Amapolas amarillas o rojas, Flandes ha.1430

Primavera de 2022 en un jardín belga, del lado flamenco.
Papaver cambrica, la amapola amarilla de Gales, que es tan «de Gales» como yo; es decir, como de cualquier otro pueblo del norte (pongamos, del Cantábrico hacia arriba y hacia el oeste) en el que llueva bastante/mucho, el sol llegue con desgana o de través y el suelo sea más o menos rico, un punto calcáreo (1). Esto significa que será difícil encontrarlas, hombro con hombro, donde crecen las amapolas rojas (y mejor así). En un post reciente sobre el «amarillo-mayo» las santolinas se entendían con el azul de los cantuesos. Aquí, siguiendo el mismo patrón, las amapolas amarillas se apoyan en las azul-violáceas aguileñas (Aquilegia vulgaris), que parecen menos exigentes en cuanto al suelo, porque las hay un poco por todas partes al pie de los muros: en Galicia, herbas dos pitos. Nunca muy abundantes, sin embargo. Nunca tan altas como en el norte (el norte del norte).
Hemos visto aguileñas/herbas dos pitos en el políptico de Van Eyck en la Catedral de San Bavón en Gante, la Adoración del Cordero Místico: las aguileñas están en el prado del panel central y en la corona de la Virgen. También las hemos visto en la Adoración de Van der Goes que terminó en Berlín (2), y en la Virgen con el niño de Van der Weyden que está en el Thyssen. En el Tríptico Portinari. Etcétera. Columbines las llaman en Inglaterra, como Taubenin en alemán, por la forma de los cinco petalos, terminados en espolones nectaríferos, que, unidos a los cinco sépalos, vendrían a recordar -nos dicen- a cinco palomas (o cinco pitos), emblema del Espíritu Santo (esto es, de la Anunciación; sin contar con que todo lo que compute 5 remite a las 5 llagas, y por ese camino a la Crucifixión, etc ).

Aguileñas en el Políptico de Van Eyck, reproducido más abajo. Los detalles sólo se distinguen bien con el retablo delante. Para compensar, añado la acuarela de Durero.
Aguileña. Durero hacia 1490

Pero el término Aquilegia, que da nombre al género, nada tiene que ver con palomas ni pitos, sino con las uñas de la garra de un águila: como aguileña en español, y ancolie en francés (con la raiz deformada), dio akelei en neerlandés y âcolète en el francés de Valonia. Omnipresente, pues, en la pintura flamenca antigua -siglos XV y XVI. Hoy en los viveros de la zona se ofrecen muchas variedades hortícolas de Aquilegia, algunas con la corola de un violeta profundo, casi negro, otras con la corola de un rosa pálido, casi blanco (híbridos de A. vulgaris con especies americanas o asiáticas). Cabe pensar, en resumen, que las herbas dos pitos/akelei/ancolies son plantas nativas bien conocidas, muy apreciadas, muy representadas y con una larga tradición simbólica a sus espaldas.
No puede decirse lo mismo de la amapola amarilla, su partner en la foto. La he buscado despacio por esos cuadros de los primitivos flamencos, con su prurito por la exactitud, siempre atentos al detalle de las flores, las piedras, los pájaros y los tejidos. Tampoco está la amapola roja, en realidad (Papaver rhoeas e híbridos), aunque con solo mencionarla uno piensa en Flandes y en la Gran Guerra: el poema In Flanders fields, ancho campo de coquelicots. Ni está la amapola azul, (Meconopsis; hubiera sido una sorpresa), ni la blanca (Papaver somniferum, a veces coloreada, con una mancha oscura en la base de los pétalos; no era del todo imposible…), ni esa amapola asiática, Papaver orientale, de corolas que miden un palmo, y que es, de hecho, la única que se vende como planta ornamental en los viveros.
Conclusión: a diferencia de las aguileñas, habituales en códices y retablos, NO hay amapolas, de ninguna variedad, en la pintura flamenca del siglo XV.

