Octubre 2011
Al escribir hace unos días la historia de mis pobres coles recordé la serie fotográfica que les había hecho a los saltamontes azules (Oedipoda caerulescens). Se reconocen fácilmente por las franjas negras y blancas. Pero todavía es más fácil identificarlos cuando se va mirando al suelo por los caminos desbrozados, pensando en otra cosa… Entonces, de repente, empiezan a cruzarse por delante una especie de parpadeos azules, que se dirían ícaros, o nazarenos, esas pequeñas mariposas azulinas que los franceses llaman «petits bleus». Pero no son mariposas. Son los saltamontes azules que se comen las judías y las coles. Son ellos, los que cuando brincan despliegan una membrana azul en las patas traseras. Y son muchos. Pero basta con proteger con manguitos las hortalizas recién puestas para que ellos desistan y se marchen saltando en otra dirección, siempre con ese abrir y cerrar inesperado de la bandera azul, ¡clic-clac!, tanto más efectivo cuanto que el saltamontes era hasta ese momento invisible (de bien mimetizado que estaba con la tierra). Lo que consigue con esos chispazos azules es aturullar unos segundos a cualquier posible depredador que ande cerca (una mantis, una lagartija, un alcaudón, un monstruo vociferante de dos patas que se acerca con cámara de fotos…).