Camino de Praga, un naranjo.

Primera parada: París

Al Rey Sol le fascinan los naranjos. Los hay en abundancia en el parterre de la orangerie de Versalles, y también en el Trianon, plantados -todos ellos- en jardineras de hierro y madera pintadas de verde (diseño Le Notre; hoy pueden comprarse on-line, como todo: jardinsduroisoleil.com). Madame de Sévigné, según el preciso relato de Eduard Möricke, corta un esqueje de naranjo amargo y se lo regala a su amiga Renata Leonora, esposa del embajador austríaco ante el Rey Cristianísimo. El esqueje arraiga. Cuando el tiempo de la embajada termina, Renata Leonora se lleva la maceta a su palacio de Moravia. Pasan los años. El naranjo sigue creciendo. Hijos y nietos lo cuidan con el mayor desvelo, en particular Eugenia, bisnieta de Renata, que se entusiasma con el arbolito, el más aromático -si no el más sabroso- de todos los cítricos. El naranjo nacido de aquel esqueje es su preferido, símbolo viviente del encanto espiritual de una época casi divinizada (al Príncipe de Talleyrand se le atribuye el dicho: «quien no haya conocido el mundo antes de la Revolución, jamás sabrá lo que es la douceur de vivre«; E. Möricke, más escéptico, nos recuerda en 1855 que esa época idealizada llevaba ya en sí su aciago futuro). Pero hete aquí que el árbol enferma. Amarillea y pierde las hojas. Eugenia, con gran pesar, lo da por muerto.

Segunda parada: Nápoles

Un joven compositor austríaco que viaja por Italia con su padre/maestro (para ganarse los garbanzos, estrictamente), asiste desde Villa Reale, Nápoles, a un curioso espectáculo teatral representado por un grupo de comediantes sicilianos. Dos barcas aparecen en la bahía. En una viajan jóvenes de ambos sexos; ellos, vestidos con calzas rojas (el resto al aire) , reman y maniobran; ellas, hermosísimas, trenzan flores y se dejan querer. Aparece otra barca, pero ésta solo con jóvenes varones, vestidos de color verdemar. Desde la primera barca, cogiéndolas de un cesto que llevan a bordo, las chicas empiezan a lanzar naranjas a los marineros verdemar, que a su vez se las devuelven, iniciando un malabarismo naranja -contra el azul de la bahía, la orquestina tocando aires muy alegres desde la orilla- que queda grabado para siempre en la memoria del joven músico austríaco.
Los marineros verdemar engañan a los rojos con el señuelo de un pez de colores. Los rojos se zambullen en su búsqueda, y los verdemar, más espabilados, cambian de barco y se lo llevan, chicas incluidas (muy contentas, al parecer, con el cambio).

Tercera parada: una posada en Moravia
14 de septiembre de 1787. Un carruaje se detiene en la posada El Caballo Blanco, en las llanuras de Moravia . De él baja un matrimonio de mediana edad (hoy diríamos «un joven matrimonio», apenas rebasada la treintena). Vienen de Viena y se dirigen a Praga, donde él, célebre compositor, se dispone a estrenar su última ópera, casi terminada… Ella se acuesta un rato a descansar mientras los posaderos les preparan la comida y atienden a los caballos. Él aprovecha esos momentos para ir a dar un paseo por los alrededores. Ve una avenida de tilos. La sigue. Llega a un palacio de estilo italiano. Parterres. Bosquetes.Un jardín con la puerta abierta….

