Cy Twombly, tulipanes

Mucho menos conocidas sus fotos que sus cuadros. Estos tulipanes ( quizá ‘Orange Favourite’) del catálogo de la exposición de Nueva York en 1993 (matthewmarks.com)

Los primeros tulipanes variegados o «de color-roto» debían su belleza a un virus (familia de los Potiviridae, no identificado hasta el siglo XX), es decir, al hecho de estar enfermos, de acuerdo con esa perversa relación entre enfermedad/ hermosura que da no poco que pensar (porque va mutando con el tiempo pero no acaba de desaparecer del todo), y que en tiempos parecía justificar, por ejemplo, que hubiera señoras que usaran la Atropa belladona para dilatar las pupilas o comieran arcilla para tener el cutis más blanco, y de este modo -cloróticas y cegatas perdidas- disque estar más guapas y tener más éxito en la vida. Las ostras producen perlas cuando un cuerpo extraño entra en ellas; las «impurezas» en un cristal de cuarzo pueden hacerle adquirir categoría de gema. Pero las piedras y petrificaciones son una cosa y los seres vivos otra -cabe pensar-, incluso a efectos de simple rentabilidad. A diferencia de las ostras perleras, que producen la perla precisamente para aislar al cuerpo extraño, lo que pasaba con los tulipanes es que cuanto más asombrosa «salía» la flor, más debilitado resultaba el bulbo y más incierto era el éxito de sus bulbillos. ¿Había, por tanto, que seguir tratando de obtener y reproducir bulbos enfermos, que se sabía que lo estaban? No, no salía a cuenta (como tampoco parecía muy rentable acabar con un pie en la tumba para casar bien…) A cambio, sí empezaron a tener éxito las hibridaciones artificiales de tulipanes sanos, y ese fue el camino a seguir para la producción de «rarezas». Hoy en día, todas esas variedades fantasiosas (como las de la foto de Cy Twombly ) son el producto de la selección en laboratorio. A nadie le interesa jugar a infectar bulbos con un potyvirus, todo lo contrario, aunque haya quien afirme -basándose en dibujos y cuadros del XVII- que nunca jamás, never more, podremos ver tulipanes comparables al ‘Semper Augustus’ original, fatalmente enfermo, irremediablemente perdido.

***
Todos los tulipanes que vemos desde el tren -cientos de hectáreas al sur de Haarlem- llevarán su floración a término, porque son campos de producción de bulbos y no de flor cortada (esa es otra filial, la de los invernaderos, que viene a continuación). Cuando la flor decae -allá para abril- las segadoras descabezan el campo de tulipanes. Hojas y tallos continúan fotosintetizando para que engorde el bulbo. La cosecha tiene lugar en julio, con tractores equipados con un bastidor especial que va levantando las redes en las que habían sido plantados los bulbos, de modo que la operacíon sea más rápida, fácil y sobre todo limpia. Los bulbos se van al almacén para ser seleccionados; entonces, o bien vuelven a ser plantados en un invernadero 100% monitorizado por ordenador (los mejores bulbos: empieza la «filial flor»), o bien se guardan para la siguiente siembra de otoño en campo abierto (los bulbillos más pequeños), o bien, los menos, aparecen en una redecilla bien etiquetada en un estante del centro de jardinería -pongamos, en Shanghai, Boston, Ciudad de Méjico…- o, pongamos, en la tienda de semillas y piensos de mi pueblo. Un bulbo anodino, feúco, pero que lleva en sus tripas parte de la historia de la horticultura de Europa, o historia a secas, si se prefiere: una mezcla de buen gusto (los ojos bien abiertos de los holandeses ca. 1600, pues fue por una flor, ni más ni menos, por lo que pusieron su economía patas arriba a mediados de siglo) empeño, constancia, capacidad de organización, falta de escrúpulos comerciales y saludable afán de lucro. Al final del camino, esto:
https://fb.watch/pX2quRsdWf/

Notas
Sobre el «Tulip breaking virus», estupendo artítulo de la wikipedia. Historia de los bulbos infectados + lucha a brazo partido contra la propagación del TBV y similares (vía áfidos), que cada primavera causan pérdidas millonarias en el sector.


