Consejos a la juventud en tiempos de crisis

Pisar bien la tierra alrededor de las coles recién plantadas.
Arrancar las hojas bajas de las coles.
No enterrar el cuello de las lechugas.
Poner tutores a todas las tomateras, incluso a las que nos venden como “de mata baja”.
Los tutores se ponen antes; las tomateras, después.
Arrancar las hojas bajas de las tomateras.
Despuntar regularmente las tomateras, para que los racimos que quedan maduren bien.
Los calabacines aguantan la media sombra.
Si hay flores silvestres cerca (es decir, insectos), los calabacines cuajarán mejor.
Los rabanitos crecen muy rápido y son compatibles con todo.
No regar con el chorro a tope: doblar un poco la manguera, o colocarla en el interior de una maceta (sobre el suelo), o hacer un manguito con sacos y atarlo con un alambre al extremo…

 

 

 

 

 

 

El riego por goteo es para perezosos (o para huertas muy grandes).
Cavar favorece el enraizamiento y la penetración del agua donde esta es escasa.
Cavar favorece la aireación donde el agua sobra.
Cavar en exceso, allí donde el agua es escasa, favorece la evaporación.
Hay que elegir entre cavar o acolchar.
Acolchar impide que el agua se evapore (se riega colocando la manguera debajo)
El acolchado orgánico mantiene mullida la tierra, rica para las lombrices.
El acolchado orgánico, al descomponerse, aporta nutrientes al suelo.
Cavar perjudica al grillotopo.
Pero acolchar lo favorece.
El acolchado protege la tierra del golpeteo de la lluvia y el granizo.
Pero el acolchado es perjudicial al final del invierno, porque impide que el sol caliente la tierra.
Solución de compromiso: se puede cavar al principio, en primavera, y colocar el acolchado después, incluso renovándolo al “limpiar” la huerta en otoño.
Mucho cuidado con el verbo “limpiar”.
Las gallinas de Perico se comen los restos de la huerta: ¡y también al grillotopo!
Mirlos, rabilargos, alcaudones… a todos les gusta comer grillotopos.
Grillotopos y cebollas son incompatibles.
Grillotopos y patatas son incompatibles.
Hacer lo que se pueda (y más) por cazar grillotopos.
Lo mismo con los buprestes, que devoran las hojas de los albaricoqueros.
Las orugas de Chupaleches no son nocivas a menos que se acumulen muchas en el mismo árbol (en cuyo caso las recogeremos delicadamente, para redistribuirlas)
Las mariposas Macaón son, además de preciosas, inofensivas en la huerta: sus orugas solo comen hojas de ruda e hinojo; se les pueden dejar algunas plantas, enteramente para ellas.

Habas y guisantes se siembran enseguida.
Donde el verano es intenso, habas y guisantes se recogen también enseguida: mayo a más tardar.
Y en su sitio se plantan tomateras.
Las varas de la poda de los almendros sirven de tutores para los guisantes pero no para los tomates (tampoco para las judías)
Los mejores pimientos son los de septiembre.
Los mejores puerros, los de abril.
Si se aprietan mucho las cebollas en la línea, saldrán más pequeñas. Si se las espacia, más grandes.
En tierras pesadas: manzanos y ciruelos.
En tierras ligeras: perales y almendros.
Nada justifica no tener un compostero.
Nada justifica no aprender a obtener semillas propias. Nada justifica no intentarlo.
El hortelano que trabaja solo puede quitarse la mascarilla en la huerta.
Nada justifica no volvérsela a poner en cuanto sale.

Barbie Jardinera

 

NOTAS:
Completar con una guía de buenas asociaciones: https://laramadeoro.wordpress.com/wp-admin/post.php?post=1528&action=edit
La foto de la macaón es del jardín de Gema.

Comienzo del fin

Vanessa cardui apurando las flores de una abelia, el mejor de los arbustos todo-terreno que se plantaron hace años entre las rocas, pegados a la casilla, a su calor, y ahora crecen solos, sin riego ni protección alguna. Queda en flor esa abelia y el rosal ‘Old Blush’, mi preferido entre los chinos, cuyas flores no dan de comer más que a las cetonias (y en primavera, con el sol en lo alto). Dos cólias -amarillo azufre, lunar negro y lunar plateado- aletean con la vanesa en torno a la abelia. Casi no se alejan de ella. Vuelan bajo, como sofocadas, se posan enseguida y pliegan las alas.

