2007-2012
En la primavera de 2007, sólo unos pocos meses después de llegar a LRO, y apenas terminadas las obras de drenaje, compramos en Viveros Monjarama varios manojos de frambueseros y los dejamos plantados en la terraza más grande de la finca. Cuatro variedades: Blissy, Tulaneen, Glenn Lyon, y Heritage. Clavamos estacas, tendimos alambres, y colocamos líneas de goteros a lo largo de las calles. Ese invierno había llovido tanto -pero tanto tanto- que nos parecía un cultivo idóneo para una terraza así, que además está orientada al norte -lo que protegería a las frambuesas en plena canícula. Tuvimos cuidado de enterrar las raíces entre arena y mantillo, temiendo que el problema viniera más por un posible encharcamiento que por defecto de agua… Esparcimos humus de lombriz año tras año. Las acolchamos con paja de avena (sembrada como abono verde donde ahora están las huertas). Cuando la cosa empezó a torcerse hicimos un tratamiento antibotritis con Amicos-B. No digo que nos hayamos desvivido: es cierto que en el 2008, cuando más vigilantes tendríamos que haber estado, nos confiamos excesivamente en el riego por goteo (algunos goteros estaban obturados: cuando nos dimos cuenta ya era tarde). Y tampoco hemos tenido las calles tan limpias como deberíamos… Sea como sea, cinco años después de la plantación el fracaso es tan absoluto que hay que dejarse de tonterías (a ver si este año viene mejor, a ver si remontan…) y tirar la toalla de una buena vez. Los dos primeros años recogimos bastantes frambuesas. El tercero incluso pudimos vender bien algunas docenas de tarrinas, producto de superlujo -tratándose de frambuesa ecológica certificada. Pero es que los episodios de sequía, o de heladas a destiempo, se han hecho tan frecuentes y, sobre todo, tan imprevisibles, que no es sensato apostar por un cultivo así donde no se le puede garantizar agua + relativo frescor de forma natural y constante. Los contrastes en esta tierra son radicales. No hay estaciones intermedias. No hay transiciones. Y hay que mirar por cada gota de agua como si fuera la última: ¿a quién se la echo, a estas frambuesas desganadas -míralas, como me piden que les acerque la manguera un rato – o a estas moras feúcas que, mejor o peor, nunca me fallan?. No he sido capaz de no regar las frambuesas este verano. Una locura completa, pues no han producido nada y no ha habido agua casi ni para las huertas (minúsculas lechugas que se suben a flor en cuanto me doy la vuelta, minúsculas berenjenas, cherris como abalorios, arañuela en los tomates…). Por mucho que cueste, hay que renunciar, y aquí dejo por escrito mi firme propósito de hacerlo. ( A ver si es verdad y las arranco pronto, antes de que las yemas de las Blissy -qué ricas son- vuelvan a hincharse y empiecen a mirarme, un año más, con ese aire contrito que tienen en abril…).






Fotos de arriba: Antes de podar. Después de podar. En junio de 2008, creciendo.
Fotos de abajo: Tratamiento 2010. Limpieza a principios de marzo. Última limpieza, este mes de junio, después del invierno más seco que se recuerda.
NOTAS
Las plantaciones de frambuesa, según los libros, no suelen pasar de siete u ocho años. Aquí no han pasado del cuarto; el quinto y el sexto sólo han sido una pérdida de tiempo y recursos.
Quien tenga dudas sobre la poda de las frambuesas que me escriba corriendo: si algo he aprendido a lo largo de estos años es a adaptar la teoría (pensada para otras latitudes, me temo; las variedades de frambuesa cultivada, como las de fresones, proceden de las zonas más templadas y fértiles de América del Norte) al contexto de esta tierra -arcillosa- y este clima -durísimo,
Amicos-B es un fungicida de la marca Seipasa, a base de extracto de alga y otras muchas cosas, tratamiento completamente inútil -como todos- si las condiciones de cultivo no son buenas.