Arbusto bajo + tapizante

Pittosporum tobira ‘Nana’ + Geranium sanguineum como tapizante/cubresuelo. Y abajo: una hortensia cualquiera + la temible Oxalis corniculata (aleluya o acederilla común).
Mismo esquema en los dos casos: arbusto bajo + cubresuelo para un macizo en semisombra, suelo mínimamente fértil (< aportes de materia orgánica cada dos o tres años) y si hay posibilidad de regar en verano, una vez a la semana/10 días en clima seco, o una vez al mes en la costa… Mantenimiento próximo a 0, salvo la poda de la hortensia.

Las aleluyas/acederillas comunes -aquí a la izquierda- son feroces invasivas, en especial en suelos arcillosos. Es decir, que, a pesar de sus ventajas (suelo cubierto eficazmente, mantenimiento nulo) pueden no valer en según qué macizo… La foto es de un pequeñísimo jardín urbano, entre dos aceras y la calzada, donde el peligro de conquistar otros espacios ajardinados es mínimo (no imposible, porque la semilla se disemina con facilidad) y donde no tiene cerca otras herbáceas con las que competir (¡la hortensia se defiende bien sola!). Una variedad más tratable pero también más exigente es la Oxalis acetosella, la que crerce por carballeiras y soutos (ergo: materia orgánica disponible) pero requiere sombra, incluso sombra profunda.
Foto de arriba. Los pitósporos son arbustos-todoterreno en las condiciones descritas (semisombra, suelo enriquecido de vez en cuando, riego medio-bajo). El que interesa aquí es sólo el Pittosporum tobira ‘Nana’, pues el común (Pittosporum sp.) se abre y desparrama y puede llegar a crecer más de dos metros, como un arbolito de copa abierta. Los geranios-cubresuelos, por su parte, también aguantan mucho. Incluso en el secarral de LRO los he plantado; tras el riego de supervivencia de los dos primeros años, para que pudieran instalarse, ni una gota he vuelto a darles, hasta el punto de casi olvidar aquellos «casi jardines». Explicación de que hayan aguantado a pesar de mi falta de atención: sombra en las horas centrales del día. Aunque la razón de plantar geranios, en mi caso, no fuera disfrutar de su floración sino poner desconsideradamente a prueba su resistencia, a nadie le amarga un dulce: las flores de mi Geranium sanguineum `Max Frei´ son de color violeta, pequeñas, poco duraderas pero abundantes.

Nota. «Tapizante» alterna en los catálogos con «cubresuelo de poca altura»; pero todas estas plantas tienen en común su capacidad para extenderse -por diferentes medios-, cubrir, tapar …ese espacio que si no estuvieran ellas vendrían a ocupar las hierbas adventicias (en el caso del Oxalis lo justo sería decir «otras hierbas adventicias»)

Hortensias ‘Annabelle’

A diferencia de las hortensias comunes (Hydrangea macrophylla: las de todos los jardines gallegos, en azul o en rosa, según el pH), estas Hydrangea arborescens ‘Annabelle’ toleran el frío intenso y los suelos neutros-calizos, de textura arcillosa (¡sin pasarse!). La parte mala es que tienden a bajar mucho la cabeza: hay que podarlas más arriba que a las macrophylla, dejar más yemas, porque los pedúnculos son desproporcionadamente finos para unos capítulos florales tan voluminosos, a la par que contritos… Un amigo mío llamaba a esto revolcarse. Dejarse ir. Pero el efecto no está mal, en mi opinión -toda esa languidez- si las Annabelle crecen al fondo del jardín, o bien acompañadas de plantas que les lleven resueltamente la contraria, erguidas como sus hermanas macrophylla (si es que el suelo y el frío lo permite; foto de abajo); de porte esbelto, como unas salvias nemorosas; rastreras como unos heléboros -que además florecerán en invierno, con un poco de suerte en medio de una capa de nieve-; de hojas minúsculas como las de las potentillas; de hojas gigantes y recortadas, como las de ese ruibarbo de la esquina…
Es una pena quitar las flores cuando se secan. Las Annabelle pasan de los tonos verde-lima de septiembre a los tostados del invierno, y la escarcha les sienta bien, como a las gramíneas altas y fachendosas (calamagrostis, miscantus…).

