La última de la clase

Al terminar junio

nemoptera bipennis Esta especie de mariposa -que no es tal, sino una prima, del orden Neuropterae– estaba posada esta mañana en una de las pocas margaritas no decapitadas por la desbrozadora. Es una Nemoptera bipennis.  Le hice la foto mientras regaba las moras. Con la mano derecha sujetaba la cámara y con la izquierda la manguera. La nemoptera vuela a trompicones, como si no le hubieran enseñado bien, indecisa entre esta hierba o aquella, y quizá agobiada por el calor. Pero esta foto mía, hecha  de cualquier manera, no puede transmitir ni su falta de pericia ni su ligereza. A lo mejor por su vuelo torpe -sin el nervio y la determinación de las mariposas- o por esos  largos faldones flotando, la nemoptera parece un pañuelo, o un trozo de papel,  que el viento anduviera paseando por los rastrojos.

Consultorio (2)

FumigatorEstimada señora Barbie Jardinera:
Tengo un problema con los geranios que se ha ido convirtiendo en pesadilla y que, desde hace unos días, amenaza la estabilidad de mi matrimonio e incluso la vida de mi mujer.

Todo empezó esta pasada primavera. Era domingo. Como todos los domingos, me había levantado tempranito para afilar mi hacha de monte, el set de cuchillos carniceros, las sierras, serruchos y serrotes, y las cuatro motosierras. Es lo que yo digo: uno nunca sabe en qué momento va a tener necesidad de estas herramientas, así que más vale tenerlas siempre a punto.  Guardo mis cosas en una cabaña de jardín, de esas de resina rígida que venden en el centro comercial.  El jardín es un rectángulo de baldosas, terminado en un semicírculo con tejadillo, que es donde hemos instalado la barbacoa. El abeto lo talamos hace años,  hartos de los gorriones que se metían entre las ramas.  No  era sólo el ruido  que metían. Lo que me ponía malo era que hicieran sus necesidades en el parabrisas del coche y en las baldosas del jardín.  Con la palmera de China y el macizo de chumberas que crecen en la parte de atrás tenemos más que suficiente. Delante de las chumberas he puesto el columpio de mi nieto, para que no estorbe al fregar las baldosas. A veces se pincha un poco las piernas, como es lógico, pero es lo que yo le digo: hijo, tendrás que hacerte un hombre. Por poner alguna planta en el jardín de delante mi mujer insistió en comprar unas macetas y colocarlas en los peldaños de la escalera de entrada. Bueno, le dije. Un peldaño sí y otro no. Para no exagerar. Fuimos al centro comercial y las compramos. Y plantamos unos geranios rojos, muy sencillos.  Los primeros días todo fue bien. Mi mujer regaba los geranios, los geranios crecían, y yo los miraba complacido desde el ventanuco de la cabaña, mientras le pasaba una gamuza a mi katana japonesa….
No habían pasado ni dos semanas cuando empezaron los problemas.  Era domingo, como ya he dicho, y yo andaba ya ocupado con el afilado de la primera motosierra. En eso me llama mi mujer para que vaya a ver un bichito que acaba de localizar en un geranio.  Cogí un cuchillo de caza, por si las moscas, y salí a ver qué pasaba.  Nunca había visto nada igual . Nunca en MI jardín. Era pequeño, verde, repugnante. Era un pulgón.  Esa misma tarde lo rocié con un producto que me vendió el de la tienda de piensos del pueblo (Arturo).  Repetí la rociada cada pocos días y al principio la cosa resultó.  Pero a mediados de mes aparecieron nuevos pulgones, más grandes y más gordos. Volví a lo de Arturo. Y le dije, le digo, “necesito algo más potente”.  Me vendió  un frasco de cristal lleno de cruces negras,  con la recomendación de que  no lo dejara cerca del columpio, y unas horas después de pulverizar  las macetas por allí no quedaba ni la sombra de un pulgón. Entonces mi mujer me hizo ver que tampoco los geranios tenían muy buena cara. Normal, le digo. Pero mañana verás que bien.  Y en efecto, al día siguiente los geranios habían mejorado un poco.  No era ése, sin embargo, el final de la historia. Muertos los pulgones, pronto empezaron a aparecer docenas, cientos, miles, millones, trillones de arañitas rojas…Voy corriendo a lo de Arturo. Lo que yo te diga: dame algo que mate a todos los bichos, no sólo a los pulgones.  ¡Y rapidito!. Me vine con una mochila de 16 litros, un mono de trabajo plastificado, y una escafandra. Rocié todo, escaleras y fachada de la casa incluidas. Las arañas desaparecieron. Los geranios también. Pero es lo que yo digo: se compran otros y listo, porque sólo valen dos euros con cincuenta cada maceta y porque lo que es a las arañas y a los pulgones no les han quedado ganas de volver. Mi mujer, que por entonces empezó con una tosecilla perruna que no termina de curársele, fue al centro comercial y se vino con los nuevos geranios.  Y yo, tranquilo, empecé por fin a ordenar mi cajas de munición, que bastante tiempo había perdido ya con la tontuna de los geranios. Poco duró la paz. A la semana los geranios estaban negruzcos, huecos, y una oruga gris, fea como un demonio, asomaba la  cabeza (o el culo, no sé) por uno de los tallos.   Arturo me sacó entonces un catálogo de productos “fitosanitarios” y juntos miramos qué podía encargarse.  Hicimos un pedido a Chicago. Los tres sobrecitos  (que aquí están prohibidos) valieron ciento cuarenta dólares cada uno.  Volví a ponerme la escafandra y rocié todo,  todo, hasta las juntas de las baldosas. Las orugas desaparecieron. … Calma. Consigo terminar de limpiar el arpón ballenero, la colección de dagas indonesias…  ¿Victoria?.  Qué va. Dos días después mi mujer me viene a buscar a la cabaña, golpea en el cristal con los nudillos y me dice, entre toses,  que acaba de ver un pulgón en una maceta.

