Verano 2020 (1)

30 de junio-5 agosto

Cuándo hay que desbrozar. Cuándo exactamente. Cuando lo que quede detrás, una vez apagado el motor, sea esto:

Crepitar de verano: cardos amarillos y amor de langostas. Locusta migratoria, en fase solitaria (solitaria-conyugal), a la que corresponde ese color pálido, entre pardusco y verde agua. Leo que las langostas se oscurecen cuando empiezan a ser muchas. Pero aquí yo  nunca veo más de una o dos, y siempre con ese aspecto, un poco clorótico. No sé dónde ponen los huevos, si es que los ponen y prosperan. No sé tampoco quién se las come, quizá los rabilargos, las urracas. Un crujido en el pico, como de churros recién sacados de la sartén. 
Los cardos: Centaurea ornata. Casi lo único que sigue en flor. Otro crepitar, como el de la hojarasca bajo las encinas.

A majano, como a milladoiro, se le sobreentiende el colectivo (conjunto de- cantos), pero no a mojón ni a mogote ni a hito ni a hita (ni a pedra-fita). Y también el material: piedras, únicamente. En cuanto a la función: a veces balizas (como mojón), a veces recordatorios (como hito), a veces nada, y siempre y en cualquier caso, seguro refugio de lagartijas.
Leo que milladoiro se contaminó con humilladero; derivó en humilladoiro y quedó como término asociado a los romeros, del Camino o de cualquier ermita. Los peregrinos franceses los llamaban montjoies.  Marcaban la buena dirección, la del oeste, y eran como puntadas petrificadas de la Vía Láctea. O Montes do Gozo en miniatura, que iban prefigurando -como metas volantes- la colina de San Marcos de Bando, a las puertas de Compostela.

Los majanos del campo, sin embargo, son solo lo que parecen: un montón de cantos (mis vecinos jamás les dicen «guijarros», pero sí usan «guija» para la grava fina en que se desmigaja el granito, tenida por buena para las cepas). Señalan una parcela despedregada hace décadas, o siglos, allí donde se iba a sembrar cereal o a plantar una viña. Pasaba primero el arado. Las piedras que había levantado la reja se recogían una a una, doblando la espalda y cargando capachos. A veces podían aprovecharse para muros secos, para rediles, bancales o pequeños chamizos (de los que alguna huella queda entre las zarzas) pero lo que interesaba de verdad era la tierra. ¡Qué hito ni qué hita!  Desde entonces viven en el majano las musarañas, los lagartos ocelados, los sírfidos -que parecen avispas pero en realidad son moscas-, algunas serpientes, los colirrojos tizones. En el lado que da al norte, bajo las piedras medio enterradas y más frescas de la base: bichos-bola, escolopendras, lombrices, puede que algún sapo… Dicen  los que las han visto -Miguel Manduca- que también entre las piedras se refugian durante el día las luciérnagas, pero yo, aunque las busco, no he vuelto a verlas desde que era niña. De hecho solo las vi una vez, en una pradera da Costa da Morte que olía mucho a menta y a hierba mojada; por eso las asocio a eso -ese olor y esa humedad- y para nada a los rastrojos de LRO, ni siquiera al relativo frescor de los majanos. 
Lucecús. Mi padre había cogido una linterna y nos llevaba caminando detrás, en silencio para no asustarlas. La pradera estaba -y está- cercada por un valado de piedra. Pero no un valado cualquiera, un muro como otro, con las piedras sin escoger, mejor o peor amontonadas. No. El valado aquel era -y es- una muy respetable obra de autor, del cantero Xosé de Canduas «el Pantera», q.e.p.d.,  personaje de otros tiempos, como las luciérnagas, que solo trabajaba cuando se levantaba con ganas, y había que decirle amén a todo, sin chistar, porque tenía plena conciencia de su valía y podía mandarte al carallo ...  (He tardado cuarenta años en darme cuenta, hoy, al pasar por el majano del camino de LRO: bien a la fresca en el valado del Pantera, os lucecús tendrían donde recogerse durante el día.) (1) 

