El milagro del olmo

el milagro del olmoMientras esperamos que se produzca en Sarria «el milagro del aliso» (véanse últimas entradas), voilà por todo el hemisferio norte este otro milagro, el de los olmos, que florecen y fructifican antes de la brotación,  en marzo, cuando por la noche las temperaturas todavía no suben de cinco grados, incluso menos. Doble milagro, además, en los olmos supervivientes de la grafiosis (como los extraordinarios Ulmus minor  de Rivas Vaciamadrid:http://elpais.com/diario/2003/07/01/madrid/1057058677_850215.html.)

OLYMPUS DIGITAL CAMERALos olmos y demás árboles de las plazas públicas siguen siendo terciados contra viento y marea en muchos pueblos; cada vez  es menos frecuente, (en Madrid hace mucho que ya no se tercia nada) pero hay jardineros en algunos ayuntamientos que se resisten a cambiar, a escuchar siquiera.  Terciar un árbol es cortarle dos tercios de su volumen.  Un árbol repetidamente terciado se queda tan débil que si su estado de salud previo era malo o regular,  puede que ya no levante cabeza.  Y entonces no hay milagro que valga: los primeros años saldrá una peluca de brotes verdes que harán creer a algunos en el efecto «revitalizante» de la poda; pero poco a poco la brotación irá perdiendo empuje, y  un buen día, tras el enésimo terciado, el árbol ya sólo  brotará tímidamente por el borde de las heridas. Brotará como pueda -poco y mal-  y esas briznas famélicas se secarán con la primera brisa del verano.   Eso es lo que le ha pasado a estos olmos mutilados de  la foto, con el agravante de que ya estaban enfermos y de que tenían muchos años.  Un jardinero inmisericorde los machacaba metódicamente con su motosierra cada dos o tres años. La pasada primavera tiraron la toalla. Justo cuando les acababan de poner una plaquita junto al tronco, celebrando su longevidad y no sé cuantas cosas más… No sabemos si la grafiosis los hubiera liquidado de todos modos; sí sabemos  que, aún en ese caso, los terciados repetidos (para «rejuvenecerlos», me dicen cuando pregunto) adelantaron la muerte de esos árboles en unos cuantos años.

olmo sotoA la izquierda, en otro pueblo de la sierra madrileña: intento de reconstruir la copa de un grupo de olmos que durante diez años recibieron el mismo tratamiento desconsiderado que los ya difuntos de mi pueblo. Las inserciones de las ramas, a partir de los muñones  que deja el terciado, son siempre malas.  Además, en algunos puntos hay indicios del paso de «escolítidos», esos escarabajos que abren galerías por la madera y llevan y traen los hongos de la grafiosis.  Todas las ramas afectadas se han eliminado. Si el ataque no es salvaje, no hay más olmos cerca, y el estado general del árbol es bueno, ¿podría bastar con eso?. Las opciones, en este caso relativamente «light»,  serían: tratar de mantener a raya la enfermedad y ganar tiempo, ordenando la copa, fortaleciendo el árbol, o talarlo todo sin contemplaciones…

ecda934e1e466e05703b4a926615af75Talar sin contemplaciones.  Ultima foto, la de los famosos olmos de Las Vírgenes Suicidas  (S.Coppola, 1999)., en un barrio de Detroit.    El Park Department  -y el conjunto de vecinos «comme il faut»- quiere liquidar los olmos enfermos de grafiosis para evitar contagios y detener el espectáculo de su lenta decadencia. Las hermanas Lisbon, tan «enfermas» ya como  los árboles, consiguen salvar de la tala al  que crece frente a su casa.  Nadie se hace preguntas. ¿Por qué  enferman los árboles, por qué enferman las niñas?. Su madre las mantiene encerradas bajo llave. El Park Department fumiga y fumiga…  Pero para las hermanas Lisbon la muerte es algo natural.  Cecilia, la más joven (y la primera en suicidarse), trepa a lo alto del olmo condenado y mira desde arriba a los chicos del barrio, que no entienden nada.  Muertas las cinco hermanas, talados  «sin contemplaciones» los olmos enfermos,  el barrio queda desinfectado y aparentemente en orden…3_sofia_coppola_favorite_films_the_virgin_suicides

Shishi odosi

cervus nipponDicen los libros que los ciervos sica estuvieron a punto de desaparecer en Japón al mediar la Era Meiji. En esa época (finales del siglo XIX y primera mitad del XX) los ciervos habían pasado de ser objeto de veneración a ser objeto de caza masiva. Esta persecución, sumada a la deforestación acelerada de las islas, puso a los ciervos al borde de la extinción. Hasta ese momento habían sido considerados mensajeros del cielo. Vagaban libremente, como las vacas en la India, y a veces se acercaban hasta las aldeas y los templos. Todavía lo hacen a día de hoy, según cuentan las guías turísticas, en la ciudad de Nara, antigua capital del Imperio del Sol Naciente. Las últimas poblaciones salvajes viven  en Hokkaido  y en algunas de las islas más montañosas y desapacibles del norte.  Para evitar que los ciervos se comieran los brotes tiernos de los arbustos del jardín, los monjes  inventaron el shishi odosi, el «espanta-ciervos», un artilugio formado por una caña hueca de bambú, en la que siempre circula el agua, y que va llenando poco a poco una segunda caña, sujeta en un balancín. Cuando esta segunda está llena, se cae hacia delante, se endereza de nuevo, y golpea la piedra que tiene detrás.