Más sobre las amapolas amarillas y rojas.
Esta pasada primavera de 2022, en los alrededores de Bruselas y Gante.
A mediados de abril, quizá principios de mayo, empiezo a ver amapolas amarillas por todas partes: en los jardines de las urbanizaciones y en los patios a la sombra, entre los adoquines; en las orillas de los canales, sombreados por las copas ya desplegadas de arces blancos y plataneras; al pie de los setos… Corrijo ese «por todas partes». En realidad, no veo amapolas amarillas en este prado donde nos acabamos de tumbar al sol, los perros y yo. Es un prado ancho, hermoso, no un simple claro en el hayedo. El amarillo-mayo de este prado es una colcha de botones de oro, la ranunculácea que domina el conjunto, arrinconando a las aguileñas (también ranunculáceas) hacia las orillas del camino por donde entramos. A lo mejor hay que pensar que las amapolas amarillas no «prenden» donde el suelo es demasiado arcilloso y/o donde el sol da de lleno durante las horas centrales del día. Rebobino. Las amapolas amarillas abundan a finales de abril/principios de mayo pero siempre donde el suelo está revuelto, quiero decir, donde puede haber algo de escombro o de arena, y sobre todo algo de sombra, incluso sombra profunda. Donde abunda la Aquilega vulgaris, precisamente.
Un mes más tarde. Sin llegar a formar manchas monócromas, como en los campos del sur, las amapolas rojas (Papaver rhoeas) están un poco por todas partes. En las orillas de las eras que son o fueron de cereal (o remolacha, maíz… lo que más se ve por aquí), cuando el glyphosato les deja; por las medianas, en los solares. Es decir, como para las amarillas, allí donde el suelo está revuelto. Única e importante diferencia: siempre, siempre a pleno sol.

Más sobre los pintores flamencos.

Políptico de Gante, llamado del Agnus Dei o del Cordero Místico.
En el centro, el prado en torno al Cordero y la Fuente de la vida.
Para verlo en detalle:https://closertovaneyck.kikirpa.be/ghentaltarpiece/#home

En el catálogo del políptico de Gante se recogen 76 especies botánicas bien identificadas, la mayoría herbáceas, un mini paraíso flamenco colocado a los pies del Cordero Místico (3). La mayor parte de ellas están en el prado del primer plano, pero también hay plantas detrás del grupo de peregrinos, a la derecha, y del grupo de caballeros que avanza por la izquierda (entre las rocas, por ejemplo, una mata de orégano…). La selección de herbes folles puede encontrarse en cualquier pueblo belga, del norte de Francia, de los Paises Bajos, de Inglaterra, de Asturias. El retablo lo empezó Hubert Van Eyck, el hermano mayor, y lo remató Jan en 1432. Dicen los historiadores del arte que a Jan se deben, entre otras muchas cosas, la inclusión de palmeras, cipreses, cítricos y hasta un pino piñonero (como los nuestros de LRO).

Por qué se incluyen esas flores y no otras en la lista del Políptico: por su valor simbólico (aquí, exclusivamente teológico) o por su valor utilitario (aquí, exclusivamente medicinal; Analogia Christi cum perito medico, cita de S. Agustín recogida en el catálogo). Valor añadido botánico: por tratarse de planta autóctona, incluso endémica, que a los Van Eyck les apeteciera incluir porque sí, para acercar la escena biblica al presente; o por lo contrario, por tratarse de planta exótica, en concreto mediterránea, para ambientar en un remoto Oriente/Sur la misma escena. Estas dos últimas intenciones no son contradictorias. El mensaje de redención es urbi et orbi, no entiende de geografía. Y además intemporal: por eso plantas tan distintas pueden florecer a la vez, y aquí no pasa nada. Por lo demás, olivos, palmeras y resinosas tienen también (si uno quiere) su posible lectura simbólica.
Las ausentes amapolas, ¿no tenían entonces ningún valor botánico, ni simbólico, ni utilitario?

Valor botánico

Plantas «rojo-sangre» muy comunes y usadas en los países del sur -de los que son nativas- para acompañar las representaciones de la Muerte/Resurreción de Jesucristo, podían ser, además de la rosa, el clavel y la anémona roja, esta última, A. coronaria, de antiguo simbolismo pre-cristiano (aunque muy similar: sacrificio y resurrección). Aquí en Flandes, 1430, no hay rastro de ellas. Cómo iba a haberlo (*la anémona de bosque no cuenta, es de un blanco inmaculado). Pero ¿y las amapolas?, ¿qué pasa con ellas? El que no las veamos en los cuadros ¿se debe a que tampoco las veía nadie por los campos?

