Manchas negras en el rosal

Foto: hojas del rosal ‘Chartreuse de Parme’. Manchas provocadas por el hongo Marssonina rosae (= Diplocarpon rosae)

La única cosa mala que tiene la lluvia en las estaciones intermedias. Humedad y calor, en la horquilla de los 18-25º. Hongos. Las rosas son, además, el primer indicativo de lo que les va a pasar a los frutales de hueso y a las viñas. Por eso las grandes bodegas plantan rosas y melocotoneros a la entrada de sus viñedos (1). Una especie de semáforo fúngico: rosales y pexegueiros atacados, ergo viña entera en peligro; ergo, rápida programación del tratamiento (azufre y/o cobre, aceptados en agricultura bio).

Los rosales enfermos,  ¿se pueden tratar? Poder se puede… en cualquier almacén de material de jardinería/amazon  venden versiones reducidas y manejables de la bomba de hidrógeno para rosales, con efectos secundarios contundentes en el entorno, fauna del suelo y el propio rosal a medio plazo. Grave dilema cuando el ataque es fuerte y se prolonga varias semanas. No solo se caen las hojas: el hongo penetra en los tejidos, las propias ramas del rosal amarillean y toda la planta se debilita mucho. Un ataque o dos, más o menos previsibles, deberían poder tolerarse, como un catarro. Pero no todos los rosales tienen la misma resistencia genética, y tampoco todos los catarros/todas las primaveras son iguales. 
Google: o fungicida sistémico total (la referida bomba H), o cobre. Tales son los remedios convencionales. Pero ante un rosal con marsonia, Jean- Paul Collaert (La rose pas à pas, Edisud, 2004) propone una solución novedosa: pasar de él. Laissez-faire. Aguantarse.

Si uno ha plantado bien el rosal (2), en el lugar adecuado, sin apelotonamientos, con la exposición apropiada para la zona climática en que estemos, en una tierra arcillosa, fresca pero no encharcada  etc. Si uno cuida su nutrición; lo alegra en marzo/abril con purin de ortiga (añadiendo consuelda los que dispongan de ella, que no es mi caso); lo poda con buen criterio; lo mantiene libre de hierbas adventicias. Si uno hace todo esto -concluye Collaert-  el rosal tiene que resistir el ataque puntual de Marssonina, al igual que resiste el del oídio y la roya, el de los pulgones o el de ese escarabajillo que mordisquea las hojas en verano. ¿Pero qué pasa si NO resiste?, ¿qué pasa entonces, Jean-Paul?
Podemos, nos dice, intentar durante un tiempo el tratamiento con ajo (ver nota 3)
  «Picar 100 gramos de ajo y ponerlos a macerar durante 12 horas en dos cucharas soperas de aceite de linaza; se filtra, añadiendo un litro de agua de lluvia; se espera una semana. Pulverizar diluido en razón de 1 volumen del extracto por 20 de agua.» (op.cit., p.37)
Bonus track: el ajo también actúa como repelente de insectos.
Inconveniente: el pestazo del extracto no es compatible con la fragancia de un rosal exquisito (mi ‘Cartuja de Parma’, foto a la derecha).  Pulverizar esas rosas con ajo da dolor de corazón; como  echarse unas gotas de Chanel nº 5  y después atracarse de patatas con alioli… Pero hay que hacerlo, y cuanto antes mejor.

Siguiente paso. Si después de un año o dos a base de purín de ortiga y pulverizaciones de ajo -única forma de testar su resistencia natural, insiste J.P. Collaert-  el rosal sigue rindiéndose a la marsonia y cada año que pasa, aunque brota, tiene un aspecto más y más miserable… entonces  «coja usted el azadón y arránquelo» ( p.33), pues la opción de los tratamientos químicos sin fín «se asimila al dopaje o al encarnizamiento terapeútico, y tales prácticas no se corresponden con un amor sincero a las plantas» 

Rosal ‘Centenaria de Lourdes’ esta mañana (la pasada noche aún cayeron 14 litros/m2). Exposición norte, con algo de luz por el este en los meses de verano. El rosal  más resistente aquí, junto a ‘Rush’ y ‘Ballerina’.