Helado de maracuyá, flor de la pasión. 
La Passiflora caerulea, aunque americana del sur, tolera bien el frío y pasablemente bien el calor de la meseta. Florece y el fruto cuaja. No es sabroso, sabroso como el maracuyá, fruto de su prima  Passiflora edulis. Aún así, los pájaros se lo llevan cuando tienen sed, y después van dejando sus semillas por los patios y setos de las casas del pueblo. Aupándose ágilmente entre las ramas de un olivo, las lianas de la pasíflora -zarcillos largos, hojas lobuladas oscuras y ásperas- conseguirán llegar a lo alto y embarullar la copa. No será fácil deshacerse de ella  si, en vez de cerrar filas con el viejo olivo, nos apiadamos de la exótica Passiflora -¡tan hipnóticas son sus flores!- y tardamos demasiado en arrancarla. (En los anodinos setos de arizónica ya  es otro cantar. Así en la foto; bayas de pasionaria, como bombillas encendidas, sobre el seto de la vecina; únicas  luces de verbena que habrá este verano)
El helado artesano de maracuyá, el mejor del mundo, lo hace Mambaye en la heladería-chocolatería de Valdeisabella (calle Dr. Mampaso, 2A, San Martín de Valdeiglesias, chocolates y pastas ecológicos, también a domicilio: iseba1@hotmail.com)

Última alfalfa en flor. Cuarenta grados a la sombra a las seis de la tarde. Hoy, ayer, anteayer, y dicen que mañana, pasado mañana y al otro. Así hay que vivir.  Chicharras en los pinos. Saltamontes en las hierbas sin segar. Avispas entre los racimos de uvas, ya en pleno envero. Muy arriba, tan arriba que no sé si los veo o me lo invento, dos buitres bailando.  Abajo, nada. Ni un rabilargo se atreve a cruzar el secarral hasta que empieza a caer el sol.
En el vídeo: trío de pulgones-hormigas-mariquita , trasteando en una alfalfa sembrada hace más de diez años. Perico ‘Somatén’ se la lleva a veces para sus conejos. Aparca la C15 en el camino, sin apagar el motor, y saca un hocino de debajo del asiento.  Qué raíces tendrá la alfalfa, para soportarlo todo tan bien. La sequía, los cortes repetidos de la hoz.

 

5 de agosto
Por el lado de Robledo de Chavela el cielo vuelve a estar azul. Mil hectáreas han ardido, según informan en la radio local, de unos montes que ya nadie cuida seriamente en invierno. Enebros, encinas y pinos, pero también todo lo otro: cardos amarillos, majanos; cepas perdidas, sin podar, que aún producían algo y hasta maduraban, pasando ahora del verde al morado; zorros nacidos en primavera, que irían de noche a rechupetear esos racimos; serpientes que ya habrían mudado varias veces;  jaras de flor blanca, jaras de flor rosa; retamas que hacían ¡clac! al rasgarse sus legumbres; rabilargos de antiquísima estirpe (cuentan que llegaron en el siglo XVI en un galeón portugués, procedentes de Japón y Corea; desde Lisboa  subieron Tajo arriba… y hasta aquí llegaron), chicharras en el pinar, langostas, hormigas, alfalfa que alguien sembró hace una década, quién sabe si una pareja de luciérnagas….  Mil hectáreas de todo eso. Y así hay que vivir..

