Así a simple vista, dos handicaps serios: 1, la falta de espacio entre las sillas y la máquina de coca-cola; y 2, el tamaño de la propia mole de la máquina, que haría ridícula cualquier maceta convencional (en plan unas petunias, diría mi sobrina; en plan una apática bola de boj…). Algo había que poner, sin embargo, para quitarle dureza a ese rincón. El responsable del bar solucionó la papeleta con una maceta alargada y ancha, suficientemente grande (en consideración al handicap 2), y plantando dos coles dentro. La col de delante -de las que crecen a medida que se refaldan- ha terminado por eclipsar visualmente a la máquina, al tiempo que envuelve y da intimidad al cliente sentado junto a la maceta. Las plantas no estorban a nadie. Tampoco ensucian (ahí está el platillo, para recoger el agua). Para alegrar un poco el conjunto se han sembrado unos tagetes, ya muy pasados, pero que se resembrarán pronto sin intervención de nadie, y una gitanilla roja al fondo, que está bien donde está porque delante no duraría nada.
Es posible que detrás de esta maceta haya algún animal. En plan un conejo, o unas gallinas. No digo literalmente detrás, triturando los cables de la máquina de coca cola… sino en algún lugar no muy alejado del bar -digamos en el patio- para que el dueño pueda llevarles unas hojas de col de vez en cuando. Por eso está tan alta la primera col (las hojas que faltan pueden haberse reciclado ya en huevos fritos). En cuanto a la segunda, parece una col rizada, de las que no «suben». Pero es un acierto no haber puesto dos coles idénticas: ninguna destacaría. La maceta es más alegre y bien proporcionada así. Dos tallos refaldados dejarían demasiada pared a la vista. Además, las hojas de la col rizada parecen de papel froissé -llaman la atención por eso-, y su tono verde manzana casa bien con lo que queda de las gitanillas.