NOTAS
(1) Sobre rosales y melocotoneros usados como indicadores de presencia de hongos: https://laramadeoro.com/2013/01/01/2992/  
(2) Plantación: https://laramadeoro.com/2013/02/10/bonigas-y-rosas/ El ejemplo de aquel post eran estas mismas ‘Cartujas’ que han resultado tan sensibles a la marsonia. La receta del purín de ortiga, aquí: https://laramadeoro.com/2012/05/22/purin-de-ortigatomates/
(3) Además del ajo, yo soy partidaria de reforzar la higiene: retirar tantas hojas infectadas como podamos, para frenar un poco la propagación de las esporas.  Jean-Paul Collaert piensa que hacer eso por sistema priva al rosal de parte de su alimento (esas mismas hojas, al descomponerse). No soy tan jacobina como él. Limpio hasta donde puedo mis rosales; si sobrevivimos a este ataque, ya les compensaré con unas paletadas de mantillo.
El aceite de linaza se obtiene de las semillas de lino.  Lo venden en ferreterías, sección madera. El envase de un litro vale en torno a 5-6 euros.

Otra vez las rosas

Rosal  ‘Old Blush China’ (o ‘Parson´s Pink China’ -por el nombre del viverista inglés que inició su comercialización-, ‘Bishop Pompallier’s Rose’, ‘Chang Wei’, ‘Common Monthly’, ‘Daily Blush’, ‘Fen Hong Yue Yue Hong’, etcétera) introducido en Europa hacia 1750, cuando todo lo que venía de China era bueno sin excepción: rosas y porcelanas, peonías, sedas, azaleas, amapolas azules o los Poemas del río Wang.
La foto es de la pasada primavera en LRO. Otros rosales han fallado: jamás el ‘Old Blush China’. Pero este año aún habrá que esperar un mes, mes y medio…  Como siempre, los trepadores se adelantan: el también chino ‘rosal de Banks’, que hace reventar, en amarillo limón, la esquina del jardín. O el fragantísimo ‘Zéphirine Drouhin’, más rezagado, del que ya he podido cortar algún capullo.
Esta lluvia de abril les está sentando bien a los rosales. La floración del ‘Old Blush’, aunque se haga de rogar un poco, será espectacular y sostenida.

 

Nota– Sobre las rosas chinas en LRO (esta  ‘Old Blush’ + la ‘Mutabilis’),: https://laramadeoro.com/2011/11/24/honorables-rosas-chinas/osas chinas): 

Cymbidium en flor

 
 
    
 
Son de las fáciles. Orquídeas que no exigen apenas nada: que no se las encharque, que no se las aparte del sol. En verano, a la calle. Y en otoño también, para que el decalage de temperaturas noche/día favorezca la formación de brotes florales ( que son como los vegetativos pero más redondeados; aparecen cuando empieza a hacer calor dentro; si hay calefacción central florecerá enseguida, en invierno, poco después de que lo metamos de nuevo en casa; pero si, como es el caso, la habitación donde están las orquídeas se caldea lo justo -máximas de 19º-, entonces el Cymbidium  espera a que el sol dé en los cristales y los caliente, bien pasado el solsticio; es decir, febrero-marzo).

Los nuevos pseudobulbos van apareciendo hacia la periferia, como los rizomas de iris en el jardín, mientras los del centro se consumen y vacían. De ahí la necesidad de cambiar la maceta cada pocos años. O bien de romper/cortar los pseudobulbos viejos, replantando los nuevos de modo que tengan espacio (de no hacerlo, se darían de morros con el borde de la maceta). El conjunto -si no se limpia con frecuencia ese exceso de pseudobulbos y hojas- es aparatoso, exuberante. Por eso los Cymbidium estuvieron de moda en los años ochenta -aparatosos/exuberantes de por sí- y después le dejaron el sitio a los más contenidos  Phalaenopsis.
Esta maceta de la foto (cubitera reciclada, de cervezas Budweiser…) no es el ideal para una orquídea, pero mi Cymbidium tampoco se queja demasiado: ahí va desde hace siete años. Riego con unas gotas de abono para orquídeas una vez al mes (o cuando me acuerdo). Pulverizo agua sin cloro todos o casi todos los días (relleno el pulverizador con la de la jarra de agua que dejo siempre llena entre las macetas). Vigilo la aparición de cochinillas. Ventilo. Y luego me harto de hacerle fotos, jugueteando con los filtros del programa de Windows  (filtro Icarus, por ejemplo, la foto de la derecha).
 