Con unas salvias y unas hortensias de encaje rosas (imposible azul- donde el pH es ligeramente alto), ambas bien derechas. Las fotos están sacadas en un jardín de Tervuren, cerca de Bruselas.

Fritilarias + Shakespeare

Ambrosius Bosschaert, Vaso chino con flores, conchas e insectos, c. 1609, Museo Thyssen

Los pétalos de las fritilarias – familia liliáceas, género Fritillaria, cien especies diferentes pueden llevar rayas, cuadros o nada. En LRO crece la Fritilaria lusitanica, a rayas de color amarillo anaranjado y rojo. La fritilaria más común, Fritillaria meleagris, va a cuadros, escaques de colores variables, entre el violeta y el pardusco combinados con blanco, como un tablero de damas o una cabeza de serpiente (snake´s head, su nombre vulgar en inglés). Las corolas acampanadas de Fritillaria imperialis, por último, son uniformemente naranjas, rojas o amarillas, y crecen apiñadas en un piso alto, como una aparatosa corona. Es la de este cuadro de  Bosschaert : una fritillaria imperial en naranja asalmonado saca la cabeza (se enseñorea) por encima de las otras flores.

1.Sobre las primeras, aquel post de abril 2020: https://laramadeoro.com/2020/04/20/fritilarias-y-asfodelos/
2.Sobre las segundas, procedentes de los prados del Loira y puestas de moda como flor de jardín en el XVII, mucho tuvo que decir William Shakepeare: su Adonis no se convirtió en anémona, como estipulan los cánones (Ovidio), sino en fritilaria (nota 1). Pero en la década de 1590 la fritilaria era una rareza: una absoluta novedad botánica. Sabemos, sin embargo, que a William le gustaba usar la azada, the hoe, el sacho, como a tantos de sus compatriotas, y como a su señora Anne Hathaway, cuyo cottage garden ha sido reconstruido y puede visitarse (nota 2).

Fritilaria meleagris (wiki)

Curiosidades. En una edición de 1598 del Herbolario de John Gerard aparece un grabado con la imagen de un hombre barbudo, vestido a la romana, con una gran Fritilaria meleagris en la mano. Según Mark Griffith -periodista botánico en el Country Life Magazine-, se trataría de un retrato del mismísimo William Shakespeare. La novedad de la planta en los jardines ingleses y su llamativa, inesperada mención en el Venus y Adonis, es el argumento central de este señor (nota 3)  para defender que el barbudo del grabado, sin duda un literato, por los laureles apolíneos que le adornan, es necesariamente Shakespeare. La conclusión está un poco cogida por los pelos, pero ahí queda.

Tres siglos después, estimulada no tanto por Shakespeare como por El nacimiento de la primavera de Botticelli, la madre de Christopher LLoyd las introdujo a puñados en su pradera semisilvestre de Great Dixter (bautizada como Botticelli Garden, o «Bottle -Cherry- Garden», de oídas, por el jardinero que entonces cuidaba aquello). Décadas más tarde el propio Christopher  recomendaría calurosamente la naturalización de fritilarias, acompañadas de narcisos, en praderas húmedas de tierra ligeramente calcárea (nota 4). En flor un 14 de abril, en la pradera del Magdalenian College, Oxford: https://www.magd.ox.ac.uk/news/fritillaries/

3. En la historia de las Fritillaria imperialis, de origen turco, como los tulipanes hortícolas (otra follie de la época) nos volvemos a encontrar a Shakespeare, quien en el Cuento de invierno (IV, 4, 125) incluye un elogio a la crown fritillaria. En esa escena del acto IV, que es en sí misma un catálogo floral del cottage garden, se describe la fiesta de la esquila en la majada del padre putativo de Perdita -pastora/princesa-, a la que toca repartir flores a los convidados. Entre ellos están su prometido/príncipe, disfrazado de pastorcillo,  y su futuro y severo suegro, al que aún tiene que encandilar. Perdita les reserva las mejores flores:
...bold oxlips and
The crown imperial; lilies of all kinds,
The flower-de-luce being one!…
(… primulas, fritilarias imperiales y lirios de todas las clases…)