El estanque oval, estaba rodeado por unos naranjos cuidadosamente cultivados en cubas, que alternaban con laureles y adelfas (…) Con los oídos complacientemente atentos al chapoteo del agua y los ojos fijos en un naranjo agrio de mediana altura que, fuera de la hilera y aislado, se encontraba en el suelo muy cerca de él, cargado de los frutos más hermosos, nuestro amigo, ante esa visión meridional, recordó (…) Sonriendo pensativamente, tiende la mano hacia el fruto más próximo… Y, en estrecha relación con aquel recuerdo juvenil, tuvo una reminiscencia musical hacía tiempo borrada, cuya huella incierta siguió soñadoramente por un momento. Ahora le brillaban los ojos (…) Distraído, ha cogido por segunda vez la naranja, que se separa de la rama y se le queda en la mano. Él la ve y no la ve; tan lejos llega la distracción de los artistas, que Mozart, haciendo girar el oloroso fruto ante sus narices y removiendo entre los labios tan pronto el comienzo como el tema central de una melodía inaudible, saca del bolsillo de su casaca .. un cuchillito de mango de plata, y corta lentamente, de arriba a abajo, aquel objeto redondo y amarillo. Quizá lo impulsara a ello, remotamente, una oscura sensación de sed, pero sus sentidos excitados se contentaron con aspirar el delicioso olor…(1)

Mozart ya tiene el motivo para las bodas de Zerlina y Masetto, el fragmento que le faltaba para dar por terminado el acto primero de Don Giovanni. En realidad no iba pensando en eso cuando llegó al jardín, pero el motivo se le impuso solo: naranjas, luego amor. Saca un papel y allí mismo, junto al estanque, empieza a escribir…
El guardián del jardín llega entonces hecho una furia. Su dueño, el conde, tenía reservado ese naranjo para la ceremonia que va a celebrarse esa tarde. Y las naranjas estaban contadas: eran nueve, ¡no ocho!
Una notita manuscrita de Mozart, pidiendo infinitas disculpas, hace cambiar de opinión a los condes, muy aficionados a la música. Los Mozart son invitados a pasar la noche en palacio, donde se prepara el banquete de boda de su sobrina Eugenia. Mozart confiesa con desparpajo lo sucedido con el naranjo -aquel recuerdo de Nápoles- y ellos, los condes, mandan traer el arbolito. Ahí está, con sus ocho naranjas que debían ser nueve. Eugenia duda… ¿es ese su árbol, el que había traído la bisabuela de Versalles? El naranjo ha sido resucitado, no se sabe bien cómo, por un vecino de los condes muy ducho en cosas de jardinería (quizá solo tuviera clorosis, regado en exceso -por ese guardián malhumorado- con el agua caliza de los alrededores…). Los condes han cuidado en secreto cada flor, cada fruto que cuajaba, para ofrecérselo como regalo de bodas a Eugenia. Hoy, precisamente. Y hasta tenían preparada un poema sobre «El Jardín de las Hespérides,» en el que tres ninfas, cada una con tres naranjas, hacían su particular performance para la novia… Hélas, ahora solo son ocho las naranjas. La novena, la cortada en dos por el músico de Viena, yace a los pies del árbol sobre una fuente de porcelana. Pero no hay mal que por bien no venga. En compensación por su desafuero, Mozart tocará para los presentes las distintas piezas de su nueva ópera… (2)

Cuarta parada: Praga

El 29 de octubre W. A. Mozart dirige el estreno de Il dissoluto punito, ossia il Don Giovanni, drama giocoso in due atti, en el Teatro Estatal de Praga. Mientras afuera empieza a caer una lluvia helada, anuncio del inminente invierno, dentro suena por primera vez esa escena festiva:
Giovinette che fate all´amore
non lasciate che passi l´etá!,

una boda campestre, en la que hombres y mujeres cantan y bailan, y se provocan y juegan, y es todavía primavera, luce el sol, y no hay más sombras en el horizonte que las que proyecta el insaciable Don Juan. Zerlina y Masetto, los novios, se quieren en italiano (necesariamente), un italiano que los checos y alemanes del público hacen por entender, a unos dos mil kilómetros y diecisiete años de distancia de Nápoles, de las naranjas, de la cumbre del Vesubio, de la bahía azul en la que se recorta la isla de Capri, la punta de Sorrento… Todo concentrado, como un zumo fresco, en tres minutos del acto primero.
Han pasado diecisiete años desde que estuve en Italia –había explicado Mozart a sus huéspedes moravos-. ¿Quién hay que la haya visto, especialmente Nápoles, y no piense en ella toda la vida?

