
Estos dos de la foto, que tan abiertamente me dan la espalda, son y no son míos. Lo son, porque desde hace tres años -pronto serán cuatro- los alimento y cuido. No lo son, sin embargo, porque jamás me han dejado ni dejarán acercarme.
Son míos. Cuando empezaron a rondar por este jardín, preparé una jaula trampa, los llevé a castrar, y les puse nombre en el momento de volver a soltarlos. Sandokán y Rubi. Pero no son míos, es decir, ellos no se consideran míos, y no pierden ocasión de hacérmelo saber, cada noche, cuando vienen a recibirme (a recibir la cena, más bien) con el lomo erizado y enseñándome los colmillos.
Creo que son hermanos, por los muchos arrumacos que se hacen y lo bien que se llevan. Pasan el día en el monte de aquí detrás, entre las viñas, o zascandileando por los chalés del pueblo. Al jardín no pueden bajar porque los perros no los quieren, y ellos, los perros, sí tienen clara conciencia de ser muy míos. Pero Sandokán y Rubi han encontrado ya su sitio en el mundo, o al menos su mirador/restaurante: está en el tejado de la caseta del jardín, donde guardamos botellas usadas, herramientas, pienso… El pasado invierno, en un ataque de amor (condenado a no ser jamás correspondido), les instalé esa especie de «chalé suizo para gatos» que se ve en la foto de abajo, construido con tablillas machihembradas, forradas después con un aislante térmico de polietileno, y con una plancha de tejas de resina sobre la tapa de madera. Sin saber mucho de gatos, yo diría que es un buen refugio; la pared trasera está cosida con un cable a la verja de hierro del jardín y el conjunto se levanta sobre unos pies de plástico que lo nivelan y aíslan del tejado. La idea -la mía, no la suya, como enseguida se vio- era que Sandokán y Rubi no se fueran después de cenar, que se quedaran a dormir ahí, en una colchoneta mullida y limpia que les puse dentro. Pero es que estos gatos no son exactamente domésticos (¿lo es, de verdad, algún felino?) y pasaron olímpicamente del refugio. Solo entran si yo me pongo pesada y les meto alguna comida especial (unas cabezas de gambas, por ejemplo), pero después se vuelven a la calle y se acomodan debajo de un coche, lugar que encuentran mil veces preferible (dónde va a parar) a su exclusivo chalé suizo.


Jajaja. Me encanta Rubi, que simpático es. Ese buen talante me es muy familiar…
No me salió muy cariñoso, no.