Hemos repuesto ya, para compensar las bajas de este año atroz, tres almendros (dos ‘Guara’ y un ‘Ferragnés’, de floración tardía), una higuera `Cuello de Dama’ y un hermoso nogal sin pedigrí. Quedan por plantar al menos otros cuatro almendros y tres olivos. Quedan también muchas almendras sin recoger. Hay más que el año pasado, pero pocas buenas. Las guardamos en saquitos de yute, que fueron de patatas, y vamos descascarillándolas poco a poco con un artilugio muy útil que compré en Griñón (modelo «cocodrilo»; lo tienen en cualquier ferretería; la ventaja respecto al martillo es que la cáscara no sale volando).
Crecen bien, pero despacio, las coles, alcachofas y puerros. La alberca de arriba rebosa. El pilón frente a la casilla vuelve a tener agua, y ya rebosa también, aunque más discretamente que la alberca, sobre un cauce tupido de tierra y grama que habrá que limpiar más pronto que tarde.

Hace dos días, de vuelta de poner los ajos, se me cruzó un meloncillo en el camino. Eran las tres de la tarde. Cruzó disparado, sin mirar, y se puso a salvo de un brinco entre las zarzas del otro lado. Nunca había visto uno tan de cerca (de lejos puede parecer un gato paticorto, o un hurón de buen año…) Tienen el pelaje oscuro, color chocolate, y la cabeza pequeña y puntiaguda.
No sé si veo o adivino a los alcaudones. Una pareja de plumas negras y blancas, con una gota de rojo teja.¿No deberían haberse ido? ¿Con qué otros pájaros me los confundo entonces?
Los cazadores, como cada año, han arrancado postes y carteles: propiedad privada, prohibido cazar. Ni caso. Cojo el mazo, unos carteles nuevos (fotocopias plastificadas), y volvemos a empezar. Cartuchos rojos o verdes, en los que me cabe el pulgar, aparecen entre las cepas peladas.
Al guardar la azada en la casilla me encontré una larga culebra de escalera deslizándose lentamente, muy lentamente, entre dos bloques de piedra de la pared. ¡Qué bien hicimos en dejarlos así, sin mortero! Una salamanquesa pequeña y adormilada, de cuatro o cinco centímetros, se cayó de espaldas desde el quicio de la puerta. Pero la culebra ya estaba yéndose. No la vio. Puse a la salamanquesa del derecho y la empujé con un dedo para que se metiera entre los capachos y cajas que usamos para la vendimia (el resto del año se ordenan justo ahí, detrás de la puerta).

El fin de semana pasado vino por LRO la familia de Anastasio, el anterior propietario, fallecido por Todos los Santos. Plantaron un almendro y enterraron las cenizas de Anastasio en el alcorque. El almendro crecerá en la parte alta de la finca, donde él solía poner su huerta. El valle del Tórtolas, que vierte en el Alberche, se extiende a sus pies: un ancho paisaje de encinas, olivos, viñedos, jaras. Muy a lo lejos, chalés desperdigados (urbanizaciones fantasma, en suelo rústico), plásticos de un invernadero, antenas del centro espacial de Robledo No fue nada triste. Anastasio tenía un montón de nietos, que bajaron riendo y alborotando por el camino. Cuando se despidieron subí a echar un vistazo. Añadí un tutor, del lado del viento dominante (noroeste) y protegí el tronco con un manguito de malla de plástico, muy fea, pero también muy necesaria para que los corzos no estropeen la corteza cuando vienen a frotarse los cuernos.

En quince días, a partir de ya, empezará a crecer el sol.

