
Tres barricas de roble francés reciclado. De 128 litros, porque las grandes de todo (256) no nos entraban por la puerta de la bodega. Tienen ya cinco años, pero tendrán que durar alguno más. No por lo que aporten al sabor del vino -que ya es nada- sino como recipientes para que continúe «haciéndose», suavemente. Solo trasegamos una vez. En invierno, cuando el frío, no demasiado intenso este año, ha facilitado la decantación de los sólidos e «impurezas» varias que pudieran haber quedado por el vino. Lavamos la barrica a la antigua. Primer lavado con la manguera. A continuación, meneo (¡enérgico!) con una cadena dentro, que rasque bien las paredes. Tercer lavado con agua caliente. Y ya está: a darle swing a derecha e izquierda, con ganas, hasta que el agua empiece a salir clara.
Cuando haya goteado bien (quince, veinte minutos con el agujero hacia abajo), volvemos a meter el vino, que teníamos esperando/ tiritando en la cuba de acero.