En una playa de la Costa da Morte, repantingada al sol en lo alto de las rocas, leí entre los 9 y los ¿15? años los libros más importantes, los que nunca se olvidan, y no porque sean especialmente buenos – que no lo son- sino porque se leen con una furia loca que sólo se puede tener a esa edad. Ese batiburrillo de lecturas, en el que conviven sin estorbarse Mortadelo y Simone de Beauvoir (por ejemplo), termina educándote el oído, enseñándote a poner más o menos bien los puntos y las comas, y abriéndote la puerta (aunque de esto no te das cuenta hasta más tarde) al único refugio seguro, personal e intransferible, que pase lo que pase, caigas donde caigas, tendrás a lo largo de tu vida.
En esta playa de la Costa da Morte los niños hacíamos naves espaciales utilizando los palos, botellas, redes, trozos de plástico, que llegaban con las olas. Cuando nos cabreábamos unos con otros (lo habitual al final del día), nos liábamos a patadas con las naves enemigas… y todo el fuselaje volvía al mar. A veces llegaban cadáveres de delfines. Olían muy mal, y a alguno hubo que enterrarlo en la arena. Otras veces llegaban cosas más insólitas. Un obús, por ejemplo, que vinieron a llevarse unos militares de La Coruña. En otra ocasión –la más celebrada en nuestros recuerdos- mi madre y la vecina encontraron un muerto. Sin cara, muy destrozado. Un secretario del juzgado vino a levantar acta. Y después se lo llevaron, como el obús, a La Coruña. No volvimos a saber de aquel hombre, que ni fue identificado ni nadie reclamó.
En esta misma playa mi padre nos enseñó a colocar unos sedales con cebo (miñocas bien gordas) sujetos con una piedra en la línea de la marea baja. Nunca jamás pescamos nada, por descontado, aquello era una completa “toleada”. Pero en una ocasión quedó prendida una gaviota. Nos la llevamos a casa sin dudarlo un segundo. Le quitamos el anzuelo del gaznate y la dejamos descansando en el garaje, con un platillo lleno de agua y restos de comida. La gaviota se puso bien enseguida, ¡y resultó tener un genio de mil demonios!: cuando nos asomábamos a ver cómo iba, la muy bruta se echaba a Dios, chillando y aleteando y amenazando con mordernos. En cuanto le dimos el alta médica (creo recordar que ya al día siguiente) nuestra gaviota se marchó sin mirar atrás, volando con energía mar adentro.
En esta playa de la Costa da Morte (en la bajada a la playa, mejor dicho: https://laramadeoro.com/2012/08/15/brezos-brecinas-queirugas/ ) aprendí, ya veinteañera, a distinguir las gramíneas más comunes y las diferencias entre unos y otros tipos de brezo. Una vez me llené el bolsillo del pantalón de semillas de Briza minima, y después las sembré en una maceta, en el alféizar de la casa de Madrid. Mis perros, en particular estos últimos, que son castellano-manchegos, disfrutan como locos bajando a la carrera por ese prado, y escarbando después en la arena húmeda de la orilla.
A esta playa se acercaban con frecuencia los percebeiros furtivos. Un día uno de ellos me confundió con alguien de la Xunta, quizá alguna inspectora del Concello, no sé. Yo bajaba por el camino, con los perros, e hice como que no le veía ( confieso que no me paré a pensar si aquello estaba bien o mal). Pero él también me vió a mí. No había nadie más en la playa, era tempranísimo. Como alma que lleva el diablo, el furtivo soltó la redecilla que tenía en la mano y desapareció “súbito” monte arriba, escalando las mismas rocas por donde, imagino, había bajado. Yo me quedé leyendo un buen rato, acurrucada en la arena al pie de las rocas. Los perros se bañaron y anduvieron por ahí husmeando. Subió la marea, cerré el libro, y, sin pensármelo dos veces, eché mano de aquella redecilla que iba a llevarse el mar. Kilo y medio de hermosos percebes, que mi madre coció en un visto y no visto –casi tan rápido como el furtivo escaló el monte- con un poco de sal y unas hojas de laurel.
Pasaron los años. Del Concello mandaron a alguien para que desbrozara el camino de bajada a la playa. Hasta entonces lo habían mantenido franqueable las dos vacas de una señora de la aldea (siempre vestida de negro, siempre triste, huraña). La señora se murió, y no sabemos qué pasó con las vacas. Con el tiempo los del Concello instalarían también unas escaleras, una especie de cajones de madera rellenos de tierra compactada con cal. Quedaron bien. Pero a mí me hubiera gustado que, ya puestos, instalaran también un contenedor de basura en la parte alta del camino, y que vinieran a vaciarlo una vez a la semana, etc.. No lo trajeron, pero sí uno de esos paneles informativos, tan vistosos.
Y en ésas andábamos cuando, una noche de noviembre de 2002, un viejo barco (fabricado en Japón, propiedad de una compañía de Liberia, con bandera de Las Bahamas, registrado en Grecia, asegurado en Londres) cargado de fuelóleo (propiedad de una compañía rusa, con sede en Suiza,), procedente de Letonia y con destino Singapur…
se partió en el mar y cubrió de negro la playa.