espanta-ciervosHace unos quince o veinte años empezaron a ponerse de moda por aquí los jardines japoneses.  Una versión simplificada y vacía de contenido, en realidad, como son siempre estas cosas (1). Lejos de la exquisitez inimitable de los jardines originales, se nos enseñó que un «jardín japonés» podía ser, simplemente, una colección de arces de follajes púrpuras combinados con alguna conífera, unas azaleas rosas y blancas, cuatro o cinco pedruscos y  una pantalla de bambúes. Se dieran o no las condiciones de clima y suelo (más parecidas a las de Asturias que a las de Madrid) una caricatura de jardín japonés vestía mucho en los patios interiores de ese Gran Banco o esa Gran Constructora que, no mucho tiempo después,  se desintegrarían en el aire de la noche a la mañana, llevándose con ellos sus azaleas, sus piedras de granito imitando el Monte Meru, y, por supuesto, los ahorros de sus clientes. Lo japonés se puso de moda – como el shushi y los libros de autoayuda pseudo-budistas, o las versiones del Bushido (2) adaptadas a las altas finanzas- justo en los años del pelotazo. No sé por qué, pero así fue. ¿Y qué quedó de todo aquello? En mi pueblo de la meseta madrileña, un Acer japonicum penando en una mediana. En el hueco de las escaleras mecánicas de un Centro Comercial de mi otro pueblo, en La Coruña, una pequeña extensión de arena rastrillada (llena de colillas) con tres piedras de diferente tamaño colocadas al buen tuntún. Las casas comerciales de jardinería, como Intermas, sacaron al mercado shishi-odosis, por la módica cantidad de setenta euros. No había ciervos que espantar, y el toc-toc-toc… acababa sacando de sus casillas al jardinero, pero  el cacharro se ponía igualmente, junto al cerezo que no daba cerezas y al puentecito de madera rojo que no cruzaba ningún río.(3)

descarga (3)La primera parte de «Kill Bill»  (Q.Tarantino) se rodó en 2003, momento en que todo lo japonés hacía furor. Tampoco sé muy bien por qué esa quietud radical de los jardines japoneses -las piedras parecen ahí colocadas desde el origen del mundo-  se combina de forma tan eficaz con la violencia. Por ahí deben de ir las explicaciones. Lo más limpio, inmutable y ordenado  suele hacernos saltar las alarmas. Pero puestos a hablar de violencia, quizá sea más soportable en su forma desatada, desmelenada, al estilo Kill Bill, que en la contenida y surnoise de ciertos consejos de administración. La escena tiene lugar de noche, bajo la nieve, en un coqueto jardín privado de Tokio: estanque de aguas someras y orillas despejadas, piedras colocadas con cuidado, imitando islas o montes, arbustos de hoja persistente  podados rigurosamente (pero asimétricos: no hay dos iguales), pinos y enebros, alguno incluso en miniatura, la linterna de piedra, el paso de piedras irregulares («paso japonés»), la galería de bambú…
Tal como se reproduce más abajo, la escena está dividida en tres tramos, precedidos de una breve introducción: Combate + desenlace + anti-clímax. Los dos primeros tienen música. En el tramo central, donde todo se decide, sólo se escucha el viento, la respiración de los guerreros, y el monótono golpeteo del shishi odosi (minuto 5:12, y otra vez desde 6:12) 


NOTAS
(1) No se puede evitar. Seguro que a algunos japoneses del siglo XXI les encantaría encontrar un jardín morisco, o un olivar… en las faldas del Fujiyama.
(2) «El Camino del Samurai».
(3) Quizá no haya que renunciar a nada. Lo complicado es tomar de cada estilo de jardín aquello que SÍ puede adaptarse a nuestro mundo (nuestros vegetales,/ clima/ entorno cultural). Por ejemplo: podar nuestras santolinas y las lavandas en formas más o menos esféricas pero asimétricas. Este mínimo detalle es típicamente japonés -ajeno al jardín  occidental- pero suele quedar muy bien…Como el uso en grandes masas de los iris ( usando, en lugar de las especies japonesas, los híbridos de jardín, rizomatosos, que soportan bien la sequía), etc. Lo que no funciona, me parece, es la imitación literal. En cuanto al shishi-odosi, resulta tan extraño en un jardín de Madrid como, no sé, ¿un botafumeiro?

