A diferencia de las hortensias comunes (Hydrangea macrophylla: las de todos los jardines gallegos, en azul o en rosa, según el pH), estas Hydrangea arborescens ‘Annabelle’ toleran el frío intenso y los suelos neutros-calizos, de textura arcillosa (¡sin pasarse!). La parte mala es que tienden a bajar mucho la cabeza: hay que podarlas más arriba que a las macrophylla, dejar más yemas, porque los pedúnculos son desproporcionadamente finos para unos capítulos florales tan voluminosos, a la par que contritos… Un amigo mío llamaba a esto revolcarse. Dejarse ir. Pero el efecto no está mal, en mi opinión -toda esa languidez- si las Annabelle crecen al fondo del jardín, o bien acompañadas de plantas que les lleven resueltamente la contraria, erguidas como sus hermanas macrophylla (si es que el suelo y el frío lo permite; foto de abajo); de porte esbelto, como unas salvias nemorosas; rastreras como unos heléboros -que además florecerán en invierno, con un poco de suerte en medio de una capa de nieve-; de hojas minúsculas como las de las potentillas; de hojas gigantes y recortadas, como las de ese ruibarbo de la esquina…
Es una pena quitar las flores cuando se secan. Las Annabelle pasan de los tonos verde-lima de septiembre a los tostados del invierno, y la escarcha les sienta bien, como a las gramíneas altas y fachendosas (calamagrostis, miscantus…).