Busco el pedigrí de las amapolas belgas.
La Papaver cambrica, amarilla, que durante años se clasificó entre las Meconopsis, como la amapola azul- en Bélgica está incluida en el listado de plantas alóctonas (alien-plants-Belgium, nota 4) y registrada por primera vez en ¡1979! Una preciosa intrusa, pues, venida de por ahí, de Francia o de las islas, que parece hacer buenas migas con la muy patriótica akelei/ancolie.
La Papaver rhoeas, roja, es más dudosa. En la misma página web leo que solo 3 de las 80 especies del género Papaver «podrían» considerarse nativas; sin embargo, el autor se inclina por etiquetarlas como «arqueófitos», es decir, como alóctonas introducidas antes del descubrimiento de América. Alóctonas naturalizadas depuis longtemps, pero sin especificar el términus post quem (que si se empuja mucho hacia atrás termina por hacer un poco absurda la categoría misma: ¿arqueófita o nativa?). Un grupo numeroso de arqueófitos es el de las plantas arvenses: “malas-hierbas” que acompañan al cereal desde el Neolítico, en su lenta extensión por el hemisferio norte. Y aquí tenemos a la amapola, planta arvense por excelencia, que compite con el trigo y demás cereales por los nutrientes del suelo.
Siguiente paso: ¿hay alguna planta arvense en el Políptico? ¿Hay, por ejemplo, acianos..? No hay acianos (bleuets, que se podrían asociar a la Virgen, nota 5). No hay ortigas, claro. No hay rubias. No hay correhuelas.

Los campos de Flandes rebosaban poppies en mayo de 1915, entre las cruces de los caidos tras la batalla de Ypres. El paso de la artillería pesada, los obuses -en vez dela reja del arado- haciendo volar la tierra en pedazos… Ahí está otra vez: el suelo «un poco revuelto» donde prosperan las amapolas rojas de Flandes, famosas gracias al poema In Flander fields, que convirtió a la amapola, símbolo hasta entonces del sueño y el olvido, por sus poderes narcóticos, en justo lo contrario: Remembrance Flower. No sabemos si en tiempos de los Van Eyck esos campos -esos campos belgas en concreto- ya se llenaban de amapolas o su presencia era todavía reducida. Tendríamos que preguntarle, se me ocurre, a algún palinólogo (semillas/polen en registros fósiles), pero esto es solo un post, escrito después de una visita a Gante… En cualquier caso, sí había amapolas rojas y eran de sobra conocidas. Muchas o pocas pero sí, y en guerra declarada con los labriegos. Como las de todas las plantas arvenses, las semillas de Papaver, mezcladas con las del trigo, la avena etc se desperdigaban tranquilamente por toda Europa desde la noche de los tiempos.

2014. SSMM en la Torre de Londres, remembering entre las 886.246 poppies de porcelana instaladas en el foso, una por cada soldado británico muerto en la Primera GM

Valor teológico
El Políptico del Cordero Místico es de 1432. Jan Van Eyck jamás pudo toparse una amapola amarilla en Gante o Brujas. Pero sí conocía las amapolas rojas, porque ya entonces, como hemos visto, crecían donde el cereal. Además, si Jan viajó un poco -y sabemos que lo hizo, y mucho, al servicio del Duque de Borgoña- pudo ver amapolas amarillas (abril/mayo) y rojas en abundancia (si mayo/junio) en Francia y en España. Por tanto, no pintó amapolas en el Políptico porque no quiso hacerlo.
Así como a una flor x no le basta con ser uniformemente azul o blanca para entrar en la lista de plantas marianas (la aguileña sí, pero el aciano, en este caso, no, etc), tampoco le basta con ser roja para obtener caché teológico, para aludir con su sola presencia en un cuadro o un poema la sangre de Cristo y la Redención. No. Roja la peonía, roja la rosa de Damasco (rosa profundo o rojo desvaído). Pero en la amapola roja-roja debía de pesar más su condición de planta arvense, es decir, indeseable. En las listas de plantas “buenas cristianas” la amapola no está nunca. Aguileña, lirio, azucena, rosa, más las «humildes» violeta, margarita, caléndula, muguete… Esas son las que cuentan. Unas por el Cantar de los Cantares. Otras por haber sido fijadas por la tradición (himnos a María, homilías, ilustraciones de los breviarios) cada una de ellas con sus connotaciones específicas. No era el caso de la amapola. Una mala hierba sin valor teológico reseñable, ni en los textos sagrados ni en la tradición pictórica de Flandes (6)

