No todos los árboles sangran igual. Las maderas de una conífera y de una frondosa son distintas, como distinto es el sistema de tuberías que en cada una de ellas llevan y traen la savia. A primera vista se parecen, sobre todo cuando el árbol es joven, pero no, las maderas no son iguales. Tampoco las heridas lo son.
Paso el dedo por todas las heridas del pino recién podado: unas lágrimas espesas empiezan a salir ya, perlando la periferia del corte. Si fuera primavera, y si el suelo estuviera saturado de agua, no saldrían cuatro lágrimas sino un llanto desconsolado.
La herida de esta conífera no se cerrará con ese callo perfecto y limpio (esa rosquilla de savia y cosas buenas) que cierra enseguida las heridas de las especies frondosas… pero eso no significa que la madera vaya a pudrirse. No hay cuidado. El árbol produce resinas, aceites, ceras, gomas variadas y tóxicas (para los insectos y hongos xilófagos) que untarán, pringarán y taponarán cualquier ventanuco que quede abierto. Será como pasar una bayeta con detergente por todas las habitaciones. Por eso la madera de conífera resiste mejor las pudriciones, aunque la herida tarde en cerrarse. Por eso -dicen los libros- eran de cedro los barcos fenicios, o de sabina los galeones que Felipe II mandó tontamente a la Pérfida Albión…y que ahí siguen, en el fondo del océano, cuatro siglos después de naufragadas.
Hace tiempo me enseñaron (1) en qué consistía la poda rutinaria de las coníferas: rectificar la guía cuando se echa a perder por accidente; aclarar las ramas cuando la copa se cierra mucho, y, por último, el refaldado. Refaldar un abeto o un cedro es una indignidad. Un enorme abeto refaldado es como un anciano al que obligaran a andar en pantalón corto. Yo sólo lo haría en caso de fuerza mayor, ¡y protestando mucho!. Es decir, sólo si me dicen que la alternativa es apear el árbol. Refaldar un pino piñonero o un pino carrasco, en cambio, sí puede estar justificado. En la naturaleza – en un pinar-, las ramas bajas del pino se van secando solas a medida que unos y otros árboles medran, luchando por la luz, que cada vez llega con más dificultad a la parte baja. Pero cuando el árbol está aislado (y en una zona tan seca, donde no hay agua ni nutrientes para todo: para crecer en altura y en volumen a la vez), las ramas bajas engordan desde muy pronto y el árbol se queda rechoncho. En LRO hemos plantado algunos pinos piñoneros. Las ramas crecen piso a piso, sobre todo estas primeras; después, cuando el árbol madure, se perderá esa simetría radial que todavía tienen, y habrá menos diferencia entre las ramas cerradas de la parte alta y las más abiertas/horizontales de abajo, que por ahora tienen que seguir sometidas al tirón de la yema terminal (la que manda aquí). Estos pinitos de la foto se plantaron hace cuatro años. No se han regado prácticamente nunca, y por eso crecen tan lentamente. El pasado mes de octubre me pareció que ya era tiempo de retirar el primer piso. El “rez-de-chausée”. Los pinos crecerán más, todo lo derechos que les permita el viento, y las heridas -que son pequeñas, de no más de cuatro o cinco centímetros de diámetro- se irán cerrando muy poco a poco, cubiertas de resina endurecida.
NOTAS.
(1) F.Gil-Albert, La poda de los árboles ornamentales, Ed.Mundi-Presa, bueno como introducción. Con información mucho más actualizada: Medioambiente y espacios verdes, V.V.A.A.. Ed.Uned 2013. Para consultas de casos prácticos: www.arbolsano.com.