NOTAS

(1) Mozart camino de Praga, Eduard Mörike, Alba editorial, 2006. Traducción de Miguel Sáenz.
(2) Solo Eugenia, que, además de excelente soprano/dechado de virtudes, tiene el triste don de no dejarse engañar por las apariencias, siente un escalofrío al escuchar a Mozart. Este hombre -se dice a sí misma-se consumirá pronto en su propio fuego. Su música no tiene ya la despreocupación del Figaro…

Matemáticas verdes

(Continuación del post «Andrés, hijo de Juan, hijo de Pedro»)

…¿Cómo se come todo esto? ¿Puede la misma persona diseñar jardines formales y adorar al Lorenés?. Parece que sí.
I. En las historias escolares la ecuación es sencilla: «Francia, jardín formal, jardín arquitectónico, Le Brun, orden, sometimiento de la naturaleza, racionalismo, S.XVII»  versus   «Inglaterra, jardín natural, jardín pictórico,  Claudio de Lorena, desorden, naturaleza libre,  empirismo, S.XVIII». Y hay quien añade a la serie las inevitables connotaciones morales: la línea recta es conservadora y absolutista; la línea curva es progresista y liberal. Pero si uno afina la vista, el oído, y hasta el olfato (y deja en el cajón ciertos prejuicios), enseguida se dará cuenta de que nada es tan simple.
Primero, ¡atención!, ni la geometría tiene por qué ser «mala» ni los jardines formales «reaccionarios»… Pero esto lo dejamos para un poco más adelante. Segundo, ¿eran de verdad tan  rígidos los jardines de Le Nôtre que en ellos no había cabida para el azar, tan absolutamente inhumanos en su escala y concepto, tan «tristes y estériles (A.Baraton) que excluían la sorpresa, el juego, la douceur de vivre…?.
La historia de un jardín es una historia de seres vivos -hombres, animales y plantas mezclados- todos ellos diversos, y complejos, y cambiantes por definición.  Los árboles de Le Nôtre crecieron tanto que hacia 1725 ya no había manera de meterlos en vereda. Y el hombre que los plantó sabía que acabaría pasando eso. Sabía que las vistas se convertirían en «entre-vistas», y que en muchos lugares las líneas rectas quedarían ocultas. En cuanto a los parterres bordados (broderies, casi siempre de boj, o de una sola variedad de flor), el cronista de la Corte, Saint-Simon, nos informa de que a Le Nôtre le aburrían… Toda la vida, desde niño, había estado dale que dale, primero ejecutándolos, después diseñándolos él mismo. No le gustaban , dice Saint-Simon porque no se podía pasear por ellos. Y los jardines son para «ser paseados», no sólo contemplados (como  seguramente piensan los que ven en Versalles un puro ejercicio intelectual); de hecho, todo el diseño  fue concebido en función de la promenade, que el propio Rey Sol describiría en un célebre opúsculo. Al caminar, los diferentes elementos iban apareciendo poco a poco: un nuevo punto focal, una escultura especialmente hermosa (o especialmente cargada de significado, que quizá sólo captara la nueva amante del Rey…), o una orquestita que salía de detrás de un seto cuidadosamente recortado.  En ese diseño el parterre era necesario para rellenar los inmensos espacios entre escaleras, terrazas, bosquetes. A Le Nôtre le cansaban, pero entendía su función. ¿Con qué reemplazarlos sin alterar por completo el conjunto, sin interrumpir las vistas dominantes ni llamar la atención más de lo imprescindible?.   Chateau_Versailles_and_the_Grand_Canal_(Photo,_13-06-2010).jpegOtras cosas. En el supuestamente inmutable jardín del orden y el rigor matemático, veintitres hectáreas de cielo imprevisible se reflejaban en la superficie del Gran Canal: «..el canal refleja las nubes, la luz, todo lo que pasa, a la velocidad que le plazca al viento… le pur éphémére..» (E. Orsenna, op.cit. p.78). Y aún más efímera y- más reñida con la línea recta- era el agua en movimiento . Para un visitante de hoy es difícil imaginar lo que era Versalles en el XVII, porque habría que poner a funcionar (y se hace sólo a medias, los fines de semana de verano) todas las fuentes e «ingenios» hidráulicos que se repartían por el jardín, acompañando con su música el paseo del visitante…

