A sorbitos hay que beberse el albillo de Perico. Como con la garnacha, mis vecinos dejan que la uva madure y se deshidrate, que sea puro azúcar. Lo que sale de la cuba es rico pero peligroso. De color entre ambarino y oro viejo, parecido al de la cebolla que empieza a freirse en la sartén.
En el siglo XVII se despachaban en dirección a Madrid carros y más carros cargados de uva albillo de este pueblo. Después -mucho después- se arrancaron las cepas. Se preferían variedades blancas más productivas, como las viuras, las moscateles… Hoy se vuelve a mirar atrás. Pero nada es tan fácil. ¿Cómo empezar de cero con el albillo, y a estas alturas…?
LRO linda por la parte alta con una medialuna en pendiente que en tiempos «tuvo el mejor albillo del pueblo». Es una parcela de menos de media hectárea. La parcela de la Dionisia. Una mujer con ese nombre forzosamente había de hacer buen vino… pero quiá, todo lo bueno se acaba. Las cepas fueron arrancadas hace unos veinte años, «para cobrar la subvención», y por esa parcela hace mucho que no se acerca nadie. Sólo los jabalíes la patean a fondo. El cauce del arroyo (linde con LRO) se va tupiendo poco a poco, y ya estaría cegado si no fuera porque todos vamos por allí en verano, a cortar cañas para la huerta.
La Dionisia está muy mayor, ingresada en una residencia.
Miguel, el pastor, nos ha conseguido ya el teléfono de su hija.