Estimada señora Barbie. A mi mujer le han diagnosticado una bronquitis de pronóstico reservado. Escribo esta carta desde la sala de espera del hospital. Los geranios han muerto. Mi nieto tiene prohibido venir a vernos. Los pulgones corretean alegremente por las escaleras y empiezan a acercarse a la cabaña. ¿Qué hago?. ¿Le prendo fuego a todo?. Tengo un lanzallamas ruso que compré por internet y que podría valernos.

Suyo afectísimo.
Firmado: Fumigator.

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Respuesta:

Estimado Fumigator:

No hay que perder los nervios. Si la carrera de armamentos  consiguió acabar con la antigua Unión Soviética,  qué no hará contigo, que sólo dispones de un pequeño arsenal de jardín.  Sucede que el uso repetido de ciertos insecticidas  favorece la aparición de “cepas resistentes”, o sea, individuos a los que ya no hace efecto el tal producto. Por otra parte, esos mismos productos acaban provocando un problema serio de arañas rojas, que se cuelan de rondón…. Lo de las orugas es otra cosa. Son unas polillas venidas de Africa, difíciles de combatir. Tú has llegado quizá a un punto de no retorno.  Un producto lleva a otro, que a su vez lleva a otro, y a otro, y a otro,  en una espiral rabiosa que no acaba nunca. Veamos

–       Si decides tirar para delante,  prueba con una pequeña bomba atómica de fabricación casera. Arturo el de los piensos podrá echarte una mano, seguro. Para la información técnica, el uranio y la piecería, puedes mandar un mail amistoso a la embajada de Corea del Norte-, o mejor,  consultar esa web donde compraste el lanzallamas.
–       Si decides rebobinar y empezar de cero, prueba con un buen chorro de agua a presión al atardecer.  Es una opción, en cualquier caso, mucho más barata que la anterior.  No tendrá efectos secundarios en el aparato respiratorio de tu mujer (salvo si se asoma en ese momento a la ventana). Tampoco te creará problemas con la CIA en caso de que investiguen tu correo electrónico. Enchufas la manguera y empapas bien las plantas donde haya pulgón.  Respecto a los tallos perforados por la polilla, ten buen cuidado en ese centro comercial que frecuentáis: inspecciona  las plantas antes de llevarlas a casa, y corta enseguida –y tira a la basura- los tallos afectados.