Mariposas-otoño-jardín

Esta mariposa -un macho de Argynnis pandora– se subió a las flores de la verbena en cuanto saqué la maceta de coche. No se separó de ella mientras la plantaba, ni después ni en un rato. Comprobado: la Verbena bonaerensis es, junto con las compuestas ornamentales -cualesquiera, pero en especial las yanquis: rudbekias, echinaceas…- uno de los señuelos seguros para mariposas diurnas; si la humedad fuera un poco más alta podríamos añadir budleyas, abelias, incluso dalias (de flor simple, no las pompón/cactus). Pero aquí, en plena meseta, no es posible aspirar a tanto. En los jardines ya no quedan lavandas ni malvas en flor. En el campo debería haber más donde elegir, y sin embargo… tal como andan las cosas, con todos los cardos secos, sin apenas más flores visibles que las de la orilla de la charca (salicarias, lisimaquias, mentas, mucho menos abundantes que otros años) no creo que sea mala idea ayudar un poco plantando y sembrando, y cuidando después, islas de flores que atraigan a las mariposas que empiezan a pasarlo mal ahora, en el equinoccio, cuando los días se acortan y las noches enfrían. Hablo de las mariposa adultas, no de sus larvas, y en concreto de las que han nacido al final del verano y tendrán que acumular reservas antes de hibernar. No todas lo hacen, pero sí muchas de la familia a la que pertenece esta pandora (Nymphalidae). Hibernan prendidas con sus patas a un trozo de corteza, escondidas en un árbol hueco o entre masas de hojas secas, razón de más para no pasarse de rosca «limpiando» el jardín (1) . Puede que hasta se metan en la bodega, en la caseta de herramientas. En la leñera, desde luego (¡cuidado al sacar los troncos!). No hay que molestarlas nunca. Agotarían sus escasas fuerzas tratando de escapar, tontamente.

Propuesta de plantación a pleno sol: especies mayoritariamente herbáceas, de floración tardía (desde agosto hasta octubre), y que aguantan con el riego justo.

Primer piso: Sedum spectabile ; Thymus, tomillo, tanto el serpol (tapizante, que además acepta algo el pisoteo) como el común; algo más a la sombra también sigue floreciendo la menta/ hierbabuena y en las borduras donde se les ha dado una poda al ras a mediados del verano, segunda floración de las nepetas. Todavía en el primer plano, Aster de poca altura, para zonas donde el oídio no sea un problema. Segundo piso: Verbena bonaerensis Echinacea purpurea; Aster de tamaño más alto. Y tercer piso/fondo: Calamagrostis u otra gramínea robusta (las verbenas son quebradizas, les viene bien tener la espalda a cubierto; además, a las mariposas les gusta agarrarse a esas hierbas altas, resecas, y dejarse mecer por la brisa). Si hay espacio, hinojos silvestres, Foeniculum sp.; existen variedades de hojas color bronce, pero son menos exuberantes y menos rústicas (al menos aquí). Las umbelas del hinojo se mezclan con las de la verbena, y en menos que canta un gallo se llena todo de mariposas.
Y siempre y en todo lugar, haciendo caso omiso de los jardineros timoratos: ¡hiedras! Están empezando a florecer. Ya habrá tiempo de podarlas al final del invierno.

Lo suyo sería combinar el otoño con las otras estaciones, aunque sea mínimamente, aunque sea embutiendo macetas donde se abra un pequeño hueco. Mezclar esas plantas propuestas en los macizos mixtos. Incluir verbenas y echinaceas entre las flores de verano (a las que ya están relevando), y calzar matas de sedum/tomillo en cualquier rincón al sol.
Una alternativa a las islas de flores, más sencilla y barata pero menos comme il faut, sería instalar tarros con azúcar y agua (1 parte de azúcar y 9 de agua) vueltos boca abajo, con un orificio relleno de algodón en la tapa. En esta foto escaneada: comedero de néctar de Creating a butterfly garden (M. Schneck, Simon&Schuster Inc.)

NOTAS
(1) Jardín limpio, cliente contento: https://laramadeoro.wordpress.com/wp-admin/post.php?post=912&action=edit ) . Lo que de verdad le gusta a los bichos, a todos sin excepción, es que los dejemos en paz.. Ningún jardín es tan pequeño como para no poder reservarles un rincón. Basta con una pila de ramas/troncos (eso que los ingleses, tan puntillosos, llaman log garden) + hojas secas + fruta barrida al pie del ciruelo (por ejemplo), en todas las fases que van de «fruta pasada» a «completamente podrida» + el lujo máximo para muchas especies de mariposa, pensando en la puesta de huevos: una buena, buena mata de ortigas...

