Puente de mayo
¡Agua, San Marcos, Rey de los Charcos! para mi olivito que está crecidito, para mi aceituna ¡que ya tengo UNA!
Por fin ha llovido un poco. El campo está aliviado y huele a flores. Ayer quemamos los sarmientos (los restos de la poda de las viñas). Hoy plantaré las primeras cebollas. Por todas partes están en flor los jaramagos, con un mes de retraso pero ahí están. Amarillo azufre, que es el color de la flor de la mayoría de las crucíferas (ahora llamadas Brasicáceas, familia de las coles, que sí tienen algo de azufre, y por eso huelen así las coliflores cuando se cuecen). Más al norte está ya en flor la colza. Y todavía más al norte, Ródano arriba, la mostaza.
Hace tres años plantamos entre las viñas 26 olivos de la variedad arbequina. Los 26 siguen vivos, prueba definitiva de su buen carácter, porque apenas tengo tiempo para cuidarlos. Unos puñados de humus de lombriz cuando me acuerdo y dos riegos anuales (¡como mucho!) cuando el calor aprieta. Ya han empezado a producir, y eso que miden poco más de un metro. Las arbequinas son unas aceitunas canijas, redondas y negras, como canicas. De momento son tan pocas que las mezclamos en el mismo saco de las restantes aceitunas de la finca (manzanillas en su mayor parte). Hace quince días fuimos a recoger las garrafas de aceite. ¡Qué bueno es, qué espeso y qué oloroso!. Más cosas. Ya no se oye el reclamo de las perdices. Las golondrinas aparecieron hace un par de semanas. Hemos visto a los primeros alcaudones. Una oropéndola. Y el que no descansa ni un sólo día es el cuco. A ver si un día lo grabo y lo cuelgo aquí. Canta por la mañana y al atardecer, siempre en el mismo tono, lineal, exigente, cansino como un disco rallado.