Alguna de las fotos que adjunto aquí abajo tiene casi diez años. Otras sólo algunos meses. Pero en todas ellas -selección de una selección de una selección- me pareció ver algo en su momento, un aquel que justificaba guardarlas y quizá escribir sobre ellas algún día. El tiempo se me ha ido echando encima y sospecho que ya no escribiré nunca esos «posts», demasiadas veces postergados en la carpeta de borradores. Otras imágenes, no tan bonitas pero sí más apremiantes, ocupan ahora mi tiempo. Y no me gusta almacenar nada que no sea de comer. Así que, aprovechando la noche de San Juan, y siguiendo a pies juntillas el imperativo de sacar de delante o quemar todo lo que sobra, he vaciado por fin la carpeta. Ahí dejo quedar la última selección de fotos, organizadas por parejas (que bien podrían ser otras), por si alguien quiere recogerlas y reutilizarlas, como esos trastos dudosos que se depositan en la acera el día de la mudanza.
Un secarral en Guadalajara. El hayedo de Dahlem, Berlín.
Mariscadores en la ría de La Coruña, el pasado mes de diciembre (pongo el mes, para que uno pueda imaginar el frío y la humedad, y saboree más despacio las almejas que se compra en fin de año). Mi perro Ceibe corriendo por la playa de Santa Cruz, Oleiros.
Tres abedules publicitando un collar de perlas, en una joyería de Winterthur. Un quemador de sarmientos en Borgoña.
El ranúnculo naranja que tenía en la terraza de Madrid. Naranjas amargas en la rampa de un garaje.
Desde el teleférico que sube al Monte Pilatus, junto a Luzerna. Marismas de Orx, en Aquitania.
Campo de asfodelos en Cadalso de los Vidrios, Madrid. Rocas da Costa da Morte.
El río Lozoya desde el Puente del Perdón. Un remanso del Loira, a la altura de Amboise.
¡Qué fotos tan bonitas! Sobre todo al verlas así, todas juntas.
Gracias Bétula.