Robinson grita

(Continuación del post de ayer «Robinson siembra»)

«El Señor es mi Pastor. Nada me falta. A verdes prados me conduce, a arroyos de agua clara…»
Robinson grita  porque acaba de morir Rex, su perro.  Corre al  «Valle del Eco” para oir alguna voz, la que sea, humana o no. Vuelve a la cueva, abre de nuevo los Salmos y, totalmente hundido,  murmura esto: “Las Escrituras ya no significan nada para mí…El mundo es sólo una pelota que gira…”. Con estas palabras termina la primera parte del Robinson Crusoe de Luis Buñuel.

El perro de Robinson (el original) no tenía nombre.  Todo lo que dice de él Defoe  en el libro es esto: “Mi perro fue un compañero cariñoso y agradable durante dieciséis años, y luego murió de vejez…”. De hecho, del único de sus animales que habla  por extenso es del loro, Poll (también el único con nombre propio). Los gatos andan por ahí. Cuando nace una camada, Robinson arroja las crías al mar.
La versión de Luis Buñuel está en youtube.  Es una película extraña,  intensa y pertubadora, y parece difícil no quedar subyugado por algunas escenas: la muerte de Rex, ya muy anciano, mientras la lluvia azota la isla y no parece querer amainar nunca; la desolación de Robinson tras su entierro, la inútil invocación al Señor en medio de las “verdes selvas” (o verdes prados, según la traducción), los gritos dementes en la orilla del mar, tea en mano …. Es un Robinson que no tiene “casi” nada que ver con el del Defoe. Éste, aunque siembra su cebada y cría cabritos,  y no para un instante de trajinar, también ha sentido vacilar su mente en alguna ocasión, en especial al principio.  Pero no se deja abatir, al contrario. La desesperación le lleva a la contrición (ha sido mal hijo, desobediente, avaro, etc), y ésta le hace postrarse ante el Señor, e incluso darle gracias por lo bien que cuida de él. Los Salmos que Robinson musita en el libro (“Sirve al Señor y regocíjate”) no son los mismos que su alter-ego   berrea en la película («a verdes prados me conduce…», como la isla, puro verdor).  El Robinson de Buñuel  ya no va a tener tan presente a Dios, y sólo vuelve a abrir la Biblia una vez,  para completar la formación de Viernes, que le deja desconcertado con sus preguntas. Con todo, lo más conmoverdor de la película, en mi opinión,  es que  lo que provoca el estallido del hasta entonces paciente Robinson es la muerte de Rex.  Ahora  SÍ. Ahora, muerto el perro, él está  solo y no es nadie: un cero a la izquierda.
…Pero no hay nada de esto en el libro. Sólo en un pasaje muy concreto el Robinson de Defoe parece estar a punto de perder la compostura; sucede cuando, tras más de veinte años de soledad en la isla,  es testigo de cómo un barco naufraga otra vez frente a sus costas (curiosamente, en él vendrá un segundo perro; Robinson sólo habla de él una vez, al salvarlo, y después le perdemos la pista).  En el momento en que más esperanzado estaba de poder volver a tener compañía humana– “¡aunque sólo fuera uno, Señor, aunque sólo fuera uno!”- la Providencia decide que no, que ha de seguir solo.

“…Cuando murmuraba estas palabras mis manos se entrelazaban fuertemente y los dedos oprimían de tal modo las palmas de las manos que, de haber tenido algo en ellas, lo habría aplastado sin darme cuenta. Los dientes me rechinaban, y la fuerza con que se encajaron era tal que hasta un buen rato después no conseguí separarlos…” (p.238).

De todos los episodios de vacilación del protagonista, Buñuel parece haber retenido únicamente ese párrafo. Añade al perro, cuidado con devoción hasta el final (le hace sopitas, va a cazar para él un pichón…).  Cambia el sentido de los salmos, para descubrir que no encuentra consuelo en ellos. Y reemplaza al Dios providencial de Defoe por la inmensidad verde de la selva, una selva espesa, indiferente, ciega y sorda, que devuelve al hombre el eco de su voz… y nada más.

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La segunda parte de la película se centra en Viernes.  Hemos olvidado al perro y a los gatos (que se han asilvestrado); el viejo Robinson, ya un poco chocho, se para a hablar con las hormigas, a dejarles miguitas de pan… Todo transcurre, más o menos, como en el libro. El protagonista, tras salvar de la muerte al capitán de un barco español, al que sus marineros amotinados iban a liquidar, conseguirá volver a su tierra. El libro todavía continúa con algunas aventuras. La película se detiene ahí, en el instante de abandonar la isla.
La escena final  también está en youtube, con el título «Robinson se viste de gala para dejar la isla». Si se atiende bien a lo que sucede en esta última escena, hay dos detalles  más llamativos que las ropas de Robinson y Viernes. El primero, lo que el «master» le dice al «salvaje» antes de subirse a la barca: «después de todo lo que has visto hoy, ¿no te da un poco de miedo venir a la civilización?». (Robinson se refiere al motín y a la crueldad de los marinos sublevados: los blancos no somos caníbales, Viernes, pero tampoco criaturas celestiales). Y el segundo, que nuestra memoria retendrá seguramente para siempre (¡aunque olvide el resto de la película!),  es lo que Robinson,  ya bien instalado en la barca,  ve y escucha cuando se gira por última vez a mirar su isla. Lo que ve: una panorámica de esos «verdes prados», a los que había gritado en vano en el momento de desolación. Y lo que escucha: alguien que le llama…unos ladridos…
Rex.

