Breve historia del jardín. Continuación del post: https://laramadeoro.com/2013/05/28/matematicas-verdes-2/
“Resulta elegante en las mujeres –softer sex– lucir carnes un poco rollizas…» afirmaba W. Hogarth en su Analysis of Beauty (1753), Por “rolliza”, plump, no había que entender «regordeta» sino “llena de curvas». Y como ejemplos de línea serpentina – encarnación, por entonces, del ideal de belleza- el autor proporcionaba este diagrama con diferentes modelos de patas de silla estilo “chippendale”, y un detallado catálogo de corsés…
Los senderos sinuosos, los lagos de silueta irregular, las explanadas de césped, las colinas y los bosquetes (esparcidos por el perímetro de la finca, nunca muy densos) resumen en los libros de jardinería el prototipo de jardín inglés, jardín “paisajístico”, o “landscaping garden”, que nació y se institucionalizó en la isla a mediados del siglo XVIII.
Pero si en aquel post dedicado a Le Notre y al XVII llegábamos a la conclusión (más o menos…) de que ni sus jardines «a la francesa» eran tan rígidos ni su voluntad de poner orden tan incomprensible para nosotros , ¿qué pasa con los jardines ingleses del XVIII, son de verdad tan naturales y “casual”? . ¿Son de verdad todo-curvas?. Y esas curvas ¿qué significan, si es que deben significar algo?. ¿Le viene lo “casual” al jardín , precisamente, del hecho de preferir las curvas?, ¿o sólo las preferían porque el propietario detestaba a los franceses, esos reaccionarios, tan amigos de la “recta”… si es que de verdad los detestaba, y de verdad ellos eran tan amigos de la recta, y de verdad la recta era odiosa, etc, etc?. ¿Y qué pintan los «whigs,» (los liberales) con sus peluconas y sus casacas, en una historia de la jardinería?.
Lo que sigue es una selección de algunas de las muchas (y liosas) ideas recibidas sobre el jardín inglés:.
1. El éxito de la curva en los jardines de Gran Bretaña se debió a :
1.1….que ésta se corresponde con el paisaje circundante, de por sí ondulado. Sin embargo, los libros y las reproducciones también nos dicen:
– Que cuando la tal curva no aparecía por ningún sitio en ese paisaje circundante, se la hacía aparecer por las bravas, tanto sobre el terreno –procediendo a movimientos de tierra a gran escala- como en la silueta de un río: “the gentle steam WAS TAUGHT to serpentise…” (H. Walpole). Como a las mujeres, también al paisaje se le ponía corsé.
– Los gentlemen que hacían el Grand Tour volvían a casa fascinados con el paisaje de la Toscana, el Valle del Po y la campiña que por aquellos tiempos rodeaba Roma. Son paisajes suaves, de colinas y recuestos, cruzados por rebaños, salpicados de ruinas…(Foto: paisaje toscano, en http://www.suebishop.com). ¿No será este paisaje, más que el «circundante», el que trataban de reproducir?
1.2. …al deseo de darle en las narices a los franceses. Es decir, de hacer algo que fuera radicalmente opuesto a lo que se entendía como “típicamente francés”: el racionalismo y la geometría, en lo estético; y el absolutismo monárquico de derecho divino , en lo político.
Rápido repaso histórico. En 1688 desembarca en Londres Guillermo III, respaldado por los “whigs”, firmes partidarios del gobierno civil. El último rey Estuardo se marcha e Inglaterra pone en pie una especie de “monarquía parlamentaria”, que es lo más avanzado que existe por entonces en materia de libertades políticas.
Lo siguiente es ver si esas diferencias políticas se reflejaban en las prefencias estéticas de unos y otros ( la curva es liberal, la recta autoritaria…). Cronológicamente estamos en pleno Barroco. Bueno, pero es sabido que el barroco francés no puede compararse a otros: su raíz es clasicista, y los arquitectos del Grand Siècle nunca renunciaron a ella. Rápidamente vendrá quien apunte: ¡claro!, ¡ahí está otra vez la recta!. ¡También en los edificios!. Compárese una iglesia parisina del XVII con cualquier iglesia contemporánea del sur de Alemania , de Austria, de Roma o de Turín… Si en éstas últmas reina la opulencia y fantasía que habitualmente identificamos con el “barroco”, en París los arquitectos, aun permitiéndose alguna libertad, siguen firmes, más cerca de la Italia del Quinquecento que de la del Sescento. Y este rasgo del arte barroco-clasicista del XVII francés sólo podrá compararse … al de Inglaterra. Donde va a suceder casi casi lo mismo. Christopher Wren, muy apreciado por la Reina Ana, por su sucesor Jorge I, y por los «whigs» que le apoyaban (y aprobaban o no las cuentas), construye la Catedral de San Pablo (foto de abajo) con ideas similares a las de Mansart en Les Invalides, (aquí a la derecha) y las columnas de su fachada son las de la gran columnata del Louvre, y etc, etc.