Sol de septiembre

2012-06-21 01.26.30De hora en hora las uvas pasan del verde al morado.  Los higos se rajan.  Las manzanas se sonrojan por el lado que da al sol.  La corteza de las almendras se abre y cae al suelo. Las aceitunas siguen engordando despacio, sin llamar la atención.  Los jabalíes empiezan a venir por las noches a la charca; son, seguramente, los que nacieron esta primavera.   En la orilla del camino hay conejos, liebres, tórtolas, y turistas de Madrid recogiendo moras y endrinas.
Ya no están tan erguidas las matas de la huerta: en un determinado momento de la pasada semana –cuando las temperaturas nocturnas pegaron el primer bajón importante- las tomateras, todavía vencidas de fruta, la mejor del verano, la más dulce,  renunciaron  a la carrera y detuvieron la producción de nuevos brotes.
Los pájaros empiezan a reunirse (“ya os llega la muerte, ya os llega..”, les decía Anastasio, el anterior propietario de LRO, cuando se acercaba el otoño).  A lo lejos, si uno se retrasa en el campo a la caída de la tarde, se oyen guñidos y quejidos tristes: ¿quizá venados? De debajo de las tejas salen lagartijas del tamaño de un meñique. Las ranas  ya no  alborotan. El Rey Moro (Brintesia circe), esta mariposa negra de la foto, hace lo que puede entre la hierba seca de la pradera. Aún le queda septiembre, sí, pero cada noche será más fría que la anterior y contra eso no hay remedio. Las mariposas  irán desapareciendo, poco a poco, hasta que se haga el silencio en la pradera.
La luz de estos días es un milagro. ¿Viene del mismo sol que la luz del resto del año? Se diría que viene de más atrás, del otro extremo de la galaxia. A primera hora de la mañana, como al atardecer, la luz llega a LRO en rayos oblicuos y  largos. Reparte  sombras desproporcionadas por donde pasa y entra a fondo en cada cosa que toca, cambiándole el color,  haciendo que todo parezca más verdadero, valioso, e intenso.

La última de la clase

Al terminar junio

nemoptera bipennis Esta especie de mariposa -que no es tal, sino una prima, del orden Neuropterae– estaba posada esta mañana en una de las pocas margaritas no decapitadas por la desbrozadora. Es una Nemoptera bipennis.  Le hice la foto mientras regaba las moras. Con la mano derecha sujetaba la cámara y con la izquierda la manguera. La nemoptera vuela a trompicones, como si no le hubieran enseñado bien, indecisa entre esta hierba o aquella, y quizá agobiada por el calor. Pero esta foto mía, hecha  de cualquier manera, no puede transmitir ni su falta de pericia ni su ligereza. A lo mejor por su vuelo torpe -sin el nervio y la determinación de las mariposas- o por esos  largos faldones flotando, la nemoptera parece un pañuelo, o un trozo de papel,  que el viento anduviera paseando por los rastrojos.

Noche de calabazas

Entre el otoño y el invierno

En un huerto que se auto-recicle no pueden faltar nunca las calabazas, que crecen sin mayores cuidados en cualquier montón de «compost», en cualquier rincón un poco fresco de la finca.
Son incluso más facilonas que los calabacines (https://laramadeoro.com/2012/01/05/abc-del-calabacin/ ), por menos sensibles al oídio y menos prolíficas (al calabacín hay que retirarle sistemáticamente la fruta, y a veces impedir que cuajen todas las flores, para que la planta no muera de éxito, al estilo de los tomates y pimientos superproductivos).