Con mis mejores deseos para ti, tu mujer, y tu nieto.

Firmado: Barbie Jardinera.

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NOTA
El dibujo de «Fumigator» procede de un folleto del Jardín Botánico de Montreal.

¡Abejarucos!

 ¡Abejarucos por fin!.

El año pasado no vinieron. Fue una primavera desastrosa. No había llovido ni nevado durante meses.   Tampoco las jaras florecieron como lo están haciendo este año, ni los melojos brotaron con ganas, ni se pudo catar un solo espárrago silvestre.  Nada. No vinieron los abejarucos y lo atribuimos a que todo estaba seco: la pradera con pocas flores, la hierba baja y poco gustosa. Una de las primeras entradas de este blog, sin embargo, había sido para  esos pájaros, convertidos en santo y seña de cada primavera:

Hope is a thing with feathers

.. Pero no aparecieron. Ni uno. Como en este blog nos esforzamos  (de forma un tanto descabellada a veces) por subrayar lo que SÍ va bien, no tuve ánimos para decir la verdad. Decir, sencillamente, que los abejarucos no habían vuelto.
Pues bien, dos años después de su última visita, ¡aquí están!. Se me cruzo una pareja hoy a mediodía, cuando subía con el coche por el camino de LRO. Los ví con toda nitidez, como si se hubieran posado en mi mano. No solté el volante para hacerles fotos porque entonces no estaría ahora contándolo. Pero hay que creerme. Eran los abejarucos.

Consultorio (1)

Hace una semana

arña gigante MontreuxQuerida Barbie Jardinera:
Tengo un pequeño jardín en una pequeña urbanización de una pequeña ciudad del norte. En el jardín no hay apenas sitio para nada, pues un enorme castaño de indias crece en medio y medio, dándonos sombra en verano y muchas hojas para barrer en otoño. Algunos vecinos nos dicen que por qué no lo talamos. Que ensucia mucho, estorba al autobús, y tal y cual. Pero mi marido y yo queremos conservarlo a toda costa.  Mide más de quince metros de alto. Cuando está en flor hay gente que se para en la acera a hacerle fotos, de tan bonito que se pone. Todos los años le hacíamos una poda de limpieza, muy suave, y arremetíamos la copa para que el señor del autobús no protestara al pasar. Ahora el árbol está tan alto que  ya no hay manera de podar nada. No se vé el final de la copa,  que se ha ido cerrando, ni se sabe muy bien lo que pasa ahí dentro.  Bien, la razón por la que te escribo, querida Barbie, es que hace cosa de una semana, mientras esparcía amorosamente una carretilla de mantillo al pie del castaño, escuché un frufrú muy raro que salía de lo alto. Levanté la cabeza y  me encontré de frente con  ESTO. Pegué un grito, solté el rastrillo y me metí en casa a la carrera. Pero  el bicho debió de asustarse también, pues al cerrar la puerta me dió tiempo a verle desaparecer entre el ramaje.  Una compañera con la que voy a hacer pilates todos los viernes me ha recomendado aceite de neem. He hecho la prueba, he pulverizado neem por las ramas bajas y desde la ventana, pero nada: el monstruo peludo se esconde en la copa durante el día y asoma el hocico y las patas al caer la noche. Salta la tapia, se da unas vueltas por la urbanización, y regresa. Como un gato, lo mismo, pero en araña gigante. Mi marido ha intentado atraerla con un reguero de cabecitas de gambas, en línea recta a la alcantarilla, abierta de par en par. Nada. Es muy lista. Se come las cabezas de gambas hasta el bordillo de la acera y después se vuelve al castaño,  relamiéndose y haciendo frufrú. La verdad es que con el paso de los días me he  ido acostumbrando a ella y hasta me he animado a hacerle esta foto, que es de ayer a eso de las nueve, antes de entrar a cenar (souflé de espárragos trigueros). Pero temo por nuestro castaño de indias.  Querida Barbie, ¿no estará destrozando el arañón las yemas del árbol?, ¿no estará estropeando la corteza con esas uñas afiladas? Y además, ¿no acabará atacándonos a mi marido y a mí cuando coja confianzas…? Te escribo desesperada.  ¿Qué hemos de hacer?.
Firmado: Amapola del Camino

Respuesta.