NOTA
La película completa: http://www.youtube.com/watch?v=b-YoBU0XT90. La escena que va desde la muerte de Rex hasta los gritos desolados a la orilla del mar: minutos 37 a 43. Son los siete minutos imprescindibles

Sopa de coles ‘Plaisir’

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Un pueblo perdido de Francia. La sopa de coles, el vino, la amistad de dos viejunos con un extraterrestre -un «bon gars», procedente de un planeta triste-, el gato que va a cumplir trece años, la bicicleta, las flores, la huerta, los recuerdos de los tiempos mozos, la noche estrellada, los concursos de pedorretas (en la misma longitud de onda que la radio del marciano). La joie de vivre.  Y del otro lado, los jovenzuelos con sus motos. El ajetreo. Un alcalde muy moderno que quiere llevar a la aldea «la expansion E-CO-NO-MI-QUE!». Osea, los bulldozers, los chalets, los «parques de ocio». La masa de gente que les echa cacahuetes a los dos protagonistas, esas dos rarezas, que se niegan a vender sus huertas para que se sigan construyendo adosados («…les vieux cons, les vieux cons!», les grita el gentuzo.).
Pero en el planeta OXO quieren empezar a plantar coles, fuente de la felicidad, así que los dos viejunos reciben una oferta apetitosa, extensible al gato…y a la huerta entera.

(«La soupe aux choux», película de 1981, dirigida por J. Girault. Con L.de Funés, J.Carmet y J.Villeret .).

El séptimo samurai (y 2)

Verano 2012

«The farmers won. We lost…». El remake americano de Los siete samurais, dirigido por John Sturges,  introduce variaciones curiosas en el guión. Todas ellas se justifican si se parte de esta premisa: que el público occidental no podría entender

(1) ni  el abismo social entre samurais y campesinos (Japón, S.XVI),
(2) ni la furibunda arremetida de Kikuchiyo contra sus paisanos (por mucho que en el propio ataque se incluyera la explicación: ¿pero cómo queréis que seamos los campesinos si vosotros, los  soldados/samurais/pistoleros, no paráis de dar por saco…?).

Para solucionar lo primero (1), J. Sturges añade a la división social  -mucho más permeable en la sociedad americana- la diferencia racial: los pistoleros son yanquis, los campesinos mejicanos.  Esta división, pensaría Sturges (y alguna razón tendría, todavía en 1960), es más profunda que la otra; así el público,  que captará claramente la desigualdad, valorará mejor el altruismo de los Magnificent Seven, quienes, a pesar de no tener nada en común con esos campesinos, están dispuestos a defenderlos por apenas veinte dólares… Voilà el tema de la película. Los campesinos y el campo  quedarán en segundo plano (incluso en el trailer). ¿Un manifiesto imperialista, y/o racista, que viene a decir que los mejicanos no saben cuidar de sí mismos?.  Yo no creo que ésas fueran las intenciones conscientes del director.  Se cuida muy mucho de dejar claro que los pistoleros no tienen prejuicios, ni raciales ni de clase; de ahí la escena inicial, con Yul Brynner y Steve Mc Quenn llevando al cementerio a un difunto mejicano, que los “blancos” del pueblo no quieren que sea enterrado allí. Y todo a lo largo de la película se subrayan –de forma, en mi opinión, empalagosa- los vínculos afectivos de los pistoleros con la aldea campesina, y la añoranza que sienten de tener un hogar, y hasta el Abuelo, al concluir todo, les ofrece quedarse a vivir con ellos, es decir, mezclarse.  Estos son, al menos, los principios ideológicos, explícitos e intachables.  Pero claro, otra cosa es que la historia concluya de forma coherente con esos principios. Y es el final lo que cuenta.

(2) El alegato anti-campesinos del séptimo samurai tampoco sería bien entendido en el mundo occidental de los años sesenta.  Sin embargo, el séptimo «magnífico», el tal Chico – pistolero mejicano, que se comporta como yanqui, réplica del personaje japonés, interpretado por un actor alemán, que baila como un cherokee…- repite poco más o menos las mismas palabras de Kikuchiyo. ¿Las mismas?. No…Ni en el mismo contexto ni el mismo tono. Una versión muy abreviada, que pronuncia deprisa, casi sin venir a cuento,  y parece que lo hiciera por puro mimetismo con el original japonés, como la escena en que se le ve pescando con las manos (¡qué hábil es para esas cosas, verdad, pues “lo lleva en la sangre”!, y, sin embargo, qué torpe cuando Yul Brynner le hace el “test” de velocidad con la pistola…). En el personaje de Chico se reúnen parte de las características de Kikuchiyo – es hijo de labriegos y  tiene su mismo desparpajo- y  parte de las del joven samurai  Katsushiro- es casi un adolescente, y como tal protagonizará la inevitable historia de amor con una de las mozas del pueblo. Pero la «cara Kikuchiyo» de Chico no es problemática, no tiene las contradicciones del original, que no sabe ni quién es y vive  con una pierna en cada uno  de esos dos mundos, cuyos defectos (¡de ambos!) conoce tan bien.