Valor medicinal

La única utilidad que cuenta en el Políptico es la medicinal, porque todo su programa iconográfico gira en torno a esa idea, la del Cristo Sanador, de cuerpos y almas. En el políptico no está por ejemplo, la garance, la Rubia tinctoria, con cuyos rizomas se obtenía el rouge-garance, tintura para las telas que se vendían en las ferias de todo el país (emporio textil del S.XV), y se exportaban a Inglaterra, Francia etc. (7) Flandes era entonces el mayor centro de producción de esta planta, de gran valor comercial, omnipresente por los campos y caminos y por eso tanto más llamativamente ausente del Político, ¡como el lino!, otra de esas plantas que hicieron la riqueza de Flandes, que llenaba sus campos hasta las dunas de Ostende, y que, sin embargo, tampoco vemos por ningún rincón del Agnus Dei.
En una representación de la Sanación Universal, de entre las plantas útiles solo interesan las medicinales. Bueno. Pero entonces, precisamente, ¿cómo explicar la ausencia de la amapola? Pocas plantas medicinales más útiles que ella, en especial la variedad Papaver somnifera, la adormidera, la más rica en alcaloides (entre ellos, la morfina, base del opio). ¿Quizá porque en el Flandes del siglo XV no se sabía mucho de ella?

Aunque se pudieran ver amapolas rojas por los campos de cereales, aunque se comieran sus semillas tostadas, o se extrajera aceite de ellas, o se macharan las cápsulas porque se sabía, se decía… que amortiguaban levemente el dolor… el proceso de obtención del opio era otro cantar. Ya en la antigüedad sus lugares de fabricación estaban en Oriente. Leo en la web que los médicos griegos y romanos se lo compraban a comerciantes de Alejandría. Pero el acceso al opio, su uso real, como el propio conocimiento de sus virtudes terapeúticas, quedó interrumpido/oscurecido en la Edad Media (8). Los primeros manuscritos de Dioscórides, Pseudo-Apuleyo etc proceden del siglo VI y son rarezas, libros excepcionales (*foto de la derecha: Papaver en el manuscrito de Salamaca, finales s.XV; vid. dioscorides.usal.es;; la representación es bonita pero poco precisa, imposible de entender sin el texto que la acompaña). El conocimiento científico de las plantas medicinales no se recupera y empieza a divulgar hasta el siglo XI/XII, en especial en el sur de Italia (Salerno) y gracias a la influencia de los árabes, que, en este caso concreto, apreciaban el opio no solo por sus efectos analgésicos, sino también por todo lo otro (efecto euforizante, alucinógeno… ¿sustituto del alcohol?), razón de más para fomentar el cultivo de la adormidera en Turquia, Persia etc, al tiempo que se promovía la traducción y enriquecimiento de los antiguos tratados. Pero bueno, el hecho es que el opio, como producto listo para ser utilizado -en especial en triacas: esa especie de bálsamo de Fierabrás- no empieza a llegar a Occidente hasta más tarde, finales de la Edad Media, terminadas las Cruzadas, y siempre como artículo de lujo. Cuando el opio empezó a aparecer de nuevo en las boticas, su altísimo precio no era, sin embargo, el único problema que se oponía a su venta y uso generalizado: la mala fama le precedía. Había que usarlo con cuidado. Creaba adicción. Podía matar. Y además, si el dolor apretaba, solo a Dios correspondía ponerle término (o no; ese oscuro, siniestro prestigio del dolor, y la ambigua postura de la Iglesia al respecto). De hecho, hasta el siglo XVIII no se empezó a consumir opio en Europa con la misma alegría que en el mundo islámico. Los problemas aparecieron después, pero esa es otra historia.

