Hans Baldung «Grien» («el Verde»; aseguran los manuales que por el uso que hacía de tal color) pintó esta Crucifixion en 1512. Se conserva en la Galería de Pintura de Berlín. Cuando la ví -hace ya tres o cuatro años- y descubrí ese perrillo que se sienta en la larga y verde falda de la Magdalena, como en un césped mullido, mirando en dirección contraria a la escena principal, me acordé de mis propios perros y de la indiferencia con que, pase lo que pase a su alrededor, se lamen una pata, o se rascan una oreja, o buscan concienzudamente la mejor postura para dormir …. Los perros, al menos los míos, no son compasivos (sólo les interesa su dueño, al que ven como un gran «tuper-ware» con patas). Sin embargo, la mera presencia de ese perrillo en la Crucifixion su tranquila despreocupación por todo lo que no es aquí y ahora, le da una humanidad al cuadro que quizá (?) el pintor no pretendía: los perros nos ponen los pies en la tierra (en la carne) y el pintor de crucifixiones lo que busca, suponemos, es que pensemos sólo en el cielo (en el alma). Escribo «quizá» porque, aunque en otras crucifixiones hay otros perros, no son exactamente como éste. Lo habitual es un chucho famélico royendo un hueso, para recordarnos de forma explícita que estamos en el Calvario y que el Hijo de Dios, en su deseo de redimirnos, ha llegado a lo más bajo, pues el hueso que el perro roe, o los restos que husmea, están entre calaveras y fémures humanos (así, en este mismo museo, en el cuadro de Gérard David). Esta atención de los pintores religiosos del XVI a la indiferencia de los animales es muy propia de las Crucifixiones, pues los perros y caballos (materia sin alma) se mezclan con los soldados y la chusma que hace escarnio del Nazareno. Pero el motivo aparece también en otras escenas. En los «diluvios universales», por ejemplo, como el que pintó Jan Van Scorel más o menos por las mismas fechas que Baldung «el Verde», pero en un estilo todavía más tenebroso y manierista. El cuadro -una extravagancia de cuerpos retorcidos, monstruos marinos, etc- se conserva en el Museo del Prado (1). En la esquina inferior derecha, una vaca, un caballo, un zorro, y una grulla, nos contemplan impertérritos mientras el mundo desaparece a sus pies. Un poco más arriba, otro caballo ramonea la hierba entre los cadáveres . Un galgo y otra vaca lo acompañan, no menos flemáticos. Y aquí y allá, por todo el cuadro, los animales nos miran de frente, ajenos por completo al drama circundante y a su propia muerte, que no va a tardar ya mucho.
En lo que se refiere a las crucifixiones, cabe pensar , entonces, que la intención del pintor era didáctica: el perro, en su desinterés por todo lo que no sea estrictamente material, es la antítesis del sacrificio de Jesús de Nazaret, la antítesis de la pasión, que está teniendo lugar en ese preciso momento y a la que el chucho, ignorante en cosas de teología, da tranquilamente la espalda. Pero «Grien» no fuerza las tintas, como sucede en tantas crucifixiones estándar, las del perro-flaco-roe-fémures; yendo en este caso contra sí mismo y contra el propio motivo estereotipado, «Grien» pinta con gran detalle, con cariño incluso, un perrillo que parece bien alimentado y que se está muy quieto, muy formal, esperando el final del acto en un lugar donde se siente protegido y además no pasa frío.
En el «Diluvio» la mirada de los animales tampoco es casual. Van Scorel está poniendo en sus ojos -los ojazos de esas pobres terneras despistadas- toda la retahíla de tópicos sobre la vanidad del mundo (entre guerras, pestes, hambrunas, etc, el espectador del siglo XVI era mucho más receptivo a esos tópicos que nosotros). Y aquí el mensaje vuelve a ser evidente, descarnado, como en aquellas crucifixiones del perro-flaco…
Somos libres de imaginar, pues, que ese perrillo del cuadro de «Grien» acompaña a todas partes a María de Magdala. Que es suyo desde que era un cachorro. O mejor, que un buen día se le acercó, todo temeroso, y ella aceptó su compañía. Y que dentro de una hora o dos, cuando a la buena de María le entre el hambre (que le entrará), buscará algo que llevarse a la boca y le dará las sobras al chucho; el chucho la hará reir dando vueltas de contento a su alrededor, ella lo acariciará, pensará sin querer en otras cosas (hay que tender la colada, arreglarse las trenzas…), y entonces, aunque sólo sea por un rato, las penas se le harán livianas.
http://www.goear.com/listen/efe9e3a/na-machamba-joao-afonso
NOTAS
(1) Yo sólo lo he visto en el catálogo del museo. Nunca he conseguido encontrarlo expuesto. Las reproducciones del Diluvio Universal que encuentro en la red son de muy mala calidad, así que cuando arregle el escáner (mi poco compasivo perro Ceibe se comió el cable que lo conecta al ordenador), escanearé la imagen del catálogo y actualizaré el post.
Tus reflexiones en torno a las crucifixiones y los animales representados son fascinantes.
Tu preámbulo de que los perros van a su bola y no son compasicos con los estados de ánimo sus amos, no los comparto; vamos: que no coiciden con mi experiencia
De Jan Van Scorel hay otro cuadro en El Prado, retrato de un humanista, tampoco expuesto (se ve en el catálogo virtual del Museo) en el que una especie Erasmo, Thomas MOro o similar está acariciando un perrito adormecido; lo he encontrado al tratar de ver el Diluvio
1.Yo creo que «se contagian» de tu estado de ánimo, pero que no se puede llamar compasión a eso, e incluso su contagio dura poco (un ratito, y luego, si tu pena no se traduce en nada concreto y desagradable, como que te olvides de la cena, o que alteres las rutinas que les afectan, pues a roncar…) y 2. son receptivos/contagiables única y exclusivamente del ánimo de su AMO, epicentro del universo, ¡lo demás se la pela! (intenté decirlo así en el post). Creo que su inquietud solidaria cuando te ven triste es porque tu pena les huele a amenaza: ¿papeo y seguridad en peligro?.
Pero bien, quizá los míos, mis perros, sean particularmente sinvergüenzas. No digo que no. Y también digo que me encantan así: son especialistas en des-dramatización.
Corro a buscar ese otro cuadro de Van Scorel, gracias mil!
La compasión (del latín cumpassio, calco semántico o traducción del vocablo griego συμπάθεια (sympathia), palabra compuesta de συν πάσχω + = συμπάσχω, literalmente «sufrir juntos», «tratar con emociones …»
María Magadalena no habría abandonado a su chucho en vacaciones
Claro que no. Vamos, ni de coña.
Qué comentario tan oportuno en estas fechas, LansKy.
Gracias!