Estimada Amapola del Camino:
Primero de nada, tranquilízate.  Todas las arañas son carnívoras, en efecto, así que vuestro castaño de indias no sufrirá por su presencia. En todo caso, lo mantendrá limpio de otros bichos, seguramente más molestos para vosotros (avispas, mosquitos). Por otra parte, he consultado en mi base de datos y te puedo asegurar que no hay ningún caso registrado de seres humanos devorados por arañas en Europa occidental. Nada que temer por ese lado.
En segundo lugar, los tratamientos biológicos, como el neem que te recomendó tu amiga, o las infusiones de ajo, el agua jabonosa, etc (hay una larga lista) sólo son realmente  eficaces  en las fases larvarias del insecto/arácnido, o bien como repelentes, pero no como curativos.  No como insecti-cidas/aracni-cidas. Osea, que podías haber eliminado el huevo o la araña-bebé, si la hubieras pillado a tiempo, o, mejor aún, haber evitado su llegada, pero difícilmente puedes hacerle nada con esos tratamientos a la araña adulta. Y mucho menos cuando ya está tan hermosa y bien criada,  con un peso, según mis cálculos, de entre treinta y cinco y cuarenta kilos. Hemos llegado tarde. Las opciones ahora se reducen a dos, y ya te adelanto, querida Amapola, que personalmente me inclino por la primera, pues los arácnidos -salvo casos de infestaciones agudas, como las arañas rojas en las judías, por ejemplo- han de ser siempre bienvenidos en el jardín:
Opción A. O bien adoptas al arañón como animal de compañía (tú misma dices que ya no corres a esconderte cuando aparece, señal de que le estás cogiendo cariño, quizá sin tú saberlo),  o bien, opción B, te planteas seriamente eliminarlo. En este caso, te repito, no valen aceites ni infusiones ni salmodias…  Habrá que recurrir a las armas de fuego: un fusil de caza mayor.  Como imagino que ni tú ni tu marido sabéis mucho de estas cosas (pues os dedicáis a actividades más pacíficas, como recoger espárragos trigueros o contemplar la floración del castaño)  aquí te adjunto estos dos links, en los que encontraréis mucha información cinegética y buenos contactos:

http://www.nraespanol.org (Asociación Nacional del Rifle)
http://www.casareal.es

Un saludo afectuoso.
Firmado:  Barbie Jardinera.

P.D. No olvides, por último, que incluso el neem, por muy natural y biodegradable que sea, es también un producto no-selectivo. Si abusas de él, o si lo echas a tontas y a locas, sin apuntar bien a la diana, acabarás eliminando o ahuyentando a un montón de insectos fabulosos…
P.D2. Intenta mantener la copa del castaño un poco más aireada. Hay empresas especializadas en ese tipo de podas. Son bastante caras, sí, pero hacen bien su trabajo y sólo hace falta  llamarlas de Pascuas en Ramos. Y así te llevarás menos sustos.

¿Qué fue de Potxola?

Marzo 2013

potxola 2

-¿Quieres un leproso?
-¿Un qué…?
-Un galápago que acabo de recoger en la carretera…

