Hielo

Donde en verano hubo tomates y albahaca

A las coles les sienta bien el frío, incluso en las mesas de cultivo (foto). Esta mañana el sensor de temperatura de la placa solar marcaba -6. Cristales del coche helados. Costra de hielo en la acera y en el tejado de la caseta de herramientas.
Plantas del jardín que aguantan estoicamente las heladas: las rosas y la glicinia, por descontado; pero también las mahonias, las nandinas que están arrimadas al ciruelo y a la valla del jardín; el Teucrium fruticans, los iris, los lilos, ¡los ágaves!, todas las aromáticas arbustivas, las salvias de California que también tengan algo de protección (el límite de tolerancia debe de estar justo ahí, en el entorno de los -5 grados).

En LRO, a tres kilómetros del pueblo, todo aguanta la helada. Los fieros olivos. Los fieros almendros. Las jaras y las retamas que han resistido la durísima sequía del 2019 (el agua, no el frío, es nuestra pesadilla). Aguantan en el huerto, además de las coles, los puerros y los ajos plantados hace mes y medio. Con menos dignidad, pero resistiendo, los apios y las alcachofas. Si miro hacia el valle, entre el cerro del Tío Gitano y los pinares dispersos, imagino a los zorros preparándose para parir, en madrigueras bien protegidas del hielo. Más allá de Robledo, ya en la Sierra de Guadarrama, a los lobos, a las hembras preñadas que darán a luz en febrero. Por aquí también lo harán los podencos (no será el primer año que suceda, ni el último), esos podencos flacos que los cazadores abandonan cuando hacen su selección al comenzar la temporada, por viejos o por desobedientes, por no cazar bastante, por cegatos, por cojos, por alborotadores…
Al comienzo del camino, pero peligrosamente cerca de la carretera, vi hace dos días a una perdiz. Una sola. Subía y bajaba el talud como una loca, sin decidirse a quedarse arriba o abajo. Normalmente van en parejas, y desde abril o mayo, si todo ha ido bien, con una hilera de perdigones detrás. Pero esta iba sola, desorientada. Después de sobrevivir al tiroteo interminable de los pasados «días de fiesta», la perdiz aún no sabía, supongo, qué dirección tomar. ¿Hacia las viñas o hacia el monte? Bajé del coche y la espanté, para que, en cualquier caso, se alejara lo más posible del camino.

Verano 2019 (1)

30 de junio

Mientras a pocos kilómetros de casa (del otro lado de ese cerro que tengo ahí delante, en Cadalso) ardían cientos de hectáreas de encina, pino carrasco, enebro, olivo… estas dos lagartijas se entrelazaban pacíficamente sin que el humo las molestara, sin que las noticias de la tele, sin que el calor abrasador…

5 de julio

Una fuga de agua es un pequeño oasis, de importancia INFINITA para los seres vivos que dependen de ella. En este caso se trata de una fuga deliberada, dejada al pie de la alberca para que la charca siempre tenga algo de agua. Ahí van a beber los jabalíes y demás animales que rondan LRO. ¿Por qué, entonces, se asomó a la alberca este corzo, teniendo el agua de la charca tan cerca? Le falló el pie, tardó en ahogarse… No volverá a pasar. En espera de poder vaciar la alberca y hacer unos escalones de obra, hemos amontonado una «torrentera» de bloques de hormigón en una esquina. En cuanto al cuerpo, lo arrastramos hasta lo alto de la finca para que zorros y cornejas primero, y con seguridad los buitres después, dieran buena cuenta de su carne.
Los cuernos son cortos y fuertes. «Madera del aire», se decía antes. Se dirigen hacia el cielo y se renuevan cada primavera. Hacen del animal -cualquier cérvido- un «señor de la luz»: una divinidad mediadora y benéfica.

De momento los cuernos de nuestro pobre corzo psicopompo se secan al sol en el sombrajo de la casilla. Después se vendrán a casa.

16 de julio

En una bodega familiar de Collioure. Damajuanas de 30 litros con el corcho perforado (pero protegido por un trozo de plástico y una lata dada la vuelta) guardan al sol los vinos dulces de la apelación de origen Banyul. Entre 2 y 3 años de lenta oxidación a la intemperie, tras 5 ó 6 en una barrica (en la bodega). La malla metálica protege las bombonnes de las posibles granizadas. Pero quizá estos vinos hayan pasado un poco de moda; ahora los que parecen estar en alza son los rosés
La garnacha del Rosellón crece entre esquistos (en la foto: dos bloques sujetando los cables). Para que las raíces puedan penetrar profundamente en la tierra los vignerons de la zona usan a veces pequeños «cartuchos de dinamita agrícola».

21 de julio

Los tomates del pijo-huerto, creciendo y madurando.

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Pijo-huerto

 

Pijo huerto en marcha, en sustitución del huerto-huerto de LRO, que este año no va a poder ser porque no ha llovido (y el manantial se acaba: el agua que entre será para los árboles). No sabemos -nadie sabe- si va a volver a llover ordenadamente, previsiblemente, mansamente, algún día. Pero preguntárselo es una pérdida de tiempo. Andarse con jeremiadas, también.