Papaver en el dioscórides de Amberes, 1555, un siglo posterior a nuestro Políptico, con ilustraciones de gran calidad.

Dicen en el catálogo del Políptico de Gante que los Van Eyck pudieron usar antiguos herbarios como fuente para alguna de las plantas del catálogo. Pudieron hacerlo. O no. ¿Es importante saberlo? ¿Por qué es necesario imaginar que los hermanos Van Eyck «tuvieron que» consultar algún libro (más allá de informarse sobre su valor terapéutico y/o simbólico, es decir, teológico)? ¿Hay en el Políptico alguna planta que pudieran no conocer personalmente? Las diferentes especies de amapola estaban ya descritas en los dioscórides más antiguos, con todo lujo de detalles, haciendo referencia también a sus peligros, y cabe pensar que los Duques de Borgoña tenían algún manuscrito del Dioscórides propiamente dicho, o de cualquier otro Tractatus de herbis o recensión al uso . No lo sé. Pero de esos libros, si es que los vieron, los pintores habrían seleccionado, en todo caso, sólo plantas que conocían. Y habrían rechazado la mayoría de las ahí descritas, bien por no conocerlas personalmente (ergo dudosas; los Van Eyck eran rigurosos), bien a pesar de conocerlas… caso de las amapolas.
En el Dioscórides hay varios cientos de plantas descritas y unas 400 ilustraciones (o más, según el manuscrito, y de calidad muy variable): en el Políptico hay sólo 76, la mayor parte caseras, y una menor parte no-caseras pero todas ellas bien conocidas (muy bien conocidas). Lo que hay que preguntarse, en mi opinión, no es por las “fuentes” consultadas por los pintores, sino por qué escogieron esas 76 y no otras. O dicho de otra manera: por qué estos dos señores, que -según insisten en el catálogo- no daban puntada sin hilo, dejaron fuera a algunas de las más conocidas, más útiles, incluso más vistosas. Incluso más bonitas.

Conclusiones.
A las razones ya vistas (las amapolas rojas, más o menos extendidas en Flandes en el XV, eran en todo caso malas hierbas; su valor simbólico-teológico, desconocido) hay que añadir entonces que su fama como narcótico era algo turbia, y su precio, prohibitivo. Si en el XV, y mucho antes, había ya amapolas rojas en los Paises Bajos, e incluso podían ser ya abundantes, eso no significa que se supiera cómo extraer de ellas los alcaloides que permiten la obtención del opio. Tampoco que esas variedades, no seleccionadas, fueran las de mejor calidad. El opio se compraba ya listo para su consumo y a precio de oro a comerciantes del Mediterráneo oriental. Por tanto, ni valor simbólico/teológico reconocido por la tradición; ni valor utilitario/medicinal que pudiera asociarse sin matices, sin escrúpulos, al Redentor; ni valor como planta autóctona, para contextualizar en el presente la escena bíblica (guiño naturalista a los paisanos que irían a ver el cuadro, y reconocerían esas plantas, pintadas con extraordinario realismo) por tratarse de una planta arvense, una «mala hierba». La misma ausencia de amapolas, acianos etc. en el prado del Agnus Dei me hace pensar, al menos a mí, que las amapolas rojas cubrían ya los campos de Flandes, ¡en profusión!, y que por eso precisamente, porque les sobraban y estorbaban, no las querían en el Políptico.
Tampoco hay que descartar que los hermanos Van Eyck no se tomaran tan absolutamente en serio, en todos los casos, las razones para elegir una u otra planta… Sí, desde luego tenía que haber aguileñas, lirios, rosas. El puñado de plantas marianas y cristológicas indiscutible. Las de siempre. Y en cuanto a las demás… Si Jan Van Eyck tuvo ocasión de pasearse por los jardines de la Alhambra (como parece que así fue, 1428) ¿Cómo no iba a preferir, para su gran cuadro de altar, los limoneros a los manzanos, los cipreses a los abetos…? Junto a las razones «serias» descritas, por qué no incluir las simplemente estéticas, personales (que tal o cual planta, usada contra el dolor de espalda -el hipérico, sin ir más lejos, otra ausencia notable en el Políptico- hubiera estado a punto de mandar al otro barrio a Jan o a Hubert), de estilo (que estuvieran esas plantas ya representadas, que tuvieran el licet de la tradición), de mala fama (el mismo hipérico, ¿demasiado asociado a las festividades paganas del solsticio de verano, que perduraban medio camufladas en la festividad de San Juan?)… o quién sabe. Quién sabe si sólo fue lo efímero de sus pétalos lo que llevó a descartar a la amapola en el retablo de Gante, con su mensaje de Redención eterna.

