Cy Twombly, tulipanes

Mucho menos conocidas sus fotos que sus cuadros. Estos tulipanes ( quizá ‘Orange Favourite’) del catálogo de la exposición de Nueva York en 1993 (matthewmarks.com)

Los primeros tulipanes variegados o «de color-roto» debían su belleza a un virus (familia de los Potiviridae, no identificado hasta el siglo XX), es decir, al hecho de estar enfermos, de acuerdo con esa perversa relación entre enfermedad/ hermosura que da no poco que pensar (porque va mutando con el tiempo pero no acaba de desaparecer del todo), y que en tiempos parecía justificar, por ejemplo, que hubiera señoras que usaran la Atropa belladona para dilatar las pupilas o comieran arcilla para tener el cutis más blanco, y de este modo -cloróticas y cegatas perdidas- disque estar más guapas y tener más éxito en la vida. Las ostras producen perlas cuando un cuerpo extraño entra en ellas; las «impurezas» en un cristal de cuarzo pueden hacerle adquirir categoría de gema. Pero las piedras y petrificaciones son una cosa y los seres vivos otra -cabe pensar-, incluso a efectos de simple rentabilidad. A diferencia de las ostras perleras, que producen la perla precisamente para aislar al cuerpo extraño, lo que pasaba con los tulipanes es que cuanto más asombrosa «salía» la flor, más debilitado resultaba el bulbo y más incierto era el éxito de sus bulbillos. ¿Había, por tanto, que seguir tratando de obtener y reproducir bulbos enfermos, que se sabía que lo estaban? No, no salía a cuenta (como tampoco parecía muy rentable acabar con un pie en la tumba para casar bien…) A cambio, sí empezaron a tener éxito las hibridaciones artificiales de tulipanes sanos, y ese fue el camino a seguir para la producción de «rarezas». Hoy en día, todas esas variedades fantasiosas (como las de la foto de Cy Twombly ) son el producto de la selección en laboratorio. A nadie le interesa jugar a infectar bulbos con un potyvirus, todo lo contrario, aunque haya quien afirme -basándose en dibujos y cuadros del XVII- que nunca jamás, never more, podremos ver tulipanes comparables al ‘Semper Augustus’ original, fatalmente enfermo, irremediablemente perdido.

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Todos los tulipanes que vemos desde el tren -cientos de hectáreas al sur de Haarlem- llevarán su floración a término, porque son campos de producción de bulbos y no de flor cortada (esa es otra filial, la de los invernaderos, que viene a continuación). Cuando la flor decae -allá para abril- las segadoras descabezan el campo de tulipanes. Hojas y tallos continúan fotosintetizando para que engorde el bulbo. La cosecha tiene lugar en julio, con tractores equipados con un bastidor especial que va levantando las redes en las que habían sido plantados los bulbos, de modo que la operacíon sea más rápida, fácil y sobre todo limpia. Los bulbos se van al almacén para ser seleccionados; entonces, o bien vuelven a ser plantados en un invernadero 100% monitorizado por ordenador (los mejores bulbos: empieza la «filial flor»), o bien se guardan para la siguiente siembra de otoño en campo abierto (los bulbillos más pequeños), o bien, los menos, aparecen en una redecilla bien etiquetada en un estante del centro de jardinería -pongamos, en Shanghai, Boston, Ciudad de Méjico…- o, pongamos, en la tienda de semillas y piensos de mi pueblo. Un bulbo anodino, feúco, pero que lleva en sus tripas parte de la historia de la horticultura de Europa, o historia a secas, si se prefiere: una mezcla de buen gusto (los ojos bien abiertos de los holandeses ca. 1600, pues fue por una flor, ni más ni menos, por lo que pusieron su economía patas arriba a mediados de siglo) empeño, constancia, capacidad de organización, falta de escrúpulos comerciales y saludable afán de lucro. Al final del camino, esto:
https://fb.watch/pX2quRsdWf/

Notas
Sobre el «Tulip breaking virus», estupendo artítulo de la wikipedia. Historia de los bulbos infectados + lucha a brazo partido contra la propagación del TBV y similares (vía áfidos), que cada primavera causan pérdidas millonarias en el sector.