El verdadero alegato de la película corresponde a otro pistolero, el interpretado por Charles Bronson: Bernard O´Reilly . Ya en la segunda parte de la película nos enteramos de que no es Bernard, sino Bernardo, de que es un híbrido de mejicano e irlandés. Pero, atención, su alegato no es contra los campesinos, sino en su defensa, y no lo mueve esa mezcla de amor-odio con la que todos nos relacionamos con nuestros orígenes (no sólo Kikuchiyo), sino una visión más elevada y políticamente correcta de las cosas…

Antes de reproducir las palabras de O´Reilly  hay que explicar cuál es la situación cuando las pronuncia. Los campesinos están divididos. En su primer encuentro armado con los bandidos han tenido algunas bajas; unos desean pactar con su jefe, Calvera, y otros prefieren seguir luchando. En la película japonesa también había dudas entre los campesinos, naturalmente, pero sólo se expresaban  en forma de comentarios  por lo bajinis, mezquinos y vergonzantes, sin pasar de ahí… Esta es otra de las diferencias. Porque en la versión americana los campesinos tienen que cometer un error:  pecar de algo, y de algo muy gordo, para que los pistoleros puedan ser ensalzados como corresponde. Y al director no le parece correcto -ni suficiente como motor de la trama-  sugerir  simplemente que los campesinos son cobardes,  como sí se hacía en la película japonesa, sin tapujos, y  no sólo por boca de Kikuchiyo, sino en el propio desarrollo de la aventura, pues  el  campesino valiente es la excepción y no la norma ( un valiente que, por otra parte, estaba desquiciado desde el rapto de su mujer).  No. En la película americana no se afirma de ningún modo que los campesinos sean cobardes. El «pecado»  que motivará la definitiva intervención de los Siete será una traición, responsabilidad personal y exclusiva de los dos o tres que la llevan a cabo .  Los campesinos partidarios de parar la lucha dejan entrar a Calvera en la aldea. Calvera desarma por sorpresa a los Siete y los pone de patitas en el monte, sin atreverse a liquidarlos (por miedo al Gran Hermano del Norte, que bajaría a pedirle cuentas).  Calvera no puede ni concebir que los Siete pistoleros regresen a la aldea. Pero vaya si lo hacen. Y Calvera, al morir, repite, atónito: ¿pero por qué lo han hecho…?, ¿por qué?. Porque son buenos y altruistas, Calvera,  y además  no se dejan chulear por nadie. Puros yanquis.

Volvemos a Bernardo. Tres niños mejicanos que cuidan de él le dicen que están avergonzados de la cobardía de sus padres. Y entonces Bernardo los agarra y les da una buena azotaina. Y acto seguido les larga (nos larga) este discurso, inexistente en la versión japonesa (como el propio híbrido B. O´R.): “ ¿Pensáis que soy valiente porque llevo un revólver?. ¡Pues vuestros padres son mucho más valientes, porque tienen la responsabilidad de todos vosotros, de vuestros hermanos, de vuestras madres, y esa responsabilidad es como una roca que pesa toneladas (…)!. Cuidar una granja, trabajar como un mulo cada día, sin ninguna garantía de ver premiado su esfuerzo. ¡A mí me ha faltado valentía para un trabajo semejante!»

El desenlace. A los campesinos se les va a perdonar su traición. Ya Bernardo nos ha dicho que debemos hacerlo. Y por eso los que han dejado entrar a Calvera, en el ardor del combate (eso sí, ¡sólo cuando ven que la cosa va bien…!) agarran sillas y machetes y se van también ellos a zurrar a los bandidos.  Lejos del realismo (tan, tan humano) de Kurosawa, aquí todos son valientes.  Todos somos buenos. Pero…a pesar de las proclamas de que, además,  todos somos iguales, y de que el pistolero “podría” hacerse campesino, y el campesino pistolero…Nada de eso.  Al final del combate sólo siguen vivos tres de los siete magníficos, Yul y Mc Queen, como es de rigor, y  Chico, el séptimo pistolero…

En la versión original Kurosawa ha hecho sobrevivir a Kanbei, a Schichiroji … y al  joven aristócrata  Katsushiro. Pero no a Kikuchiyo, el séptimo samurai.