La próxima semana, si la previsión meteorológica se confirma y ya no hay riesgo de que las temperaturas nocturnas bajen de 5-6º, pondré la maceta/cubitera en el jardín, bajo la parra, en la parte delantera de una jardinera sin fondo ocupada por una masa de  euforbias y  fatsias ( Euphorbia characias+ Fatsia japonica, plantas de «sombra seca», duras como piedras). Ahí  -en la parte de delante, enseñoreándose de la jardinera- el Cymbidium tendrá el sol en la cara hasta el mediodía, pero un sol progresivamente filtrado por las hojas de la propia parra, que irán creciendo (ya están haciéndolo) al ritmo de las horas de luz. Recibirá su ración de manguerazos igual que el resto de las plantas: un día sí y un día no,  y de preferencia al atardecer.
 
 

Cabeza de viejo

 

 

 

 

 

 

Guanajuato, Hidalgo y Puebla son las tres provincias mejicanas que vieron nacer a los viejitos (o cabezas de viejo, o barbas de viejo). Cephalocereus senilis. Cactus columnares, altivos, con un peluquín en la cumbre, blanco como la nieve menguante del volcán Iztaccihuatl (ya no del Popocatepl, 1), en cuyas proximidades prosperan, tan a gusto. A diez mil kilómetros de distancia y con un océano por el medio, también lo hacen en mi jardín, conformándose con ver a lo lejos la aún más menguante nieve del cerro Casillas, provincia de Ávila, que en el mejor de los inviernos apenas pasa de unos centímetros.  Allí alcanzan alturas de 6 a 15 metros (como un roble o un haya, 2); aquí no pasan del metro, ¿dos metros? cuando se le cultiva en invernadero, en suelo calizo como el de las colinas de Puebla, con luz y calor sin tasa (a más luz, más melenas blancas, 3).
En abril, si hay suerte, a mi cabeza de viejo le crecerán una o varias narices de Pinocchio:  narices de color rosa, primero chatas y después puntiagudas, desplegadas en su extremo como matasuegras, o como fanfarrias, que solo se abrirán del todo al caer la tarde. 

Sobre los cactus en general:  todos, o con alguna excepción vintage (¿género Opuntia?), que queda para otro día, entran en la misma categoría de los alhelíes & Co (tag flora viejuna).  Hoy se plantan en jardines de exposición y colecciones de plantas xerófitas, y a lo mejor, en versión enana, en una mini maceta  de Ikea junto a la pantalla del ordenador…  Pero antes se veían mucho en los patios y en los alféizares, metidos en latas oxidadas, apilados alegremente entre unos geranios, unas begonias y unas cintas.  En Galicia se combinaban con áloes, que florecen en rojo y naranja. Aquí en Madrid se ven más los ágaves/pitas, otras mejicanas viejunas, imponentes…

 

 

(1) En su vecino Popocateptl el glaciar ya se ha declarado extinto. Al Izta disque le quedan 5 -10 años. Algunos más, con suerte, al Pico Orizabal. Fuente: https://sitquije.com/medio-ambiente/ecologia/adios-popo-pronto-te-alcanzara-companera-izta
(2) Fuente: el primoroso libro de Isaac Ochoterena, Las cactáceas de Méjico, 1922, disponible en https://archive.org. También la foto procede de ahí.
(3) Foto arriba/derecha: todo el cactus es un poco lanoso, pero a medida que crece  el «peluquín» se hace más denso y destaca sobre la parte de abajo

Alhelí de invierno

No es en La Habana sino aquí mismo, en casa de mi vecina Mercedes. 

Matthiola incana
, planta vivaz en España pero anual o bianual en la Europa más fría, si es que aún existe tal cosa. Cientos de variedades hortícolas, de todos los colores, de similar fragancia, y a veces, en las variedades más antiguas, con nombre de señora (‘Isabella’, ‘Milena’…). Muy cultivadas en invernadero por los productores de flor cortada -en variedades monstruosas con nombres coherentemente monstruosos, tipo ‘Mamut’, ‘Excelsior’, ‘Climax’ (?)-,  los alhelíes son sobre todo plantas de jardín, ya muy distanciadas de un ancestro autóctono, mediterráneo, al que han olvidado hace mucho. Tienden a escaparse del confinamiento… A veces un alhelí de flor doble aparece en el intersticio de las baldosas sin que nadie lo haya sembrado. Como algunos Antirrhinum sospechosos, demasiado multicolores para ser botánicos. Plantas, en realidad, de jardin de grand-mère, con ese aire que se gastan, maravillosamente pasado de moda. Un jardinero minimal ni miraría para ellas (¡pero bien que las olería al pasar!) y las metería, displicente, en el mismo saco que los geranios, las malvarrosas, los gladiolos… Todo en la sección «viejunos».  Las flores que le gustaban a mi abuelo. Las que me gustan ahora a mí, cada vez más.
En cuanto al cultivo: suelo rico, agua con tiento (ni una gota de más) y pleno sol. Algunos libros, traducción o adaptación poco atenta de originales escritos en el norte, nos dicen que florece en verano. Pero esta foto es de ayer. Mercedes me dijo  -asomada a la ventana de la cocina, en rigurosa cuarentena- que todos los años empezaba a florecer ahora. Marzo, segunda quincena de febrero. Por eso aquí le dicen «alhelí de invierno».  Solo su primo de la costa, M. sinuata, más suave y aterciopelado, pero también más sufrido, florece a principios del verano (yo lo he visto incluso en julio, en la Costa da Morte, punteando de morado/púrpura el camino entre las dunas)