En cualquier caso, el trabajo que queda pendiente no es el de las plantas incluidas en el Políptico, sino el mucho más vasto y complejo de por qué no están las que no están.

Hoy las amapolas florecen tranquilamente en Flandes. Las amarillas primero, las rojas después. Se acomodan mejor en suelos alterados: si más frescos y a la sombra, la amarilla, rigurosamente sincronizada con las aguileñas/herbas dos pitos; si más secos y soleados, la roja. Las amarillas llevan 50 años por aquí. Las rojas, mucho más.
Parece que por la zona – sobre todo un poco más al norte, cruzado el Escalda- ya han aprendido a procesar alcaloides diversos. La materia prima, sin embargo, se la siguen comprando a los de siempre.

C. Monet, Champ de coquelicots, 1881. Por el medio se distinguen pinceladas azules: los acianos, que tampoco quisieron los Van Eyck en su retablo.

NOTAS
1.Origen de Papaver cambrica sc. floraibeica.es, la wiki, etc: Cadenas montañosas de Gran Bretaña, SO de Francia y norte de España.
2. https://wordpress.com/post/laramadeoro.com/10670
3. Catálogo: Op zoek naar het paradijs. Flora op het Lam Gods (À la recherche du paradis. La flore sur lÁgneau mystique), P. Van den Bremt, H. Van Crombrugge. Gent 2020
4. https://alienplantsbelgium.myspecies.info/content/meconopsis-cambrica
5. La explicación que se da en el catáloigo, p. 96, de la ausencia de Centaurea acianus, nuestro aciano/azulejo, el bleuet de los franceses, no termina de convencer: no aparece en el Políptico, dicen los autores, porque «es una planta que no nace espontáneamente en los prados, sino en el campo». Pero cómo que no. Y en todo caso, ¿sí nacen espontáneamente en un «prado» las rosas?
6. De San Alberto Magno en adelante. Vid. Catálogo, pp. 26-44
7. El rojo-garance, en contraposición al azul- guède aquí: Bleu, Michel Pastoureau, Ed. du Seuil 2000. pp.55 y ss.
8. A. López Restrepo: https://innovacionyciencia.com/articulos_cientificos/el-opio-en-occidente-durante-la-antigueedad-y-la-edad-media. El autor rebate convincentemente a L.Escohotado, según el cual la desaparición del consumo de opio en la Edad Media se debió a la caza de brujas. El principal argumento de L.Restrepo es cronológico: la caza de brujas va de 1420 a 1600…. justo cuando el opio vuelve a los botiquines

POST SCRIPTUM
Que los primitivos flamencos hayan rechazado la amapola roja no significa que en ella hubiera algo (?) que la hiciera no-apta para recibir todos los honores. Muy al contrario. Su valor medicinal era impagable, como hemos visto. Pero también su posible valor teológico, y no solo por el color rojo-sangre. Así se entendió más adelante y en otros lugares, con mayor libertad: vemos una amapola roja detrás de la Virgen con el Jesús y San Juan niños de Rafael Sanzio, en Viena, pintada hacia 1507. Es la única flor del cuadro. Símbolo de la pasión, en este caso sí, como cualquier otra flor roja, como esos claveles y -sobre todo- esas rosas espinosas (rosa profundo) que a veces lleva el Niño en la mano o que rodean el trono de su madre. Sin embargo, la amapola tiene en este cuadro pleno sentido, más que el que tendría un clavel, una rosa o una peonía, porque la tierra que se ve detrás de las figuras parece completamente removida: tierra estéril, pues, hasta que la sangre roja del Redentor, todavía niño, venga a fertilizarla. (Un espectador del siglo XV descifraba este “código” al vuelo, sin necesidad de tantas palabras). Lo que exigiría mucho más tiempo -y no un simple post- es determinar si esta amapola de Rafael es sólo una excepción en este tipo de representaciones. Sea como fuere, ya estamos en otro mundo: la primavera italiana del XVI, y no el «otoño flamenco de la Edad Media» .