Ya teníamos sospechas de que por esta zona pudo haber galápagos, leprosos (Mauremys leprosa).  Sabemos, por el plano catastral más antiguo que se conserva, que justo delante de la casilla  había una charca  donde afloraba el agua del segundo manantial  (véase el post «Aquí empieza todo»). Hace cosa de tres años Xela -la perrita blanca de las fotos- apareció con un caparazón en la boca. El caparazón se hizo añicos, literalmente, cuando lo limpiamos. Pero ERA un galápago leproso. Las otras pistas nos las dió uno de los autores de Los Bosques Ibéricos (¿quizá el libro más citado en este blog?).  Lo que veíamos en LRO nos parecía una mezcla de formaciones vegetales diferentes: por un lado, encinas, enebros, jaras, cantuesos; por otro lado, melojos, madroños, majuelos, jazmín silvestre… Hubo, pues, otro paisaje, algo más húmedo, y hoy en retroceso. «Nunca dejará de correr el agua en LRO», afirman los vecinos, afirma el antiguo propietario, afirman todos los que se criaron por aquí. Pero no es verdad.  Ahora se frotan la barbilla  y  echan la gorra para atrás cuando ven menguar el chorro en el pilón.
Bueno, Potxola. Le dije a Oscar, el vecino que la había rescatado, que en LRO ya no podíamos garantizar 12 meses ininterrumpidos de agua. La charca al pie de la alberca y el estanque artificial de la pradera se mantienen a costa de las huertas, y así seguirán. Es preferible tener menos tomates y más ranas. Pero ¿por qué condenar a la buena de Potxola a pasar penurias en LRO cuando hay tantas plazas hoteleras para galápagos en los alrededores?.  Potxola (pues ya se había determinado que era una hembra) durmió esa noche en casa de Julia, otra vecina, de dos años, que mostró gran interés, me dicen, en conocerla y toquetearla.  Por la mañana Óscar y el padre de Julia se llevaron a Potxola a su nueva casa, al pie de un viejo molino en ruinas, en un tramo  del río Alberche. Camino del molino se pasaron por LRO, con Potxola metida en un taper de plástico . Nada más llegar, y tras las pertinentes presentaciones, la dejamos unos minutos en el arroyo para que se refrescara y mordisqueara alguna hierba.  Tenía muy buen aspecto. Le hicimos unas tres o cuatro docenas de fotos, cabeza dentro, cabeza fuera,  en el pilón, en el agua, en una piedra, en la mano de uno, en la mano de otro… y al fin la dejamos ir.

la casa de potxolaFoto: por ahí debajo, a la derecha del molino, corre el agua del río. Hay sauces y carrizos, remansos de lodo por las orillas, juncos, hierbas, flores, y, con suerte, hasta un guapo Potxolo escondido bajo el agua.

NOTA
¿Qué hacía Potxola en la carretera?. Podía haberse despistado. O estar escapando de una obra (una retro excavando una balsa, una desbrozadora cortando la vegetación donde ella terminaba de hibernar…). O haber sido simplemente abandonada, como un perro o un gato. En España está catalogada como «Vulnerable». Reproduzo el párrafo correspondiente del Libro Rojo de Anfibios y Reptiles  (p.145): «Siendo una especie relativamente común, está en regresión en determinadas áreas, debido principalmete a la transformación del hábitat, la excesiva contaminación en zonas industriales o agrícolas, la desecación de masas de agua (Valencia),  y al comercio al que ha estado soemetida, para consumo (Huelva), recolección para la tenencia o venta como mascotas  (suroeste), fabricación de objetos ornamentales (Marruecos), etc. «

¡Ya!

San José 2013

abejorro en un Prunus 18-3-13Ya está aquí. Llegó ayer, día 18,  a media mañana. Unas horas de sol después de un fin de semana de frío y llovizna…y ahí estaba por fin, sin alharacas ni ruedas de prensa. Ahí estaba, inconfundible, la primavera: un zumbido in crescendo en los almendros, en los ciruelos, y las primeras mariquitas «resucitando» entre la corteza de las cepas.