…Los dos mayores se despiden y se marchan, tan chulos como llegaron. Sólo Chico, 100% mejicano y 100% campesino, en el último momento da media vuelta. Tiene un affaire con una chica de la aldea, como el jovencito samurai de Kurosawa. (Pero mientras en la película japonesa Katsushiro sí se ha acostado con la chica –la víspera de la batalla, lo que es importantísimo, y no por un simple deseo de satisfacer al samurai, para que se  «desahogue «antes del combate…no, es un asunto mucho más serio y primitivo, que tiene que ver con el miedo a la muerte, y con el deseo de conjurarla cuando ya sentimos su aliento en la cara-, en la versión americana, decía, no pasan de hacer manitas.  Señal de que la relación es «formal»). Hay más. En la versión japonesa la chica,  una vez superado el peligro, pasa rápidamente junto a su amante y se mete en el agua feliz y contenta, cantando, para participar del ritual de la plantación del arroz. En la peli americana hay un cruce de miradas lánguidas… En la japonesa todo es más natural. El cándido Katsushiro se detiene, perplejo, y Kurosawa nos sugiere que está pensando seguir tras la joven. ¿Como Chico?. ¡Todo lo contrario!. Aquí se va a imponer la libertad por encima de las convenciones sociales, porque Katsushiro no es sólo un genuino samurai:  es que, además, es un aristócrata. Y si el aristócrata-samurai terminará como un campesino (la escena final así lo indica, véase vídeo más abajo, con Kanbei y Schichiroji solos), el campesino Kikuchiyo terminará como un samurai. ¿Entendieron algo de todo esto John Sturges/el productor/guionistas de Hollywood?. En la versión americana el campesino Chico/Kikuchiyo regresa a la aldea.  Hace lo que se espera de él. Se quita resueltamente el cinturón con la pistola y se arremanga: ha vuelto con los suyos.

Los yanquis se vuelven a sus business. Los campesinos mejicanos a los suyos. Y el bicho raro Bernardo O´Reilly, como no podía ser de otro modo,  descansa bajo su lápida.

En la moderna y entretenidísima versión americana han triunfado el buenismo, la condescendencia , y el orden social. La grandeza de la versión original, en mi opinión, es precisamente la muerte de Kikuchiyo. Hacerlo sobrevivir y regresar a la aldea sería muy bonito…Y una simpleza.  Kurosawa, al dejarlo morir  luchando, está haciendo realidad lo que J. Sturges proclama pero no cumple. Que un campesino, como cualquier otro hombre,  sí puede elegir su destino.  Cabeza de labriego y corazón de samurai, Kikuchiyo muere como él ha deseado. Es en su muerte  donde  por fin se revela como lo que de verdad es: un valiente samurai, el más valiente de los siete.

NOTA
En la película americana el campo está casi totalmente ausente.  Apenas un almiar por aquí, un bieldo por allá.  Sólo es un decorado. En la escena final la chica parece disponerse a desgranar una mazorca, pero con tan poca disposición que nos hace dudar.  Por el contrario, en la versión original  TODO gira en torno al calendario agrícola. Adjunto el link con la maravillosa escena de la plantación de arroz:
http://www.youtube.com/watch?v=v2fRCkNy8Os

El séptimo samurai (1)

Verano 2012

«¡Los campesinos son gente cobarde! ¡Siempre están preocupados por algo, cuando no es la lluvia es la sequía!. Se acuestan con miedo y se levantan con miedo. Los pobres tienen miedo hasta de su sombra. ¡Se hacen los santos pero no lo son!. Tacaños, astutos, quejicas, malvados, estúpidos y asesinos…¿Y quién ha hecho que sean unas bestias?. ¡Vosotros, los samurais!. Quemáis sus aldeas, destruís sus casas, les robáis la comida, les obligáis a trabajar, seducís a sus mujeres  ¡y les matáis si se resisten!  ¿Qué queréis que hagan..?»

Así, con estas palabras, es como descubrimos que Kikuchiyo, el séptimo samurai,  era hijo de labriegos. Hasta entonces sólo veíamos en él lo mismo que veían sus seis compañeros: un joven de carácter alocado e indócil, impropio de un auténtico samurai. Un poco después lo vemos con la hoz en la mano, ayudando a segar la cebada. Dice que detesta a los campesinos pero es el que mejor se lleva con ellos. Nunca se calla. Es infantil, impulsivo. Para probar que es un auténtico samurai enseña un «diploma» que ha comprado por ahí, perteneciente a un tal «Kikuchiyo». Ni siquiera sabe cuál es su verdadero nombre…

