
No es que no estuvieran antes, es que las hojas los escondían. Tampoco había tantos tiros de escopeta a primera hora. Las tórtolas turcas, sobre todo, se acercan más a casa, se arriesgan por los comederos de los perros y los gatos, y a veces -cómo evitarlo- alguna termina desplumada sobre la hierba. Los mirlos y pájaros más pequeños, en particular este herrerillo, y una curruca capirotada que se empeña en picotear el cristal de la galería, vienen a buscar arañas e insectos entre las ramas de esa Lagersotroemia de la foto, que se va pelando empezando por arriba, y a tantear las primeras aceitunas medio maduras de los olivos. Ya no quedan higos ni moras ni uvas (son zorros, me parece, quienes limpian de rebuscos las cepas). Descontando las semillas de los cardos, alijonjeras -de floración tardía- y no sé si de muchas gramíneas, porque este verano se ha agostado todo demasiado pronto, ahora hay que conformarse con esas aceitunas todavía un poco duras, con las endrinas ya un poco pasadas, los escaramujos de los setos (también de algunos rosales domesticados: mi ‘Centenaria de Lourdes’, por ejemplo), los pistachos en miniatura de las cornicabras (Pistacia terebinthus) y las primeras bayas de hiedra por las tapias de los jardines, allí donde sus propietarios hayan tenido el buen sentido de dejarlas florecer.