 

Narcisos ‘Tête-à-tête’

En una sopera de porcelana Santa Clara, o en un cestillo del montón, con un platillo de café dentro. Aguanta bien en casa. Se riega el platillo o la sopera, un centímetro de agua al día, más/menos. Pasada la floración, cuando las hojas se marchiten y haya que cortarlas, guardaré los bulbos hasta septiembre. No en la maceta, sino limpios de tierra y raicillas, en una bolsa etiquetada que dejaré en la bodega o la caseta de herramientas (¿recordaré dónde?; a veces, sin contar con ellas, me viene a la mano un sobre de semillas olvidado, una cajita de lata -de esas con la inscripción «Fumar mata», cortesía de los cazadores, que aparecen con cierta frecuencia entre los romeros de LRO- guardando en su interior, quién sabe, un escarabajo reseco, un cárabo que murió patas arriba; un trozo de loza con el dibujo de un tulipán, encontrado en un camino; dos mitades de un huevo de mirlo, de color verde gris; unas semillas perfectamente desconocidas, quizá del hibisco aquel…).
En septiembre, por tanto, si me acuerdo y los reencuentro en el batiburrillo de la caseta de herramientas, enterraré esos bulbos al pie del muro del jardín, por donde la hiedra ‘Gloria de Marengo’ cubre ya, lenta pero segura, no sólo la reja que corona el muro, sino también el suelo, rodeando los arbustos y buscando la luz. Los narcisos se «naturalizan» mejor que ningún otro bulbo. Los de esta variedad ‘Tête-à- Tête’ son de flor pequeña, muy precoz. Cuando ni los lilos ni las rosas tienen flor (ni siquiera los iris), ese centelleo de los daffodils marca el final del invierno. En lugares más frescos son los galanthus, blancos y hasta blanquísimos (true white), que estos días, con sus cientos de variedades, ocupan las portadas de las revistas inglesas. Aquí primero va el amarillo, como en el campo (diminutas flores amarillo azufre, primas carnales de los jaramagos), y solo después, en las viñas sin arar, los azules de los nazarenos (Muscari armeniacum) y los anagallis (también en este post antiguo, uno de los primeros: https://laramadeoro.com/2011/09/26/salvajes-y-azules/)

Belles formes de fruitiers


Quelques belles formes de fruitiers, fotos de la Larousse agricole, fascículo 95, en el apartado taille (poda), y subapartado «poda de frutales». Son manzanos en pirámide, en espiral simple, espiral doble y vaso alto.

A vueltas todavía con las podas de formación de bonsais (https://laramadeoro.com/2020/01/16/bonsais-sin-remordimientos/). La foto procede de un fascículo de la Larousse Agricole, uno de los siete que tengo en casa. Están editados entre 1921 y 1922. No tengo el fascículo de la «B» -o de la «bo»-, así que no puedo asegurarlo al cien por cien, pero supongo que a principios de los años veinte del pasado siglo apenas se sabía aún lo que era un bonsai, y sería remotísima, quizá inexistente, la posibilidad de encontrar uno en Europa. No sé qué hubieran pensado de ellos los (poco contemplativos) agrónomos franceses: à quoi bon?, dirían. ¿Qué producen? ¿Madera, fruta…? ¿Para qué valen entonces? Pero el principio de la «poda rigurosa para controlar el crecimiento» no les hubiera enseñado nada nuevo -¡ni por supuesto escandalizado!- pues lo aplicaban en fruticultura desde los tiempos de La Quintinie, director del Potager du Roi (Versalles), quien sistematizó y perfeccionó las antiguas técnicas de taille -en buena medida, como todo el arte jardinero, procedentes de Italia- para producir más fruta, más rápido, de más calidad, y de más fácil recolección.

