Ah, wild sea…!
and the Galaxy stretching out
over the island of Sado!
Este haiku de Matsuo Basho, en inglés y en japonés, lo encontré escrito/pintado hace años en una pared de Leyden. Como en la mayoría de los haikús, ni hay verbos principales ni se cuenta realmente nada. El autor de los versos se limita a nombrar las cosas, maravillado por su simple existencia: mar salvaje, y la galaxia que extiende, más allá de la isla de Sado. Otras maravillas más cercanas: los amasijos de algas, restos de redes y nasas, ramas partidas, pequeños crustáceos e invertebrados, que quedan prendidos a las rocas al retirarse la ola (alguna vez he llegado a encontrar ¡manzanas!). Los tesoros de las arribazones. Y el olor, imposible de reproducir. El mar de la foto no es el del Japón. Es el del Canal de la Mancha. Está sacada desde lo alto del faro de Carouan, un atardecer de septiembre de 2007 (habíamos cogido el último trayecto del ferry, La Bohème III, y a punto estuvimos de perder el viaje de regreso y de quedarnos a pasar allí la noche). Con el sol poniente y la marea todavía baja, ese trozo de agua parecía un océano, y los salientes rocosos -con sus retazos de algas- un lejano archipiélago. O una galaxia cercana. Asomada a la ventana más alta del faro, mientras la gente se apresuraba a regresar a La Bohème, me acordé de esos versos y (por una décima de segundo, como suelen ser estas cosas) me pareció conocer desde siempre a su autor, Matsuo Basho, aquel poeta pobre que vagabundeaba por la isla de Kyushu, hace tres siglos.
Si, son escalas: un charco mareal como un mar completo, un haiku como una saga de miles de versos…