Las rodajas de calabaza se conservan bien en la nevera, envueltas en plástico de cocina. Ricas al horno. Ricas a la parrilla. Riquísimas en crema, con patata, bulbo de hinojo, cebolla, zanahoria y queso.
Parece que el dichoso Halloween, con la que andan dando la tabarra de un tiempo a esta parte, era en sus orígenes (lejanos orígenes celtas) la misma fiesta de difuntos  que se celebra en Galicia  por las mismas fechas que el «magosto», con el que a veces  se cruza.  Digo Galicia porque es lo que tengo más a mano. Pero también en Irlanda y otros lugares, de donde la llevaron a los USA los cientos de miles de emigrantes que allí desembarcaron. Esos niños que andan ahora por la calle  -incluso en este pequeño pueblo de la meseta castellana- disfrazados de muertos vivientes o sabe Dios qué, paseando una Jack o´lantern de plástico made in china, y timbrando por las casas hasta ponerte de los nervios, reproducen tontamente lo que ven en la tele, o en el Parque Warner, y prefieren las chuches de colorines, y la pura bullanga sin sentido, a los riquísimos buñuelos rellenos de crema, o aquellos tenebrosos «huesitos de difunto», que cada año me cuesta más trabajo encontrar….  Por otra parte -la mejor parte- las calabazas son un añadido americano al «samaín» celta, porque lo único  parecido que en Europa había antes del siglo XVI eran esas «calabazas de peregrino» (género Lagenaria,  diferente a la de la calabaza propiamente dicha, Cucurbita), con más forma de porrón que de ruperta. Y menos sabrosas. Leo en un manual  dedicado al «potiron» que lo que sí podían vaciarse eran los nabos y remolachas, para encender en su interior pequeñas luminarias y mantener así alejados a los muertos, quienes – por lo visto- salían de jarana precisamente esa noche, esta noche, la noche del treinta y uno de octubre. También se encendían hogueras. Y en algunas de ellas, donde las había, se asaban castañas…
Este año hemos sembrado en LRO cuatro variedades de calabaza: cacahuete, turbante, guernica, y dulce de horno.  Ya están recogidas. Y también ha empezado a encenderse el fuego en la casilla (no para espantar a los muertos: sólo para calentar las manos de los vivos al ir y venir de la huerta…) La calabaza más grande y hermosa es ésta de la foto, recogida anteyer mismo en uno de los composteros.

Las primeras calabazas cultivadas  -Cucurbita maxima, pepo y moschata- proceden de Centro y Sudamérica, pero he leído que el maíz era mucho más valorado, y que a la calabaza ni siquiera le reservaban un pequeño puesto en las fiestas de  difuntos. ¿Quizá porque allí los muertos se aparecen de día, haciendo innecesarias las farolas-calabazas?. Los muertos mejicanos son las mariposas monarca, que en noviembre regresan a sus cuarteles de invierno en Michoacán, tras una migración alucinante desde Norteamérica y Canadá. Dicen que el cielo se cubre de aleteos naranjas y negros, que el ruido de sus alas recuerda al de la llovizna, y que la gente sale a recibir a esas mariposas -las almas de sus antepasados- tocando tambores y trompetas…

NOTAS
Le potiron, A.Bresson, en «Chroniques du potager», Actes Sud, 1998.
Le Monarche et autres sujets, Michel Braudeau, ed. Gallimard 2001.

Según otra interpretación -que leo en el libro citado de A.Bresson-  las calabazas -o nabos- encendidos no eran para ahuyentar difuntos, sino para recordarles el camino a casa, y que sólo las hogueras, por el contrario, tenían como objetivo mantener a raya el cortejo de brujas y criaturas diabólicas que, aprovechando la ocasión, podrían colarse entre los vivos.
Nuestra tradición urbana es más sencilla y mucho menos ruidosa, al menos en mi familia: ir por la mañana al camposanto a limpiar la lápida de los abuelos y bisabuelos, y de vuelta a casa comprar en la pastelería dos bandejas de buñuelos y «huesitos. En LRO hemos añadido el ritual de la crema de calabaza.