 

NOTAS
(1) P.P. Passolini usó en una ocasión «la desaparición de las luciérnagas» -ocurrida en los primeros 60, según su propia constatación- como término ante/post quem para explicar la política italiana contemporánea… o cualquier otra cosa. En el momento de confrontación de apocalípticos e integrados (el libro de U. Eco es también de la época) él representaba posturas muy puritanas, que no le parecían contradictorias con su  condición de «marxista humanista» (tampoco debía de serlo conducir un Alfa Romeo y salir con él  a vacilar por las afueras de Roma -esos descampados maravillosos, extraordinariamente poéticos, que filmó en Mamma Roma, en Pajaritos y Pajarracos… en los que para poder construir, entre otras cosas, las autopistas por las que él conducía a todo gas, ya no era posible encontrar luciérnagas…). Mi padre nos enseñó las luciérnagas, con mucho misterio, mucha ceremonia, a finales de los 70. Una amiga de Cotos de Monterrey fotografió una hace tres años (aquí a la derecha, sin flash). Una. Pero lo que yo recuerdo es un dibujo de luces, como un encaje, que se encendía y apagaba, e iba avanzando por la hierba. Las luciérnagas desaparecieron pronto, en pocos meses. Mis padres -como los padres de todo el mundo, que ni eran marxistas-humanistas ni lo contrario- querían construir ahí mismo una piscina; los vecinos ya habían construido la suya, el concello había asfaltado la bajada a la playa…

(Passolini. La compilación de artículos, Escritos corsarios, está en internet, formato pdf y libre acceso. Sobre las luciérnagas: artículo de 1 de febrero de 1975. De lectura  soporífera hoy, en mi opinión, salvo los párrafos iniciales)

Verano 2019 (1)

30 de junio

Mientras a pocos kilómetros de casa (del otro lado de ese cerro que tengo ahí delante, en Cadalso) ardían cientos de hectáreas de encina, pino carrasco, enebro, olivo… estas dos lagartijas se entrelazaban pacíficamente sin que el humo las molestara, sin que las noticias de la tele, sin que el calor abrasador…

5 de julio

Una fuga de agua es un pequeño oasis, de importancia INFINITA para los seres vivos que dependen de ella. En este caso se trata de una fuga deliberada, dejada al pie de la alberca para que la charca siempre tenga algo de agua. Ahí van a beber los jabalíes y demás animales que rondan LRO. ¿Por qué, entonces, se asomó a la alberca este corzo, teniendo el agua de la charca tan cerca? Le falló el pie, tardó en ahogarse… No volverá a pasar. En espera de poder vaciar la alberca y hacer unos escalones de obra, hemos amontonado una «torrentera» de bloques de hormigón en una esquina. En cuanto al cuerpo, lo arrastramos hasta lo alto de la finca para que zorros y cornejas primero, y con seguridad los buitres después, dieran buena cuenta de su carne.
Los cuernos son cortos y fuertes. «Madera del aire», se decía antes. Se dirigen hacia el cielo y se renuevan cada primavera. Hacen del animal -cualquier cérvido- un «señor de la luz»: una divinidad mediadora y benéfica.

De momento los cuernos de nuestro pobre corzo psicopompo se secan al sol en el sombrajo de la casilla. Después se vendrán a casa.

16 de julio

En una bodega familiar de Collioure. Damajuanas de 30 litros con el corcho perforado (pero protegido por un trozo de plástico y una lata dada la vuelta) guardan al sol los vinos dulces de la apelación de origen Banyul. Entre 2 y 3 años de lenta oxidación a la intemperie, tras 5 ó 6 en una barrica (en la bodega). La malla metálica protege las bombonnes de las posibles granizadas. Pero quizá estos vinos hayan pasado un poco de moda; ahora los que parecen estar en alza son los rosés
La garnacha del Rosellón crece entre esquistos (en la foto: dos bloques sujetando los cables). Para que las raíces puedan penetrar profundamente en la tierra los vignerons de la zona usan a veces pequeños «cartuchos de dinamita agrícola».

21 de julio

Los tomates del pijo-huerto, creciendo y madurando.

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Acolchado: sí y no, y a veces.