II. Volvemos ahora al primer asunto. La geometría. Yo creo que todos llevamos dentro un similar deseo de luz y de orden, que se expresa de diferente manera y/o en diferentes grados según el temperamento de cada cual, pero que suele reactivarse, precisamente, cuando las cosas no van del todo bien.
El mundo que produjo a Le Nôtre es el que acababa de despertar de las guerras de religión y – apenas empezaba a aclararse el agua del Sena, que había corrido roja durante años- de las guerras de la Fronda.  Andrés creció entre tiros, estocadas, hogueras, cadáveres embarrados por esas callejas -sucias, sucísimas- de lo que hoy es el centro de París.  Fuera de las ciudades, el norte de Europa era todavía un mundo de bosques y ciénagas, ya en rápida disminución,  pero todavía cerrado: ¡y peligroso.!  El jardín era exactamente la antítesis de todo eso. Como los versos alejandrinos o la música de Lully. Era una forma de plantarle cara a la barbarie, no sólo la de los hombres enfrentados entre sí, sino también de la propia naturaleza,  amenazante e informe

Líneas rectas en LRO

Líneas rectas en LRO

III.  No es de extrañar, pues, que el mundo que produjo a Le Nôtre fuera también el que produjo a Descartes y a Spinoza. Líneas rectas, matemáticas:  para sugerir, por ejemplo, que en las cosas del mundo sublunar la razón va primero y la fe después…Esas líneas rectas del XVII, símbolo del amor a la ciencia, llevaban directamente a las Luces del XVIII. Y el romanticismo, tan liberal en ciertos aspectos, no dejaba de tener una cara oscura, una inclinación nostálgica y peligrosa hacia el pasado (lo veremos en otro post: por ejemplo, la afición de H.Walpole a las falsas ruinas ¡góticas!).
Tengo en alta estima a Monsieur Le Nôtre. Entiendo perfectamente su (humanísima) voluntad de poner orden en un mundo caótico.  Y creo que esto no es incompatible con la necesidad de recordar, ahora, que la utopía del «progreso ilimitado»  tocó fondo hace tiempo, dejando bien a la vista las limitaciones que encerraba. Nuestros dramas de hoy. Nosotros, los que  sufrimos por encontrar un sitio en el parking tumultuoso de Versalles, al que llegamos por una carretera asfaltada, con alumbrado público,  con uno o dos móviles a bordo, protegidos y bien desayunados… no sabremos nunca lo que es un bosque de verdad. Nos hemos quedado sin ellos; incluso sin su recuerdo. Y hasta los setos y la maleza que uno ve por el camino parecen guiñapos, retazos marginales de lo que debieron de ser en otros tiempos. La naturaleza hoy, aquí, es cualquier cosa menos amenaza. Todo es claridad cegadora. Mineral y humo. Todo es descampado, es decir, solar de próxima construcción…Los animales escapan. Van desapareciendo, simplemente, porque ya no tienen donde meterse. ¿Cómo podríamos encontrar consuelo en un jardín tan estricto, hecho de terrazas, fuentes, esculturas, senderos de grava, ánforas, escaleras, que no son ya lo que andamos buscando, lo que necesitamos?.  Le Nôtre era un hombre de su tiempo como nosotros lo somos del nuestro.  Sus jardines son una respuesta perfecta -un prodigio de buen gusto y serenidad- para el tiempo que le tocó vivir.  Y todavía hoy, en momentos particularmente convulsos, sentarse junto a un «charmillo» de Versalles puede calmarle a uno los nervios…  Pero por todas estas cosas, en realidad, también se puede juzgar con escepticismo la obra  de determinados paisajistas contemporáneos, que  han olvidado la hora que marca el reloj y que – al margen de consideraciones estéticas- continúan ajardinando enormes espacios sin prestar atención a a lo más urgente: la creación de ecosistemas viables, tan «biodiversos»  y autosuficientes como sea técnicamente posible (hasta una mediana abandonada nos dice más cosas, a día de hoy, que , por ejemplo, esas anchas avenidas asfaltadas del Parque Juan Carlos I, en Madrid…).
rangee_arbres_w650_h441Nuestra naturaleza animal echa de menos la libertad desordenada del bosque. En nosotros, que hemos nacido tan tarde, hay una desproporción de luz y sombra (de intelecto e instinto, o como cada cual quiera decirlo) inversa a la que se daba en el todavía agreste siglo de Le Nôtre. Por eso, en mi opinión, a algunos les  chirría ese despliegue de geometría y disciplina.  Porque, si no hacemos el esfuerzo de ponernos en la piel de un hombre del XVII, siempre veremos esas cosas como un yugo, no como una liberación. No como la geometría balsámica que sin duda era entonces, pues hacía olvidar  a un puñado de hombres del XVII el horror y el caos circundante, horror y caos que ellos (un grupo de privilegiados, sí)  veían materializados en el lodazal que había sido Versalles antes de ser jardín… o en esos bosques impenetrables, oscuros, llenos de peligros muy, muy reales, que tenían que atravesar cada dos por tres, y que nosotros -¡aunque a ellos les costaría trabajo creerlo!-  jamás de los jamases conoceremos ya.

