El eterno otoño de los feacios

«En el exterior del patio, cabe las puertas, hay un gran jardín de cuatro yugadas y alrededor del mismo se extiende un seto… Allí han crecido grandes y florecientes árboles: perales, granados, manzanos de espléndidas pomas, dulces higueras y verdes olivos. Los frutos de estos árboles no se pierden ni faltan, ni en invierno ni en verano: son perennes; y el céfiro, soplando constantemente, a un tiempo produce unos y madura otros: la pera envejece sobre la pera, la manzana sobre la manzana, la uva sobre la uva y el higo sobre el higo. Allí han plantado una viña muy fructífera, y parte de sus uvas se secan al sol en un lugar abrigado y llano, a otras las vendimian, a otras las pisan, y están delante las verdes, que dejan caer la flor, y las que empiezan a negrear… Tales eran los espléndidos presentes de los dioses en el palacio de Alcínoo, rey de los feacios» (Odisea, canto V, ed. Aguilar)

De modo que cuando el naufrago Ulises llega a Esqueria (la isla en la que reina Alcínoo) allí era a la vez primavera y otoño, verano e invierno. Flor y fruto a la par. Todas las estaciones en una. Pero, como Juvenal dejó escrito muchos siglos después, esa estación única era, de hecho, un otoño perpetuo, pues todas las frutas que Homero menciona maduran a partir de ahora, cuando el verano termina. En el país de los feacios no hay cerezas, ni fresas, ni melocotones… frutas de primavera y de verano, menos exuberantes y de peor (o nula) conservación. Sin embargo, no es esta imagen homérica -de plenitud otoñal- la que predomina en las utopías literarias posteriores. En ellas se prefiere la primavera, una eterna primavera llena de luz y de flores… Pero no. Ni la luz ni las flores se comen. Para los que prefieren comer a cantar (o hacerlo, al menos, por ese orden) siempre será preferible el otoño.

Higos a secar, cubiertos por una gasa

NOTA1. Para secar los higos:
Hay quien los ensarta en un cordel y lo va colgando al sol, o en una habitación aireada, como los fallados de las casas antiguas, allí donde también se ponían a secar racimos de uvas, y se almacenaban manzanas y calabazas. Yo prefiero secar los higos en cestos o en cajas de plástico con agujeros, las mismas que usaremos para la vendimia, porque son más fáciles de trasladar. No tiene más misterio la cosa. Lo único importante, me parece, es cubrirlos con una gasa o una redecilla apretada, u otra caja vuelta del revés. para que no vengan los insectos a comerlos, o peor, a dejar ahí sus puestas. De noche sobre todo, porque a las polillas le gustan bastante (y el relente nocturno retrasa el secado). Lo suyo, en realidad, sería meterlos cada noche a cubierto… Otrosí. Los que secan higos a lo grande, y lo hacen bien de verdad, los escaldan un minuto antes de ponerlos a secar, para liquidar cualquier patógeno que puedan llevar ya dentro.
Se recogen cuando ya se han arrugado y deshidratado pero todavía están blandos.

