Jean-Étienne Liotard pintó este cuadro a los 80 años. Vivía entonces en una gran casa de campo próxima a Ginebra, su ciudad natal, a donde había vuelto después de toda una vida rulando por las cortes de media Europa, desde Constantinopla hasta Londres, pasando por Versalles, La Haya, Viena.
Liotard ha retratado a reyes, emperadores, aristócratas y buenos burgueses. Ha conseguido reunir un cierto capital. Vive tranquilo, retirado en la aldea de Confignons, y, al decir de algunos, reintegrado a la religión calvinista de sus padres (refugiados hugonotes, como tantísimos otros, a los que Ginebra debe su buena fama hortícola y viticultora). Liotard tiene un hermoso jardín. La vista, más allá de los muros, es un paisaje de viñedos y frutales. No sabemos realmente lo que Liotard pensaba entonces, si echaba de menos o no las recepciones en el Hofburg, las soirées en las Tullerías, o los reflejos de la luna sobre las aguas del Bósforo… Sí sabemos, en cambio, porque él se preocupó de hacérnoslo saber, que un día de agosto o septiembre, ya muy anciano, contempló un puñado de higos sobre la mesa y sintió la necesidad loca de pintarlos, es decir, de hacer que perdurasen en el tiempo. Higos de montaña, llamados «higos Nordland», de piel morada o violeta, casi negros, muy plantados junto al lago Lemán y más al sur (sureste), en el Valais, tierra de albaricoques, ciruelas, manzanas y peras… Los higos Nordland aguantan hasta -15 grados bajo cero, incluso un poco más si la tierra drena perfectamente y la higuera está plantada en empalizada, contra un muro orientado al sur. Quizá fueran también Nordland, o de alguna variedad parecida, las higueras que hizo plantar en su palacio de Potsdam Federico II el Grande, protegidas por aparatosos bastidores de madera y cristal.
Los higos de Liotard, sin embargo, tenían que ser para él algo más que una fruta sabrosa. Los pintó con la misma aplicación, la misma consideración, con la que años antes había pintado al Delfín o a la Emperatriz de Austria. Quizá más. Como los claveles y lilas que pintaba Manet al final de sus días, o los bodegones esquemáticos del casi nonagenario Renoir ( el pincel atado con vendas a su mano derecha, petrificada por la artritis), pintar flores y fruta a las puertas de la muerte tiene mucho de acción de gracias, o mejor, de silenciosa declaración de fe: fe en la vida tal cual la vemos y deseamos todos, creyentes o no, sin necesidad de sobreponerle mensajes cifrados. Junto a los higos Liotard pintó también dos peras y un trozo de pan, una servilleta bien doblada y el mango de un cubierto, todas estas cosas con una perspectiva extraña, forzada, quizá con la intención de ver más y mejor (todos los puntos de vista a la vez) y de ayudarnos a nosotros – amigos lejanos- a mantener viva su admiración.
NOTAS
Sobre la (presunta) relación entre el despojamiento de estos bodegones tardíos y los austeros valores calvinistas: Cl.Sttoulling, «Natures mortes», p.110, apud Jean-Étienne Liotard dans les collections des Musées d´art et d´histoire de Genève. Somogy Ed., Paris 2002. A saber si esa relación estaba en la cabeza del pintor (además de en la del crítico del s.XXI). Lo único que nosotros vemos es esto: media docena de higos y peras en sazón, que un hombre ya muy mayor acaba de ordenar amorosamente sobre la mesa.
Para el que tenga interés en el cultivo del higo allende los Alpes, adjunto el enlace a un forum muy chusco que acabo de encontrar, y que se abre con el comentario de un «fig fan from Germany» (sic), sorprendido al enterarse de que hay higos en Prusia: http://forums.gardenweb.com/forums/load/fig/msg1015515611539.html?13
En los terrenos del «château» de Confignon (la que fuera casa de Liotard) se siguen cultivando viñas y frutales. Una enorme higuera crece a pocos metros de la parada del tranvía.