En 1600 eran un distintivo del jardín moderno. Ahora, sin embargo, las F. imperialis, aunque aún se venden algo como método bio anti-topos, por la pestilencia subterránea que desprenden sus bulbos, en el jardín ya han pasado de moda, pero completamente, y no encuentro a nadie que las eche ni un poco de menos (¿qué podría quedar bien a su lado?), salvo para elaborar con ellas -por ejemplo- este sofísticado, exuberante arreglo floral, con peonías y tulipanes blancos, en el pabellón apenas iluminado de la Floralía de Gante (edición 2022):

Notas
(1)
Interpretación sugerida por Mark Griffith (que volveremos a citar enseguida), de los versos:
…By this, the boy who by her side lay kill’d
Was melted like a vapour from her sight,
And in his blood that on the ground lay spill’d,
A purple flower sprung up, chequer’d with white,
Resembling well his pale cheeks and the blood
Which in round drops upon their whiteness stood

No es la descripción de una anémona, desde luego.

(2) La fuente principal para estudiar el mundo botánico de Shakespeare es esta: https://bardgarden.blogspot.com/&nbsp; Incluye un apartado titulado «How to plant your Shakesperean garden». Sin embargo, el buscador del blog no encuentra nada cuando escribo «fritilaria». ¿Razón? El artículo de Mark Griffith es posterior a la publicación del blog. O más sencillamente, al autor de bardgarden.blogspot no acaba de convencerle la interpretación del articulista de Country Life…
(3) Resumen de la tesis de M.Griffith. https://www.theguardian.com/culture/2015/may/19/shakespeare-writer-claims-discovery-of-only-portrait-made-during-his-lifetime
(4) C. Lloyd, Meadows, London Cassell Illustrated, 2004

Tulipán adentro

Los tulipanes están hechos para el interior. NO para ablandarse bajo la niebla de buena mañana y cocerse después a mediodía, al (más que traicionero) sol de abril. Los tulipanes no cuadran, creo yo, con nada de lo que hay ahí fuera: tienen esa silueta tan poco casual y esos colores casi siempre tan chillones, tan pop, de los que no es posible apartar la mirada… Si un chaparrón les hace bajar la cabeza no por ello nos conmueven más, como sí haría un grupo de narcisos -flexibles y sufridos- goteando lluvia sin una queja. No, nunca me han gustado los tulipanes fuera de un jarrón. Prefiero cortarlos en el jardín cuando están a punto de abrirse y llevármelos a casa. Bien mimados aquí dentro, al abrigo de una ventana que mire al este o al sur, detrás de un visillo de algodón, rodeados de blanco (¡no de verde!), las flores de tulipán se convierten en el punto de fuga de la habitación. Es lo primero que vemos al entrar. Lo último que comprobamos al salir.
(Y en el campo, mientras tanto, la planta que ha quedado en el macizo -con todas sus hojas intactas-, seguirá fotosintetizando: acumulando reservas en el bulbo para la próxima primavera.)

¡Capullos!

Los capullos, en general, se parecen mucho entre ellos. Cuando uno dice «¡capullo!», inmediatamente se piensa en un «capullo de rosa». Esto es así. Y sin embargo, hay capullos y capullos. Sin ir más lejos: entre las fotos que aquí se adjuntan se ha colado una que no se corresponde con ningún capullo de rosa. El impostor vive camuflado entre los otros, engorda como ellos, se moja con la lluvia, se tuesta con el sol, y los pulgones lo mordisquean sin hacer distingos. ¿Podría pasar por lo que no es (un capullo-capullo de rosa)? 
Estos son los nombres, desordenados, de los 6 capullos-capullos: rosa de Banks; rosa Cartuja de Parma; rosa Pierre Ronsard; híbrido moderno sin pedigrí (que estaba en el jardín cuando llegamos y ahí se quedó); rosa Centenaria de Lourdes y  rosa Zephirine Drouin; a los que se añade un séptimo capullo, el impostor.
El test consiste en:
1. Descubrir el capullo que no es de rosa.y llamarlo por su nombre (¿?)
2. Nombrar las seis rosas. Esto es, ponerle a cada foto su etiqueta. 