                        (Continuará en el post:  «Peligro: curvas»).

NOTAS

Bibliografía básica, además del estupendo libro de Orsenna: Todos los jardines del mundo, de G.Van Zuylen, Gallimard, 1994. Y Grandes jardines de Europa, E. Kluckert, K¨önemann,2000.
La foto del los castaños de indias de Versalles (salvados de la terrible tormenta de diciembre de 1999)  es de Isabelle Rodrigues («France in photos»).

Andrés, hijo de Juan, hijo de Pedro

Sea-Port-at-Sunset-1639-xx-Claude-LorrainClaude Gellée, llamado «el Lorenés»: Puerto de mar al ponerse el sol.1639

I. Este es uno de los cuadros que el jardinero de Luis XIV,  André Le Nôtre, contemplaba por las noches cuando se sentaba a cenar en compañía de Francisca, su mujer. Quizá también le echara un ojo por las mañanas al salir a trabajar,  antes de calarse el sombrero y cerrar el portalón que daba a la calle. No era el único cuadro de Claudio de Lorena que poseía: una Fiesta campesina – de buena mañana, bajo el enorme roble de rigor- colgaba junto a los veleros y el sol poniente.  Y en su colección había además tres Poussin, varios Domenichino, dibujos de Rafael, de Rembradt, de Rubens… Todo un patrimonio, fruto del trabajo ininterrumpido durante más de setenta años al servicio de los reyes y «grandes» de Francia. El único vicio de Andrés, o mejor, la única libertad que tal vez podía permitirse en su vida privada, era precisamente ése: comprar cuadros y objetos hermosos, para contemplarlos siquiera unos minutos antes de volver al chantier (Saint-Germain, Chantilly, Sceaux… y siempre y en todo momento, Versalles).  Pero M. Le Nôtre también había invertido en títulos de renta y bienes inmobiliarios. A su muerte, con 87 años, el jardinero de Luis XIV dejaba tras de sí una pequeña fortuna que ningún hijo heredaría: Andrés, hijo de Juan, hijo de Pedro, todos ellos jardineros, podía hacer vivir árboles y flores (incluso esos olmos y robles tres veces centenarios de los que el Rey Sol se encaprichaba, y que había que arrancar, y transportar en carretas hasta Versalles, y sacar adelante como fuera) pero no podía hacer vivir a sus propios niños; ni a su primogénito, Jean-François, ni  a los otros dos que le siguieron.
Andrés plantaba robles, tilos, carpes. Contemplaba los crepúsculos del Lorenés.  Enterraba a sus hijos. Y a lo mejor se consolaba pensando en ese sobrino-nieto tan querido, Claudio, al que había ido enseñando todos los secretos del oficio. Claudio, el nieto de su hermana Isabel, se curtiría como jardinero en las Tullerías, bien entendu, y después ya se vería... Y también  estaban ahí sus dos sobrinas, hijas de su otra hermana y de Simon Bouchard,  el responsable de la Orangerie: cuando su padre muriera, esas niñas seguirían ocupándose de meter a cubierto, cada mes de noviembre,  los naranjos e higueras itinerantes del Rey Cristianísimo.