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Once años después, las rocas siguen negras. La foto es de hace dos meses. Sí, es verdad que vuelve a haber mejillones. Pocos, pero empieza a haberlos. También se ven algunas de esas anémonas verdes y rojizas que siempre me han recordado la fruta escarchada de los roscones de Reyes. No he vuelto a ver cangrejos, ni lorchos, esos peces feísimos que antes nadaban en todas las pozas de la playa. Pero no me atrevo a decir que no los haya. Quizá tendría que buscarlos con más afán. Eso sí: antes estaban ahí siempre, sin necesidad de llamarles para que vinieran. Vuelve a haber percebes, es verdad (… y sería bueno que ni los furtivos ni las vecinas sin conciencia, como la que esto escribe, fueran a meterles mano). A veces se ven correlimos, u otros pájaros parecidos que no puedo distinguir sin prismáticos, correteando por la orilla. Pero menos, muchos menos que antes. Y ahora me parece mentira, teniendo en cuenta que yo bajaba sobre todo a leer, lo bien que lo recuerdo todo: la de tesoros escurridizos y viscosos que crecían entre las grietas, la cantidad de pájaros que había, lo mullidas que estaban las rocas, al trepar por ellas descalza, porque había alfombras de “herba de namorar” cubriéndolas.
Las escaleritas de madera se han deteriorado mucho, y en el Concello ya no hay dinero para arreglarlas. Las hierbas se van enseñoreando de ellas poco a poco. Pero a los turistas no parece importarles. De hecho, cada año vienen más, y quizá porque no tienen recuerdos, a ellos esas piedras negras no les dicen nada. Creerán que la playa siempre ha sido así.
¡Quién pillara esos percebes!
Creo que hay un problema con internet en mi trabajo, porque ayer dejé comentarios en varios blogs y desaparecieron todos. Aquí decía que la entrada me parecía preciosa y que lamentaba el giro final, no dentro del texto, claro, sino en la realidad. En mi tierra duró mucho el rastro de Urquiola, aunque supongo que llegamos a asimilar de tal manera ese tipo de cosas que ahora no sabría decirte si aún quedan manchas negras en la arena o ya han desaparecido.
Cuando lo del Urquiola nos llevaron a los niños a ver el espectáculo, la humareda interminable…Mi padre se hinchó a hacer fotos, que por ahí andan. Creo que a ellos, a esa generación, el Prestige les afectó menos: sí, acabaron asimilando. A nosotros nos toca ahora asimilar esto («nuestro» petrolero), pero no sé si esta vez lo conseguiremos. ¿Y los que vengan detrás…?
El problema, que casi da miedo decirlo (mejor pensar sólo en los percebes, Betula, para no echarse a llorar) es que no tenemos ningún dato, NINGUNO, que nos permita pensar que el Prestige será el último.
Por el norte no he estado desde hace tiempo, Antonio. La zona de la costa que más pateo es la que va desde Bergantiños hasta el Salnés. Las playas están limpias de chapapote… y de una miríada de bichos y plantas que se fueron con él. Sólo las rocas siguen negras, al menos por este tramo en el que crecimos mis hermanos y yo.
Releo lo escrito y me doy cuenta de que es una bobada creer que «nosotros» (nuestra generación) no vamos a asimilar lo que pasó. Claro que lo haremos. Perdona que haya escrito eso, que en realidad no pienso. Sí quisiera creer, en cambio, que no vamos a olvidarlo fácilmente. No podemos. Ahora tenemos muchísima más información, más medios de presión, y hay gente bien organizada exigiendo y reclamando.
A mi entender no es que catástrofes como lo del Urquiola o el Prestige se olviden. Eso jamás se olvida, lo que ocurre es que las asumimos como pasadas y nos sirven de alerta para que no se repitan. Nos conciencian mucho.
Tienes razón Antonio, algo pasa con Internet y con los blogs. Supongo que por días son más millones y millones de personas que usan la Red y que en estos tiempos navideños debe estar la cosa que echa chispas.
Grillo
La Fiscalía, la Xunta, el Estado francés, y Nunca Máis van a presentar en el Supremo recurso de casación contra la sentencia del Prestige. No conozco cómo fueron las cosas con el Urquiola ( buscaré por google). Pero ahora, por lo menos, se da la lata de otra manera. Eso es lo que sí ha cambiado. Por eso pienso que es más difícil que todo caiga en saco roto, que asumamos el desastre sin más, como una fatalidad caída del cielo. Pero no soy ingenua: más tarde o más temprano se romperá otro petrolero, aquí o en Australia, o…Por otra parte, por espectacular que fuera el incendio del Urquiola, la marea negra del Prestige no fue comparable a nada anterior (¡llegó a Las Landas!). Pero lo que dice Antonio va por otro nivel, creo. Es cierto que los ojos se acostumbran y la ira se va apagando. El ser humano olvida, puede con todo.( Mi madre dice que ésa es la única explicación de que haya tenido cuatro hijos: de un parto a otro se le olvidaba… ! .)
No sé si es que nos acostumbramos o que tenemos memoria de pez. Por desgracia, estoy segurísima de que veremos otra vez lo mismo, y nos llevaremos las manos a la cabeza, no daremos crédito, nos rasgaremos las vestiduras, seremos solidarios. Pero por un rato; después, a otra cosa.
Es así. Pero la diferencia ahora es que hay recursos en marcha, y aunque sólo sea por eso la historia saldrá periódicamente en la prensa. Vale, no se sabe en qué van a quedar. Pero a algo hay que agarrarse, ¡antes ni siquiera existía la posibilidad de formar una asociación como Nunca Máis porque, entre otras cosas, ni siquiera existía el derecho de libre asociación, libertad de prensa, posibilidad de recursos ciudadanos, etc!.
A veces, aunque sea pocas veces, las cosas salen bien.Por ejemplo, la historia das fervenzas de Ézaro. ¿Cuántos años tardaron en darles la razón al grupo de vecinos «outsiders» que se organizaron y pelearon..?. Es verdad que la ira se va aplacando y que los ojos se acostumbran, qué remedio (es un mecanismo de protección, me imagino, para no desesperarse del todo). Pero eso no significa olvidarlo, ni rendirse