Amapolas azules del Himalaya

Mayo 2012

«De repente miré hacia arriba y  allí, como en un trozo azul caído del cielo, había un grupo de amapolas azules, tan deslumbrantes como zafiros…» (Kingdon-Ward, en 1924)

Yo no he visto nunca una amapola azul, pero sé que existen porque lo he leído: en las faldas del Himalaya, desde el Hindu-Kush hasta las provincias del sur de China, las amapolas no son rojas sino azules. El primer europeo que las vió fue un jesuita francés, el Padre Delavaye, que herborizaba y evangelizaba a un tiempo (o lo intentaba al menos) por el norte de la provincia de Yunnan. Esto fue hacia 1885. Treinta años después un oficial de la Armada Británica, Frederik M. Bailey, volvió a encontrar amapolas azules mientras exploraba las gargantas del río Tsangpo (Brahmaputra); cortó una y la colocó cuidadosamente en su billetera. Unas semanas después envió la amapola prensada al director de los Jardines de Kew, en Londres.

Eran los años dorados de los cazadores de plantas. Gente que subía montañas, se perdía en la selva, hacía lo que fuera por dar con una nueva variedad de orquídea, de rododendro, de azucena, y poder enviar sus semillas a los viveros de Europa. Uno de esos cazadores, Francis Kingdon-Ward, hizo el viaje hasta la India, y desde ahí hacia el Tsangpo, siguiendo paso a paso la ruta descrita por Bailey. Encontró las amapolas, naturalmente, y con las semillas recogidas aquellos días (las amapolas son muy fecundas, producen infinidad de semillas cada una) se inició su cultivo comercial en Europa.

Pero aunque la semilla de la amapola azul pueda comprarse por catálogo, nosotros en España jamás veremos una. Necesitan un clima muy fresco en verano (alta y media montaña) y a la vez muy húmedo (lluvias monzónicas). Un suelo ácido, medianamente profundo y muy rico en materia orgánica. En una web especializada citan como  idóneos para su cultivo los siguientes lugares: Escocia, Irlanda, costa de la Columbia Británica, Alaska, y norte de Noruega. Raro sería que una planta que se da bien en Alaska fuera a estar contenta  en un jardín de, por ejemplo, las afueras de Alcorcón. Tampoco lo estaría en nuestras provincias del norte, que sí son húmedas (aunque ni siquiera por allí llueve como antes) pero no suficientemente frescas en verano.

A nosotros nos toca el calor, la sed, y los suelos pobretones. Nos toca la amapola roja. No está mal, pensaría un pastor de yaks del Tibet si la viera…La amapola roja, omnipresente estos días por cualquier prado, cualquier cuneta, cualquier olvidado montón de escombros. Pero tenemos los ojos tan acostumbrados a ella que ya casi ni la vemos.  No vemos sus pétalos enormes, enteros, finos y brillantes como papel de seda, ni vemos sus tallos orgullosos, un poco peludos, ni esos frutos globosos, curiosísimos (cápsulas con tapa),  con los que dentro de un mes o dos, cuando todo se agoste, podremos formar grandes ramos secos, mezclados  con un haz de avena loca. Este paisaje de la foto  no será un campo de zafiros, como el que vió Frank Kingdon-Ward aquel día, pero creo que pasaría perfectamente por un campo ¿de rubíes?.

NOTAS.

http://www.meconopsis.org es la web con más información sobre la amapola azul. La otra fuente que he utilizado es el Atlas de Jardinería, John Grimshaw, Edilupa Ediciones 2004. La primera foto procede de la web de un vivero de Inglaterra: Dunge Valley Rhododendron Garden (dungevalley.co.uk); la segunda, de amazon.com. Kingdon-Ward escribió 25 libros contando sus andanzas detrás de esas flores nunca vistas. Se pueden encontrar en internet sin mayores problemas.