Marzo-Abril
Aunque se llamen respectivamente Prunus persica y Prunus armeniaca, ni los melocotoneros son exactamente de Persia ni los albaricoques de Armenia. (Por otra parte, tampoco los nísperos, Mespilus germanica, son alemanes, ni el “arce de Montpellier” es de Montpellier, etc. En la vida, a lo que parece, no todo se explica con argumentos científicos. De ahí, por ejemplo, que cuando un francés utiliza la expresión “filer à l´anglaise” nosotros lo traduzcamos al español como «largarse a la francesa”…).
Los melocotones y los albaricoques vienen de China, como tantísimas otras plantas de llevar a la despensa o –sobre todo– al jardín (¿es concebible la vida sin rosales remontantes?). Dicen que en China los albaricoques crecen silvestres, que al final hay tantos que la gente ya no les hace mucho caso al pasar. Como aquí a las zarzamoras. Desde hace, no cientos, sino miles de años, se sabe de poetas y pintores chinos que se consagraban a la exaltación de la flor del melocotón, de la flor del cerezo. Cuando por aquí los señores feudales sólo soltaban el garrote para comer a mordiscos un trozo grasiento de carne, por allí, en ese preciso instante, ya había un gentilhombre perfectamente acicalado disponiéndose a pintar una garza sobre un lienzo de seda. Así son las cosas. Sobre cómo llegaron estos árboles a Europa no parece haber unanimidad. Transcribo a continuación la historia que yo prefiero. No la he sacado de un libro de fruticultura, sino de un pequeño tratado de Bertrand Russell titulado Elogio de la ociosidad. En el capítulo en cuestión el autor trata sobre “El conocimiento inútil”. Su propuesta es ésta: saber cosas nos hace vivir mejor, o lo que es lo mismo, llorar menos cuando toca llorar (eso no se arregla) y reir más cuando toca reir.
“Yo encuentro mejor sabor a los melocotones y a los albaricoques desde que supe que fueron cultivados inicialmente en China, en la primera época de la dinastía Han; que los rehenes chinos del gran rey Kanishka los introdujeron en la India, de donde se extendieron a Persia, llegando al Imperio romano durante el siglo I de nuestra era; que la palabra “albaricoque” (apricot) se deriva de la misma fuente latina que la palabra “precoz”, porque el abaricoque madura tempranamente, y que la partícula inicial “al” fue añadida por equivocación, a causa de una falsa etimología. Saber todo esto hace que el fruto tenga un sabor mucho más dulce”.
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