(Foto: un abejorro, género Bombus No sé la especie, quizá B.hortorum, pero la pelambrera varía mucho de unos a otros…)

Los ratones bien, gracias

Febrero 2009-hoy

ratoncillo en la casillaLa parte baja de la finca es una explanada llana de más o menos media hectárea. Está en el punto más alejado del manantial y la alberca.  Enseguida, nada más llegar a LRO, decidimos que esa explanada quedaría sin cultivar.  Pero para recuperar el suelo,  destrozado por años de arado y erosión (Véase “Arar o no arar”, el primer post publicado en este blog), ya ese primer invierno, deprisa y corriendo, se sembraron varios kilos de semillas silvestres (una mezcla de meliloto, mostaza blanca, amapola, algo de festuca, etc).  Al año siguiente plantamos una docena de encinas, algunos pinos,  ocho pistacheros, y dos olivitos ‘Cornicabra’.
Bueno, la historia que quería contar hoy es la del estanque artificial que excavamos  a continuación en esta explanada, que por entonces empezamos a llamar “pradera”.  Un señor del pueblo vino con su tractor y fue abriendo el agujero del estanque. (Con la tierra que sacaba nivelamos ese mismo día el terreno frente a la casilla). Hecho el agujero, suavizamos a mano el interior, preparamos dos diferentes niveles –como dos estanterías-  y limpiamos bien todo de piedras, raíces, etc.  Y entonces compramos la lona de caucho. Caucho, dijimos, que aunque sea caro, dura muchísimo más que las lonas de polietileno que venden por ahí (y que se agrietan con el sol). En ningún centro de jardinería lo vendían, así que nos pusimos a buscar directamente al fabricante. Escribimos a la central de Firestone en Bruselas. Nos envió la dirección de un distribuidor en Madrid, el cual, en aquel momento al menos, prácticamente sólo servía a grandes agricultores (caucho para balsas agrícolas, en levante y en el sur).  Nos fuimos al polígono de Coslada donde este hombre almacenaba sus lonas.  Con mil trabajos nos preparó un enorme paquete de lona de caucho plegada, que pasaba un quintal, y lo metimos entre todos en la furgoneta. Ell capricho de la lona nos salió en 300 euros.
Y entonces empezó a llover.
Guardamos el paquete  encima de un palé, al fondo de la bodega, cubierto con una segunda lona de plástico. Pasó un mes. Yo me lié con algo del trabajo, no recuerdo lo qué. No encontrábamos el momento para ir a terminar el estanque. Pasó otro mes…
…Y por fin, una preciosa y helada mañana de finales de febrero,  nos pusimos a ello. Primero extendimos por el fondo del estanque un fieltro geotextil, para proteger el carísimo caucho de hierbas, bichos, y demás. Después  fuimos a por la lona. La sacamos al sol y empezamos a abrirla…. Y del fondo del primer pliegue salieron arrastrándose, completamente ciegos, transparentes como el celofán, una media docena de ratoncillos recién nacidos.
A la carrera, con el corazón acelerado, volvimos a plegar el caucho procurando no aplastar a aquellas mingurrias, casi extraterrestres, de puro frágiles e inmateriales, y lo recolocamos todo donde estaba, al fondo de la bodega.

Dos meses después, ya era primavera.
Volvimos a coger la lona. Volvimos a abrirla, esta vez con muchísimo más cuidado. Los ratones habían terminado de crecer y se habían ido, como calculábamos. Detrás habían dejado musgo, tierra, excrementos. Y, qué sé yo, ¿dos, tres docenas de agujeros?. La lona  parecía un colador.
Vuelta a llamar al tío de Coslada. No nos coge nadie. Vamos hasta allí, y un cartel en el portalón del garaje nos indica que se han trasladado a Humanes. Venga para Humanes.  No le contamos la razón de los agujeros, pero le exponemos  por encima, sin entrar en mucho detalle, el problema que tenemos…. Nos vende, por la módica cantidad de 90 euros, un tubo de caucho líquido con su aplicador (estilo silicona). El truco está en tapar las “fugas” de una tirada, es decir, usando todo el producto. Porque una vez abierto se seca, se endurece, y ya no hay manera de extenderlo (como los tubos de dentífrico, pero en caucho negro, pegajoso, endemoniado). Antes, con unas tijeras de pescado, hay que ir cortando retalillos por las esquinas sanas de la lona.  Retalillos para pegar en los agujeros uno a uno, que previamente hay que marcar con tiza…
En fin, de esto hace cuatro años. El estanque está bonito. Quisiera tener más tiempo para adecentar las orillas, y para empezar a poner coto a los rizomas de espadañas (Typha minima, que la otra, la grande, es incontrolable). Pero bueno, la idea original, que era crear un punto de agua, un bebedero, en el punto más alejado de la alberca, está conseguido. En otros post han ido saliendo algunos de los habitantes de este estanque. Ranas, sapos, culebrillas de agua, libélulas, notonectas… Estoy segura de que de noche bajan a beber los zorros, los jabalíes, los conejos. Todo el mundo.  ¿Y los ratones?. Los ratones bien, gracias. Creo que no se acercan mucho por esta zona. Los oigo corretear por la bodega cada vez que entro.  Anidan entre las macetas, bajo la mesa. Pero con cualquier cosa se arreglan: una caja vieja, unos sacos doblados, unas hilas que quedaron por ahí olvidadas. Y si dejo una katiuska tirada, en dos días, qué digo, en unas horas, me la llenan de almendras y musgo.
Iris bastardos+sol poniente junio