Algunas pistas: el rosal de Banks, como todos los rosales-liana, se adelanta en la floración a los arbustivos; Centenaria está plantada mirando al norte y al este (ergo, va más lenta); el híbrido sin pedigrí, como buen moderno, anda muy estirado y florece cuando quiere.

En el brezal (Auf der Heide)

La madre de Ehrard Schwiegert, recientemente fallecido en el frente danés (fusilado, de hecho), recibe la visita de Leni, la novia de su hijo. Años después relatará aquella entrevista al autor/narrador, en busca de testimonios para reconstruir la historia de Leni.

“...La Sra. Schweigert reconoció que la chica también la había visitado una vez, que había tomado el té -todo hay que decirlo- con absoluta corrección y que el único tema de conversación -por increíble que pareciese fue así- habían sido los brezos; la chica le preguntó dónde y cuándo florecía el brezo; si por ejemplo, en aquella estación. “Imagínese usted: a finales de marzo, como estábamos. Tuve la impresión de estar hablando con una idiota”; ¡que si a finales de marzo -y en 1940, en plena guerra- florecía el brezo en Schleswig- Holstein!; la chica ignoraba por completo la diferencia entre brezo atlántico y brezo de roca, como asimismo sus condiciones ecológicas. (…)

(…)Tal vez no parezca injustificada la conclusión de que Leni acarició la idea de visitar a Erhard allí arriba y disfrutar con él sobre los brezos; por más que el examen objetivo de las condiciones botánicas y climatológicas nos obligue a sacar la consecuencia de que semejante tentativa estaba condenada a fracasar entre la humedad y el frio, subsiste el hecho verificable de que, a veces, determinados brezales de la zona de Schleswig-Holtein disfrutan realmente, al menos según la experiencia del autor, de una atmósfera seca y cálida”.
Retrato de grupo con señora, H. Böll, Bruguera 1984, pp.107-108 (1)

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27 de marzo 2021
Pensaba que tampoco este año los vería, pero sí. Los brezos en flor. No son los brezos da Costa da Morte, equivalente doméstico de los del Báltico y el Mar del Norte -cerradas entradas y salidas por Covid, tanto allí como aquí- sino los de una urbanización cercana, junto al pantano de San Juan. No forman parte de la vegetación autóctona, pues esta es tierra de jaras, romeros y tomillos, sino de la vegetación diseñada para un jardín, un jardín de muchas ínfulas, vislumbrado a medias desde uno de los varaderos del pantano. No forman masas monocromátcas continuas, sino manchurrones en diferentes tonos de rosa y blanco, como mandan los manuales clásicos del Jardín Nórdico (véase foto 3, abajo), en alternancia con puntos de amarillo chillón (Evonymus ‘Aureus’) , lenguas de hiedra variegada, con cenefa blanca o corazón-de-oro (var. `Goldheart´), y todo de hoja persistente, salvo el magnolio de hoja caduca, igualmente de rigor, el berberis color rojo-burdeos (o rojo-sangría, a imaginar a pleno sol, entre evónimos dorados…) y los previsibles abedules, que sobreviven como pueden bajo la copa de los pinos piñoneros (toda la zona es un inabarcable pinar; primera incongruencia -pero cómo evitarla- con los jardines 100% nórdicos)
Mirando despacio la foto: o el diseñador /dueño es alemán, o tiene el ojo educado en Alemania/Suiza/por ahí, o simplemente nació hacia 1950 y el jardín es antiguo, de finales de los 80, cuando los contrastes de color eran un must -con perdón- y triunfaba, me parece, todo lo que venía del norte, así en el jardín como en las camisas estampadas que seguramente vestía el propietario, ya por entonces… También puede ser simple nostalgia de los Alpes. El que haya visto los colores de una pradera de alta montaña en el mes de abril/mayo, lo entenderá. (Pero habría que estudiar todo esto un poco: la relación entre el gusto nórdico por los colores chillones, la flora alpina, los inviernos largos y la luz menos intensa. Puede ser, ahora que lo pienso y lo escribo, ¿que aquí en el sur, con tanta luz, apreciemos más las transiciones, los tonos mates, los colores velados, la semi sombra, la ligereza?)
Mirando otra vez las fotos. En la de arriba el efecto es más natural porque el único punto amarillo es el del musgo sobre la roca, en primer plano, mientras que los dichosos (inoportunos) evónimos dorados se quedan al fondo, sin molestar demasiado. El macizo de la foto 3, sin embargo, está pasado de moda: no tiene remedio. Hoy reemplazaríamos esos amarillo-huevo por gramíneas (como en los brezales atlánticos) y los arbustos de hoja persistente por vivaces adaptadas al suelo y clima… y a un propietario menos obsesionado por la limpieza+orden inmutable del jardín. Más mano de obra (o la misma, pero más puesta al día) y menos riego durante el verano.

