Robin Lane Fox, o el arte de vivir en las nubes

Historiador, helenista, ex alumno de Eton, profesor de Oxford y experto en jardinería del Financial Times. Uno de esos excéntricos británicos -orgullosos defensores del estereotipo, indeed– que tienen a gala hacer y decir siempre lo que les sale del nabo. Otro ilustre amante del latín y el griego antiguo, estudiante de classics en Balliol College, e igual de liberado mentalmente que Mr. Lane, ocupa en la actualidad el 10 de Downing Street.

Mr. Lane Fox, en efecto, lee directamente a Homero en la edición de Loeb Classical Texts. Da clases como profesor emérito en un college y es el jefe de jardineros en otro. Fue contratado por Oliver Stone como asesor para su película sobre Alejandro Magno (excelente jinete, solicitó al director poder participar en la carga de caballería de las tropas macedonias; y lo hizo; en primera línea). El éxito en España de su bestseller, El mundo clásico, y un Festival de Flores en Córdoba, en el que Lane Fox era jurado, llevó a una curiosa entrevista en El Pais Semanal, cuyo enlace adjuntamos más abajo. En ella se omiten algunas de las facetas del personaje que -como se verá- podrían no contribuir demasiado a la venta de sus libros.
Desde hace cuarenta y siete años Mr. Lane complementa toda esta actividad -clases, flores, cabalgadas- con un artículo semanal en el suplemento de ocio del Financial Times. En 2010 reunió algunos de sus artículos en el libro Thoughtful Gardening, publicado por Penguin Books.

Thoughtful Gardening, cara A.
El libro está dividido en cuatro secciones, una por cada estación del año.
Son deliciosos sus artículos sobre viajes y sobre libros. Los pasajes de la correspondencia de Katherine Mansfield, por ejemplo, en los que se pone de manifiesto su amor a los jardines, más aún, su dependencia anímica de las flores; o el relato de su visita al vivero Latour-Marliac, al que Monet encargaba los nenúfares de Giverny; o la crítica que hace de la adaptación para la BBC de Mansfield Park, un completo churro, en el que se minusvaloran aspectos esenciales del libro de Jane Austen, como su denuncia del papanatismo de ciertos garden designers (y sus clientes)… Deliciosa la descripción del Jardín Botánico de Bangkok, donde se filmó la citada carga de caballería de Alejandro; de la avenida de King Cherris de Seul, un largo paseo entre nubes de pétalos blancos; del jardín de la Odessa post-soviética -el invernadero en mal estado, las ramas rotas de un magnolio- que le trae a la memoria al Príncipe Bolkonsky (Guerra y Paz), el momento en que se despide de su jardín y su casa para marcharse a combatir; de su viaje a Capri en primavera, con el detalle de los diferentes tipos de Lithospermum , esas florecillas rastreras, de color azul índigo, que crecen también por los pinares de Galicia; de la Bahía de Nápoles y las pinturas del Museo Arqueológico, cuya visita acompaña de la lectura del poeta Estacio y completa, más tarde, con un paseo por los alrededores para herborizar (esos ciclámenes miniatura, el famoso Allium neapolitanum, orquídeas silvestres etc).. Precisas y enormemente útiles son sus recomendaciones sobre variedades vegetales: magnolias de hoja caduca, rododendros, cerezos japoneses, peonías arborescentes para la primavera; deutzias, iris, espuelas de caballero, hasta kniphofias (que aquí no se ven casi, pero en Inglaterra por todas partes) para el verano; dahlias, salvias, manzanos ornamentales y asters en otoño… Útiles son también sus «seis reglas sobre esquejes»; su listado de rosas trepadoras que toleran la sequía; sus observaciones sobre el cultivo de Galanthus (campanillas de invierno) al sol o a la sombra, con más o menos mantillo; sus instrucciones, muy concretas, para sembrar flores anuales en el exterior, o para mantener contenida mediante la poda una exuberante glicinia, o una retama del Etna con tendencia a envejecer y enmarañarse por dentro… Habiéndose formado en el Alpinum de Munich, Lane Fox muestra una admiración a prueba de modas por las rocallas alpinas y por los jardines botánicos en general. En cuanto al diseño, su modelo es el del jardín clásico, italianizante (referencia: Edith Wharton, en su faceta de paisajista), con relativa libertad para los colores… y fumigados a conciencia para que nada ni nadie los perturbe.

Y así llegamos a la cara B. Porque el culto y observador Mr. Lane no habla de las plantas en abstracto: en sus recomendaciones sobre el jardín «concienzudo» (thoughtful), y precisamente porque lo es, no puede dejar a un lado sus opiniones sobre el cambio climático o la jardinería sostenible (the organic fantasy, p.35). Lane Fox lo hace, se moja, pero para apuntarse del lado de los que defienden seguir como hasta ahora (my firm advice: do nothing, p.18) porque, para empezar, no hay que exagerar, y porque además, ¿acaso cree usted que yo voy a salvar el planeta porque deje de usar glifosato e Imidacloprid en mis macizos? Y sobre el alza constante de las temperaturas, los veranos tórridos de los últimos años, la escasez de nieve: ¡Pero si los arbustos de invierno -mahonias, viburnos…- florecen como locos, huelen mejor que nunca, y los macizos de fucsias y salvias jamás estuvieron tan bonitos! ¡Aguantan en Oxfordshire hasta diciembre!
Wonderful!