Una garza

De diciembre a febrero, más o menos

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La charca que excavamos al pie de la alberca permanece helada durante semanas, a veces durante meses. La orilla está en silencio; las hierbas, cubiertas de una capa de cristal, crujen al pisarlas,  y los únicos animales que dan señales de vida son los mirlos (incansables), el petirrojo que vive entre las frambuesas, y los milanos volando en círculos, cielo arriba.  Por esta época también se ven con frecuencia bandos de pinzones. Están siempre atareadísimos. Se posan en las terrazas de viñedo, en especial las ya podadas – que son las que antes y más a conciencia calienta el sol-  y levantan el vuelo en un abrir y cerrar de ojos, todos a una.
 El día que hice esta foto acaba de dejar la furgoneta aparcada en lo alto del camino  y bajaba  a pie hacia la finca. Comprobaciones rutinarias: que el manantial no esté atascado, que no nos hayan robado más postes de la linde…. Entonces distinguí la silueta de la garza junto a la charca, encogida de frío, tan aterida que entraban ganas de correr a abrazarla. Inmóvil y paciente, con hielo hasta las cejas,  la garza esperaba a que se moviera algo entre las hierbas. Una culebrilla de agua, supongo, o un ratón, o quizá uno de los sapos, no completamente adormecidos, que sientan sus cuarteles de invierno en los composteros de esa terraza (la de las moras).
En cuanto me sintió llegar –en cuanto me barruntó, diría el pastor- la garza abrió las alas, que parecían pesarle muchísimo, y se marchó lentamente valle abajo, en dirección al pantano de San Juan.

Can de palleiro

Otoño 2012

Estos son los tres chuchos que salen constantemente en las fotos de LRO. En parte por ellos, y en parte por los jabalíes, las huertas están cerradas. Nuestra intención siempre fue que los animales salvajes pudieran entrar libremente en la finca: es decir, mantenerla de par en par abierta. A cambio, había que proteger las patatas, lechugas, y demás. LRO se convirtió así en una finca abierta con cinco pequeños cercados en su interior.

La que está saltando es Xela. Es muy guapa pero no muy lista. Unas gotas de sangre de setter le hacen ser inquieta y saltarina. La adoptamos en un albergue de Madrid en abril de 2009. Ya era una perra adulta, de cinco o seis años. Había aparecido corriendo, una noche de febrero (es decir, al terminar la temporada de caza), por los alrededores de una gasolinera Shell. En el albergue la llamaron así: Shell, y mi hermana convirtió el nombre en Xel-a (diminutivo gallego de Angela). Tenía un enorme tumor perianal. Y un miedo patológico (¡terror!) a los tiros.
El siguiente es Pancho. Lo adoptamos en un albergue próximo a Lieja hace diez años. Pero sus ancestros son de por aquí…Los voluntarios de este albergue belga se dan todos los años una vuelta por las perreras más cercanas a la frontera con Francia y se llevan algunos animales: «les plus miserables», nos dijeron. Entre ellos, en un albergue de Reus, estaba la madre de Pancho con él en la barriga. En casa es, con mucha diferencia, el que más manda.