220px-Andre-Le-Nostre1Un día de 1700, cogidos del brazo, cada uno con su bastón en la mano libre, esquivando charcos aquí,  pisando despacio los adoquines allá para no trastabillar (pasaba él de los 80, ella de los 70) Madame y Monsieur Le Nôtre  cruzaron juntos las calles de París para ir al notario.  La señora Francisca, con su sólido sentido común y no poco retintín,  insistió en añadir este párrafo al testamento: » …Y hace constar que es la referida dama, su esposa, quien se ha preocupado por conservar los bienes que poseen, gracias a su buen gobierno y economía, habiendo sido siempre el referido testador muy proclive a gastar dinero para su gabinete de arte, sin pensar en ahorrar, etc» (1). En el testamento, sin embargo, no estaban ya los dos cuadros del Lorenés que Le Nôtre había comprado. El jardinero sin hijos se los había regalado al rey Luis, como los tres Poussin de su colección, hacía ya siete años . Y por ese motivo -por el hecho de haber pasado enseguida a las colecciones reales- hoy podemos verlos nosotros en el Louvre  (segundo piso, ala Richelieu, sala 15; en el catálogo virtual del museo se dan todos los datos: http://www.cartelen.louvre.fr ).

II.  Bueno. Le Nôtre había estudiado matemáticas y arquitectura en La Gran Galería del Louvre. Tenía mano para el dibujo. Y no digamos ojo. Él era el maestro jardinero que analizaba la topografía, diseñaba, preparaba los planos, organizaba los suministros, y dirigía cuadrillas de miles de hombres, a los que, según conviniera, ordenaba podar, regar, allanar, recrecer, retirar, abonar, trasladar, reponer… Todos los grandes jardines de Francia pasaron por sus manos entre 1650 y 1700, desde las Tullerías, donde se formó – con su padre y  con su abuelo-, hasta el último rincón del último bosquete de Versalles. Con más de treinta  jardines en su haber, André le Nôtre entraría en la historia de la jardinería como idólatra de la línea recta, la simetría, y el parterre «a la francesa». 750px-Versailles_Plan_Jean_DelagriveCabía esperar, pues, que las generaciones de la segunda mitad del XX no se sintieran demasiado a sus anchas en este tipo de jardines, percibidos como algo rígido y monumental,  lejanísimo, ajeno a nuestros referentes estéticos de hoy.   Pero el error, en mi opinión, está en juzgar Versalles -o cualquiera de sus hijos e hijastros- como si nosotros y nuestras circunstancias del XXI fuéramos a instalarnos en él mañana. ¿Qué sentido tiene acercarse con prisas, con poca y/o mala información (a codazos entre otros miles y miles de turistas, todos en bermudas, todos despistados) para acabar soltando un apático  «me gusta» o «no me gusta»?.  Si todavía vale la pena hacer cola junto a la verja de entrada (y  yo creo que sí)  es para preguntarse cómo pensaban, amaban, soñaban, se distraían, morían…. los hombres y mujeres  que crearon semejante jardín, y para preguntarse finalmente si, a pesar de las diferencias, ¿hay algo que podamos compartir todavía ese señor de la peluca y nosotros, a tantos siglos de distancia?. Admitida la dificultad inicial (que se supera, me parece; es como leer la Ilíada sin estar acostumbrado al lenguaje de la épica clásica: pasados los primeros cantos, el resto va rodando), lo que no se entiende bien es que alguien se permita, con una altivez y una falta de sentido histórico asombrosos, poner verde al susodicho Andrés:  »  … toda su obra está empapada de tristeza. Esos árboles domeñados parecen sumisos, sin vida, estériles, y son la viva imagen de ese hombre que, aún habiendo hecho fortuna, vivió como un criado y murió sin hijos (…) Cuando contemplo esas largas avenidas sin vida, ese rostro austero de labrador disfrazado de noble, mi corazón se queda helado y la incomprensión domina (…)».  El que lo firma no es ningún mindundi; es A. Baraton, actual director de los jardines de Versalles (2). Más adelante todavía le dedica unas líneas  a su falta de vocación jardinera («il est plus un architecte»), a su falta de originalidad, y a su nula evolución: «...tuvo el inmenso mérito, gracias a Luis XIV, de hacer posibles las ideas de Boyceau y de Mollet. Pero él no era un creador… Tenía amigos, medios, un rey que le adoraba… y en todo eso yo no veo al genio por ninguna parte, etc«. (2).  Baraton piensa, en definitiva, lo mismo que un alto porcentaje de esas hordas de turistas. Es el viejo prejuicio contra el orden clásico, nacido en el ocaso del siglo, apenas terminado de plantar el último bosquete del Trianon…