El concepto «pijo-huerto» se lo debemos a Manolo de Porto do Son, que cultiva de todo con mucha paciencia en la terraza de su casa, usando macetas y recipientes diversos.
Para nuestro pijo-huerto-alternativo-rodante usaremos dos cajones que encontré en un contenedor, de esos que se meten debajo de las camas modelo Ikea. Los he colocado sobre sendos palés con ruedas, para poder llevarlos a la sombra si abrasa mucho el sol.  Por dentro: agujeros con una broca de 16 mm y una lona vieja impermeable, también agujereada. A su lado, dos macetones de plástico, también sobre palés (para que circule rápido el agua excedente de riego, sin que se formen charcos bajo la maceta). Delante he colocado un medio-palé (desmontado), que protegerá el plástico negro del sobrecalentamiento.
Cultivaremos solo tomates rosas, de una variedad misteriosa, extraordinaria, procedente del semillero de Mariquiña (Sarria).

Michelle en el huerto

Noviembre 2012

El veinte de enero de 2009 el Sr. Obama tomó posesión como 44º Presidente de los EEUU y se instaló con su familia en la Casa Blanca.  Dos meses después, asomando ya la primavera en Washington D.C, la Sra. Obama, acompañada de una patrulla de niños de un colegio próximo, empezó a cavar el rectángulo de tierra destinado a albergar su «kitchen garden», su pequeño huerto urbano. El lugar: un recoveco del South Lawn, cerca de la verja, para que cualquier transeunte pudiera verlos en plena faena. Objetivo: iniciar una campaña estatal en favor de la alimentación sana. Menos hamburguesas y más verduras. Implicar a los niños. Fomentar la instalación de huertos comunitarios «all across the country», al estilo de los Victory Gardens de la segunda guerra mundial. El movimiento estaba iniciado desde mucho antes, naturalmente. Pero el apoyo activo de Michelle ha tenido el previsible efecto multiplicador, y cuatro años después de convertirse ella misma en hortelana, los huertos colectivos -cultivados por asociaciones (escuelas, iglesias, parques de bomberos, grupos variopintos…) o divididos en parcelas individuales, pero compartiendo servicios comunes-  se cuentan por miles en todos los estados.  Al año siguiente de instalar su huerto, Michelle puso en marcha su segundo proyecto en la misma dirección: Let´s move!, con intención de dar la voz de alarma sobre el problema de la obesidad infantil en los EEUU y empezar a promocionar actividades deportivas en los colegios y vecindarios (a finales de los 90, según ella misma cuenta, la Educación Física fue eliminada del currículo en muchos estados).  Hace unos meses, a punto ya de terminarse el mandato presidencial de su marido, Michelle publicó este libro, American Grown, contando su  experiencia con el huerto de la White House y explicando algunas cosas sobre el estilo de vida americano que, en su opinión, habría que empezar a cambiar. El libro se deja leer. Los treinta dólares que cuesta cada ejemplar se ingresan en la cuenta del Servicio de Parques Nacionales (los jardines de la Casa Blanca pertenecen a lo que aquí llamaríamos «Patrimonio»; Michelle tuvo que pedir permiso para montar el huerto y seguir al pie de la letra las indicaciones de los técnicos). Pero para los republicanos el huerto y el libro  son sólo una pérdida de tiempo: una tontuna más de la Barbie Jardinera Negra, como los conciertos de blues que organizaron los Obama al poco de llegar, para reivindicarlo como parte del tesoro cultural americano…  De la primera página a la última Michelle utiliza sus hortalizas para hablar de otras cosas: la importancia de trabajar en equipo, de intercambiar puntos de vista, de ayudar a otros (los excedentes de su huerto se van a un comedor social de Washington; otros huertos comunitarios se integran directamente en la red de Bancos de Alimentos), del reto de dar de comer bien a los niños, de que ellos se impliquen, aprendiendo de dónde sale una lechuga o un pimiento. Tras vencer la resistencia del Presidente, que veía peligrar la cancha de baloncesto, Michelle y su patrulla de  voluntarios -pertenecientes a cuarenta nacionalidades diferentes, estudiantes en un colegio bilingüe de Washington- consiguieron autorización para una colmena. Y ahí  está instalada ya,  a pocos metros de la cancha.  Muchos trabajadores de la Casa Blanca  participan en el huerto. Por ejemplo: el decano de los carpinteros, apicultor aficionado los fines de semana, que lleva treinta años en su puesto y es quien realmente lió a Michelle con lo de la colmena; la jefa de cocinas, filipina, que escoge personalmente  las verduras para las cenas oficiales; el jefe de mantenimiento, que vigila que todo esté en orden, que toma nota de las cosas que funcionan y las que no, y propone los cambios…(los túneles de plástico, por ejemplo, los habían instalado demasiado cerca unos de otros, y se estorbaban cuando había que sacudir la nieve; o las calabazas, sembradas demasiado pronto, o la idea de incluir flores, que son muy bonitas pero quitan espacio, y en la Casa Blanca son muchos a la mesa…)

