Riego a manta

El pozo de Miguel de momento tiene agua. Riega «como siempre se ha hecho», dejando que la corriente colme los surcos mientras él vigila el circuito para que el agua se reparta bien (y «bien» quiere decir: a cada hortaliza según sus necesidades, pero sin quitarles el ojo de encima) y para que no rebose y se pierda por ningún punto. La ventaja del riego a manta es su facilidad, limpieza, abundancia…La desventaja, que no lo era en otros tiempos, es que una parte del agua se filtra sin provecho, otra se evapora, y que la tierra, una vez seca, se cuartea y endurece. Sigo siendo partidaria del acolchado. O de los cultivos intermedios con flores, aunque las plantas de la huerta rindan menos. A Miguel poner menos de cincuenta o sesenta tomateras le parece una tontuna. Tiene los surcos como una patena. Si una correhuela osara asomar la nariz, ¡zas!, azadón que te crió. Produce tomates y pimientos para regalar a todo el mundo, y lo que sobra se lo echa a las cabras de Wasa, el nuevo cabrero, marroquí, que ha tomado el relevo en sus viejas instalaciones del «tinao».

Miguel vendió las cabras en 2016. Hubo que hacerles fotos a todas, juntas y por separado, para que él pudiera elegir y después subirlas a milanuncios.com. Un conocido de aquí al lado terminó comprándolas, para gran alegría de Miguel, que así podría ir a visitarlas siempre que quisiera.
El día del traslado era un viernes. Yo fui primero, antes de que empezara el zafarrancho, para recoger a los dos perros del tinao: Boni y Curro. Luego el comprador preparó a las cabras.
– Y Miguel, a tí que te lleven en coche si quieres decirles adiós -le gritó.
Pero Miguel no quería dejarlas ir sin más, así, a la francesa: con su artritis a cuestas, sin casi poder levantar la mirada del suelo, de tan encorvado que caminaba entonces, hubo de acompañarlas hasta su nueva casa (a cinco kilómetros de aquí; para que el rebaño pudiera pasar al otro lado del monte, él mismo -apoyado en dos bastones- cortó durante unos minutos la carretera de Toledo). Una vez las dejó instaladas, y hechas las recomendaciones precisas al nuevo propietario, Miguel se volvió al pueblo para empezar a preparar la bolsa de viaje.
Ese mismo lunes ingresó en el hospital de Móstoles. Primero se operó una rodilla, después la otra, después la hernia…
Y ahí está ahora, jubilado y sin bastones, produciendo tomates para parar un tren.

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