NOTA 2: La cita de Juvenal: Sátiras, V, 151

Higos negros de Liotard

Liotard, figues noirs et poiresJean-Étienne Liotard pintó este cuadro a los 80 años.  Vivía entonces en una  gran casa de campo próxima a Ginebra, su ciudad natal, a donde había vuelto después de toda una vida rulando por las cortes de media Europa, desde Constantinopla hasta Londres, pasando por Versalles, La Haya, Viena.
Liotard ha retratado a reyes, emperadores, aristócratas y buenos burgueses.  Ha conseguido reunir un cierto capital. Vive tranquilo, retirado en la aldea de Confignons, y, al decir de algunos, reintegrado a la religión calvinista de sus padres (refugiados hugonotes, como tantísimos otros, a los que Ginebra debe su buena fama  hortícola y viticultora). Liotard tiene un hermoso jardín. La vista, más allá de los muros, es un paisaje de viñedos y frutales. No sabemos realmente lo que Liotard pensaba entonces, si echaba de menos o no las recepciones en el Hofburg,  las soirées en las Tullerías, o los reflejos de la luna sobre las aguas del Bósforo… Sí sabemos, en cambio, porque él se preocupó de hacérnoslo saber, que un día de agosto o septiembre, ya muy anciano, contempló un puñado de higos sobre la mesa y sintió la necesidad loca de pintarlos, es decir, de hacer que perdurasen en el tiempo. Higos de montaña, llamados «higos Nordland», de piel morada o violeta, casi negros, muy plantados junto al  lago Lemán y más al sur (sureste), en el Valais, tierra de albaricoques, ciruelas, manzanas y peras… Los higos Nordland aguantan hasta -15 grados bajo cero, incluso un poco más si la tierra drena perfectamente y la higuera está plantada en empalizada, contra un muro orientado al sur.  Quizá fueran también Nordland, o de alguna variedad parecida, las higueras que hizo plantar en su palacio de Potsdam Federico II el Grande, protegidas por aparatosos bastidores de madera y cristal.
Los higos de Liotard, sin embargo, tenían que ser para él algo más que una fruta sabrosa. Los pintó con la misma aplicación, la misma consideración, con la que años antes había pintado al Delfín o a la Emperatriz de Austria. Quizá más. Como los claveles y lilas que pintaba Manet al final de sus días, o los bodegones esquemáticos del casi nonagenario Renoir ( el pincel atado con vendas a su mano derecha, petrificada por la artritis), pintar flores y fruta a las puertas de la muerte  tiene mucho de acción de gracias, o mejor, de silenciosa declaración de fe:  fe en la vida tal cual la vemos y deseamos todos, creyentes o no, sin necesidad de sobreponerle mensajes cifrados.  Junto a los higos Liotard pintó también dos peras y un trozo de pan, una servilleta bien doblada y el mango de un cubierto, todas estas cosas con una perspectiva extraña, forzada, quizá con la intención de ver más y mejor (todos los puntos de vista a la vez) y de ayudarnos a nosotros – amigos lejanos-  a  mantener viva su admiración.

NOTAS

Sobre la (presunta) relación entre el despojamiento de estos bodegones tardíos y los austeros valores calvinistas:  Cl.Sttoulling,  «Natures mortes», p.110, apud Jean-Étienne Liotard dans les collections des Musées d´art et d´histoire de Genève. Somogy Ed., Paris 2002. A saber si esa relación estaba en la cabeza del pintor (además de en la del crítico del s.XXI). Lo único que nosotros vemos es esto: media docena de higos y peras en sazón, que un hombre ya muy mayor acaba de ordenar amorosamente sobre la mesa.

Para el que tenga interés en el cultivo del higo allende los Alpes, adjunto el enlace a un forum muy chusco que acabo de encontrar, y que se abre con el comentario de un «fig fan from Germany» (sic),  sorprendido al enterarse de que hay higos en Prusia:  
http://forums.gardenweb.com/forums/load/fig/msg1015515611539.html?13

En los terrenos del «château» de Confignon (la que fuera casa de Liotard) se siguen cultivando viñas y frutales.  Una enorme higuera crece a pocos metros de la parada del tranvía.

¡Ponga un higo en su vida!

Segunda mitad del verano

Sueño que maduran los higos. Como cada año al doblarse el verano, cuando el sol empieza a bajar sobre el horizonte y la luz cae más oblícua, y las fotos salen con colores más intensos, y las noches se alargan de manera perceptible (ahora sí): como cada año hacia el veinte de agosto, al menos por aquí, empiezan a madurar las uvas y los higos. Hay quien anda vendimiando ya las uvas blancas, tempraneras, que siempre maduran rápido, tanto más rápido cuanto antes hayan sido podadas, por crecer en zonas soleadas y libres de helada, lo que no es el caso de LRO (mirando al norte, en terrazas de tierra arcillosa, se podan en marzo y todo va más lento). Los higos sí  están ya gordos y tentadores, aunque aún no rezuman ni se cuartean… Les queda una semana, quizá diez días.

Instrucciones para disfrutar de los higos sobre la marcha: se cogen dos buenos puñados (guardándolos en la camiseta, como en un refajo) y a la gruta a comerlos (hay una foto de esta gruta en la entrada «Aquí empieza todo»)

Todos vigilando a las cabras. La higuera a finales de agosto está a reventar de higos
( bajo las ramas, a la izquierda, la gruta donde nace el agua)

Receta sofisticada de «Higos con Baileys», tal como la prepara mi madre: se parten los higos y se colocan en una fuente con la pulpa para arriba; se cubren de Baileys y se dejan a macerar unas horas en la nevera; se sacan, se les da la vuelta, y se cubren de nata («Si es de Berna mejor»; Berna es una famosa pastelería de La Coruña); se espolvorea  todo de  fideos de chocolate y vuelta a la nevera. Sírvase bien frío, con una copichuela de …Baileys helado. Calorías: unos cinco millones (aproximadamente). Variaciones de mi hermana: quita la pulpa con una cuchara como si fueran kiwis; no los deja a macerar; en vez de fideos, galletas de chocolate (las Granola Digestive, por ejemplo) machacadas en la batidora pero que queden crujientes. Calorías: las mismas o más.