A los suscriptores de esta Larousse les llegaba un fascículo por semana, que debían pasar a recoger por la librería donde hubieran formalizado el pago. En total son unas mil páginas, llenas de detalles técnicos, de dibujos, esquemas y fotografías, a los que se añade, al comienzo, un «bulletin hebdomadaire des campagnes» (consejos tipo: la alimentación de las vacas lecheras; época de siembra de los guisantes, etc). En España no teníamos nada que se le pareciera, ni de lejos.
Los fascículos encuadernados (dos tomos) se encuentran en anticuarios on-line a una precio aproximado de doscientos cincuenta euros. Pero la enciclopedia está escaneada, aquí: http://biblio.rsp.free.fr/LA/ (en el Reseau de Semences Paysanes). Aprovecho para buscar «bonsai». Y en efecto, no hay nada entre «bonnet «(deuxième estomac des ruminants) y «book» (mot anglais signifiant livre).

Los bonsais ni siquiera eran muy conocidos cuando yo era niña; de hecho, que yo recuerde, los descubrimos como novedad en los viveros y floristerías a finales de los ochenta, quizá en los noventa.Tiempo en que aparecieron en el mercado los kiwis, por ejemplo. Las pizzas precocinadas, los yogures líquidos. Los hornos micro-ondas. Los ordenadores blancos,que pesaban un quintal, Un teléfono móvil a pilas, de marca Motorola… Y en medio de todas esas cosas, el olmo-bonsai de mi tío Fernando, que no tardó en palmar (el bonsai, no mi tío) porque todos pensábamos que, siendo tan pequeño, de aspecto tan frágil, y habiendo costado tanto (¿diez mil pesetas?) tenía forzosamente que ser mimado como una «planta de interior».

Nota. Aprovecho para iniciar un tag / «categoría» con la reproducción de algunas páginas escaneadas de la Larousse agricole.

Bonsais sin remordimientos

Chaenomeles, membrillero japonés, en Bonsai Colmenar. También en flor los camelios, y a punto de caramelo los Prunus mume. Pero el invierno tiene más cosas: los pinos y enebros; las estructuras desnudas de los árboles caducos; las yemas hinchadas, las hojas moradas de frío.

No tengo bonsais. Requieren tiempo, un espacio seguro (a salvo de los perros, por ejemplo), y también un ritmo determinado, una cierta circunspección, de la que carezco.

-Hay que podarlos mucho, ¡pero no los torturamos! – me asegura raudo y veloz, sin que yo haya dicho todavía ni pío (pero adelantándose, por si acaso lo estaba pensando), el propietario de estos árboles de Colmenar. Se lo dirán constantemente: que criar bonsais es torturar arbolitos, y hasta le habrán mandado algún tuit afeándole la conducta…Y sin embargo, las personas que rechazan los bonsais por razones morales, ¿por qué no sienten lástima de los omnipresentes, insostenibles y tristes setos de coníferas, formados con árboles -¡cientos de árboles!- plantados a una distancia de cincuenta centímetros y mantenidos en un estricto marco geométrico de dos/tres metros de alto por uno/dos de ancho, en el mejor de los casos, que los condena a vivir poquísimo y con frecuencia enfermos? ¿Y -se me ocurre- de dónde pensarán que sale la fruta que compran en el súper? ¿Habrán visto, al pasar con el coche por la A2, por ejemplo, las plantaciones intensivas de melocotones, nectarinas, manzanas, etc. que ocupan hectáreas y hectáreas por las provincias de Zaragoza y Lérida? Hace años aprendí a hacerlo: a podar frutales en seto, y también a formar palmetas y cordones sobre una estructura de alambres, con distancias de plantación mínimas, para constreñir adrede el crecimiento de las raíces, y practicando técnicas tan poco piadosas como el «anillado». Y, puestos a hacer la confesión completa, ¿qué hago en realidad con las cepas cada mes de febrero? Corto con el serrote brazos viejos improductivos, rebajo sarmientos de dos metros a apenas un pulgar con un par de yemas.