NOTAS:
(1) En el norte de Alemania, por esa época, el brezal, der Heide, tenía connotaciones que hoy/aquí se nos escapan. «En el brezal crece una florecita, de nombre Erika» ( de donde el género botánico, Erica sp), así empieza la marcha militar «Erika».
Auf der Heide blüht ein kleines Blümelein
und das heißt: Erika…

La letra va por su lado (el lado de Leni/ Heinrich Böll: flores, primavera, abejas, amor) y la música por el suyo (infantería de la Wehrmacht desfilando, dirección Polonia). La referencia en la wiki a los brezales de Schleswig-Holstein, donde hacía maniobras el ejército alemán en los años 30: https://es.wikipedia.org/wiki/Erika_(canci%C3%B3n).

Respecto a esa diferencia que establece la Sra. Schwiegert entre brezo atlántico y «brezo de roca», quizá se refiera a Erica y Calluna respectivamente, o a diferentes especies de uno u otro género, pero no encuentro por ningún lado la denominación ·brezo de roca».

Euphorbias on fire

Esta es la foto y el texto que me manda Bego de su jardín en Perbes (La Coruña). Sus Euphorbias characias son hijas de las mías de Madrid. Las condiciones de cultivo difieren, ça va de soi, pero no tanto como pudiera parecer: sombra seca y suelo permeable en ambos casos. Las de Bego, a un paso de la playa, crecen más y se vencen con su propio peso. Son más blandas. Las mías, aunque menos cabezonas, quizá se sostienen mejor. Menos humedad atmosférica. Bastante más frío. Resisten la nieve como si hubieran nacido en Siberia. Y el calor – a la sombra- como si vinieran de Namibia.

Florecen al mismo tiempo que los iris, con los que comparten parecidas exigencias de suelo (con que no se encharque nunca, todo irá bien) + tolerancia a la luz indirecta.

Beth Chatto ha sido la gran defensora del uso de las euforbias (vulgo «lechetreznas») en los jardines de poca agua, como son – por paradójico que parezca- los de la costa, con suelos muy desmenuzados y pobres, que retienen malamente la humedad. Aquí (abajo) el esquema que propone para un jardín de arena y gravilla en Essex (1) : euforbias, hinojo, tomillo, iris, gypsophilla (para tapar, como una nube, los pies desnudos del hinojo) crisantemo marroquí (postrado, de follaje tupido, duro «como un almendruco», que dirían mis vecinos) y diversos ajos ornamentales. Aunque en el esquema aparecen juntas, como las dos plantas de más envergadura del macizo, cuando el hinojo florece la flor de la euforbia ya está seca (y sigue siendo espectacular); los iris, por su parte, de floración menos sostenida, y a los que habremos cortado el tallo en cuanto se marchiten, mantendrán bien erguidas durante el verano sus hojas lanceoladas, sobresaliendo entre el tomillo, dando estructura al conjunto y, si hubiera suerte, preparándose para una segunda floración en septiembre. Única e importante diferencia: allí en Colchester el cielo está nublado día sí y día también. Beth Chatto propone este esquema para «open sunny island bed», cosa que aquí, por la Hispania profunda, tiene bastante peligro. Anyway, el esquema nos sigue valiendo para media sombra (si full sun, entonces habría que regar más de lo que quisiéramos). Y si del esquema nos quedamos solo con las especies de floración primaveral, como estos iris y estas euforbias, entonces vale incluso para sombra profunda en verano, pero (nueva precisión…) siempre y cuando los árboles que proyectan esa sombra sean de hoja caduca, es decir, árboles que ahora, en marzo-primeros días de abril, cuando florecen nuestros iris+euforbias – + el crisantemo marroquí, var. ‘Africa Spring’, más algunos de esos ajos ornamentales- , aún no estén completamente brotados y dejen pasar la luz.