NOTA: .  Sobre el higo-fruta prohibida, véase entrada:https://laramadeoro.com/2012/01/10/el-taparrabos-de-adan/

El taparrabos de Adán

Enero 2012

L. Cranach el Viejo, S.XVI, Londres.

Primera pregunta. ¿Con qué se taparon Adán y Eva tras comer el fruto del Árbol de la Ciencia y sentir por vez primera vergüenza de su desnudez?.

Segunda pregunta, atención. ¿Cuál era ese fruto prohibido?.

Tercera pregunta, que en realidad es consecuencia de lo que respondamos a las dos anteriores. ¿El árbol con cuyas hojas se taparon era, por tanto, el mismo árbol cuyo fruto comieron… u otro que crecía por allí cerca?. La pregunta no es tan tonta como parece.

Creo que, de buenas a primeras, todos nosotros responderíamos lo mismo: que se taparon con hojas de parra y que lo que comieron era una manzana; ante la tercera pregunta quizá nos quedaríamos un poco pensativos… Lo lógico es que, como el sentimiento de pudor surgió en el momento mismo de morder el fruto, Adán y Eva se taparan con lo que tenían más a mano, ¿no?. Con lo primero que pillaron. Pero claro, entonces se taparon con hojas de manzano. ¿Y se puede tapar uno –tapar bien tapado– con hojas de manzano?.

Para solucionar este dilema lo suyo es consultar el Génesis, capítulo tres. Y ahí está la sorpresa, que en el Génesis no se dice nada, ni una palabra, sobre cuál era el «fruto prohibido», pero sí se dice explícitamente que se taparon con… ¡hojas de higuera! (estupendas, por su buen tamaño, para tapar lo que se quiera). Así pues, ¿de dónde hemos sacado nosotros eso de la manzana de Eva y eso de que se taparon con hojas de parra?. No de la Biblia, desde luego. Lo hemos sacado de las imágenes, no de los textos. De las imágenes que desde el Renacimiento en adelante nos han ido acostumbrando a una determinada iconografía (y el hecho de que no estuviera sustentada en las Escrituras era lo de menos, porque tampoco las contrariaba en lo sustancial: fuera una manzana fuera un kiwi, lo grave era habérselo comido).

Codex Aemilianus, S. X, El Escorial.

En las historias del arte hay docenas, cientos de representaciones de esta escena. Si se miran con atención se aprecia un corte muy claro entre los Adanes y Evas de la alta Edad Media (capiteles y pórticos de las catedrales, miniaturas de los códices…) y los que se empezaron a representar a partir del siglo XIV, quizá antes. Hasta ese momento lo que tenían entre manos Adan, Eva y la Serpiente era una higuera, o bien un árbol esquemático, una abstracción geométrica que podía ser cualquier árbol frutal de hoja ancha. Y entonces, en los albores del Renacimiento, y muy particularmente en los países del Norte que tenían relaciones comerciales y culturales con el Mediterráneo (Flandes, Alemania), empiezan a multiplicarse las manzanas y las parras… Sucede que a estos pintores lo que de verdad les interesaba era pintar desnudos. Como excusa para hacerlo, la única imaginable, la Biblia les proporcionaba el retrato de Adán y Eva. En cuanto a la forma, estos pintores miraban con admiración –como sus colegas del sur– hacia el pasado grecolatino, tan rico en desnudos integrales. Ahora bien, lo que no podían saber, salvo que cruzaran los Alpes y/o los Pirineos, es cómo era una higuera. En los mosaicos, la cerámica y la escultura antigua veían a Dionisios (y su alegre compañía) con hojas de parra a modo de taparrabos. En el sur de Alemania conocían perfectamente la vid, llevada por los romanos hacía siglos. Además, la propia hoja se parece vagamente –por su tamaño al menos– a la de esa higuera que veían en las representaciones antiguas. Total, que se hicieron un lío.