Todo el verano

acolchado sandías(Lo primero: hay que desterrar del disco duro el anglicismo “mulching”.  ¿Por qué usar   ese gerundio cacofónico en vez de nuestro castizo  “acolchado”, que es palabro cierto, y bien bonito?.)
En LRO se usa como acolchado todo cuanto nos viene a la mano.  La tierra no debe estar desnuda. Hay que protegerla de la insolación del mediodía, y del impacto del chorro de agua, y tratar de ponerle difícil las cosas a las malas hierbas (con una capa espesa de acolchado la luz no llega a las semillas que, de ese modo, tienen más complicada la germinación). Durante un par de años cometí el error de traer paja de fuera: comprada en una ocasión (lo que ya es una locura absoluta), y reciclada de unas pacas de heno para caballos en otra (estoy casi segura al 98% de que los primeros grillotopos vinieron con esa remesa de heno). Ahora, después de mucho romperme los cuernos, por fin he aprendido. Procuro desbrozar antes de que granen las hierbas que voy a usar de acolchado. Las dejo secar “in situ”, Y después, ya en pleno verano, las rastrillo y me las llevo a la huerta.
acolchado con brozaCuando algún cliente, o algún vecino, o el jardinero del ayuntamiento, me  guarda las siegas de césped, lo mezclo con mi broza y obtengo el acolchado de calidad PRIMA. Las siegas aportan el nitrógeno y  mi broza vieja el carbono. Las siegas tapan los vacíos entre la paja reseca, haciendo más eficaz la cobertura. Pero la paja reseca impide que el césped se apelmace en exceso. Las siegas se descomponen rápido, incorporando sus componentes al suelo. La paja, más estable, me permite no tener que estar acolchando cada quince días… Un acolchado, en fin, no es más que un «compostaje» (¡otro palabro dudoso!) en superficie, más lento que el del «compostero» (donde las temperaturas son más altas) y que protege el suelo y las hortalizas mientras el proceso de descomposición arranca..
En algunos cultivos, además, esos cojines de paja cumplen alguna otra función añadida. Sobre ellos se recuestan mis preciosas sandías “Crimson”,   como en una chaisse longue diseñada a medida, y ahí  van engordando lánguidamente –sin magullarse ni ensuciarse- hasta que llega el día de hincarles el diente. En capas de hasta cuarenta centímetros de paja coloco los tomates morunos, que de lo contrario se revolcarían, o se romperían, por muchas cuerdas y tutores que pongamos por todas partes (no son tomates de enrame); la alternativa es usar cajas de madera, las que dejan los fruteros en la puerta de la tienda, pero el inconveniente de las cajas, en mi opinión, es que dificultan el riego (el manejo de la manguera), además de lo evidente: que no aportan nada ni a la química ni a la física del suelo, como sí hacen los acolchados orgánicos a medio y largo plazo.
¿Todo son ventajas, pues,  en el acolchado de la huerta ?. Algunos dicen que sí.  Yo creo que sí…casi siempre. Algunas cosas que he aprendido:

  1. Si hay grillotopos, el acolchado se convierte para ellos en un hotel de cinco estrellas. Mis vecinos no sabían lo que era un bicho de estos hasta que me vieron a mí llorando por las esquinas. Ya he sugerido que los primeros pudieron llegar de otra zona, que sí estaba infestada, camuflados entre el heno. PERO después de dos años de lucha sin cuartel empiezo a conjeturar otra razón para mis grillotopos (no incompatible con la primera): mis vecinos aran y aran hasta que se les acaba el gasóleo…En LRO, sin embargo, apenas se mueve la tierra. Y la enseñanza, por desgracia, es ésta: sólo a base de cavar y de pasar la mulilla he conseguido que el grillotopo no acabe conmigo.  Y sólo cuando hay indidios fiables (v.gr.: varios días sin bajas en la línea de cebollas) de que el grillotopo se ha ido por piernas –excavando galerías de hasta un metro de profundidad-  puede uno plantearse empezar a acolchar la huerta (y dejando libres las calles para seguir dándole a la azada, por si el grillotopo asomara de nuevo)
  2.  Si hay riego por goteo, y el  agua viene con alguna impureza, (aquí las «impurezas» pueden ser del tamaño de una rana…)  remolachasla paja que tapa las tuberías es un engorro a la hora de controlar posibles fugas, atascos, o defectos en los goteros. Es una pequeña molestia. Se gana más que se pierde, desde luego. Pero dejar las tuberías en la superficie está descartado, pues son de polietileno negro y el agua se cocería en su interior (las de color arcilla, más caras, se calientan algo menos)
  3. Cuando uno acolcha, y lo hace sin tasa,  no debe olvidar que una cebolla  no  es tan buena bebedora como un tomate o una berenjena. Es bueno que la cebolla asome en la superficie de la tierra, y se coloree con el sol, y se endurezca un poco… (En Galicia ni siquiera se las riega: nada de nada). Como da la casualidad de que las cebollas son el menú principal del grillotopo, mi consejo de hortelana resabiada es éste: no acolchar las cebollas.