Beth Chatto, The dry garden, Orion ed. 1998, p,54

NOTAS
(1) En cuanto a la pluviometría: sur de Essex, 500 mm de lluvia anuales -sc. prólogo de The dry garden, p.5- prácticamente los mismos que en este jardín de la Sierra Oeste madrileña; la última media publicada en la web: 473 mm.

Para domar una glicinia

La glicinia china, aunque a veces lo disimule, es una trepadora temible (1). No tanto la japonesa, menos vigorosa y de largos racimos florales. Y no tanto aquí, en la meseta, donde bastante hace con sobrevivir al verano. Pero en cuanto uno empieza a subir hacia la España más fresca, Francia y further on…, las glicinias chinas revelan de qué son capaces cuando se sienten a sus anchas. Los tallos se enrollan a las bajantes del tejado; ahogan las ramas de los árboles que tienen cerca; estrangulan postes y barras, echan abajo los cierres -tipo malla- donde algún jardinero/propietario incauto creía que podría ir controlando su crecimiento. Y hay que podar con tiento, porque podar de más una glicinia suele provocar lo contrario de lo que se busca-

En verano
Lo suyo es retirar las espigas florales en cuanto se pasan, al empezar el verano. Poda de limpieza que, además de poner algo de orden, evita la formación de legumbres (para nada las queremos). La realidad, sin embargo, es que esos días suele haber mucho que hacer en el campo, y que las tales legumbres no estorban, y la planta crece tanto que no se ve nada, y es una aventura meter por ahí la tijera… Así que pasa el verano. Pasa el otoño también. Todos pasamos. Y la glicinia llega a diciembre tan campante, enmarañada y libre.

(Foto. No solo las flores son bonitas. A principios de diciembre la glicinia aún tiene ese tono dorado, un poco apagado. La hoja sale tarde en primavera, pero también cae muy tarde en otoño.)

Ahora, a principios de marzo/ finales de febrero.
1. Para contener a una glicinia china, además de una poda que favorezca la floración (y no el crecimiento vegetativo: uno suele ir a costa del otro; véase punto 2) se pueden retorcer/trenzar sobre sí mismas los primeros tallos, los que formarán el «tronco» y la estructura principal. Eso hará que la savia circule más despacio, que las yemas terminales no se beneficien del «subidón» primaveral. Tal es la poda de formación, que no acaba realmente nunca, pues a menudo -un año de cada dos o tres o cuatro…- hay que volver a retorcer ramas nuevas, laterales, y seguir formando nuevos brazos de la glicinia, bien para conducir su crecimiento por una fachada, por ejemplo, bien para reemplazar alguno que haya que ir retirando (por demasiado pesado, por haberse enrollado a la canaleta del tejado…) Fotos de las glicinas trenzadas de Lourizán (Pontevedra):

 

 

 

 

 


2
. Respecto a la poda de floración:
-Se dejan los ramos débiles que porten yemas redondeadas (yemas de flor, que ahora se distinguen tan bien); de los demás ramos, con yemas puntiagudas que darán nuevos brotes verdes (no flores) se escogen los mejores, se podan al ras los sobrantes, y esos mejores seleccionados se rebajan a dos o tres yemas:

3. Y la poda de renovación, que tiene que ver con 1.:
Los ramos más viejos de la glicinia china, ¿tienen espacio para crecer?, ¿se cruzan con otros?, ¿se están enroscando ya, demasiado cariñosamente, a las barras de esa barandilla…? Hay que seleccionar. Cortar sin dolor ramas viejas, por largas y gruesas que sean. Ya se encargará la robusta glicinia de tapar rápidamente los huecos. Y aquí es donde volver a trenzar ramos, en sustitución de lo que quitamos, puede tener su sentido.