III. Es sabido que los jardines de Le Nôtre  serían furiosamente criticados por la generación siguiente, la de los «paisajistas ingleses». Sí. Pero estos mismos paisajistas dieciochescos iban a elevar a los altares a …¡Claudio de Lorena!, cuyos paisajes «sublimes» consideraron desde el  principio como el modelo  a seguir; es decir, a reproducir sobre el terreno, pues «crear un jardín es un pintar un cuadro » (A.Pope, gurú del jardín inglés). Paradójicamente,  el hombre que se había empapado cada día de su vida con esos paisajes pre-románticos, esa luz oblícua, ese permanente interrogante que flota en la línea de los horizontes del Lorenés, era el padre de la geometría hecha jardín, Andrés el Nuestro, enemigo número uno de Pope, Lord Shaftesbury, Horace Walpole y demás tratadistas del nuevo estilo de jardín .
¿Cómo se come todo esto?.

                                (Continuará en el post «Matemáticas verdes»)

NOTAS

(1) La anécdota del testamento la cuenta E. Orsenna en Portrait d´un homme heureux, Editions Fayard, 2000, p.147, utilizando como fuente la monografía de E.de Ganay, A. Le Nôtre, Paris, 1962.
(2) A.Baraton, Le Jardinier de Versailles, Editions Grasset, 2006, pp. 162-167. «El» Jardinero de Versalles, naturalmente, es él, M.Baraton, que empezó cobrando tickets en un cajero de la entrada y supo buscarse la vida. Un hombre que destesta que le tuteen o se refieran a él como «Alain, el jardinero» (lo considera un desdoro) y que, según él mismo cuenta, ha desempolvado el apelativo familiar «de la Vergne», para añadir y dar lustre a su sencillo Baraton (p.140)…

Naranjos de levante, naranjos de poniente.

Enero 2012

Hace unos años fui de visita a Xátiva, a casa de una amiga medio gallega/ medio valenciana que heredó de su padre –farmacéutico– un hermoso huerto de naranjos. L’hort del boticari. Sospecho que conservar ese trozo de tierra, y hacerlo además así, produciendo naranjas de calidad y procurando venderlas bien, no ha sido siempre un trabajo fácil. Como nos explicaba el hombre que le cuida el huerto, hombre afable pero un punto depresivo (¿como todos los agricultores, siempre quejándonos?), hay años en que casi ni compensa recoger la fruta. Tan bajos están los precios, tan altos los jornales, tan abundante la oferta, tan dura (y desleal) la competencia con las naranjas magrebíes. Esta amiga mía no vive de la venta de sus naranjas. Conserva el huerto porque es una forma de conservar, al mismo tiempo, otras muchas cosas. Pero el asunto da que pensar. ¿Llegará un momento en que se subvencione la eliminación de naranjos, como por otras zonas se pagó a los paisanos por arrancar las viñas?. Por lo que leo en la red, sí se dan ayudas para arrancar el viejo naranjal y plantar otro tipo de cítricos (cosas exóticas como el kumquat), o bien rehacer enteramente la huerta, con cultivos diversificados.