33 muchachas en busca de la mariposa blanca

Entre mayo y agosto

33 muchachas en busca de la mariposa blanca. Max Ernst, Museo Thyssen

Y por mucho que la buscan no consiguen encontrarla. Lo que no es de extrañar, a juzgar por lo que puede leerse en los manuales y webs especializadas, porque la mariposa blanca, – la Blanca del Majuelo, Aporia crataegi, una Pieridae prima hermana de la Blanquita de la col- se ve ahora mucho menos que antes. “Antes”, cuando su oruga formaba  colonias tan grandes que llegaban  a ser una plaga, y  no sólo para los majuelos, sino para el conjunto de frutales de hueso. En el resto de Europa  las colonias más septentrionales de Aporia han ido desapareciendo del mapa, tanto por el uso de pesticidas como por la destrucción de su hábitat; en Francia esta destrucción se inició en un momento muy concreto, al ponerse en marcha las políticas  de remembrement –la dichosa «concentración parcelaria»- que supuso la eliminación inmediata vía bulldozer o pala excavadora de kilómetros y kilómetros de setos de majuelo y endrino. En el Departamento de Île de France las Aporia están ahora protegidas… En las Islas Británicas se consideran extinguidas (www.ukbutterflies.co.uk). Y también disminuye su número en las islas del Mediterráneo oriental, donde las colonias, según cuentan los que tuvieron ocasión de verlas, solían ser espectaculares. En LRO no dejamos de buscarla, a la  mariposa y a la oruga, porque quedan muchos majuelos por la orilla del camino. La buscamos concienzudamente, pero de momento nada.

“Decenas de Aporias macho se reagrupan a menudo sobre los caminos húmedos, para  beber el agua cargada de sales minerales, necesaria para la maduración de su esperma…” (L´Album des insectes, Delachaux et Niestlé 1999, p.65). En otro lugar leo que los machos avivan (pasan de pupa a adulto) unos días antes que las hembras, de modo que cuando pillan  una se lanzan de inmediato, hartos de esperar. Entre ese afán reproductor (un poco desincronizado) y los hábitos gregarios de la especie, lo habitual, por lo visto, es encontrar no una mariposa blanca sino un puñado…Así que el cuadro de Max Ernst, a pesar del título, también podría representar a una sola muchacha que acaba de encontrase ¡por fin! con uno de esos amasijos de mariposas blancas, quizá machos, quizá rechupeteando las gotas de rocío al borde del camino…

Las mariposas del majuelo pierden las escamas al envejecer, lo que sucede sólo unas pocas semanas después del avivamiento. Al perder las escamas sus alas pasan de blancas a hialinas: transparentes como el cristal. Sólo por  el negro vivo de sus venas no llegan a volverse invisibles…lo que sería perfecto y un tanto surrealista, y daría para escribir un cuento, o para pintar un enorme cuadro vacío/lleno de mariposas.

¡Arlequín! (y 2)

15 de mayo 2012

Un año después, aquí está por fin la foto de la mariposa Arlequín ( Zerynthia rumina, ver entrada «Arlequín»,  en esta misma categoría). La foto es de ayer por la tarde. En el orden normal de las cosas, si hay aristoloquias tiene que haber arlequines…y viceversa. El siguiente objetivo será la mariposa blanca, la Blanca del Majuelo: si hay majuelos -y aquí los hay, aunque sea en regresión-, debería haber mariposas blancas…(La historia la cuento mañana. Ahora me voy a regar las cebollas.)

Una mariposa y un ciruelo

Finales de marzo/principios de abril

El Prunus pisardii que ahora está plantado en LRO (en el Casi-jardín número dos, entrada del 25-12-2011) proviene de una ciruela recogida hace años en una ciudad del norte, al pie de un enorme ejemplar que crecía en el medio y medio de un solar “de próxima construcción”. ¿Seguirá en pie aquel ciruelo espectacular, que podía mantener él solito a varias familias de mirlos y ratones…?.

Bueno, la ciruela germinó en la maceta donde la enterré, se vino conmigo hasta Madrid, y siguió creciendo pacíficamente lejos de aquel solar amenazado. Una mañana de finales de marzo –el arbolito tendría ya unos cuatro años– salí a la terraza con mi taza de café y descubrí que el Prunus había sido literalmente invadido por una multitud de orugas verdes del tamaño de un pulgar…