Me ha gustado mucho esta entrada. Estos higos azules ¿cómo se llamará el color? ¿cerúleo? Nunca lo sé. Tengo una relación muy mala con los bodegones y naturalezas muertas, me producen inquietud y algo de parálisis, pero al mismo tiempo también me causan intriga. Felicidades, Barbie, lindo, lindo……
Ay, y a mí que cada vez me gustan más, que los robaría si pudiera, que me descubro a mí misma colocando y recolocando los cubiertos y la fruta sobre la mesa de la cocina, buscando la forma de que «luzcan» más, aunque sea un triste plátano pocho…
El azul oscuro del cuadro original es más apagado/mate que en la reproducción (más «pastel»). Pero no sé cómo lo definiría, no lo había pensado. Se parece al de las ciruelas; si fuera palabro cierto (me temo que no…) diría ¿ «a-ciruelado» ?.
Gracias a tí, Betty Boop
Que sabroso post; no solo por lo higos que tantísmo me gustan ( y no pienso extender ese aprecio por los otros…), y qué bien lo cuentas todo, dando por lo general una breve lección del tema que elijas.
No conocía a este hombre y me informo un poco en la Wiki.
Para empezar, creo que a los 80.se debió ‘retirar’ harto, cansado o harto de tanto rular por esos mundos palaciegos. una persona de 80 años en aquél siglo debía ser o estar hecha una calamidad física.
No obstante, el bodegón resulta muy apetitoso aunque, como dices, la perspectiva está falseada, (mira el ‘descuadre’ de la mesa.) Por lo que veo fe un gran retratistsa, y en tantos años años de ejercicio llegó a dominar el pastel y el grabado. El buen hombre pilló la época de apogeo del pastel, con lo que se hacían rápidos retratos, aunque aquellos primeros pigmentos de entonces debían muy frágiles y necesitaban de un papel rugoso nada fácil de elaborar.
Gracias por todo el post y por darnos a conocer el nombre de un artista que tal vez muchos desconocíamos. Yo desde luego.
Tengo guardados varios botes de mermelada de higo hecha este año, es decir: de la pasada temporada. Creo que en Galicia hay una familia que ‘borda’ una producción reducida y exquisita de esa mermelada.
.(Jodé. Anoche me ayudó mi copiloto a publicar un post nuevo y hacerme otros arreglillos y olvide preguntarle cómo comentar en tu blog con mi nick de siempre, de Grillo.)
Cri cri cri
…se retiró harto y cansado, y también con unos buenos ahorros (lo que dice bastante de él, pues sacó adelante a sus hijos y les dejó un «petiño», como se dice por Galicia). La obra de Liotard la conocías seguro, aunque no supieras su nombre; yo tampoco lo sabía hasta hace muy poco. Liotard es el autor de «La Bella Chocolatera», un pastel reproducido en mil sitios, y de «María Adelaida de Borbón leyendo» (está en los Uffizi: es preciosísimo, muy cachondo…una hija de Luis XV disfrazada de turca, repantingada en un sofá…).
Sé de esa mermelada que dices, hasta creo que tú mismo me la recomendaste en alguna otra ocasión. No la he localizado aún, pero estoy con la mosca detrás de la oreja. Qué nostalgia del sol me entra al hablar de estas cosas.
En fin, corro a leer tu blog.
Besos
Paso dos o tres veces por semana por la calle de Liotard,uno de mis hijos vive muy cerca,en la calle de Lion muy cerca de dicha calle Liotard,pues desconocia la vida de este ilustre señor .
Gracias por contarlo, se lo comentare a mi hijo si tal vez el lo sabia.
un saludo
He leído en el catálogo del Museo que además de la casa de Confignon Liotard tenía otra en el centro, puede que justo ahí, por donde tú dices. Quedan pocas del siglo XVIII (alguna, entre grandes bloques de los años 70), para que podamos hacernos una idea de cómo era esa zona de la ciudad. Pero sí podemos imaginar muy bien cómo era la gente que vivía en ella…gracias a los retratos que les hizo Liotard. Todas las grandes familias, mandamases en el gobierno municipal o cantonal, pero tammbién burgueses, literatos. Es como un album de fotos del XVIII, de su cara más amable y «comme il faut».