Tuli-pop

Al concluir la cena la señora Claes propuso que fuesen a tomar el café al jardín, ante el macizo de tulipanes que adornaba el centro. Las macetas con tulipanes cuyos nombres aparecían grabados en pizarras estaban enterradas y dispuestas formando una pirámide en cuya cúspide se erguía un tulipán Boca de Dragón del que Balthazar poseía un ejemplar único. Aquella flor, denominada Tulipa Claesiana, reunía los siete colores, y sus largas aberturas parecían doradas por los bordes. El padre de Balthazar, que en varias ocasiones había rechazado por ella diez mil florines, adoptaba tan grandes precauciones para que no pudieran robarle una sola semilla que la tenía en la sala y solía pasar días enteros contemplándola. El tallo era enorme, muy tieso, firme, de un tono verde admirable; las proporciones de la planta armonizaban a la perfección con el cáliz cuyos colores se distinguían por esa brillante nitidez que tanto precio daba antaño a estas fastuosas flores.
-Treinta o cuarenta mil francos hay aquí en tulipanes – dijo el notario, mirando alternativamente a su prima y al macizo de mil colores. La señora Claes estaba demasiado entusiasmada por el aspecto de aquellas flores que los rayos del sol poniente asemejaban a piedras preciosas..…

La Búsqueda del Absoluto, H. de Balzac, Ed. Destino, 1989, p.97.

(N.B. Balzac se sacó de la manga esta estrafalaria Boca de Dragón o Tulipa claesiana, especie de mona de pascua de siete colores. Gracias a Dios, solo  hay variedades single, bi o tricolor. Los tulipanes de la foto son los que tiene mi madre hoy en la cocina, pero pasados por uno de los filtros pop del editor de Windows)

Tulipán adentro

Los tulipanes están hechos para el interior. NO para ablandarse bajo la niebla de buena mañana y cocerse después a mediodía, al (más que traicionero) sol de abril. Los tulipanes no cuadran, creo yo, con nada de lo que hay ahí fuera: tienen esa silueta tan poco casual y esos colores casi siempre tan chillones, tan pop, de los que no es posible apartar la mirada… Si un chaparrón les hace bajar la cabeza no por ello nos conmueven más, como sí haría un grupo de narcisos -flexibles y sufridos- goteando lluvia sin una queja. No, nunca me han gustado los tulipanes fuera de un jarrón. Prefiero cortarlos en el jardín cuando están a punto de abrirse y llevármelos a casa. Bien mimados aquí dentro, al abrigo de una ventana que mire al este o al sur, detrás de un visillo de algodón, rodeados de blanco (¡no de verde!), las flores de tulipán se convierten en el punto de fuga de la habitación. Es lo primero que vemos al entrar. Lo último que comprobamos al salir.
(Y en el campo, mientras tanto, la planta que ha quedado en el macizo -con todas sus hojas intactas-, seguirá fotosintetizando: acumulando reservas en el bulbo para la próxima primavera.)

El odio de un tulipanero

(Resumen de  El tulipán negro, de Alejandro Dumas; los fragmentos transcritos pertenecen al capítulo sexto, «El odio de un tulipanero». Ed.Akal,2000. Traducción de P.Hernúñez)

bosschaert 1630, museo de estocolmoCorre el año 1672. Cornelio Van Baerle,  joven y acomodado ciudadano de Dordrecht, ha invertido en sus arriates e invernaderos de tulipanes  una buena parte de la fortuna familiar.  Poco a poco se va haciendo con su cultivo. Produce nuevas y hermosas variedades, y su fama se extiende por las Provincias Unidas.

“…Van Baerle pertenecía a aquella ingeniosa e ingenua escuela que tomara por lema, ya en el siglo VII, este aforismo: “Es ofender a Dios despreciar las flores”. Premisa de la que la escuela tulipanera, la escuela más selecta, extrajo en 1653 el silogismo siguiente: “Es ofender a Dios despreciar las flores. Cuanto más bella es la flor, más se ofende a Dios al despreciarla. El tulipán es la más hermosa de todas las flores. Luego quien desprecia al tulipán ofende a Dios infinitamente…”

Puerta con puerta vive su archienemigo Isaak Boxtel, otro tulipanero, eclipsado por la fama (justificada) de los tulipanes de Van Baerle.   Boxtel, corroído por la envidia y la curiosidad, decide espiar todos los movimientos de su vecino. Éste no sospecha nada. Además de excelente tulipanero, Van Baerle es un hombre distraído y de buen corazón.