Flash-back. Un grupo de campesinos se ha acercado a la ciudad en busca samurais que acepten defender la aldea contra los bandidos que periódicamente les roban la cosecha. Ya se han llevado la del arroz. Ahora la cebada está creciendo… y ya falta poco para que madure. Cuando esté segada y trillada los bandidos volverán. Los campesinos buscan samuráis pobres, pues no tienen nada con que pagarles.  La oferta es que les defiendan a cambio de su manutención. Tres comidas diarias, nada más.  Los samurais comerán arroz; los campesinos, mientras tanto, sólo comerán  mijo. Al primer samurai, Kanbei, lo descubren en plena acción, cuando arriesga su vida por salvar la de un niño que ha sido secuestrado… Los campesinos, testigos de su forma de proceder, le ofrecen el trabajo. Y como corren malos tiempos para los samuráis de fortuna -guerreros que vagan por el pais buscando un señor al que servir- a Kanbei  no le cuesta demasiado reunir un pequeño grupo. En principio son seis. Un séptimo, Kikuchiyo, no ha pasado la prueba  (se emborracha, no sabe tener cerrada la boca …), así que se limita a seguirles, esperando que en algún momento acepten su compañía. Cuando llegan al pueblo nadie sale a recibirles. Pero Kikuchiyo, que demuestra conocer bien la mentalidad de los campesinos, toca a rebato con el «gong» de la plaza pública… «Ya tenemos al séptimo», dice Kanbei.  Y entonces empieza la segunda parte de la película. La relación entre campesinos y samuráis, que va pasando de la desconfianza más profunda a una  cierta solidaridad (los samurais comparten su comida, los campesinos se ríen…). La preparación de las defensas del pueblo. El entrenamiento de los campesinos. El descubrimiento de las mujeres, que han sido apartadas y escondidas antes de la llegada de los samurais. La cosecha y la trilla. La historia de amor entre el más joven de los samurais y una de las chicas.  El ataque de los bandidos. La batalla bajo la lluvia. La muerte de cuatro samurais y varios campesinos. La liberación de la aldea. Y por fin el recomienzo: las mujeres plantan el arroz mientras los hombres cantan y bailan junto a ellas, todos metidos en el agua, siguiendo el ritmo de los tambores y flautas…

¿Quiénes son los siete samurais?. Aparte de Kanbei y de Kikuchiyo:
el segundo samurai,  el leal y afable Schichiroji, viejo amigo de Kanbei;
el samurai  más joven, Katsushiro, número tres, muy guapo, elegante, y de buena familia (como se deja adivinar por su ropa, por la limosna que entrega a escondidas a los campesinos…);
el cuarto, el samurai de nervios de acero, enjuto y parco de palabras, de técnica pefecta con su espada;
el quinto,  fortachón y risueño, al que encuentran cortando leña;
y el sexto, guerrero muy apañado,  pero más desdibujado en el guión  que sus compañeros (*al menos en la versión que yo tengo en casa, no sé si completa)

Kanbei y Scichiroji han sobrevivido al combate, lo que era previsible desde el comienzo. «Los campesinos han ganado. Nosotros hemos perdido», son las palabras que pronuncia Kanbei antes de abandonar definitivamente la aldea, mientras pasan junto a las tumbas de sus cuatro compañeros muertos y escuchan la música que llega desde la plantación.  El tercer samurai que se salva es….  (Continúa mañana; me voy a regar).

Rabanitos de Tara

Junio 2012

«Sólo quedan unos rábanos, señorita Escarlata», le dice Mummy a la pobre Vivian Leigh cuando llega por fin a Tara, después de atravesar Atlanta en llamas, esquivando por los caminos al ejército del general Sherman, y con  su prima Melanie recién parida en la parte de atrás del carro … «Los sucios yankies se han comido todos los pollos.», añade Mummy. Y menos mal que, al pasar por lo que queda de Los Doce Robles, la casona del pusilánime Ashley Wills, le han echado el guante a una vaca que erraba por los campos incendiados.. Así que  Escarlata O´Hara, al límite de sus fuerzas, sale arrastrándose hasta la huerta, se agacha, arranca un rabanito, y lo muerde sin contemplaciones, llorando. Se incorpora para regresar a casa  -su madre muerta, su padre loco, sus hermanas enfermas de tifus-  y, con el rabanito todavía en la mano (suponemos),  pronuncia su conocida declaración de principios: que va a sobrevivir como sea, que mentirá, robará, matará si es preciso, pero  ni ella ni ninguno de los suyos volverán a pasar  hambre. De testigo, el rabanito que aprieta en el puño.

