(Resumen de El tulipán negro, de Alejandro Dumas; los fragmentos transcritos pertenecen al capítulo sexto, «El odio de un tulipanero». Ed.Akal,2000. Traducción de P.Hernúñez)
Corre el año 1672. Cornelio Van Baerle, joven y acomodado ciudadano de Dordrecht, ha invertido en sus arriates e invernaderos de tulipanes una buena parte de la fortuna familiar. Poco a poco se va haciendo con su cultivo. Produce nuevas y hermosas variedades, y su fama se extiende por las Provincias Unidas.
“…Van Baerle pertenecía a aquella ingeniosa e ingenua escuela que tomara por lema, ya en el siglo VII, este aforismo: “Es ofender a Dios despreciar las flores”. Premisa de la que la escuela tulipanera, la escuela más selecta, extrajo en 1653 el silogismo siguiente: “Es ofender a Dios despreciar las flores. Cuanto más bella es la flor, más se ofende a Dios al despreciarla. El tulipán es la más hermosa de todas las flores. Luego quien desprecia al tulipán ofende a Dios infinitamente…”
Puerta con puerta vive su archienemigo Isaak Boxtel, otro tulipanero, eclipsado por la fama (justificada) de los tulipanes de Van Baerle. Boxtel, corroído por la envidia y la curiosidad, decide espiar todos los movimientos de su vecino. Éste no sospecha nada. Además de excelente tulipanero, Van Baerle es un hombre distraído y de buen corazón.
“…De modo que, para hacerse una idea de lo que era un condenado olvidado por Dante, había que ver a Boxtel por aquella época. Mientras Van Baerle escarbaba, abonaba, regaba sus arriates, mientras que de rodillas sobre el declive del césped analizaba cada vena del tulipán en flor y meditaba sobre las modificaciones que en él podían hacerse, las combinaciones de colores que podían intentarse, Boxtel, escondido tras un menudo sicomoro que había plantado a lo largo de la tapia, y que le servia de biombo, seguía con ojos desorbitados y la boca llena de espumarajos cada paso, cada gesto de su vecino…
…Una vez dueño de ella, tan rápidos progresos hace el mal en el alma humana, que pronto Boxtel no se contentó con espiar a Van Baerle. Quiso también ver sus flores; en el fondo era un artista, y la obra maestra de un rival le interesaba muchísimo.
Compró un telescopio, y con él pudo seguir, además de al propietario, toda la evolución de la flor desde el momento en que su pálida yema brota el primer año hasta aquel en que, tras haber cumplido los cinco, moldea su noble y gracioso cilindro…
¡Ay, cuántas veces el desdichado envidioso, encaramado en su escalera, vio en los arriates de Van Baerle tulipanes que le cegaban por su belleza, que le quitaban el aliento por su perfección!…¡Cuántas veces, en medio de sus torturas, de las que ninguna descripción podría dar idea, se vió Boxtel tentado a saltar al jardín a la llegada de la noche y destrozar las plantas, devorar los bulbos con los dientes e inmolar al mismísimo propietario si se atrevía a defender a sus tulipanes!.
Mas matar a un tulipán es, a los ojos de un verdadero floricultor, un crimen tan horrendo…
Matar a un hombre, pase…”
En estos momentos, como todo tulipanero que se precie, Van Baerle trabaja sin descanso en la obtención de un tulipán negro. El que lo consiga recibirá un premio de 100.000 florines, ofrecidos por la Sociedad Tulipanera de Haarlem. Boextel sabe que su odiado vecino está a punto de lograrlo.
“…Daba la una de la madrugada y Van Baerle subía a su laboratorio, el cuarto de vidrieras en el que tan bien penetraba el telescopio de Boxtel… Éste lo observaba escogiendo semillas, regándolas con sustancias destinadas a alterarlas o colorearlas. Se enteraba cuando, calentando ciertas de aquellas semillas y humedeciéndolas luego, y combinándolas después con otras mediante una especie de injerto, operación minuciosa y maravillosamente ingeniosa, Van Baerle encerraba en las tinieblas a las que debía dar el color negro, ponía al sol o bajo la lámpara a las que debía dar el rojo, observaba en un permanente reflejo de agua las que debían producir el blanco…”
…Y entonces empieza de verdad la historia. 1672. Juan de Witt es desde hace casi veinte años el Gran Pensionario (algo así como Primer Ministro) de la próspera República de las Provincias Unidas. Pero el ejército de Luis XIV, el rey francés, ha empezado la invasión del país, obligando a sus habitantes a inundar huertos y prados para cortarle el paso.
Enfurecida, la población se vuelve contra el republicano De Witt y reclama el regreso del heredero de la casa de Orange, Guillermo III. Juan de Witt tiene un hermano, Cornelio, alcalde de Dordrecht y padrino…de nuestro amable tulipanero Van Baerle. Cuando la animadversión de los ciudadanos empieza a crecer, éste De Witt visita a su ahijado, simula interesarse por sus tulipanes y, ya a solas en el secadero de los bulbillos, le hace entrega de un misterioso paquetito, para que lo guarde en un lugar seguro… Van Baerle lo esconde allí mismo, en un cajón de bulbos. Y como no vive más que para sus flores, ni siquiera pregunta qué contiene el paquete. Los lectores sí lo sabemos: es la correspondencia entre el Gran Pensionario y el Marqués de Luvois, ministro de la guerra del Rey Sol. Los hermanos de Witt han tratado de negociar con los franceses para evitar la guerra; ahora bien, si las cartas cayeran en manos de los orangistas, éstos podrían tergiversarlo todo, incluso acusarles de alta traición. ..
Padrino y ahijado se abrazan y se despiden.
No pueden sospechar que, muy cerca de ellos, mirando a través de un telescopio, alguien más ha asistido a la escena…