“…De modo que, para hacerse una idea de lo que era un condenado olvidado por Dante, había que ver a Boxtel por aquella época. Mientras Van Baerle escarbaba, abonaba, regaba sus arriates, mientras que de rodillas sobre el declive del césped analizaba cada vena del tulipán en flor y meditaba sobre las modificaciones que en él podían hacerse, las combinaciones de colores que podían intentarse, Boxtel, escondido tras un menudo sicomoro que había plantado a lo largo de la tapia, y que le servia de biombo, seguía con ojos desorbitados y la boca llena de espumarajos cada paso, cada gesto de su vecino…
…Una vez dueño de ella, tan rápidos progresos hace el mal en el alma humana, que pronto Boxtel no se contentó con espiar a Van Baerle. Quiso también ver sus flores; en el fondo era un artista, y la obra maestra de un rival le interesaba muchísimo.
Compró un telescopio, y con él pudo seguir, además de al propietario, toda la evolución de la flor  desde el momento en que su pálida yema brota el primer año hasta aquel en que, tras haber cumplido los cinco, moldea su noble y gracioso cilindro…
¡Ay, cuántas veces el desdichado envidioso, encaramado en su escalera, vio en los arriates de Van Baerle tulipanes que le cegaban por su belleza, que le quitaban el aliento por su perfección!…¡Cuántas veces, en medio de sus torturas, de las que ninguna descripción podría dar idea, se vió Boxtel tentado a saltar al jardín a la llegada de la noche y destrozar las plantas, devorar los bulbos con los dientes e inmolar al mismísimo propietario si se atrevía a defender a sus tulipanes!.
Mas matar a un tulipán  es, a los ojos de un verdadero floricultor, un crimen tan horrendo…
Matar a un hombre, pase…”

En estos momentos, como todo tulipanero que se precie, Van Baerle trabaja sin descanso en la obtención de un tulipán negro. El que lo consiga recibirá un premio de 100.000 florines, ofrecidos por la Sociedad Tulipanera de Haarlem. Boextel sabe que su odiado vecino está a punto de lograrlo.
tulipan negro“…Daba la una de la madrugada y Van Baerle subía a su laboratorio, el cuarto de vidrieras en el que tan bien penetraba el telescopio de Boxtel… Éste lo observaba escogiendo semillas, regándolas con sustancias destinadas  a alterarlas o colorearlas. Se enteraba cuando, calentando ciertas de aquellas semillas y humedeciéndolas luego, y combinándolas después con otras mediante una especie de injerto, operación minuciosa y maravillosamente ingeniosa, Van Baerle encerraba en las tinieblas a las que debía dar el color negro, ponía al sol o bajo la lámpara a las que debía dar el rojo, observaba en un permanente reflejo de agua las que debían producir el blanco…”

…Y entonces empieza de verdad la historia. 1672. Juan de Witt es desde hace casi veinte años el Gran Pensionario (algo así como Primer Ministro) de la próspera República de las Provincias Unidas. Pero el ejército de Luis XIV, el rey francés, ha empezado la invasión del país, obligando a sus habitantes a inundar  huertos y prados para cortarle el paso. hnos de wittEnfurecida, la población se vuelve contra el republicano De Witt y reclama el regreso del heredero de la casa de Orange, Guillermo III. Juan de Witt tiene un hermano, Cornelio, alcalde de Dordrecht y padrino…de nuestro amable tulipanero Van Baerle. Cuando la animadversión de los ciudadanos empieza a crecer, éste De Witt visita a su ahijado, simula interesarse por sus tulipanes y, ya a solas en el secadero de los bulbillos, le hace entrega de un misterioso paquetito, para que lo guarde  en un lugar seguro… Van Baerle  lo esconde allí mismo, en un cajón de bulbos. Y como no vive más que para sus flores, ni siquiera pregunta qué contiene el paquete. Los lectores sí lo sabemos: es la correspondencia entre el Gran Pensionario y el Marqués de Luvois, ministro de la guerra del Rey Sol. Los hermanos de Witt han tratado de negociar con los franceses para evitar la guerra; ahora bien, si las cartas cayeran en manos de los orangistas, éstos podrían tergiversarlo todo, incluso acusarles de alta traición. ..
Padrino y ahijado se abrazan y se despiden.
No pueden sospechar que, muy cerca de ellos, mirando a través de un telescopio,  alguien más ha asistido a la escena…

Orange Beauty (¿tulipanes o narcisos?)

Abril 2012

Los psicólogos y sociólogos dicen que hay diferentes temperamentos: melancólicos y sanguíneos, telúricos y solares, apocalípticos e integrados… Siguiendo esa secuencia, ¿no podríamos hablar nosotros, ya que estamos en el jardín, de tulipanes y narcisos?