Así que no, no me parece que haya nada moralmente reprobable en criar un bonsai, sometiéndolo a podas y pinzamientos continuos. Lo cual tampoco quiere decir que todos los bonsais, o mejor, todas las técnicas de conducción de bonsais, me gusten. El principio de envejecimiento forzoso, por ejemplo, me da qué pensar. Cuando es exagerado, como en esos árboles a los que arrancan tiras del cambium (foto a la izquierda) para dejar al descubierto la madera muerta, me rechina un poco, e instintivamente me gusta menos, como el «rejuvenecimiento forzoso» en las personas mayores. Es ese artificio extremo, que, según me explica el director del centro, domina más en la escuela china que en la japonesa, lo que encuentro poco atractivo. Puede que esa preferencia estética de los occidentales, que tendemos a valorar a priori lo más «natural» (pura apariencia también: como en la historia de los jardines, ¡a veces para hacer casual hay que arrasar el campo de verdad!) se explique por diferencias culturales. Seguro que sí. Pero lo que no acabo de entender, por más vueltas que le doy, es qué puede tener que ver la moral con los diferentes sistemas de poda.

NOTAS
Las fotos están sacadas en el jardín de Bonsai Colmenar (www. bonsaicolmenar.com). Entre los árboles, bajo las mesas, los jardineros dejan deliberadamente los pétalos caídos; tampoco se obsesionan con abrillantar las macetas o arrancar las hierbas que puedan salir entre dos adoquines… Todo eso va incluido en el jardín. Las estanterías de madera que sostienen las bandejas son todas diferentes. No solo por el tamaño o la altura, sino porque a unas les ha dado más el sol y a otras las ha deformado un poco el agua de riego, la lluvia o el hielo. Las propias bandejas parecen también diferentes. Los arboles lo son. Lo (ligeramente) roto, lo desigual, lo alterado por el paso del tiempo. Las cavidades y grietas de las piedras, las superficies rugosas, un poco de sustrato caído (y el mirlo que se acerca a inspeccionar)… Todas esas cosas se valoran aquí, pero ninguna se deja al azar.

Foto que hizo Laura en octubre, cuando al manzano aún no le habían caído las hojas.

Hielo

Donde en verano hubo tomates y albahaca

A las coles les sienta bien el frío, incluso en las mesas de cultivo (foto). Esta mañana el sensor de temperatura de la placa solar marcaba -6. Cristales del coche helados. Costra de hielo en la acera y en el tejado de la caseta de herramientas.
Plantas del jardín que aguantan estoicamente las heladas: las rosas y la glicinia, por descontado; pero también las mahonias, las nandinas que están arrimadas al ciruelo y a la valla del jardín; el Teucrium fruticans, los iris, los lilos, ¡los ágaves!, todas las aromáticas arbustivas, las salvias de California que también tengan algo de protección (el límite de tolerancia debe de estar justo ahí, en el entorno de los -5 grados).

En LRO, a tres kilómetros del pueblo, todo aguanta la helada. Los fieros olivos. Los fieros almendros. Las jaras y las retamas que han resistido la durísima sequía del 2019 (el agua, no el frío, es nuestra pesadilla). Aguantan en el huerto, además de las coles, los puerros y los ajos plantados hace mes y medio. Con menos dignidad, pero resistiendo, los apios y las alcachofas. Si miro hacia el valle, entre el cerro del Tío Gitano y los pinares dispersos, imagino a los zorros preparándose para parir, en madrigueras bien protegidas del hielo. Más allá de Robledo, ya en la Sierra de Guadarrama, a los lobos, a las hembras preñadas que darán a luz en febrero. Por aquí también lo harán los podencos (no será el primer año que suceda, ni el último), esos podencos flacos que los cazadores abandonan cuando hacen su selección al comenzar la temporada, por viejos o por desobedientes, por no cazar bastante, por cegatos, por cojos, por alborotadores…
Al comienzo del camino, pero peligrosamente cerca de la carretera, vi hace dos días a una perdiz. Una sola. Subía y bajaba el talud como una loca, sin decidirse a quedarse arriba o abajo. Normalmente van en parejas, y desde abril o mayo, si todo ha ido bien, con una hilera de perdigones detrás. Pero esta iba sola, desorientada. Después de sobrevivir al tiroteo interminable de los pasados «días de fiesta», la perdiz aún no sabía, supongo, qué dirección tomar. ¿Hacia las viñas o hacia el monte? Bajé del coche y la espanté, para que, en cualquier caso, se alejara lo más posible del camino.