Hambre y rábanos. Por lo visto, cuando uno come rábanos (Raphanus sativus) es que ha llegado a lo más bajo. Eso se les da a los caballos, a los cerdos, a los conejos…diría mi abuelo. Pero ¿qué diría hoy si se entera de que por un manojo de apenas 300 gramos de rabanitos te pueden cobrar más de dos euros en cualquier tienda?.  (¿Qué diría si ve a los turistas japoneses, de paseo por las Rías Baixas, agachándose a lamer las algas de las bateas…?). Los franceses se los comen tal cual, untados con un poco de mantequilla, o bien los utilizan  como ingrediente -ligeramente picante- en salsas y ensaladas de verano. Aquí es complicado tener rabanitos a partir de mediados de junio.  Lo suyo es sembrarlos al final del invierno -cuando ya no hay peligro de helada- o al principio del otoño -pasada la canícula-. En LRO los sembramos  la segunda semana de marzo, por primera vez desde que tenemos la huerta.  Germinaron enseguida y los aclaramos sobre el mismo caballón, con muchísima paciencia. Se regaron a fondo desde el principio (si el invierno y la primavera hubieran sido normales, y no tan insoportablemente secos, no habría hecho falta). Crecieron bien. Bonitos.  A las seis semanas de la siembra arrancamos y comimos los primeros. Muy ricos. Pero en cuanto las temperaturas  empezaron a rondar los 30 grados los rabanitos se subieron a flor. Casi de un día para otro. Los que arranqué a partir de entonces estaban fibrosos e incomibles, sin remedio. Conclusión, ¿vale la pena seguir sembrándolos, a la sombra y  con el suelo siempre húmedo, por aquello de comer ensaladas veraniegas al estiilo nórdico y por aquello de que en el sobre de semillas afirman, sin despeinarse, que pueden cultivarse en cualquier momento del año?. Ni hablar.   Ni hablar de volver a sembrar rabanitos antes de septiembre. La señorita Escarlata los comía en pleno agosto, de acuerdo,  pero en la tierra pródiga de Tara, en el húmedo y fértil estado de Georgia. Y además,  a lo mejor es un poco snob empeñarse en echarle rabanitos a la ensalada de verano cuando nosotros podemos echarle, qué se yo…¿los mejores tomates del mundo?.

(De todos modos, para los que vivan más al norte  y tengan la inmensa suerte de poder dormir con manta todo el verano – incluso de poder abrir el paraguas de vez en cuando-  aquí va un link en francés con un montón de recetas a base de radis/rabanito: http://www.750g.com/recettes_radis.htm)

Al Este del Edén se dan bien las judías

Mayo 2012

James Dean tiraba piedras a la casa de su madre… y sembraba judías para ayudar a su padre.  En la película de Elia Kazan (basada en la novela de J.Steinbeck) James Dean es Cal. Es decir, Caín. Un bala perdida, en opinión de su padre, que prefiere abiertamente a su otro hijo (Aron/Abel: estudioso, tranquilo, con novia formal).  Cal ha podido sembrar sus judías gracias al préstamo que le ha hecho su madre. Su mala madre (Eva), que ya no vive con ellos,  que ha dejado atrás a su familia y ahora regenta una casa de citas. Cal siembra las judías para venderlas a muy buen precio aprovechando que los EEUU están a punto de entrar en guerra (la del 14-18). El padre se acaba de arruinar con un mal negocio de lechugas al por mayor. Cal, desesperado por ganarse la aprobación de su desaborido progenitor, discurre la siembra de judías para poder ayudarle. Pero Él le dice que nanai: que ese dinero sucio no lo quiere…

Es una historia vieja como la vida misma. A Jahvé le gusta la carne. Caín le ofrece frutas, trigo, verduras. Pero Abel, el hijo bueno, le lleva chuletitas de cordero…Por eso Caín golpea a Abel. Porque su padre ha despreciado «los frutos de la tierra», ofendiendo a  su hijo labriego, que tantos trabajos se había tomado por complacerle (Génesis,4).

A Yahvé, como a los dioses antiguos del Mediterráneo, le gustan las ofrendas con chicha. En especial  los holocaustos: el sacrificio expiatorio, donde todo el animal era consumido por el fuego (no sólo la grasa y las vísceras) y el aroma de la carne quemada llegaba hasta el Olimpo….De principio a fin, todo a lo largo del Antiguo Testamento, se recalca la potestad que el hombre tiene sobre las bestias y se nos anima calurosamente a comer carne.  ¿Por qué razón?. No hay razones, sólo una orden clara: creced y multiplicáos, y llenad la tierra. Y así se ha hecho. Hemos comido tanta carne como hemos podido, nos hemos multiplicado y entrematado, hemos llenado finalmente la tierra,  y a día de hoy apenas hay sitio ya para ninguna otra especie. ¿..Y qué hacemos ahora?. ¿Quizá empezar a cambiar de hábitos:  comer más frijoles -¡tan ricos en proteína!- y multiplicarnos un poco menos?.

En LRO se siembran judías todos los años. Ayer quedaron sembrados tres sobres, judías de mata baja, muy productivas. Habrá que pelear con la araña roja, como de costumbre. Pero peleamos en buena lid: regando a fondo cuando baja el sol, plantando Artemisia en las proximidades, y procurando no obsesionarnos mucho. La judía necesita bastante agua. James Dean, en California, regaría las suyas a manta, usando el agua que baja desde la vecina Sierra Nevada…Se pueden comer en verde -con vaina, cuando aún  no  han  madurado- o sólo la alubia: los frijoles, que una vez secos se conservan muy bien, como los garbanzos o las habas. Son esas alubias lo que el ejército yanki le quería comprar a Cal. (Cien gramos de judías alimentan más que su equivalente en carne : 50-60% de hidratos de carbono, 20% de proteína, 15% fibra, vitamina A, minerales, aminoácidos, cero colesterol…)