LRO se compró en noviembre de 2006. Durante la primavera siguiente nos dedicamos a discurrir (y ejecutar) un sistema de drenaje para las dos tablas/terrazas de arriba. El antiguo propietario, Anastasio, venía casi todos los días a ayudar, con el tractor o con los brazos, y a veces se traía a algún amigo.
23 de febrero de 2007:
«…Antonio «Totano» tiene de segundo mote «el alemán» porque -como me explica él mismo- «me a-atranco al hablar». Tartamudea, «se enga-tilla», le dice Anastasio en las barbas, «no le entiende ni su madre». Uno ya ha cumplido los 65, el otro alguno más, y los dos parecen mayores.
La única vez que Totano se subió a un barco fue hace 50 años, para cruzar el estrecho con todos los reclutas de su quinta, rumbo a Ceuta. Tampoco Anastasio sabe gran cosa del mar. Hace poco su mujer se emperró en apuntarlo a una excursión que organizaban en la parroquia. Todos juntos hasta Santiago de Compostela, en autobús. Se acercaron a visitar La Coruña, e incluso Noia, pero de aquella visita él sólo recuerda lo grandes que eran las raciones en los bares. El mar le da lo mismo.
Como cada vez que le veo, Anastasio me habla dos, tres, cuatro veces de su padre y sus hermanos mayores. Como éstos ya «estaban grandes» y se iban por ahí a ganar un jornal, el padre lo llevaba a él, que sólo tenía seis años, a pasar la noche a LRO. Dormían juntos en una choza, «aquí, donde aparco el tractor», abrigados del viento por un rodal de melojos que aún existe. Por la mañana, cuando Anastasio se despertaba y buscaba a su padre junto a él, sobre las pajas, nunca lo encontraba. Cien veces me ha contado la escena. Se despertaba y se echaba a llorar, porque otra vez estaba solo. Porque su padre se había ido a buscar «un conejo para el desayuno». Con pocos años más ya iba Anastasio con dos burros cargados de uvas por el sendero de LRO. Que entonces -como me recuerda con frecuencia- no era más que un senderito estrecho, cerrado. Cada burro cargaba noventa o cien kilos de uvas. Y él iba y venía, iba y venía, iba y venía, hasta que llevaba al pueblo los «15.000 kilos» que producían las dos fincas (LRO y la otra, que le compró un argentino; «ése que vende camisetas en el Rastro»; Anastasio, que es coqueto, le ara las viñas a cambio de unas modernas camisetas sin mangas). …Y cuando él tenía trece años, un día, vió a su padre llorando. Había querido levantar un capacho cargado hasta arriba de uvas y no había sido capaz. Lloraba el hombre, sentado en una piedra. «En esa piedra de ahí» (Anastasio tiene el prurito de la exactitud; le gusta calcular la producción de uvas en decenas y unidades, no en miles ni cientos). Y entonces Anastasio cogió el capacho al vuelo y lo subió hasta la terraza de arriba. «Mi padre lloraba porque se hacía viejo», me explica. «Era un sentimental». Y otra vez se le llenan los ojos de lágrimas a él, al hijo, cincuenta y tantos años después, sin darse cuenta de que ya me ha contado la misma historia muchas veces. Como la otra, casi tan repetida, de cuando acusaron falsamente a su padre de haber robado unas patatas, porque -decía el guardia civil instructor del caso- había dejado «una huella que coincidía con la de su alpargata», y le había dado una bofetada en público, y lo que lloraron después todos en casa, «¡Porque era mentira!», grita Anastasio, rabioso, dándose con el puño en la pierna. Ya mayor, buscó hasta debajo de las piedras al maldito guardia civil, y finalmente dió con él. Lo habían destinado a un pueblo cerca de San Lorenzo. «¡Vengo a matarte!, le dije». Pero lo que encontró aquel día fue a un viejo tembloroso, sentado al fondo de una tasca, sin uniforme. No veía bien, se estaba quedando ciego. Y él, que iba a decidido a vengar a su padre, acabó tomándose un vino en silencio.
Su padre murió hace treinta años. «Daba este brazo -dice Anastasio, estirándolo bien delante de él, delante de mí- por volver a verlo cinco minutos «. Otras veces da «esta pierna». Otras veces, lo que fuera. «Con cinco minutos me conformaba…», musita mirando al suelo, sin acabar de creerse que no haya forma de arreglarlo.
Hoy hemos conseguido arrancar, por fin, el viejo tubo del desagüe (atascado), aunque todavía han quedado algunos trozos de PVC enterrados. «To-totano» vino a ayudar. Casi no puede con el alma, pero ahí sigue, dándole a la azada dentro de la zanja. Le he pagado cincuenta euros, lo que Anastasio dijo. Terminamos la zanja de la terraza grande y llevamos algunos capachos con grava a la de arriba. Ellos se fueron a las seis. Yo me quedé un rato más, cortando las zarzas del arroyo.
Lloviznó toda la tarde.»
Es una historia digna de CJCela, Anastasio «Duarte» o un personaje similar de la España de los 50. Me ha gustado mucho, entrañable y carnosa. Un besito.
Gracias Betty Boop, así es. Anastasio (A. «Duarte») es una calamidad. Tiene tan poca cabeza como gran corazón; y por desgracia bebe mucho. Ha dado un bajón últimamente, ya casi nunca lo vemos. A mí me volvía loca al principio, pero loca perdida, con sus trangalladas en la finca. Todavía este pasado fin de semana descubrí unos cordeles de plástico atados con fuerza al pie de las cepas (¡¡estrangulándolas!!) y…Pero siempre hacemos las paces. Me tiene quemada con lo que él considera extravagancias ecologistas. Una vez que planté un aliso (mira tú), se encabritó todo, » ¡aliso, lo que el diablo no quiso»!». Y no puede entender lo de dejar crecer la hierba, no querer arar, etc..En fin, que así andamos. Bs
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