Sí. El libro de Michelle es un monumento a la corrección política y el buen rollo.  Emigrantes y refugiados de una ONG de San Diego, que tratan de autoabastecerse con su pequeño huerto; un veterano de Irak que ha vuelto a la vida civil como productor y vendedor de manzanas; huertos municipales en Camden, la segunda ciudad más peligrosa de los EEUU y una de las más pobres; huertos en macetas en dos colegios de Brooklyn, puro asfalto; una delegación del Congreso Nacional Indio, con el jefe de los Chikasaw al frente, asistiendo a Michelle en la siembra de las «tres hermnas» -calabaza, judía, maiz-; un huerto bio en Hawai, que es también un centro de reeducación, «para que los jóvenes hawaianos recuperen sus tradiciones», etc, etc, etc.  Pero es que comer «al menos un poco mejor» no debería se tan difícil, dice Michelle, consciente de que muchas veces es casi imposible acceder  a verduras frescas, incluso para la gente que sí podría permitírselo (una McBurger con queso vale un euro; es barato, lo encuentras en cualquier sitio, y «tapa» antes el agujero en la barriga). Si los huertos se extienden, los mercados locales también lo harán. Y luego ha de entrar en acción la iniciativa de la gente, como la de esos 45 colegios de Boston con su «Local Lunch Thursday» (todos los jueves comen verduras de producción local), o los ayuntamientos que solicitan ayuda financiera al Programa de Comida Fresca (así, como suena), para abrir fruterías y mercados de verdura, o los emprendedores que han recuperado, en Detroit y Chicago, la vieja tradición del «Vegetable Truck» (para inmenso placer de los ancianos del barrio), Y junto a esto, los acuerdos con las grandes «corporaciones» del ramo, para que abran puestos de verdura y fruta fresca en los puntos peor provistos de cada estado. O el Acta firmada por el Presidente, subiendo los estándares mínimos para las empresas encargadas de los comedores ecolares En fin. Muchas cosas. Y no llega con comer mejor: también hay que moverse más. Recuperar las liguillas escolares.  Dedicar más dinero, a través de Let´s move!  a adecentar espacios públicos donde los niños puedan jugar  -y vencer la tentación del sofá+playstation- al menos en las inhóspitas  grandes ciudades.. O instalar aparcamientos de bicis, para animar a los niños a ir al cole pedaleando. O poner a disposición de las asociaciones deportivas el South Lawn (la enorme pradera de la Casa Blanca) cuando empieza el buen tiempo. O… ¿En qué quedará todo esto?. Nadie lo sabe, y Michelle lo reconoce.
En su capítulo introductorio Michelle comenta de pasada los problemas que tuvo Mme. Roosevelt cuando quiso instalar un Victory Garden en la Casa Blanca: intentaron disuadirla desde el Departamento de Agricultura, pensando que su ejemplo podría tener efectos no deseados (¿para quién?, para los grandes productores, que preveían hacer su agosto en plena guerra; en esos jardines se llegó a producir el 40% del alimento nacional). La acusación más repetida contra Mme. Obama es la de que su huerto no pasa de pijo-huerto, y de que basta con ver los modelos que se pone para ir a cavar…. Sin embargo, en el pais del marketing este reproche no tiene demasiado sentido (cuanto haga o deje de hacer la Primera Dama será, quiéralo ella o no, «marketing»). Es verdad, a los europeos todo esto nos parece un poco raro. El punto de partida: ¿por qué ha de hacer nada la señora que duerme con el Presidente?, ¿por qué ha de tener un papel institucional?. Pero si las cosas son así, si en los EEUU la Primera Dama participa en la campaña y, de algún modo, es también ella «elegida» por los votantes, entonces lo que vale para Barak vale también para Michelle, y viceversa. Y mejor que se dediquen a plantar zanahorias, pienso yo, que a tomar el Té con gente peligrosa. Mejor rastrillar la tierra del huerto que desollar renos en Alaska. Mejor preocuparse de lo que comen los niños -uno de cada tres, según las estadísticas, corren  el riesgo de acabar diabéticos por culpa de su obesidad- que de lo que dice la Biblia sobre esto o aquello. Mejor batir el récord mundial de «mayor-número-de-personas-saltando- en 24 horas» (literal, p.199) que batirlo en número de cabezas nucleares…
El huerto de Mme. Roosevelt no fue adelante. El de Michelle lleva cuatro años produciendo. En el libro, organizado por estaciones, da cumplida cuenta de sus éxitos y fracasos. Incluye una selección de recetas, algunas estupendas (judías con almendras tostadas, que me dispongo a preparar).  Si este bonito pijo-huerto pudiera seguir cuatro años más, si llegara a hacerse cotidiano e imprescindible para la gente que trabaja ahí, desde el personal de limpieza hasta los de seguridad, pasando por jardineros y «chefs», quizá ya nadie se plantearía levantarlo después, fuera quien fuera el inquilino de la Casa Blanca.

NOTAS
American Grown, «The story of the White House kitchen garden and the gardens across America». Michelle Obama. National Park Foundation, 2012.
La foto de los Obama-farmers procede de la web: eat-the-view.com
Y el vídeo oficial: