Llantén de cristal

Octubre 2012

El Padre Lampros sale a herborizar con el protagonista y el hermano Othon, otrora guerreros, hoy pacientes estudiosos de la flora de la Marina.

“Cierta mañana nos acompañó hacia un declive del jardín que los jardineros del convento habían escardado, y nos hizo detener ante un lugar en que se veía un gran paño de color rojo extendido sobre el suelo. Nos dijo que creía haber salvado del escardillo una planta digna de alegrar nuestros ojos; pero cuando hubo alzado el trapo no vimos más que un joven brote de esa especie de llantén al que Linneo dio el nombre de mayor y que se encuentra en muchísimos senderos.
Cuando, para observarla con más detención, nos inclinamos sobre ella, vimos que había brotado con una regularidad poco común y un vigor nada corriente. Su círculo formaba una verde circunferencia subdividida por hojas ovaladas, que daban una forma dentada a la misma, y cuyo centro de crecimiento se destacaba limpiamente en medio de ellas. La encarnadura de la figura producía una profunda impresión de frescor y delicadeza, y su espiritual simetría le daba el aspecto de algo indestructible. Al verla nos estremecimos y sentimos cuán profundamente unidos anidan en nosotros la delicia de vivir y la delicia de morir. Al incorporarnos, nuestras miradas tropezaron con el rostro del padre Lampros. El padre nos acababa de hacer la confidencia de un misterio.·

Cincuenta páginas después. La fértil Marina está siendo arrasada por las huestes del Gran Guardabosques. El orden clásico se desploma. Arden las viñas y los campos de trigo.  La biblioteca, los herbarios, todo. El protagonista ha arrancado de una pica la cabeza del Príncipe y la ha escondido piadosamente en un ánfora.

“…En la ladera vimos que el convento de Maria Lunaris también estaba envuelto en llamas (…) La gran vidriera que había junto al altar de la imagen sacra ya se había derrumbado, y en el vacío marco de la misma vimos al Padre Lampros. A su espalda ardía como un horno abierto, y nosotros corrimos hasta el foso del monasterio para llamarlo desde allí. Estaba de pie, revestido de sus ornamentos sacerdotales (…) Parecía escuchar y, sin embargo, no oyó nuestras llamadas. Entonces yo saqué del ánfora la cabeza del príncipe y la levanté con mi mano derecha.  Al ver la cabeza nos estremecimos, pues la humedad del vino había atraído los pétalos de las rosas, de manera que toda ella tenía un tinte de oscuro color púrpura.

Pero al levantar yo la cabeza otra imagen nos vino a conmover profundamente. Vimos cómo el rosetón, cuya redondez se mantenía intacta, se teñía de una luz verde, y el dibujo de la vidriera se nos antojó extrañamente familiar. Nos pareció que habíamos visto su modelo en el llantén que el Padre Lampros nos había mostrado en el jardín del monasterio, y aquel espectáculo nos reveló la oculta razón de su existencia.
Al mostrarle yo la cabeza del príncipe, el padre volvió a nosotros su mirada, y lentamente, medio saludándonos, medio mostrándonos algo, levantó la mano como en la Consacratio, y las llamas hicieron fulgir la gran cornalina de su diestra. Y como si con aquel gesto hubiera hecho un poderoso signo, vimos que el rosetón estallaba en una lluvia de oro….”

Ernst Jünger, En los acantilados de mármol, Destinolibro 251, 1990. p.86. y pp.177-8, Traducción de Tristán La Rosa.

NOTA: Cornalina: piedra preciosa, que el Padre Lampros llevaría engastada en un anillo

Hablo de las piedras desnudas

2012

“Hablo de piedras que siempre se han acostado al raso o que han dormido en su yacimiento y en la noche de las vetas. No interesan a la arqueología, ni al artista, ni al diamantista. Nadie hizo con ellas palacios, estatuas, joyas; ni siquiera diques, fortificaciones o tumbas. No son útiles ni famosas. Sus facetas no brillan en ninguna sortija, en ninguna diadema. No promulgan, grabadas en caracteres indelebles, las listas de victorias, las leyes del imperio. Ni hitos, ni estelas. Expuestas a la intemperie, aunque sin honores ni reverencias, sólo dan testimonio de sí mismas (….)
Hablo de piedras con más edad que la vida, y que permanecen en los planetas fríos incluso después de que ésta tuviera la fortuna de eclosionar en ellos. Hablo de piedras que ni siquiera tienen que esperar la muerte y que no tienen más que hacer que permitir que se deslice sobre su superficie la arena, el aguacero o la resaca, la tempestad, el tiempo.
El hombre les envidia la duración, la dureza, la intransigencia y el brillo, que sean lisas e impenetrables, y enteras aún quebradas (…)

Como quien, al hablar de flores, dejara de lado tanto la botánica como el arte de los jardines y de los ramos –tendría aún mucho que decir-, así, por mi parte, olvidando la mineralogía, descartando la artes que hacen uso de las piedras, hablo de las piedras desnudas, fascinación y gloria, donde se oculta y al mismo tiempo se entrega un misterio más lento, más vasto y más serio que el destino de una especie pasajera”.

(Extracto de la “Dedicatoria” escrita por Roger Caillois, en 1966, para la primera edición de su obra  Pierres. Traducida del francés por  Daniel Gutiérrez Martinez en Piedras, Roger Caillois, con prólogo de E. M. Cioran, Ediciones Siruela 2011)

 

Peras Buenas Cristianas

Última semana de marzo

(Conversación entre el Barón de Charlus y el joven e inexperto Charles Morel en un restaurante)
“–Pregunta al maître si hay Bon Chrétien.
–¿Bon Chrétien?, no entiendo.
–Ya ves que estamos en la fruta, es una pera. Seguro que Madame de Cambremer la tiene en casa, pues la condesa de Escarbagnas, que es ella, la tenía. Monsieur Thibaudier se la manda y ella dice: “Una Bon Chrétien bien hermosa”.
–No, no lo sabía.
–Bueno, ya veo que no sabes nada. Si ni siquiera has leído a Molière… Bueno, puesto que no debes de saber pedir, como no sabes lo demás, pide simplemente una pera que se coge precisamente cerca de aquí, la Louise-Bonne-d’Avranches.
–¿La…?
–Espera, como eres tan torpe, pediré yo mismo otras que me gustan más: maître, ¿tiene usted la Doyennée des Comices?. Charlie, deberías leer la preciosa página que ha escrito sobre esta pera la duquesa Emilia de Clermont-Tonnerre.
–No, señor, no tengo.
¿Tiene la Triomphe de Jodoigne?.
–No, señor.
–¿La Virginia-Baltet?, ¿la Passe-Colmar?. ¿No?. Bueno, pues como no tiene nada, nos vamos. La Duchesse-d’Angoulème no está todavía madura; anda, Charlie, vámonos.” 

M. Proust, En busca del tiempo perdido, Ed.Alianza, 1998, Vol. 4, p. 500. Traducción de Consuelo Berges.

Con permiso del Barón de Charlus, en LRO tenemos Peritas de Agua. El viejo peral que las produce está empezando a florecer ahora. Tiene una enorme herida en el tronco, que le hizo el anterior propietario sin querer al pasar con el arado entre las viñas. Se han plantado además otros tres peralillos, un Conferencia y dos Williams. Cuando los rabilargos, esos bandidos con alas (malos cristianos), empiezan a dejarse ver por el viejo peral, ésa es la señal inequívoca de que ya están maduras las peras.