquitas, alguna manzanilla.
La viña, por lo demás, sólo está cubierta de hierbas hasta finales de junio o mediados de julio. Por esas fechas se desbroza. De otro modo los sarmientos, ya muy crecidos, se enredarían entre las hierbas secas. No entrarían ni la luz ni el aire en el momento en que los racimos empiezan a madurar. Finalmente, la vendimia se haría imposible.
En La Rama de Oro hay catorce olivos de tamaño mediano. El mismo día de ir a recoger la aceituna limpiamos un poco con un rastrillo bajo la copa. Para entonces, ya en pleno invierno, ninguna hierba molesta gran cosa.
Por último. En la parte baja de la finca la pradera se mantiene sin arar y sin desbrozar. Sólo se “limpia” la linde con el vecino y el camino que la rodea, en la (seguramente ingenua) convicción de que si se iniciara por ahí un incendio esas tiras de tierra pelada valdrían para atajarlo más fácilmente.
Desbrozar implica un trabajo físico enorme. Y un trabajo que a veces hay que hacer con 35º de temperatura o más. Pero en líneas generales, en los cuatro años que llevamos haciendo las cosas así, pienso que el cambio ha sido positivo. Lo peor es que a veces se echa la vendimia encima y todavía no se ha terminado de desbrozar por algunas zonas. Es un problema de tiempo y de dinero (de tener la posibilidad de contratar a alguien para que eche una mano con la desbrozadora). Pero sólo eso. La tierra no se ha vuelto a romper. Y yo he podido empezar un catálogo de insectos y flores que va creciendo de año en año.