(Esperando la fibra óptica)

El ADSL falla desde hace un mes. No me deja entrar en el administrador del blog. Tenía pendiente, sin embargo, terminar de pasar a limpio esas notas sobre las últimas vacaciones. Un post sobre la «polilla guatemalteca» que está arrasando con los campos de patatas. Algo sobre los brezos…

De prisa y corriendo, para comprobar si esto sigue abierto, y aprovechando la parada en una oficina con buena conexión, improviso un resumen del mes.
Que fue de lluvia y de primeros fríos (sin exagerar, pero suficiente para tener que meter en casa el calamondín). Fuego en la chimenea (las horas de motosierra + barrido de cenizas son las mismas, poco más o menos, que antes se dedicaban al riego). Una gatina de tres meses, de nombre Senderuela, como las setas. Saltó sobre el calamondín y tiró al suelo la única naranja madura. Limpieza de la biblioteca para instalarle una cama a la gata: se han ido al trapero dos cajas de libros, por las que me han dado quince euros. Bien está. Relecturas: Marcel en la playa de Balbec con su abuela, paseando en coche de caballos por los alrededores; acianos en las cunetas, manzanos que ya han florecido (no llegaron de Paris a tiempo, hélas), iglesias románicas, jóvenes a caballo por la orilla del mar…. («¿cuál es la mayor desgracia que puede ud. concebir?», le preguntaron en cierta ocasión; y la respuesta: la posibilidad de no haber conocido a mi abuela).
El vino, sano. Quizá terminada la maloláctica, pero no mandaremos una muestra a analizar hasta abril. Unos amigos han traído cerveza casera, que también es hija de Dios, aromatizada este año con una especie de puré de fresas que pusieron a fermentar con la cebada. Buen año de aceitunas. La almazara ya está abierta. Los tractores suben por el camino de LRO, cargados de cajas y capachos.
Foto 2. Las Lepista nuda (vulgo las «pistonudas») crecen bajo las encinas. Son dulzonas y gelatinosas; las hemos comido con cebolla, nata, un chorro de oporto. Las senderuelas omnipresentes: se cosen como las guindillas, se cuelgan de un clavo y se dejan secar. Durante el invierno servirán para enriquecer cualquier guiso, de cualquier cosa. Los níscalos han batido su propio récord. Día sí, día también, tapa de níscalos con ajo y perejil. Son de aquí mismo, muy cerca…pero ningún buscador de setas en su sano juicio daría más datos, ni siquiera por internet (ni siquiera sin adsl).

¿En qué piensan los gatos?

Estos dos de la foto, que tan abiertamente me dan la espalda, son y no son míos. Lo son, porque desde hace tres años -pronto serán cuatro- los alimento y cuido. No lo son, sin embargo, porque jamás me han dejado ni dejarán acercarme.
Son míos. Cuando empezaron a rondar por este jardín, preparé una jaula trampa, los llevé a castrar, y les puse nombre en el momento de volver a soltarlos. Sandokán y Rubi. Pero no son míos, es decir, ellos no se consideran míos, y no pierden ocasión de hacérmelo saber, cada noche, cuando vienen a recibirme (a recibir la cena, más bien) con el lomo erizado y enseñándome los colmillos.
Creo que son hermanos, por los muchos arrumacos que se hacen y lo bien que se llevan. Pasan el día en el monte de aquí detrás, entre las viñas, o zascandileando por los chalés del pueblo. Al jardín no pueden bajar porque los perros no los quieren, y ellos, los perros, sí tienen clara conciencia de ser muy míos. Pero Sandokán y Rubi han encontrado ya su sitio en el mundo, o al menos su mirador/restaurante: está en el tejado de la caseta del jardín, donde guardamos botellas usadas, herramientas, pienso… El pasado invierno, en un ataque de amor (condenado a no ser jamás correspondido), les instalé esa especie de «chalé suizo para gatos» que se ve en la foto de abajo, construido con tablillas machihembradas, forradas después con un aislante térmico de polietileno, y con una plancha de tejas de resina sobre la tapa de madera. Sin saber mucho de gatos, yo diría que es un buen refugio; la pared trasera está cosida con un cable a la verja de hierro del jardín y el conjunto se levanta sobre unos pies de plástico que lo nivelan y aíslan del tejado. La idea -la mía, no la suya, como enseguida se vio- era que Sandokán y Rubi no se fueran después de cenar, que se quedaran a dormir ahí, en una colchoneta mullida y limpia que les puse dentro. Pero es que estos gatos no son exactamente domésticos (¿lo es, de verdad, algún felino?) y pasaron olímpicamente del refugio. Solo entran si yo me pongo pesada y les meto alguna comida especial (unas cabezas de gambas, por ejemplo), pero después se vuelven a la calle y se acomodan debajo de un coche, lugar que encuentran mil veces preferible (dónde va a parar) a su exclusivo chalé suizo.