Todo cuanto quería saber sobre el cultivo tradicional del naranjo lo aprendí aquel día en l’hort del boticari. Suelos bien drenados y muy fértiles –abonados no siempre de forma equilibrada, con cantidades ingentes de nitrógeno, que los árboles devoran–, variedades injertadas en patrones resistentes al frío y a las enfermedades (entre otras, la tristeza); riegos por encharcamiento progresivamente sustituidos por sistemas de goteo, bastante más racionales aunque también con sus historias (lavado de sales minerales, necesidad de abonar más), etc. En algún libro leí que el cultivo de cítricos en Levante fue activamente fomentado y planificado desde el siglo XVIII por los sucesivos gobiernos del Estado, los mismos que, simultáneamente, desatendían, o directamente ignoraban, su incipiente cultivo en el sur de Galicia, que quedó en nada (como el de la morera, o el otrora floreciente del lino…). Sin embargo, si uno se da una vuelta por cualquier pueblo de Pontevedra verá con seguridad espléndidos ejemplares de naranjo y limonero; y en los registros de algunos pazos –tímidos pioneros en la introducción de nuevas especies, así como de las nuevas técnicas agrícolas– se nos dice que había «parras, perales, manzanos, melocotoneros, higueras, ciruelos, frutos de la Pasión… y, muy especialmente, naranjos y limoneros» (1). Como los hubo y sigue habiendo por todo el norte de Portugal… En fin, el hecho es que sólo se plantaron de forma masiva en Levante, que era donde tenían asegurada su salida comercial hacia el norte de Europa. Todo el mundo plantó naranjos, y siguió plantando y plantando hasta ayer mismo. Pero hoy las cosas han cambiado, como nos decía, apesadumbrado, el encargado del hort del boticari; todo se hecho más difícil e imprevisible, hasta el punto de que ¿quizá tendría más sentido un pequeño huerto de naranjas ecológicas en Pontevedra que dos o tres hectáreas de cultivo convencional en Valencia…?.

Más tarde, metiendo la nariz aquí y allá, fui aprendiendo también algo sobre el cultivo del naranjo en macetas. En Versalles aprendí que Luis XIV adoraba  las naranjas y los higos (en este blog, se hable de lo que se hable, siempre se acaba hablando también de higos…). Para sus diez variedades de higuera M. La Quintinie preparó unas buenas espalderas por debajo del nivel del suelo (jardin en creux), orientadas al sur y podadas en abanico. Para los naranjos M. Mansart diseñó una preciosa orangerie, y los jardineros de palacio prepararon unos maceteros con ruedas que permitían –y todavía permiten– recoger el naranjal roulant con la llegada de las primeras heladas. Lo mismo se hacía con algunas higueras, que pasaban el invierno a cubierto en la figuerie. He visto naranjos en macetas en todos los patios del norte de Italia. Los he visto en El Escorial, un poco amarillos (cloróticos), pasando frío en las hornacinas del Jardin de los Frailes y del Estanque, alternados a veces con camelios (que tienen un cepellón pequeño y manejable, como el de los naranjos). Y los he cultivado yo misma en mi patio: un naranjo sin padre ni madre del que unas clientas quisieron deshacerse hace años, y un calamondín  –naranjito de Filipinas– que es, para qué negarlo, la niña de mis ojos.

Los cultivo en macetas con depósito de agua. Los abono única y exclusivamente con humus de lombriz. Los coloco a la sombra en verano, al sol en invierno, y los meto en casa, en una habitación sin calefacción, cuando hay previsión de heladas fuertes. Algún año los he envuelto entre varias capas de tul, formando primero un cilindro con cañas de bambú, y colocando la maceta sobre una plancha de madera (o de poliespán), para que el frío no llegue de ningún modo a las raíces. Durante los durísimos veranos de Madrid refresco el follaje con la manguera a primera hora de la mañana, y voy girando un cuarto de círculo la maceta cada dos o tres días, para que la luz  llegue bien a todas las yemas…

(1). C. Martínez, apud El jardín de los Pazos Gallegos, C. Rodríguez, Santiago, 1994, p. 22