Un ejemplo de su forma de razonar, característica de mediados del siglo XX, es el capítulo titulado Sickly Chestnuts (Castaños de Indias enfermizos, pp. 185-187) De un tiempo a esta parte los castaños de Indias tienen serios problemas con el insecto equis, que no es mortal de necesidad para el árbol, pero sí lo debilita y afea. Bien, pues inyectemos mejunjes a base de Imidacloprid. El problema, que Lane reconoce abiertamente, es que este insecticida puede favorecer, de rebote, la aparición de dos bacterias, fulana y mengana. Una no tiene por qué ser mortal para el castaño (en principio); la otra, casi seguro que sí… ¿Qué hacemos entonces? ¿Renunciamos al insecticida? Definitely not! Si he entendido bien el artículo (es la duda que me queda), Mr. Lane propone que nos limitemos a esperar a que las multinacionales del sector investiguen, investiguen… hasta tener a punto ese nuevo producto (we need a chemical, p. 187) que ha de eliminar también a fulana y a mengana. En este caso, ni siquiera hay que considerar los efectos sobre el medio ambiente. La cadena de efectos secundarios sobre el propio vegetal a tratar se la pasa Mr Lane por el desfiladero de las Termópilas.

En definitiva. Robin Lane Fox cuestiona o minimiza los efectos del cambio climático (pp.18-19: lo cuestiona:as ever, there have been weather catastrophes, but carastrophes are not evidence of sustained change,,,; o no lo cuestiona, porque la donna é mobile, y entonces lo saluda con alborozo: gardeners can profit from a clear benefit, p.22); promueve el uso de abonos químicos y herbicidas, incluso cita a Vita Sackville-West (¡1956!) como autoridad en su defensa, además de relatar un viaje altamente instructivo a las instalaciones de la multinacional Bayer en Düsseldorf, cuyos productos promociona con nombre y apellidos, sin rebozo; declara una y mil veces su afición a la caza del zorro con jauría de perros (prohibida por su extrema crueldad en 2004, para gran desconsuelo de nuestro helenista y de todos los patricios latifundistas del país); difunde una antigua receta de «ardilla a la sidra»; propone capturar a las ardillas con trampas, o con ayuda de un galgo, o directamente a tiros («en ambientes rurales, recomiendo el uso prudente de una pistola», p.89); intenta cargarse a los conejos de su jardín dejándoles platillos con leche y glifosato (p.146); hace chistes malos sobre la partenocarpia de cierto genero de gorgojos, en el que solo existen individuos hembras (¿qué tal si, usando la ingenieria genética, introducimos en la colonia un macho? ¡Qué risa!; p. 80); y para terminar esta sucinta enumeración –last, but not least– propone calmar a los tejones, responsables del caos nocturno en su bordura de crocus, con cebos a base de mantequilla de cacahuete y Prozac (p.105; lo dice y lo hace).

NOTAS:
Artículo citado: https://elpais.com/elpais/2017/12/04/eps/1512412299_415603.html

R.Lane Fox, soldado de Alejandro el Grande.

G. Altares no pregunta nada sobre esas cosas que a Lane Fox le resbalan. Respecto al brexit: Mr. Lane le confirma que votó en contra, aunque «básicamente no está ocurriendo nada». El Brexit es una estupidez, claro, pero «nada comparable a las conquistas de Alejandro». Sí pero no, o no pero sí… (al estilo tercerista de Jeremy.Corbyn)

El primer Iris

Madrid, invierno

Iris unguicularis

Es una nadería. Una flor vista y no vista, que apenas levanta una cuarta del suelo. Como algunas anémonas montaraces en medio de la nieve, aquí, entre el follaje del Jardín Botánico, asoman la cabeza en enero los Iris unguicularis ssp. cretensis,  delicados parientes de los muy robustos híbridos de jardín, Iris x germánica – que tapizan los taludes de la M.30 y pueden con todo.

El Iris unguicularis – conocido como Iris de Argelia, pero común en todo el Mediterráneo oriental- y el Iris reticulata, procedente del Cáucaso, son los primeros bulbos que he visto florecer por aquí, antes incluso que los galanthus. Cuando estos iris minúsculos están en flor, sólo los hamamelis, los heléboros, las anémonas precoces, algunos avellanos y algunos camelios les pueden hacer compañía.

Sobre el cultivo del I.unguicularis, léanse estas recomendaciones de la Sra. Vita Sackville-West: (artículo de los años 50 reproducido en el blog de jardinería de «The Guardian»):  http://www.guardian.co.uk/lifeandstyle/gardening-blog/2009/feb/19/gardens-iris-unguicularis. Mucho cuidado, de todos modos, con lo que dicen los jardineros de por ahí arriba. Aunque sea Vita Sackville-West. Si un inglés afirma que «sun and poverty are the two things it likes», o que este iris se da en el más «miserably poor soil», incluso entre la grava, semejantes frases no pueden interpretarse literalmente en Madrid (el bulbillo del iris se deshidrataría, y después terminaría de freirse al sol…). En la foto que encabeza esta entrada puede verse que el iris está brotando de entre una alfombra de hojas a medio descomponer. Ni el suelo, pues, es tan pobre ni la exposición tan soleada (el árbol que ha dejado caer sus hojas justo ahí protegerá más adelante a los iris con su sombra). Conclusión, la de siempre. Que en este secarral en el que vivimos, lo que para un inglés es «exposición soleada» para nosotros ha der ser «semisombra» o «luz indirecta». Y el suelo -por más que insistan los gurús del norte- ha de tener suficiente materia orgánica y una textura mínimamente arcillosa (¿cómo podría, si no, retener la escasísima humedad?) .