Decididamente, las perdices no son nada listas. Esta de la foto, madre devota donde las haya, se ha puesto a incubar justo debajo de una rama de moras ‘Royal Crown’, por donde paso todos los días -¡con los perros!- para abrir las llaves de riego de la alberca. ¿No tienen olfato?. ¿No tienen cabeza?. Todavía no sé qué rayo de luz o de buena fortuna la salvó de la hoz. Siempre andamos igual. Encontramos el nido ayer por la mañana mientras desbrozábamos y limpiábamos esa terraza, la de las moras, y también la de esa charca que se forma con el agua que rezuma del viejo mortero de la alberca. Mohamed, que viene a ayudarme de vez en cuando, me insiste en que hay que impermeabilizar por dentro la alberca, idea recurrente todos los meses de agosto, cuando cuesta Dios y ayuda regar las huertas. Pero si lo hiciéramos nos quedaríamos sin charca. Así que no tiene sentido darle vueltas.
Mohamed menea la cabeza cada vez que surge el tema. En casa le llamábamos «Cacho Pan», porque al principio, hace ya unos años, cuando aún no existía la amistad que existe ahora, siempre se mostraba púdico y algo cuentista a la hora de cobrar. Mientras doblaba sin prisa los billetes que yo le tendía, Mohamed repetía rutinariamente la cantinela de siempre: que podíamos pagarle con lo que tuviéramos, cualquier cosa, que a él con un «cacho pan» le bastaba… Ahora nos reímos bastante juntos. No tiene ningún problema en tomarse «un botellín» conmigo a media mañana, y en hablarme largo y tendido de sus hijos, sus amores, en particular del de tres años, que coge de la mata los tomates cherri , los chupa un poco y después los tira, «como un pajarito», me dice su padre, imitando los gestos del niño.
Le hice a la perdiz un doble semicírculo de zarzas y hierba fresca -idea peregrina, decían sin decirlo los ojos de Mohamed- para que no se sienta tan a la intemperie ahora que hemos desbrozado el herbazal que la rodeaba. Aunque sé que cuando están incubando ni sufren ni padecen, y no hay nada bajo las estrellas que las haga moverse del nido -ni el zumbido de la desbrozadora, desde luego-, al atardecer subí a asegurarme de que la perdiz seguía allí. Y hoy por la mañana bien temprano, otra vez.
Las patatas están sanísimas y en flor. De los injertos, sólo un tercio parece haberse afianzado; los otros se secaron al poco de brotar, ahogados, suponemos, por el empuje de los brotes que empezaron a salir por debajo del corte. He levantado una de las dos camas de fresas y en su lugar he plantado puerros. Ya estamos comiendo rabanitos y lechugas. En un montón de paja y tierra, donde están sembrados los calabacines, una serpiente de 125 cms (los medí) nos ha dejado quedar su preciosa muda de encaje.
dejo el comentario yo misma, para anotar que los perdigones nacieron una semana después. El nido quedó vacío, con siete huevos perfectamente partidos por la mitad. Así que ya he sido abuela.