Y así llegamos a Ceibe, el perro gordo y negro de la esquina. El más palleiro de los tres. El más querido, el mejor.

Ceibe nació en invierno, en una cuneta, detrás de una gasolinera de la A2. A los cuatro meses el dueño del área de servicio llamó a la perrera de Azuqueca (donde no se andan con bromas) para que los sacaran de allí. Cogieron a su madre y a sus hermanos, pero él salió disparado y se puso a salvo atravesando un campo de cebada -contíguo a la gasolinera- que lo camuflaba por completo. Lo atropellaron dos veces. Cuando lo vimos tenía ya siete u ocho meses. Era bastante grande, y negro como el carbón. La cebada estaba segada: imposible seguir escondiéndose. Pasaba cojeando entre los camiones y los surtidores, pero salía zumbando sin mirar atrás si alguien se le acercaba. La historia de su nacimiento me la contó una de las empleadas de la gasolinera. Esta misma persona, con la que estaré en deuda toda mi vida, nos ayudó durante más de un mes, día tras día, a ponerle comida siempre en el mismo punto, detrás de un cedro. La primera vez que intentamos cogerlo -con una jaula trampa que nos prestaron en el albergue- el perro ni apareció. Cargamos la jaula y volvimos a los pocos días. Tres horas nos tuvo entonces dando vueltas a la jaula sin atreverse a entrar. Al final, cayó… Se hizo de todo en la jaula. Lloró, lloró, lloró y chilló sin parar hasta que llegamos con él al albergue. Allí se portó muy mal desde el primer día. Intentaba morder a todo el que se le acercaba, guardeses y veterinarias incluidas. Empecé a sentarme a su lado, en silencio y sin mirarle,  sin apenas moverme. Dejó de gruñirme. Un día llevé un libro. Me senté donde siempre, en la esquina de la jaula, y empecé a leer en voz baja (Todos mienten, una novela de Soledad Puertolas).  Cuando se la terminé, unos días después, ya me dejaba sentarme a su lado. Empecé a leerle otra…Bueno, un mes más tarde se dejó tocar por primera vez en su vida. Se enfureció, como era previsible, cuando intentamos ponerle un collar y una correa. Pero acabó aceptándolo todo. Una de las heridas se cerró bien, pero la otra, la de la pata de delante, no tenía ya remedio (codo roto y mal soldado:  una ligera cojera  de por vida, suavizada con analgésicos en los días malos). Esas navidades ya estaba en casa. Seis o siete meses después me dió por primera vez un buen lametón en la cara.  Es sociable, inteligente, bueno, obediente, tranquilo. A estas alturas, no puedo ni imaginar cómo sería mi vida -cada despertar- sin ese perro a mi lado.

NOTAS
He mencionado mi deuda eterna con Lola, empleada de la gasolinera de la A2. La deuda ha de hacerse extensiva a toda la gente de ANAA, por supuesto, el albergue que acogió a Ceibe y a Xela. A pesar de las largas listas de espera (vivimos en Madrid, no en Oslo…), y de los problemas de todo tipo que tienen que solucionar para poder dar salida a tantos animales,  aceptaron recoger a Ceibe, que estaba en una situación de alto riesgo, en un plazo de tiempo muy corto.

«Ceibe» en gallego quiere decir «libre».

Lo más frágil

Verano 2012

Sólo con rozarlas se rompen. No sé de qué estarán hechas. ¿De papel cebolla, de obléas de misa?.
En LRO las mudas de serpiente se encuentran a partir de julio. Cerca de la salida del tubo de drenaje, por donde ví  más de una vez escurrirse a su propietaria. En la misma salida del tubo hay también cinco o seis mudas pequeñas, de una cuarta de largo.  Ésta de la foto mide más de metro y medio. Ojalá pudiera desenmarañarla de las hierbas, estirarla y medirla. Pero no puedo ni tocarla. La dejo donde está y se la enseño sólo a los amigos muy amigos (no a los otros; el hombre que nos vendió la finca, y el conductor de la pala excavadora que vino a cavar el estanque, y hasta el pastor -al que, por otra parte, aprecio- las matan a garrotazos ).