Primera reacción: ¡se van a enterar éstas!. Segunda reacción: quizá habría que saber antes quiénes son y por qué han llegado hasta aquí…Cojo el autobús y me voy a comprar una guía de orugas. Las identifico enseguida, porque son gordas y lustrosas, inconfundibles: orugas de la mariposa Iphiclides podalirius, llamada “chupaleches” o “cola-de- golondrina”, que se alimentan de todo tipo de hojas de Prunus, género que abarca –entre otras cosas– la totalidad de frutales de hueso. Siguiente paso: hacer las paces. Sacarlas del ciruelo, para que no lo liquiden, y llevarlas a un sitio mejor. Vacío la cesta de la bici, traslado las orugas al interior (seis en total, más una que dejé quedar en el ciruelo), y las tapo con una rejilla de plástico, para que no puedan entrar ni salamanquesas ni mirlos, visitantes asiduos de la terraza (junto a un mosquitero que aparecía todos los años por marzo; curiosamente, no tenía palomas, de las que todo el mundo se quejaba…). Siguiente paso: darles de comer.

Vivía yo entonces cerca del Parque del Retiro –de donde sin duda había venido la madre Iphiclides a hacer la puesta–, así que hasta allí me fui en cuanto pude para recoger en el Huerto de los Franceses (junto a la noria), una buena cantidad de hojas de almendro. Con esas hojas frescas tapicé el fondo del cesto. Y la cosa funcionó. Las orugas se fueron zampando día tras día las hojas de almendro que les llevaba cada mañana del parque, mezcladas, por aquello de tener una dieta variada, con hojas de Prunus pisardii adultos. Pasados unos días las orugas se transformaron en una especie de estuches angulosos, rígidos, y se fijaron a los mimbres del cesto. Así se estuvieron durante varios días. Y por fin llegó la sorpresa.

A media mañana, cuando el sol de primavera ya calentaba un poco, vi cómo la primera mariposa –que me pareció muy grande– subía retrepando por las paredes del cesto. Me había perdido la salida de la crisálida, pero llegué justo a tiempo para destapar el cesto y que ella pudiera estirar sus alas en el borde, despacio, todavía muy adormilada  (Leí después en la guía que las mariposas hacen eso, nada más liberarse la exuvia, para que la linfa circule bien por la compleja red de venas que atraviesa sus alas). Pasados unos minutos –no lo recuerdo, ¿quizá un cuarto de hora?– la mariposa echó a volar con energía y desapareció para siempre.

Y esa es la historia. Aquella primavera, siete “colas-de-golondrina” engordaron como orugas, puparon, y finalmente se transformaron en adultos en mi terraza de Madrid. Las vi marcharse por los tejados del barrio, tan frágiles que daba miedo pensarlo. Pero hasta las mariposas, supongo, son más duras de lo que nosotros creemos. Si la madre de esas orugas consiguió llegar desde el Retiro, quizá sus hijas lograron hacer también el camino de vuelta. Lo cierto es que en el Huerto de los Franceses es fácil ver “colas-de-golondrina” revoloteando. Y en LRO todavía más.

El Prunus pisardii fue trasplantado hace tres años. Está sano y parece contento. Las colas-de-golondrina lo frecuentan durante meses, y alguna pone sus huevos en él. Pero ahora sabe defenderse solo. Por más que un par de orugas dejen sin hojas algunas ramas eso ya no va a poner en peligro la supervivencia del árbol. Ya no. Además, en LRO hay muchos almendros, con lo que la presión de las orugas se reparte entre todos. Y también hay muchos pájaros, que se comen  a su vez a las orugas y mantienen  la cosa en su justa medida (lo que no podía suceder en mi terraza en el centro de Madrid)…

No creo que este ciruelo –con sus genes nórdicos– pueda alcanzar nunca en LRO  el tamaño de su progenitor, el que crecía en aquel solar edificable. (¿Se lo habrán llevado ya por delante los bulldozers?). Sea como sea, lo que no tiene duda es que el hijo de aquel viejo ciruelo va a seguir creciendo, dando sombra, floreciendo, y alimentando a pájaros, ratones, orugas de Iphiclides, etc. unos dos mil kilómetros más al sur.

NOTAS

Un libro muy útil, al que le deben la vida las mariposas de esta historia: Guía de campo de las mariposas y polillas de España y de Europa, D. J. Carter y B. Hargreaves, Ed. Omega 1987.