
Vendido en Sotheby´s hace unos días por 26,7 millones de euros.
Para conservarlo una vez empezado: en la nevera y sin quitarle las pepitas, envuelto en una lámina de plástico. Pero aún es pronto. Yo creo que los buenos melones, los buenísimos, no empiezan a llegar hasta septiembre, puede que finales de agosto, que es cuando aparece por el pueblo la camioneta del Melonero de la Mancha («más dulces que la miel; ¡más dulces que un caramelo!»). Tan infalible como las golondrinas: tres melones piel de sapo por cinco euros, ¡dulces como la miel, señoral! Un vecino melancólico sugiere que «podrían ser robados». (¿En qué se basa? ¿En que es lo que solía hacer él de pequeño, ir por las huertas robando melones…? Quiá. A mí me parece más probable que el Melonero de la Mancha -palillo entre los dientes, gafas Ray-Ban de los chinos- compre la fruta «por ahí», pagándoles cuatro perras a los paisanos.)
Hace ya varios años que no siembro melones. Miguel Manduca no suele ponerlos, él tampoco. Pero ya le tengo echado el ojo (discretamente) a los de A., un buen hombre, jornalero jubilado (¿quién no lo es, a estas alturas?), que cultiva de todo en una huerta modélica, envidia incluso de Manduca, junto al Arroyo de la Presa. Le hemos ayudado con los gatos. Tiene muchos, que le llegan de «por ahí», como le llegan los melones al Melonero, y él los alimenta amorosamente, sin fallar un solo día. La ayuda consistió en coger a las hembras (cinco), y en llevarlas a esterilizar y desparasitar. Cuando hayamos ahorrado un poco nos pondremos también con los machos, para que dejen de pelearse y montar broncas. Por eso A. nos da de todo. Habas tiernas (y verídicas, no judías, que aún es pronto). Pepinos, que cultiva en invernadero desde marzo. Tomates, pimientos, en cuanto terminen de madurar. Y con seguridad, a finales de agosto, me ofrecerá un melón.
Así que yo tranquila.