Es decir, que la recta, a lo que parece, sólo se consideraba políticamente reaccionaria cuando se aplicaba al jardín.
No en los edificios.
En los edificios, el paraíso de la curva no está en Gran Bretaña, sino en cualquier Principado u obispado del Tirol, Bohemia, etc. Y sí: es una curva Ancien Régime.
Si Wren y sus seguidores se sintieron más próximos del clasicismo de los franceses, por hondas que fueran las diferencias políticas (¡que tampoco hay que exagerar!) y dejando a un lado ciertas cuestiones presupuestarias (2), ello parece deberse al éxito en Inglaterra de Palladio, el arquitecto veneciano, autor de la mil veces copiada y reinterpretada Villa Capra, y cuyo tratado, Los Cuatro Libros de Arquitectura, se había traducido por entonces al inglés. Antes de Wren &Co. hubo un paladiano irreductible: Iñigo Jones. Y después de Wren, que, por otra parte, nunca renegó de su antecesor, los paladianistas más estrictos volvieron a las fuentes , es decir, a la arquitectura de la Roma clásica que el del véneto ensalzaba, y a los diseños originales de éste, diseños que –por otra parte- ellos mismos iban a ver en persona cuando cruzaban los Alpes rumbo a Italia. Las relativas “libertades” barrocas de Wren, no digamos de Vanbrugh (el de Blenheim Palace) les empiezan a parecer too much. Y así es como estos defensores del jardín serpentino, se convirtieron , hacia 1730-50, en los precursores del neoclasicismo…. lo que, leído deprisa y corriendo, podría parecer un contrasentido.
Para terminar, es bueno recordar aquí que había otro lugar, además de los grabados, de los tratados, y de la propia Italia, donde un arquitecto inglés, o su aristócrata protector, podía encontrar a Palladio y sus modelos clásicos en estado pristino, combinado con un paisaje ondulado, sereno, reflexivo… como el que ellos trataban de imitar. Ese otro lugar era la obra de Nicolas Poussin y, sobre todo, de Claudio de Lorena: el mismo cuyos cuadros coleccionaba el «rígido» Monsieur Le Notre. (Fotos: «Paisaje con Jacob y las hijas de Laban» + grabado de los jardines de Stourhead). ¿Por qué coleccionaban a Poussin y a Claudio el Lorenés estos ingleses amigos de la curva?. ¿Cómo es que no invertían un poco más en (por ejemplo) Rubens…?.
Posible conclusión: el contumaz palladianismo de los ingleses les llevó a adorar en los edificios lo que detestaban en el jardín; esto es, la geometría, las líneas puras, las puras rectas. En las zonas contíguas a la vivienda nunca se renunció a cierta «formalidad»; se cambiaron los diseños de los parterres, muy simplificados, y el cesped segado a ras sustituyó a las combinaciones florales, pero la preocupación compositiva fue tan intensa e intervencionista (o sea, artificial) como en cualquier otro jardín sin pretensiones de «parecer natural». Además, el desorden del paisaje era sólo aparente. Un orden idílico, “virgiliano”, reinaba bien adentro. Y todo eso les acercaba a sus vecinos franceses, absolutistas y católicos. Y no pasaba nada.
1.3. El éxito de la curva no se debió ni a su correspondencia con el paisaje inglés (1.1) ni al deseo consciente de contrariar el gusto francés (1.2), sino a su belleza innata, superior a la de la recta. Esta es la conocida tería de Hogarth, con cuya cita se abre el post..
(Continuará)
NOTAS
(1) Sobre las barrabasadas hechas para hacer más «natural -looking» el paisaje, léase la dolorosa descripción de un contemporáneo, O.Goldsmith (recogida en The Story of Gardening, P.Hobhouse, p.218). En ella se nos cuenta cómo el Conde de Harcourt expulsa a los paisanos de Nuneham, para poder construir su nueva villa y ajardinarla según la moda del «landscaping garden»…
(2) «No hay nada en Guillermo de Orange de ese republicanismo burgués que, por simplificación o simplismo, se quiere asociar a la revolución liberal . Más aún, es curioso que lo que se atribuye a las intenciones de Luis XIV sobre Versalles -(…) sea perfectamente válido para Guillermo y su siempre preferida Hampton Court… El plan que le propone Wren es una fachada barroca, al estilo romano del Bernini…pero los gastos son enormes…y es por razones económicas, una vez más, y no por preferencias estéticas, por lo que vuelve a imponerse el clasicismo… No obstante, Hampton Court es un eco de Versalles, reducido a las proporciones de una residencia casi campestre…» (V.L. Tapié, Baroque et classicisme, pp.384-5)