Este calamondín (híbrido de mandarina y kumquat) llevaba conmigo veintidos años y, hasta el pasado verano, estaba hermoso. No pelado y tiritando como en la foto, sino tupido, grande, robusto, lleno de naranjas del tamaño de una ciruela. Ha salido varias veces en este blog. Por ejemplo, aquí:https://laramadeoro.wordpress.com/wp-admin/post.php?post=1273&action=edit.
Cuando lo compré (2002 ó 2003) era un arbolito pequeño pero estaba ya formado, así que su edad aproximada, sin faltar mucho a la verdad, andará por los veintiseis. Sólo se cambió de maceta una vez, a esa que se ve en la foto, de PE con depósito de agua separado de las raíces. El mantenimiento no ha podido ser más simple: limpieza de la parte superior de la tierra y reposición en forma de humus (saquitos de 1 kg, o un cubo pequeño del compostero -mantillo bien, bien desmenuzado, incluso pasado por el colador). En los tratados antiguos de citricultura a esa reposición parcial de la tierra, sin recortar el cepellón, se la llamaba semi-transplante (mi-rencaissement). Que es más que suficiente con los calamondines, de crecimiento lentísimo. Más sobre el mantenimiento: guardar la maceta en una habitración sin calefacción en invierno. Sacarla al sol desde abril/mayo. En invierno el depósito se rellena una o dos veces al mes (como mucho). En verano cada semana.
Y así nos fue bien durante más de veinte años, al calamondín y a mí, hasta que este verano de 2025 un jardinero desaprensivo, de nombre Yeison/Jason, a cuyo cuidado quedó el jardín, dejó que se secara. Durante mes y medio el calamondín no recibió una sola gota de agua -o quizá (¿?) lo que le cayera de casualidad, de un riego descuidado con manguera, al buen tuntún. Y qué mes y medio para quedarse sin agua: agosto y parte de septiembre.
A la vuelta de las vacaciones el árbol estaba aparentemente muerto. Toda la copa seca. Pero seca del todo. Ni una hoja «operativa». Pasado el disgusto inicial, lo primero fue podar. Es decir, podar salvajemente. Dejar al pobre calamondín en los huesos. Sumergir en agua el cepellón pero escurrirlo bien después, y no volver a regarlo en todo el mes. Maceta en semi sombra.
Y nada. Sentarse a esperar.
A finales de octubre empezaron a verse unos puntitos verdes en las ramas altas (por donde la savia sube derecha, sin codos, sin desviaciones). Asomaron por fin unos brotes, milimétricos pero de buen color, sanos. Aún hubo que podarlo un poco más. Y anteayer, cuando se volvió a quedar solo – lejos de las manazas del tal Yeison- tenía ya brotes de casi un palmo.
Conclusión: no hay que despesperar nunca. Esto vale para todo en general, y para los calamondines muy en particular.