NOTAS
Sólo hablo del acolchado en nuestras huertas de verano, aquí en la Hispania profunda. En zonas muy húmedas o  frías habría que matizar mucho (el acolchado puede impedir que se caliente la tierra, puede provocar pudriciones, en fin).  También es otro cantar el acolchado de árboles y arbustos, según y cómo, y dónde, y con qué… Un resumen completo y actualizado de todas estas cosas puede leerse en el libro Medioambiente y espacios verdes, UNED 2013, pp.213-233

NO sin mi desbrozadora

Todo el verano

no sin mi desbrozadora

No se puede vivir sin desbrozar en una finca donde no se ara. Tampoco hay ya  rebaños  ni caballerizas que mantengan a raya las hierbas (hasta hace dos años venía el pastor, Miguel, con sus ovejas y cabras, pero la artrosis ya no le deja aventurarse tan lejos del tinao).  Si viene una primavera lluviosa, como ésta, la pradera nos llega al cuello – literalmente, e incluso más arriba-, lo que está muy bien de marzo a mediados de junio,  cuando todo está aún verde y los insectos enloquecen de felicidad entre la avena loca, las alfalfas, las anchusas….  Pero la cosa cambia mucho  en cuanto empieza a hacer calor de verdad, al rondar los treinta grados. El campo se convierte entonces en un peligroso y crujiente almacén de paja seca, y ya no se puede esperar más: hay que sacar las máquinas, ponerlas a punto, preparar la mezcla de gasolina y aceite. De junio a septiembre se hacen, como mínimo, tres depósitos semanales (en realidad, uno diario durante la segunda quincena de junio).  Tenemos dos desbrozadoras manuales, de las que se cuelgan de la cadera agarradas a un arnés, y con un cabezal de corte “de pelo”, esto es, de hilo de nylon grueso.  La primera es una Stihl 230, que de joven trabajaba con mucha furia pero que desde hace un año empieza a dar problemas (el carburador, dizque; pero cambiarlo no baja de 200 euros). Su hermana pequeña es una Stihl 55,  con menos potencia pero mucho más segura al arrancar. Una es mi brazo derecho, la otra mi brazo izquierdo.  Todos los días están zumba que zumba por la finca. Han de desbrozar los caminos, las zonas contíguas a la casilla y las huertas, y las calles entre las viñas. La pradera de abajo  se deja a su aire (linda con la viña de Perico, tan perfectamente arada que no puedo imaginar mejor cortafuegos que ése).
hierbas enredadas en el cabezalLa hierba alta y de caño duro se corta moviendo la máquina de arriba abajo. Aquí no interesa ir formando haces largos, que se tiendan ordenadamente a un lado, como al guadañar. Primero, porque el diámetro de corte no pasa, en el mejor de los casos, de 40 cm, y habría que darle un fuerte impulso a la máquina para que, además de cortar, desplazara toda esa broza. Y ni esta máquina ni mis brazos están pensados para eso. Segunda razón: mucha de esa hierba no se recoge (sólo una parte; luego lo explico), así que interesa dejarla bien triturada, para que se descomponga antes y rebaje unas décimas (¿?) el riesgo de incendio.
La desbrozadora corta mal -¡ fatal!-  los tallos de las margaritas, de las alijonjeras, y de las malvas. Se enredan salvajemente  al cabezal  y hay que parar el motor para deshacer la maraña. Un incordio. Por eso es recomendable cortar esos cañotos con la hoz antes de empezar con la máquina. Y digo la hoz en vez de la guadaña porque guadaña -por la que llevo suspirando AÑOS- aún no tengo. (Está de camino: mi amigo Rubén me la va a traer de Asturias este verano, una guadaña negra, elegantísima, con su “kit” de afilado incluido…).
¿Qué se hace con la broza?. Con la mejor, esto es, la más fina y más limpia (sin grama ni demasiadas semillas), se acolchan la huerta y el pie de los árboles frutales. La más basta se divide en dos: una parte se queda «in situ», procurando pasarle una segunda y hasta una tercera vez la desbrozadora, y otra parte se rastrilla y se acumula en los composteros, que están en zonas donde se llega bien con la manguera. Siempre que se puede se mezcla con hierba fresca -verde, nitrogenada- que me traigo de otros jardines o incluso de las segadoras de césped del Ayuntamiento (cuando las pillo). En esos composteros, más o menos regados, sembraré cucurbitáceas el próximo año, o sacaré la  tierra de la parte baja -la hierba ya descompuesta – con una pala de mango largo, como si fuera  un horno de pan…