Los dos son bulbos que se entierran en otoño y florecen en primavera. Tierra mullida y fértil, con un DRENAJE PERFECTO, a media sombra hasta la brotación, riegos moderados. Sí, pero, a diferencia del narciso, que se queda enterrado (y feliz) de por vida, el tulipán degenera de un año para otro. Es importante no olvidarlo. El tulipán se agota produciendo bulbillos, con reservas insuficientes para formar flores de calidad al año siguiente. A cambio, es tan bonito y sofisticado que puede lucir solo en una maceta, sin compañía de nada. Hay variedades con flecos, como los famosos tulipanes «perroquets», variedades estriadas, variedades multicolores… Los tulipanes más hermosos son los tulipanes más enfermos: un virus deforma los pétalos, rompe el color, y es esa anomalía lo que multiplica el valor de la flor.

Que una gran nación como los Países Bajos, en su momento de máximo desarrollo económico, cultural y político, estuviera a punto de la bancarrota total en 1637 por culpa de los tulipanes, sólo dice cosas buenas, en mi opinión, de la gente que la habita. La historia es conocida, así que me limito a transcribir el célebre caso de un granjero que pagó por un solo bulbo ‘Viceroy’ (variedad blanca con vetas azul-rosadas) «dos toneladas de trigo, cuatro de centeno, cuatro bueyes bien cebados, ocho cerdos, doce ovejas, dos barricas de vino, cuatro de mantequilla, mil libras de queso, una cama, un traje, y una fuente de plata». (1)

Bueno, al contrario que los tulipanes, los narcisos sí son de una fidelidad a toda prueba. Siempre idénticos a sí mismos, vuelven año tras año, siempre sanos, siempre dispuestos a seguir multiplicándose. No pretenden ser sofisticados, sino naturales y casual. En solitario resultan anodinos. Pero pueden formar preciosas alfombras al pie de un árbol de hoja caduca, por ejemplo. Apoyándose unos en otros, los narcisos llenan, cubren, acompañan, se extienden… pero no destacan.

En los inciertos tiempos que nos ha tocado vivir todo el mundo prefiere lo seguro, lo que más «eternidad» parezca ofrecernos, incluso en el humilde espacio de un jardín. Es una ilusión, claro, pero ¿cómo evitarla? Todos los que tienen un jardín quieren plantas «que duren mucho» y se porten bien. Que no ensucien, que no enfermen, que se reproduzcan solas sin llegar a ser un estorbo, y que además aporten «una nota de color», siquiera durante unas semanas. Si usted quiere este tipo de jardín, entonces no hay duda: usted pertenece al grupo de los narcisos.  Ahora bien… si usted no tiene miedo a las bellezas efímeras y solitarias, y está dispuesto a cuidarlas con devoción, y a apreciarlas en su fugacidad, como las estrellas fulgurantes e irrepetibles que son, ¡entonces es usted un valiente tulipán!

Pero las cosas nunca son tan simples. Narcisos y tulipanes seguramente conviven –y pelean– dentro de cada uno de nosotros. Y pudiera suceder que todos fuéramos, a ratos, tulipanes o narcisos… Nunca simultáneamente, eso no. Si el tulipán es de los buenos ¿cómo podríamos combinarlo con narcisos sin que éstos parezcan una poca cosa o aquél un intruso extravagante…?

Durante un par de años estuve encaprichada con una dahlia ‘Bo-Kai’, que acabó sucumbiendo al frío intenso del invierno madrileño. La primavera siguiente me consagré a la veneración del tulipán ‘Orange Beauty’, el de la foto que encabeza esta entrada. Duró 15 días en flor, ¡pero qué 15 días! Cuando se apagó su llamarada naranja, que mantuvo en vilo –y creo que muertas de envidia– al resto de plantas de la terraza, desenterré el bulbo y lo tiré al compostero. No hay que dramatizar. Desde hace un año me tiene loca una Peonía japonesa variedad ‘Lavender’. Las yemas han brotado perfectamente; tiene unas hojas rojizas, como las de los rosales, pero aún no asoma la flor. (…Seguiré informando).

NOTAS

(1). La historia completa de la locura nacional holandesa en torno al bulbo la cuenta con todo detalle Simon Schama en The embarrassment of riches, Vintage Books, Nueva York, 1987, pp. 350-366.

El tulipán reproducido en la segunda foto, Semper Augustus, está en el libro Tulips, de Judith Leyster, publicado en 1643 y expuesto en el Museo de Haarlem. De ahí proceden los tulipanes de las postales y calendarios que se venden por las calles de Amsterdam.