Aquí empieza todo

Diciembre 2011

Todo empieza aquí. Pendiente arriba, en el agua subterránea que se acumula en esta gruta, al pie de nuestra enorme higuera. Sin el agua nada tendría sentido. No habría Rama de Oro, ni plantaciones, ni árboles, ni planes, ni blog. Nada.

Bajando hacia la finca, las terrazas del tío Victoriano van reteniendo el agua que se filtra y desciende por gravedad desde lo alto. En tiempos regaban por surcos (a manta). De las tres albercas primitivas –según nos contó el anterior propietario– sólo queda una. Él y sus hermanos echaron abajo las otras dos, por innecesarias, dizque, y porque comían espacio en la huerta. Es verdad que desde la invención de las tuberías de polietileno todo ha cambiado (habrá que escribir una entrada sobre el riego, que da para mucho). Pero las albercas no sólo valen para regar. Son depósitos de agua por si hay un incendio. Piscinas de piedra llenas de ranas, libélulas, zapateros, notonectas… En el 2010 construimos una segunda alberca; en un par de años, con suerte, levantaremos una tercera. Al pie de la alberca vieja el agua rezuma entre los bloques de piedra y forma una charca que llega hasta las líneas de moras (plantación del 2007). Dejamos que la charca se llene de hierbas y lodo, para gran alegría de los jabalíes (habrá que escribir también una entrada sobre ellos) y gran desesperación del antiguo propietario, que cada vez que va por allí me dice que «cualquier día te comen las serpientes».

Un segundo manantial –¿quizá conectado con el primero?– brota no lejos de la casilla. Hace muchos años lo enterraron, «envuelto en plástico y relleno de piedras», y colocaron una tubería que llevara el agua –también aquí por gravedad– hasta una bañera vieja donde acostumbraban a lavarse las manos, cacharros, etc. Este segundo «manadero” tiene menos fuerza que el de arriba. Da para una bañera, no para una alberca. A principios del 2008, al construir el muro frente a la casilla, arrancamos la bañera y levantamos con ladrillos y “piedra de musgo” un pequeño pilón de menos de un metro cúbico. El agua de toda la finca es potable y riquísima.

En resumen: dos manantiales (uno caudaloso, otro no ; uno abierto, otro enterrado), dos albercas (una vieja y otra nueva, una más grande y otra menos), y un pilón junto a la casilla. Añadamos un estanque artificial, de uso exclusivo para los animales (incluida mi perra Xela), y un bebedero que enterramos en una zona sequísima, al pie de unos melojos; el bebedero se hizo aprovechando la “cáscara” semiesférica de una farola. La forramos de lona de caucho –sobras del estanque–, la enterramos, y camuflamos las orillas con palos y piedras. Se rellena con la manguera, cada vez que se riegan los árboles de esa zona. Lo frecuentan las perdices, está comprobado. Y alguna que otra rana “en tránsito”.

El agua excedente de los dos manantiales se une a la que baja en invierno desde el camino y se va hacia el cauce de pluviales, que procuramos tener más o menos limpio. Así que el agua de LRO finalmente se va al arroyo Tórtolas, de ahí al Alberche, de ahí al Tajo, y de ahí a Lisboa.

Registramos el manantial en la Confederación del Tajo en diciembre de 2007. Cuando nos llegó la autorización, instalamos un contador –que dio muchísimo la lata– y dimos por cerrado el asunto.

(…Pero no, no del todo. Aparte de esa tercera alberca a la que no renuncio, quisiera que el segundo manantial, el enterrado bajo piedra, volviera a aflorar algún día. Ya hablaremos de eso…).

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