Uvas de gato (2º parte)

Septiembre  2011

Los Sedum spectabile y telephium, con su cohorte de híbridos, son plantas erguidas, de hojas anchas como espátulas, y de floración muy decorativa hacia la segunda mitad del verano. Son como las parientes “crecidas” de los sedum rastreros. Sus condiciones de vida son, sin embargo, muy similares, con la única salvedad de que necesitan más suelo (más profundidad de suelo, pero no más rico; la planta se abriría, afeándose). He leído que proceden de China. No están mal combinadas con sus parientes rastreras, pero mucho, mucho mejor,  proyectadas contra un grupito de gramíneas (stipas, calamagrostis…) y en proximidad de unos Ophiopogon nigriscens: los tonos apagados de las flores ya pasadas del Sedum casan bien con el color chocolate de los ophiopogon.  Así las ví hace tiempo en el festival de Chaumont; desde entonces las he vuelto a ver –el mismo patrón, con pequeñas variantes– en muchas revistas y en otros jardines del norte.  Las gramíneas –en particular la stipa– tienen tan poca necesidad de agua como el sedum y el ophiopogon. Y una cosa más. Las flores de estos sedum están entre las más visitadas por los insectos en septiembre y octubre. ¿Quizá porque en el secarral de La Rama de Oro nadie más –salvo achicorias y erigeron– tiene valor para florecer en este momento del año?.

Uvas de gato (1ª parte)

Septiembre 2011

Son los sedum rastreros. Esas plantas carnosas, de hojas pequeñas y gruesas, que tapizan las rocas en aquellos puntos en los que éstas parecen doblarse, formar un ángulo o una ligera hondonada donde pueda acumularse algo del polvo traído por el viento, restos de líquenes pioneros… y poco más. Se han puesto de moda con los llamados “tejados vegetalizados”, pero por aquí es una planta del montón (S. acre, S. album…). No hay fisura en la que no encuentre acomodo, e incluso ha empezado a extenderse a su aire entre las tejas de nuestra casilla.

Como todas las plantas crasas, también los sedum son vegetales frugales y resistentes. Tienen flores en forma de estrella, minúsculas, agrupadas en cabezuelas de diferentes colores: blanco, blanco-rosado, amarillo. Entre las variedades hortícolas, el Sedum spurium púrpura y el tricolor. Ambos están ya plantados en uno de esos rincones perezosamente ajardinados de La Rama de Oro. No los riego jamás.

Una combinación para maceta: sedum al pie de un Aeonium “cabeza negra”, cubriendo a continuación el sustrato con gravilla fina de río, y la maceta pintada de azul turquesa. Otras dos combinaciones: sedum con Lampranthus, de flores anaranjadas, en una jardinera en el alféizar, o con Delospermum cooperi en la parte frontal de un macizo (proporción de referencia para 1m2: grupo de tres Delospermum y alfombra de siete sedum). Todas esas combinaciones las he probado en mi casa en Madrid. Las regaba una vez a la semana en verano, y nada el resto del año. Lo único que me fastidiaba un poco es que las flores de Lampranthus y Delosperma no duraban más de veinte días. ¿Hubieran durado más con riegos más frecuentes? En todo caso, el follaje nunca decayó, y ninguna de esas plantas ha muerto todavía.

En cuanto al acolchado mineral, yo creo que es imprescindible, no sólo por razones estéticas y por evitar malas hierbas, reducir evaporación, etc., (como todos los acolchados), sino que (¡sobre todo!) protege el cuello de sedum y demás plantas crasas de posibles pudriciones (hay muchas más posibilidades de cargarse un cactus por exceso de riego que por lo contrario).

Amarillos y valientes

Febrero 2011

El año empieza en amarillo. Las flores aparecen –cuando febrero ya se termina– en las copas  de las mimosas, las alfombras de narcisos, las ramas rígidas y todavía sin hojas de los Jasminun nudiflorum.  En los jardines del norte, el amarillo de los Hamamelis. En el campo, el amarillo pálido de los amentos de  sauces y avellanos, de las flores en racimo de los cornejos comunes, el amarillo-azufre de los jaramagos entre las viñas. Y es siempre un amarillo valiente, que aguanta el frío nocturno, rozando en ocasiones los cero grados, y también el contraste cada vez más acusado con las máximas diurnas. Que incluso resistirán un retroceso a primeros de marzo. Alguna helada furtiva. Buenos chaparrones. Sólo algunos blancos puntean este dominio del amarillo precoz. Los almendros, durillos, galantus… Una nueva oleada primaveral de amarillos vendrá enseguida, en menos de un mes, cuando rompan a florecer forsitias y mahonias. En el entretanto ya se habrán hecho notar otros colores: jacintos azules, rosas y blancos en los alféizares de las ventanas; los primerísimos iris de jardín (los más pequeños: iris de Argel, unguicularis, etc); camelias y azaleas en los jardines húmedos del norte.

Este amarillo, sin embargo,  no trae todavía la primavera. La de verdad. La que llega –para quedarse– cuando los mirlos andan tonteando por los setos, y las yemas de todos los árboles se hinchan de día en día, casi de hora en hora, y se empieza a detectar un cierto olor a cebollino por el prado, que ya verdea con fuerza. El olor de los Ornithogalum. Minúsculos muscaris, que por Castilla llaman nazarenos, asomarán con ellos entre la hierba de los prados fértiles. Todavía falta un poco. Ornithogalum y muscaris florecen deprisa y corriendo en las praderas del Parque del Retiro. No les queda otra. Solícitos jardineros vendrán enseguida a segar y volver a segar la hierba en cuanto pase de un palmo de altura. Con eso favorecen la instalación de las gramíneas (genéticamente adaptadas al ramoneo de los herbívoros, ancestros de la segadora),  que después regarán todo el verano, inmersos en esa inercia absurda del regar-segar, regar-segar, que constituye el grueso del trabajo estival en los jardines convencionales. Ahora, a las puertas de marzo, es el momento de elegir entre pradera autóctona, por definición estacional, llena de flores multicolores, con su cortejo de insectos y pájaros, o monótono césped a la inglesa ( pero sin la lluvia de Inglaterra). E incluso en zonas donde hay carteles que prohíben pisar la hierba, incluso en esas zonas donde nadie puede tumbarse o andar descalzo, se ha optado por lo segundo. ¡Amarillos y valientes, los dientes de león vendrán en pleno verano a retar  al jardinero!.