Última entrega de «Vino casero en cinco pasos (más o menos)»
Hemos embotellado por fin una parte del vino, los 64 litros que llevaban dos meses en la barrica de roble. Utilizamos la vieja encorchadora de mi abuelo (véase el post “California”), después de engrasarla y ponerla a punto. Tenemos hasta una elegante etiqueta, en color gris perla, púrpura y verde lima, regalo de una buena amiga -y buena bebedora- que nos la diseñó e imprimió ¡incluso antes de tener hecha la vendimia!
Dicen los que ya están curtidos en estas cosas que los corchos deben estar a remojo unas horas antes del embotellado, y que las botellas deben pasar unos días derechitas, en el suelo o en cajas, para que el corcho «se haga» a la botella antes de “acostarla” en un botellero. El gran dilema, la pregunta del algodón, es ¿qué espacio ha de quedar dentro de la botella entre el vino y el corcho?. Es decir, ¿lleno a tope o no lleno a tope las botellas?. El resultado de las pesquisas es el siguiente: todo depende de la temperatura de ese día, y de cómo se vaya a guardar el vino hasta el momento de bebérselo. La razón es que si la temperatura en verano se dispara el volumen del vino aumentará, y si no hemos dejado nada de espacio bajo el corcho, parte del vino buscará la forma de salirse …y se estropeará. Pero si embotellamos a una temperatura superior a los 25 grados, por ejemplo, y el vino va a pasar el resto del tiempo en una habitación fresca, entonces se puede llenar un poco más, y dejar sólo un pequeño margen ahí dentro. Una vez decidido cuánto se va a llenar/dejar vacío se ajusta la boquilla del embudo de embotellar, que es un artilugio muy sencillo y eficaz (funciona como las antiguas cisternas de flotador, con un «tope»).
Una parte del vino se bebió al día siguiente de ser embotellado en la sardiñada del San Juan. Otras pocas botellas se las llevaron los amigos del pueblo. Y al final quedan unas cuarenta botellas en casa, a las que, sospecho, no les vamos a dar tiempo a «evolucionar»…La barrica la rellenamos con vino de la cuba de acero, y repertiremos la función del embotellado en uno o dos meses.
Las patatas van con el vino. Nuestras ‘Shanon’ y ‘Mona Lisa’ son patatas de noventa días. Se plantan a principios de abril y se recogen a principios de julio, coincidiendo con el embotellado. Pero todas las botellas, llenas o vacías, tienen que estar guardadas en los botelleros de la pared (unas viejas estanterías de obra, con botelleros estándar comprados en Ikea), antes de que lleguen las patatas. La fresquera es muy pequeña y no habría sitio para tanta caja.
A las patatas que se compran en Madrid les pasa como a los tomates: ya no están bien, no saben a patata. Saben a humedad o algo mohoso. Supongo que no es plan de hacérselas traer de Galicia o de donde estén buenas.
Anoche salí a cenar con una pareja amiga. Ella Emma la bloguera y el novio. Encantadores los dos. Y yo también, carallo… Vivimos muy cerquita ambos y nos reunimos de tanto en tanto
Hace años que no bebo; ni un chupito de champán para brindar en Nochebuena o en ocasiones especiales. Corté por lo sano porque creí que ya me había bebido anteriormente lo que se pueden beber siete personas a lo largo de sus vidas.
PERO en un par de ocasiones olí sus copas y me pareció una ‘fragancia’ magnífica. Fíjate: no lo echo de menos. Más trabajo me está costando abandonar del todo el tabaco.
Supongo que esos olores de la patata tendrén más que ver con la conservación (a lo mejor pasan mucho tiempo en cámaras) que con el lugar de producción.
La fragancia del vino es todo un mundo. Hay que tener la nariz educada/entrenada para poder disfrutarlo a fondo