Rutina

Todo el verano, cada verano

Nada más llegar: comprobar los estragos del grillotopo/alacrán cebollero en la huerta (una cebolla, una remolacha y un apio de media, por noche)
Comprobar que en las trampas para el grillotopo no han caído cárabos ni estafilinidos, que no hacen daño  en la huerta (todo lo contrario) pero siempre se caen de patas en los botes y cajas que dejo enterrados. Hay que liberarlos enseguida (bajo el acolchado de paja), para que no se deshidraten.
Comprobar que no han caído lagartijas a la alberca (en lo que va de verano he salvado a tres y he retirado el cadáver de una cuarta: no son nada listas)
Abrir la primera tanda de goteros. Limpiar primero el filtro.
Subir a la alberca vieja: escuchar unos segundos la caída del agua en su interior. Comprobar el nivel. Si hay suficiente agua, regar moras y frambuesas, a mano. Primero, recoger algunas tarrinas de moras (de buena mañana la piel está tersa, después se empieza a tostar)
Bajar a la segunda huerta y comprobar que el viento no ha tirado los sombrajos. Si los ha tirado, volver a atarlos.
Abrir la segunda tanda de goteros.
Revisar los tutores de los tomates. Y las ataduras. Despuntar. Recoger los tomates maduros, pimientos, calabacines y pepinos. Colocar las cajas a la sombra.
Mirar bien el interior de las coles. Empiezan a dejarse ver las chinches y no se puede tener piedad con ellas (como la tuve en primavera con el grillotopo…). Chinche que asoma, chinche que se despide.

Doblarle las hojas a las cebollas que ya estén bonitas, para que maduren bien y después se conserven mejor.
Vaciar unas regaderas en la media docena de melones que nos dejaron los jabalíes (el resto, zapateados).

Ya han pasado tres o cuatro horas horas. Si el calor no aprieta, quitar hierbas en las huertas, a mano o con una azadilla. Habría que desbrozar tanto, tanto…que no desbrozo nada. Si el calor aprieta, parar. Rellenar, al salir, el cubo de agua  y la bandeja con pienso que le dejo en la puerta a un perro que ví cruzar hace dos días por el camino (ni se paró  ni se dió la vuelta para mirarme)

Al atardecer hay que volver y terminar de regar. Y mañana otra vez.
Y pasado.
Y al otro.
Y al siguiente.