Septiembre de 2011
La Ferme de Budé está en el centro de la ciudad de Ginebra. Aunque conserva el caserón –y el nombre– ya no es realmente una “granja”. Los antiguos terrenos de labor fueron vendidos al Ayuntamiento y rápidamente urbanizados en los años cincuenta. Entre los edificios del nuevo barrio –llamado Petit Saconnex– quedaron parte de las instalaciones de la granja y una media hectárea dedicada a huerta. Monsieur Marti la conservó como tal, vendiendo lo que ahí producía en el “marché” que instaló en la entrada de la granja. Ms. Marti tiene ahora 96 años. Su sucesor también se ha jubilado. Y los sucesores del sucesor, Ms. Chavaz y Ms. Zulauf pelean desde el 2009 por convertir la “ferme” en un negocio rentable (y no sólo en un rincón verde más o menos estrafalario). El año pasado inscribieron el terreno en el registro de producción ecológica (Bio Suisse); pasado el correspondiente período de “conversión” –idéntico al que hubo de pasar LRO–, podrán vender sus productos como 100% ecológicos. La huerta no está cerrada. Limita con un área de juegos infantiles y con un pequeño parque donde está autorizado soltar a los perros. Cualquiera puede pasearse entre las hileras de ruibarbos, coles, tomates… Tienen ya su “site” internet: www.ferme-de-budé.ch
El sábado 17 de septiembre celebraban el cincuenta aniversario de la apertura del mercado. Lo leímos en la prensa local, mientras desayunábamos, entre noticias sobre el desplome de las bolsas y los partes de guerra en Libia y Siria. En el periódico venía la historia que acabo de resumir, y fotos en blanco y negro de una Ginebra difícil de reconocer, casi de otra galaxia.
El mercado estaba abierto desde muy temprano. Todos los que andaban por allí trajinando eran jovencísimos, de poco más de veinte años. En la entrada habían instalado unos toldos de lona (en previsión de lluvia, que no faltó), y bajo los toldos, bancos y mesas de madera. Media docena de chicas picaban zanahorias, remolacha, etc. y lo iban colocando todo en grandes fuentes. Cuando les pedimos permiso para dar un paseo nos miraron con expresión de no entender la pregunta, no sé si por culpa de mi francés renqueante (la razón más probable) o por el mero hecho de pedir permiso.
A mediados de septiembre, en el corazón de Ginebra, a pocos metros de la sede de las Naciones Unidas, están en flor las alcachofas y ya hay calabazas maduras. Todavía recogen tomates, pero de aspecto algo triste. Tienen sanísimas las coles, los ruibarbos y las zanahorias (en líneas sucesivas, tal como se ve en la última foto). Siembran flores por aquí y por allá. Cosmos y girasoles, que siempre salen bien. Las flores naranjas de la segunda foto son capuchinas; aquí, como en Francia, las comen en ensalada, mezcladas con berros, rúcula y lechugas variadas. En el mercado venden muchas cosas producidas por otros, pero todas con la debida certificación ecológica o –al menos– con la indicación de “producido en Ginebra” (lo que de por sí es más ecológico, aún sin certificar, que un supertomate supercertificado traído desde España, que por fuerza llevará encima muchos litros de gasoil o keroseno).
La huerta de la Ferme de Budé, en el Petit Saconnex, Ginebra: