California

360px-Eucalipto_GaliciaMi abuelo llamaba California a su cuchitril de La Grela (barrio industrial al sur de La Coruña).  Tenía un sofá  desvencijado y varios armaritos que había ido apañando aquí y allá, cada uno de un color, sin tiradores ni nada. En una esquina, una pila de manzanas. En otra esquina, una pila de patatas. Para nosotros, sus nietos, que por entonces  éramos rapaces, aquello era el ideal de vida. Un grifo pegado a la pared, un retrete con su pozo negro y todo, un banco en la puerta, cajas de botellas bien ordenadas esperando a ser reutilizadas. El novamás era el alambique, en el que hacía un orujo de hierbas finísimo, según recuerdo que comentaban los adultos. Usaba el bagazo de las uvas de San Vicente, la aldea en que había nacido (y en la que conservaba otro terreno, después vendido): “mal vino, buen orujo”, sentenciaba. Otro artilugio que nos entusiasmaba, hasta el punto de provocar peleas entre nosotros, era el embotellador. Uno colocaba las botellas,  otro bajaba la palanca para empujar el corcho, y un tercero pegaba las etiquetas. Creo que también embotellaba vino comprado a granel, y lo mismo -pero en envases de plástico- con el aceite de colza. Las botellas se iban después al «almacén de coloniales” que el abuelo tenía en la calle Juan Flórez  (ahora hay un gimnasio). Allí, como en el chabolo, siempre olía a una mezcla de aceite, vinagre, bacalao, manzanas, y gasolina.  Con el añadido, en California, del olor de los eucaliptos y  el tufo que subía desde la refinería cuando soplaba viento del sur.  Todas esas cosas y muchísimas más (conservas, linternas, lapices, escobas, etc, etc), las vendía después por los bares y pequeños colmados de la Costa da Morte.
Al abuelo le encantaban las camelias, que por entonces no debían de ser tan fáciles de encontrar. Tenía varias, plantadas muy cerca de la pared. Y muchos rosales, todo muy junto y muy mezclado. Unas judías, unas lechugas.  Lo recuerdo timbrando en el portal de casa de mis padres, a última hora de la tarde. Traía una o dos cajas de patatas, que descargaba en un momento mientras sujetaba la puerta del ascensor con una pierna, y  un ramo enorme de camelias o de rosas para mi madre. Siempre era igual. Nosotros cenando en la cocina, con los pijamas ya puestos, y el abuelo todo sucio de tierra, que llegaba corriendo, nos daba un beso y desaparecía.  California. ¿Desde cuándo llamaría así a aquella chabola llena de flores, hortalizas, trastos y orujo, que sobrevolaba las instalaciones de Repsol en las afueras de la Coruña?.
Mi abuela, que no quería saber nada de aquel tinglado, intentó vender el monte al poco de morir él, aprovechando el rumor de una inminente recalificación…La operación quedó en nada. Un buen día uno de mis tíos encontró instalados en California a una familia de gitanos, o de rumanos, no sé. Con niños y animales  (así me lo contaron), e imposibles de desalojar. Poco más o menos en el momento de la “ocupación” la parte baja del monte, propiedad del concello de Arteixo (creo), sí empezaba a edificarse. Y en ella levantaba sus instalaciones…IKEA, ni más ni menos, con el centro comercial adosado de rigor. repsol Coruña
A mi abuela se le ha ido la cabeza hace tiempo. Por suerte, nadie se interesa ya mucho por aquel terreno olvidado. Y  mientras las infraestructuras de acceso a La Grela se han modernizado de la noche a la mañana, y hordas de ciudadanos corren raudos cada fin de semana al centro comercial, allá arriba, entre los eucaliptos, alguien que no tiene otro sitio a donde ir mantiene ocupado el chabolo, el lodazal, la tierra chamuscada por la contaminación del polígono… y quizá considere aquel rincón, su rincón,  equiparable a California.

NOTAS

No tengo fotos. Supongo que a nadie de la familia se le ocurrió nunca inmortalizar aquello. Estas que he subido   proceden de wikipedia y de atlantico.net
Mi hermana mayor conservó el codiciado embotellador. Hace un par de años me lo regaló, para que lo llevara a LRO. Aquí lo tengo.

15 comentarios en “California

  1. Preciosa historia del chabolo del abuelo, y su coda final, que igual no le hubiera moelstado con los okupas romanies.

    Sólo una cosa más, California no fue primero un estado de la Unión o un territorio del SO de Norteamérica, sino un reino mítico de los libros de caballería habitado por amazonas negras , como se puede comprobar en Las hazañas de Esplandián, quinta secuela de Amadís de Gaula, libro que es perdonado en El QUijote. por supuesto, esta California es citada por Cervantes.

    • Buenos días Lans. No me hago ilusiones con los ocupas. Imagino (sé) que no cultivan la tierra, ni cuidan los árboles, e imagino también a un asistente social desesperado por mantener escolarizados a esos niños (en los animales prefiero no pensar)…Pero mira, si no me hago ilusiones, tampoco me rasgo las vestiduras. Cada uno hace lo que puede, payo/calé, por salir adelante. Y si no tienen donde meterse, ahí están bien.
      Sí…el nombre del actual estado USA se lo pusieron los primeros españoles que llegaron a la zona, por considerarla una utopía terrenal, ¡la California legendaria!. Pero mi abuelo no había leído el Quijote, ni el Amadís. Vete tú a saber de dónde lo sacó.

  2. ¿Tu abuelo tenía un cuchitril en La Grela? Yo viví por allí cerca unos años, mientras estudiaba la carrera. Bueno, vivía en Elviña, pero una noche cogí un autobús equivocado y acabé allí. Tuve que volver caminando, y a la altura del campamento gitano apareció la policía, me pararon y me registraron. En fin…
    Pero sí, el relato es precioso, el ambiente, el sabor de aquellos cuchitriles con un par de muebles sacados de aquí y allá que acababan resultando tan acogedores, y la evocación de los barrios de La Coruña, de esos olores tan característicos y de esas vivencias.

    • Madre mía, Antonio, ¿fuiste caminando de noche desde la Grela hasta Elviña?. ¿Y llegaste sano, entero?. Debe der ser uno de los lugares más peligrosos de la tierra, sólo disputado por las afueras de Los Angeles, Hong-Kong…

  3. Precioso, precioso, precioso. Parece que está uno viendo el cuchitril de tu abuelos, los armarios, las manzanas, el alambique, las cajas de patatas, las camelias, y los okupas…
    Incluso llega uno a evocar los olores.

    Hace años se me instaló de ocupa el apacero que me cuidaba un campito/huerta, al que daba todos los frutos que se obtenían para su uso o para vender: naranjos, limoneros, aguacates, nísperos, parras y mucha clase de verdura. Lindaba con un arroyuel precioso. Yo iba allí con mi hijo y se lo pasaba pipa comiendo de cada árbol y aprendiendo cosas del campo. Solo cogía algunas cositas para mi consumo cuando pasaba por allí una o dos veces al año para ver cómo estaba todo aquello. Un buen día me dijo – bastante bronco – lo típico de ‘la tierra para el que la trabaja’. Tenía razón y acepté bastante resignado….
    En un pequeño chamizo que puse para guardar aperos le llevé una cama plegable para que se echara sus siestecitas en verano. A partir del chamizo se empezó a hacer una casita donde acabaron viviendo toda su familia. Llegó un punto en el que casi me trataban como a un intruso cuando pasaba por allí. No puedo negar que me cabreaba bastante.

    Finalmente busqué la forma legal de echarlos de allí con una indemnización. Se fueron. Pero el día de la recogida de sus bártulos tuvo un accidente y palmó. La verdad es que lo sentí, pero mentiría si no añado que por dentro pensé ‘la suerte o el azar te han dado tu merecido’. Luego el hijo (un homúnculo) me vino a pedir que si pensaba tomar a otra persona él mismo se brindaba a seguir, firmando en notaría lo que me pareciera oportuno. Acepté y aceptó. Más tarde vendí el terrenito, le di un dinero bastante generoso. Él, como su padre, llevaban siempre los dineros en un bolsillo, envueltos en un trapo y con una navaja. El pobre zoquete no tenía ninguna culpa de carecer de estudios ni oportunidades. En un momento del proceso le pregunté al hijo cómo murió su padre. – Ze le alicató la zangre hasta la cabeza y lo encontremos difunto junto al arroyo.

    Y más tarde aún, pasaba por allí para ver qué tal seguía aquello. Fatal; lo compró un guardia urbano sabiendo que se iba a recalificar toda la zona y estaba a la espera de pegar un pelotazo.
    Dios santo: no se recalificó, lo echaron del ayuntamiento y pretendía revendérmela a precio de ganga pues aquello era ya un lamentable erial. No quise saber más nada.
    La vida misma.

    Me encantan las camelias. Tanto. que me joroba recordar que el té es una de ellas.

    • Hiciste bien.
      Yo no quiero saber nada de California. Sin mi abuelo, aquello es cualquier sitio.
      Pero lo de los ocupas es bastante difícil de juzgar para el que no lo vive/ha vivido en sus carnes. (*borro el largo comentario que seguía; al releerlo, me ha parecido innecesario). No sé lo que pasaría, claro, si efectivamente el terreno fuera recalificado (altamente improbable y PARA NADA deseable); hay tíos y primos por ahí, además, con su propia opinión sobre el asunto; pero, una vez asumida la «ocupación», también parecen pasar bastante… Yo creo que es lo mejor. El hecho es que esa gente, quienes sean, no tienen donde meterse. Y que nosotros no subimos a California desde que murió el abuelo.
      Tu historia es diferente: tú sí seguías yendo a aquel lugar, seguías presente, lo considerabas tuyo, ERA tuyo y contabas con él. Así que me pongo en tu pellejo, Grillo, y, al margen del valor económico que pudiera tener aquello, mucho o poco o poquísimo, trepo por las paredes. Menuda pesadilla.

  4. Es cierto que, leyendo tu post, se huele el chabolo de tu abuelo, sobre todo esa mezcla del eucalipto y la gasolina. Me parece bien que hayas dejado el terreno para los que quieran quedárselo. Al fin y al cabo no hacen más que lo que hacía tu abuelo : Buscarse la vida. Lo de Grillo sí que es una pena, bueno, en realidad todas esas construcciones y recalificaciones, expropiaciones y levantamientos de terreno para la codicia y el «progreso» son una desgracia. Mi abuelita- que en paz descanse- siempre que pasaba por la curva de la carretera donde en su día estuvo su «California»- una casilla de camineros del canal de isabel II en un recodo de la carretera a colmenar viejo- suspiraba «La de veranos que habré pasado yo en esa casa»! Y del la casilla de piedra sólo queda la fachada y un pino enorme que aun se mantiene en pie.
    Estaría bien confeccionar un mapa con los «Californias» de cada uno.

    Una anécdota, nada que ver con los chabolos, sino con la palabra «California». Pasé un verano en las islas Azores, estudiando en la Universidad un curso de literatura azoriana. Un profesor me contó que casi todos los isleños emigraron en su día a California. Después de eso, en su particular portugués, para designar a uno que había emigrado y volvía con dinero y con arrogancia se le llamaba «Calafona». «ése es un calafona», adjetivo despectivo en las islas Azores.
    Sería a nuestro equivalente a «indiano», sólo que nosotros ya no lo usamos, ni creo que lo hiciéramos peyorativamente. Ellos, al parecer, seguían usándolo.

    • ¡Literatura de las Azores!. Me suena fantástico. Sólo decirlo, te hace soñar…
      Aquel terreno no es mío, Emma. Es de mis padres y tíos, y de mi abuela todavía viva (aunque completamente desconectada). La actitud de pasar de todo es la que domina en mi casa, y yo la fomento. Al comienzo, cuando descubrieron a los ocupas, uno de mis tíos se cabreó y estudió la manera de echarlos. Pero debió de ser un calentón pasajero, `porque han ido pasando los años y, por lo que yo sé, allí siguen tan felices y nadie les ha vuelto a molestar. Pero vete tú a saber. Yo le he dado la espalda resueltamente a todo aquello.
      A la verdadera California sí que iré algún día (y a las Azores,¡ojalá!).
      Iremos a San Francisco, Emma
      y llevaremos flores en el pelo…

      • Si vas a San Francisco, además de las flores en el pelo lleva una cámara para hacer algunas fotos y ponerlas después, aunque no peguen mucho, en la Rama de Otro.
        Las Azores son mágicas, los últimos peñascos emergentes de la hundida «Atlantida». Sigue siendo uno de mis viajes más increíbles. Curiosamente, soy muy feliz en las islas.

      • Probablemente escribiera en italiano, aunque Tabucci era catedrático de literatura portuguesa y le fue concedida la nacionalidad portuguesa. Amó mucho a Portugal y Portugal le amó a él.
        El artículo es muy bueno aunque dudo que los funcionarios de la UE lo leyeran. Eran todos bastante palurdos.

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