En cuanto a la fruta, si uno lo piensa bien, ¿qué fruto podía crecer en el norte de Europa en esos siglos, fruto que sea suficientemente apetecible y tentador, tal como lo describe el Génesis?. Si descartamos los pequeños frutos silvestres, los membrillos y nísperos (imposible morderlos)… sólo quedan las manzanas y las peras. Cuanto más al norte, más manzanas y menos peras. El peral aguanta muy bien el frío pero necesita sol para que la fruta madure bien y sea de calidad; además florece antes que el manzano, lo que le hace muy, muy sensible a las heladas de primavera. Así que manzanas. Se puede añadir una segunda explicación: ¿no fueron también una mujer, Helena, y una manzana, la del juicio de Paris, las que provocaron la guerra de Troya?. Mujer guapa, lujuria, manzana, promesa rota, desastre. Cuando en el Génesis no se dice claramente qué fruto era ése del Árbol de la Ciencia, la manzana era una opción plausible porque remitía a un modelo conocido, con parecidas connotaciones morales. Las historias de la antigüedad grecolatina se mezclaban al buen tuntún con las de la Biblia, como pasaba con las representaciones de los Santos, y a nadie le parecía extraño.

Y así, entre manzanos del norte, higueras del sur, y parras aquí y allá, las combinaciones posibles resultaron numerosas y curiosísimas. Un resumen:

Detalles del díptico de Durero en el Prado; del grabado de Durero en Frankfurt, y del cuadro de Baldung Grieg en Budapest.
  • Adan y Eva se tapan con hojas de manzano y el fruto es una manzana. La opción más nórdica. Coherente pero sin relación con el Génesis. Es el cuadro de Durero en el Museo del Prado, por ejemplo.
  • Los dos se tapan con hojas de parra pero el fruto es una manzana. Incoherente y sin relación con el Génesis. Es el cuadro de H. Memling, alguno de los de Cranach, el grabado de Durero, etc.
  • Adán se tapa con una hoja de parra (que casi parece una hiedra) pero Eva con un ramito de manzano. Y comen una manzana. El cuadro de H. Baldung Grieg, en Budapest.
  • Los dos se tapan con hojas de higuera pero comen una manzana. De hecho, hay dos árboles: higuera y manzano, claro está. Es la opción “diplomática” de Tiziano, copiada más tarde por Rubens (las dos en Madrid).

  • No se tapa nadie y lo que comen son higos. Fresco de Miguel Ángel en la Capilla Sextina (y no vale decir que estaban a punto de comerlo: en la escena contigua ya lo han mordido, así que si están en cueros es porque Miguel Ángel así lo quiso).
  • No se tapa nadie y lo que comen son manzanas. Cuadro de J. Gossaert en el Museo Thyssen.
  • Se tapan los dos con hojas de higuera y comen higos. Versión de las representaciones antiguas (capiteles, códices…),  coherente con el Génesis, y que recientemente he visto en un cuadro enorme del Museo de Ginebra, cuyo autor no recuerdo (el celador de la sala, de origen tunecino, me distrajo haciéndome notar dos cosas: que el autor del cuadro se había equivocado pintando una higuera en vez de un manzano, y que Adán y Eva tenían ¡seis dedos en cada pie!).
  • Estas que he citado son las versiones habituales, las que he encontrado haciendo una batida rápida por mi biblioteca. Pero seguro que hay otras muchas, y muy originales. Por ejemplo, la de H. Van der Goes en Viena: Eva se tapa con un lirio, Adán con la mano derecha, y los dos comen manzanas. O la de J. Van Eyck en Gante: los dos se tapan con ramitos de manzana, pero comen…¡ un limón!.  Etcétera.

Conclusión. El fruto prohibido era un higo, el Árbol de la Ciencia una higuera, pero los pintores renacentistas del norte no tenían la más remota idea de cómo era este árbol ni su fruta. Los taparrabos estaban hechos con hojas de higuera, como dice el Génesis. En los manuales de iconografía se nos dice que los primeros exegetas de la Biblia siempre hablaron del higo-fruta prohibida, y en las representaciones más antiguas tampoco hay duda. Adán y Eva, nuestros padres, desoyeron las órdenes de Yahvé –no probaréis el fruto del Árbol de la Ciencia del Bien y el Mal– se comieron el higo, y fueron inmediatamente expulsados del Paraíso. Y nosotros con ellos. La pregunta que queda en el aire, para terminar, es si empezó ahí la mala prensa de la higuera. Una higuera estéril fue maldita por Jesús de Nazaret. De una higuera se colgó Judas, por lo visto… Y sin embargo, la higuera fue durante siglos la fuente principal de azúcar –junto con la miel– de todos los pueblos del Mediterráneo. Inseparable de la vid y del olivo, que conocieron mejor suerte, hoy la higuera hace las veces de pariente pobre. ¿Por qué, si los higos son tan ricos?… (Ahí lo dejamos, para otro día).