Notas
(1 ) La glicinia china, Wisteria floribunda, se enrosca hacia la derecha, en el sentido de las agujas del reloj. La glicinia japonesa, W. japonica, va al revés: hacia la izquierda. La china es mucho más frecuente. Florece antes. Las espigas son más cortas. Para ver las flores, este otro post: https://laramadeoro.com/2020/02/24/viaje-mental-a-kameydo-ca-1910/

Jardín de brezos, tercer paisaje

 

 

 

 


Calluna vulgaris
(foto de la derecha) es el brezo europeo ordinario, el de las landas y bosques aclarados de roble o pino, que crece un poco donde se le deje, desde Escandinavia hasta aquí, con tal de que el suelo sea pobre y algo fresco (y no calizo; pero esto es común a todos los brezos, con algunas ilustres excepciones: Erica carnea y su hibrido x darleyensis, y creo que alguno más). Es el brezo que produce polen para las colmenas del Bierzo (por ejemplo; son las que yo he visto conduciendo hacia Galicia; pero por todo el norte las hay) y que florece a la vez que los castaños: «Miel de castaños, robles y brezos», por ese orden (1). El brezo que crece donde ya no crece nada, después de arder el monte una y otra vez. El último de la sucesión ecológica de la carballeira, pero también el primero para intentar la remontada (planta pionera, pues, en taludes arenosos, en extensiones de tierra ácida y pobrísima). Leo en el Catálogo de Viveros Bruns -manual de cabecera desde mis tiempos de peón jardinero en Luxemburgo, allá a principios de siglo- que Calluna vulgaris está «extraordinariamente sujeto a mutaciones genéticas», y de ahí que el número de cultivares hortícolas sea tan vasto (link de variedades de Calluna: https://online.bruns.de/fr-fr/recherche?q=Calluna ; prestando atención al calendario de floraciones, se puede diseñar una extensión de brezos que vaya floreciendo por oleadas, de febrero a octubre)

Erica cinerea y Erica tetralix, sin embargo, son brezos exclusivamente atlánticos. El segundo necesita incluso algunos días de encharcamiento para estar a gusto. Dice «Bruns» que todas las Erica vienen de Sudáfrica: todas. Allí hay más de quinientas especies. Aquí apenas una docena. Y en el Atlas de Jardinería lo confirmo: 500 de las 735 especies de Erica son endemismos de El Cabo, con un clima mediterráneo similar al nuestro, con idénticos calores abrasadores pero colocados «al revés», es decir, entre diciembre y febrero, que es cuando en nuestras antípodas maduran las uvas (cabernet-sauvignon, merlot… en su tierra de origen tiritando aún de frío)

En la foto de arriba se ven las Erica cinerea y las Calluna de un jardín abandonado cerca de La Coruña, en el que no se pasa la segadora desde 20016, puede que 2017. El suelo ha sido colonizado por brezos, helechos, incluso toxos, que se mezclaron a las gramíneas ya establecidas y a otras que fueron viniendo. La última vez que estuve allí descubrí gladiolos silvestres en algunos rincones. Lithospermum de color azulón… El jardín, sin segadora y sin gente, se había ido convirtiendo poco a poco en eso que Gilles Clément llama -un tanto petulantemente- «Tercer Paisaje». Los terrain vague, los descampados de toda la vida. Nunca zumbaron con más energía las abejas (¡lástima de colmena!). Ni se vieron más lagartijas en la piedra de los bancos y de la fuente. De noche, no uno, sino media docena de murciélagos amagaban con entrar por la ventana de la cocina. Los naranjos amargos del jardín, inexplicablemente plantados hace cuarenta años (en un suelo escaso y pobre, puro granito), se abandonaron por fin a la cochinilla algodonosa y se dejaron morir en paz, pudriéndose la fruta a sus pies, un manjar de larvas, escarabajos, caracoles, ofrecido ya sin recato a los mirlos, de día, y de noche a los erizos, que entran al jardín por los tubos de drenaje, colonizados (pero no cegados) por las raíces de los árboles, el musgo, las hojas que nadie barre, y finalmente convertidos en cálidos cubículos para sus crías.

(Continuará: …Tercer paisaje, lectura crítica de G.Clément)

NOTAS
(1) El porcentaje de flor de castaño suele ser el más alto. Mieles solo de brezo recomendadas por «mieladictos»: https://mieladictos.com/guia-mieles-espana-y-portugal/mieles-de-brezo/  Pero las de castaño que se completan con brezo y/o roble también son muy ricas (de hecho, más suaves)